EEUU - 12 de marzo de 2025
Biden se retira del gobierno con genocidios como en Palestina y aumentando la superexplotación de la clase obrera norteamericana
Con guerras comerciales, ofensivas de coloniaje y atacando duramente a los obreros de EEUU y al proletariado internacional…
El imperialismo yanqui se viste nuevamente de Trump para recuperar la hegemonía que perdió en la política y la economía mundial
Ya pasaron varias semanas de la asunción de Trump. En su jura como presidente de EEUU, estuvo rodeado por los más grandes magnates de las industrias tecnológicas y de los enormes fondos de gestión de negocios de Wall Street: BlackRock, Vanguard y State Street. Estos estuvieron representados por Elon Musk, Mark Zuckerberg de Facebook/Meta, Sundar Pichai de Google, Tim Cook de Apple, etc.
Estos grandes fondos de inversión concentran el 80% del capital financiero y parasitario de EEUU. Controlan más de 11 billones de dólares en inversiones en todo el mundo que equivalen en los negocios que realizan a más del 70% del PBI mundial. Son los emergentes del estallido de la burbuja inmobiliaria de 2008 y de las distintas rondas y crisis bursátiles que no dejan de golpear a la economía norteamericana y mundial.
Trump asumió entonces rodeado de esta superoligarquía financiera que es el resultado de la reconcentración del capital luego del crac mundial y de sucesivas rondas de crisis que se produjeron por el parasitismo del sistema capitalista imperialista en bancarrota de las dos últimas décadas.
Ahora los jefes de Wall Street ya no son solo los superbancos que manejan negocios de sus diferentes monopolios en todo el mundo, sino que han tomado un enorme vigor y se han adueñado de él los llamados grandes gestores de los negocios. Estas han concentrado y absorbido a los distintos superbancos y empresas, muchos de los cuales vienen de quiebra en quiebra, arrojándole su crisis a los tesoros de los estados, a los que vacían con subsidios de todo tipo, y profundizando el ataque a la clase obrera y el saqueo a los pueblos oprimidos.
La Banca Morgan, el Citibank, Mc Donald’s y la Chevron, para dar tan solo algunos ejemplos, es el capital que se ha concentrado y están gestionados por estos nuevos gestores de negocios a través de paquetes accionarios mayoritarios.
Elon Musk y el resto de los custodios de Trump en su asunción, no son más que los parásitos quizás más representativos de estos grandes fondos como BlackRock que deben repartir permanentemente dividendos y utilidades a millones de parásitos que viven de cortar cupones sobre la esclavitud y el trabajo asalariado de la clase obrera y la expoliación del mundo colonial y semicolonial.
Este hombre Elon Musk, que saluda y es un fascista confeso beneficiado por las dádivas a la industria de guerra del estado norteamericano, acumula una fortuna de más de 400 mil millones de dólares. Él, junto a Trump, clama que la nación negra de Sudáfrica debe “devolverle sus tierras” a los blancos fascistas del Apartheid que la ocuparon y saquearon sus minerales y todas sus riquezas. Este es solo un ejemplo de la escalada contrarrevolucionaria que preparan los carniceros de Wall Street para recuperar el control del planeta.
El establishment yanqui viene a llevar hasta el final la ofensiva contrarrevolucionaria mundial que encabezara el gobierno de Biden, que se retira habiendo obtenido dos enormes logros a favor del imperialismo norteamericano.
El primero de ellos son los más de 50 mil palestinos masacrados en Gaza en un verdadero genocidio étnico. Biden devino en el más grande socio y amigo de Netanyahu y creó las condiciones para el regreso del “gran Israel” que, sobre la sangre de las masas palestinas, vuelva a actuar como gendarme de los yanquis en todas las rutas del petróleo en Medio Oriente.
En segundo lugar, Biden se va -y Trump viene a terminar su trabajo- habiendo partido Europa y desorganizado la división del trabajo establecida por Maastricht.
Pintado por la izquierda reformista como un “demócrata”, Biden y su partido demostraron ser representantes de las pandillas más guerreristas de EEUU. Tiraron a Ucrania como un peón para que Rusia la invada en una guerra de partición y ocupación. El imperialismo norteamericano, a partir de esta guerra, le cortó el suministro de gas y petróleo barato a Europa, provocándole una aguda crisis económica y encareciendo enormemente el precio de las materias primas, especialmente de la energía. Esto ha llevado, por ejemplo, a que Alemania sufra la caída de su producción en un 6% y entre en una brutal recesión, quizás la más grande desde la segunda posguerra.
