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28 de diciembre de 2014

Viejos engaños sacados del basurero de la historia

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Correos de Lectores
Por Ulises

 

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28/12/2014:
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“La patria Grande sudamericana”, “la unida de Latinoamérica” son frases que muchas veces intentaron ser usadas para engañar a la clase obrera y al resto de las clases explotadas. Los Kirchner, Lula, Dilma, Chávez, Maduro, los Castros, Evo Morales o Correa tan solo lo desempolvaron del basurero de la Historia. Ahora la palabra favorita es integración. Por eso recurriremos a la historia y al método marxista de análisis del historiador trotskista Milcíades Peña para desentrañar el mito en relación a la supuesta unidad latinoamericana perdida, propugnada por las burguesías nacionales y repetidas por el estalinismo y la izquierda del FSM. En la última década los bolivarianos tomaron la posta de esa tesis reaccionaria y engañosa, y la elevaron hasta las esferas oficiales; utilizándola de propaganda para justificar la integración funcional a los intereses de las trasnacionales radicadas en la región. Desde los tiempos de la independencia que los teóricos de una parte de las clases dominantes vienen sosteniendo la existencia de una intrínseca unidad latinoamericana evitada por las “corporaciones” o los malos capitalistas.

Para comprender las causas de la fragmentación de América Latina en 20 estados, MP se basó en el análisis de la estructura y superestructura de cada país. Con ese método llegó a la conclusión que objetivamente, es decir, por las características estructurales, los países latinoamericanos tendían hacia la desintegración y no a la inversa. En América Latina jamás existió una unidad económica, base sustancial de la nación sin la cual el idioma y elementos subjetivos son impotentes (MP).

Tras el proceso de independencia, los intereses de tenían las burguesía de cada región relacionaba los nuevos países con las metrópolis industriales a través del comercio. Durante el S. XIX, las jóvenes “repúblicas” se transformaron en semicolonias de Inglaterra o de los EEUU. En la división internacional del trabajo se integraron como exportadores de materias primas y alimentos, sobre la base de la explotación de la gran propiedad de la tierra, mientras que de los centros industriales recibían manufacturas industriales.  Derribado el edificio colonial, las oligarquías comenzaron a edificar los aparatos estatales y sus mercados internos. Cuestiones que solo pudieron asegurarse cuando se consolidó la estructura de la economía mundial, en la segunda mitad del S. XX. Los elementos de la estructura llevaron a separación de los países, la decisión subjetiva de los políticos oligárquicos motivados por su ideología liberal completó esa realidad.

El propio prócer de la boliburguesía, Simón Bolívar reconocía esta realidad objetiva “…es una idea grandiosa pretender formar de todo el nuevo mundo una sola nación, con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tienen un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, deberían por consiguiente tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse, más no es posible porque climas remotos, situaciones diversos, intereses opuestos, caracteres desemejantes dividen a la América” (1815).

Bajo esas condiciones, las potencias industriales subordinaron a la región a través del comercio. En la Argentina por ejemplo, la oligarquía ganadera y comercial creció y se desarrolló a espaldas del resto de la nación y de rodillas a Gran Bretaña, centrándose en el mercado exterior y sin la menor intensión de un desarrollo industrial ya que Europa proveía de lo necesario. Lo mismo sucedió con todos los países de América Latina que se desarrollaron alrededor de un producto de exportación a Europa y luego a EEUU.
A finales del S. XIX, las características descriptas magistralmente por Lenin del imperialismo ya dominaban al sistema capitalista mundial. El capital financiero norteamericano fue avanzando hacia el sur y transformando a América latina en su patio trasero desplazando a Gran Bretaña. Los monopolios agrícolas, mineros, industriales, petroleros y financieros fueron quedándose con la propiedad de los medios de producción y de cambio más importantes de cada país. En América Central, el Caribe y Sudamérica el capital norteamericana se transformó en el principal capitalista. Las mejores tierras cultivables, los yacimientos mineros o petroleros, las vías férreas, los bancos, la comercialización de exportación quedó en manos de empresas como la United Fruit company, por ejemplo. Los llamados enclaves se desparramaron. El imperialismo manejaba a los países latinoamericanos como repúblicas bananeras explotando a millones de obreros y campesinos secundados con el sable de los estados lacayos. La excepción era la Argentina que tenía su amo radicado en Londres. Recién tras la segunda guerra mundial cayó bajo la órbita yanqui.
 
La economía de cada país fue estructura de acuerdo a los intereses de las grandes empresas extranjeras que producían para el mercado mundial o para el mercado interno. Tan solo en Brasil, Argentina o México existió un desarrollo industrial de bienes de consumo en la llamada etapa de sustitución de importaciones y el “estado de bienestar” de la posguerra. Algunas trasnacionales invertían en algunas industrias “pesadas” para vender en los mercados internos” que en los manuales de historia aparece como “desarrollismo” El resto mantuvo sus características de exportador de materias primas, receptor de importaciones industriales, de inversiones y deudores crónicos.

A partir de la década del 70 el capital financiero internacional impuso en los países sudamericanos el modelo del endeudamiento mediante el terror de las dictaduras militares genocidas. Con el aumento de los precios del petróleo se generó un excedente de liquidez en dinero, entonces los banqueros de Wall Street, el FMI y el BM pactaron con los gobiernos la toma de préstamos lo que generó la famosa deuda externa.

En los 90 esa deuda externa fue usada como excusa para que las empresas del estado pasaran a manos privadas en los conocidos procesos de privatización que dejaron a millones en las calles. China ingresaba al mercado mundial de lleno al igual que Rusia, el Sudeste asíatico y Europa del Este. Millones de obreros superexplotados fueron ofrecidos al capital extranjero, tal esclavistas a los plantadores americanos. La sobreoferta de mano de obra hundió los salarios a nivel mundial. Era la panacea para la oligarquía imperialista. EEUU se concentraba en esas regiones y en medio oriente. Algunos monopolios europeos aprovecharon para ingresar a los negocios sudamericanos. En esas condiciones nació el Mercosur.

Por entonces, las trasnacionales comenzaron el proceso de relocalización de la producción. Brasil y la Argentina fueron elegidas por las automotrices más importantes para radicarse. Las cerealeras y agroquímicas formaron se “república de la soja” que desde el 2003 con los altos precios, se transformó en el oro verde. Con el petróleo sucedió algo similar. La sobre explotación de recursos y de la fuerza de trabajo llevó a cifras comparables al S. XIX. Las riquezas amasadas por los capitalistas fueron un record que con orgullo repiten los gobiernos bolivarianos. De ese festín solo caían algunas migajas para repartirse entre un capa reducida de la clase obrera. Con la crisis del 2008, los cantos de sirenas llegaron para disfrazar los azotes del látigo del capital.

 

Ulises