Hoy el mercado europeo, que se había cerrado ante los golpes recurrentes del crac en EEUU, ha quedado partido y dividido. Ucrania ha quedado ocupada por Rusia, con su lucha nacional derrotada, para que ahora, con Trump, en un pacto con Putin, los yanquis se queden con el 90% del botín de esa nación oprimida, partida y saqueada en todas sus riquezas. Es decir, Ucrania ha quedado ocupada y rendida por el carnicero Putin, y los yanquis se quedan con sus “tierras raras”, sus minerales, su gas…
El mercado europeo, a cada golpe de la crisis de EEUU, como la de 2008, 2017, 2020, donde quedaron atrapados sus bancos en los cracs bursátiles, de las burbujas inmobiliarias, etc., se fue cerrando cada vez más, como ya dijimos. Maastricht estableció una división del trabajo desde las estepas rusas a Portugal, que ahora ha saltado por los aires. Trump viene a terminar de dislocar a su gran competidor en el control de la política y la economía mundial, cercando a China y cooptando a Rusia que estaba bajo la égida alemana (como ejemplo de ello, redistribuía el gas barato ruso en toda Europa). Los yanquis para marchar sobre Rusia y China debían previamente derrotar al eje franco-alemán y su control del segundo mercado más grande del planeta que es el del “viejo continente” europeo.
De no ir en ese camino, el imperialismo norteamericano entrará en una bancarrota completa y ello no sucederá pacíficamente, tal cual lo estamos viendo.
Trump viene, entonces, a llevar hasta el final los enormes avances contrarrevolucionarios conseguidos por los yanquis en la “era Biden”: poniendo a su gendarme sionista para recuperar las rutas del petróleo y partiendo al mercado europeo que se había encerrado sobre sí mismo.
La vigencia y actualidad de la definición leninista sobre el imperialismo como fase del sistema capitalista en estado de putrefacción
El imperialismo se trata de los monopolios que organizan su producción en la economía-mundo puesto que las fronteras nacionales ya hace rato impiden todo avance de las fuerzas productivas.
Los monopolios se disputan las distintas ramas de producción, a veces pacíficamente, otras con guerras comerciales y, como ha sucedido ya dos veces en el siglo XX, también con guerras mundiales.
El imperialismo se trata de parasitismo. Ahí están como ejemplos los estallidos bursátiles y de burbujas inmobiliarias, de valores a futuro de commodities, de petróleo, de empresas sobrevaluadas que reparten créditos como dividendos y la quiebra de bancos en cadena que recorren todo el sistema financiero mundial en las últimas décadas, que se expanden desde el ojo del huracán que está en los parásitos de Wall Street y son arrojados al planeta entero. Son los llamados “valores derivativos” que no tienen respaldo alguno en el proceso productivo y en la creación de bienes.
El imperialismo se trata de una lucha a muerte de las potencias imperialistas por las zonas de influencia. Sus monopolios se reparten el mundo disputándose las fuentes de materias primas, la explotación de la clase obrera mundial, etc. Así se hizo en dos guerras mundiales en el siglo XX. El mundo quedó repartido, con la supremacía norteamericana. Pero a partir del ’89, cuando el stalinismo entregó la URSS y demás ex estados obreros a la restauración capitalista, esto cambió drásticamente. Se abrió una lucha entre las potencias imperialistas europeas, que se cerraron, y los yanquis por los nuevos mercados, fundamentalmente por Rusia y China.
Mientras fue el imperialismo angloyanqui, como desarrollaremos en articulo aparte, el que encabezó la conquista de los ex estados obreros en la “era de Reagan y Thatcher”, fue la Alemania reunificada la que esencialmente recogió sus frutos en lo que respecta a Rusia. Organizó la producción de Rusia alrededor del mercado europeo que controló el imperialismo alemán. Así, los derrotados en la Segunda Guerra Mundial se trasformaban peligrosamente en los vencedores del ’89 y los yanquis no podían permitir esta situación que resultó ser una anomalía.
Ahí estaba el gasoducto Nord Stream 2, que iba de forma directa de Rusia a Alemania y cuyo presidente era un ex canciller alemán, Schröder. De eso se trató también la guerra de Ucrania: hacer volar ese gasoducto por los aires, cuestión que no hizo Putin, sino Biden al inicio de esa guerra.
Por otra parte, las nuevas ramas de producción de las empresas tecnológicas que vienen desarrollándose en el último período, como la inteligencia artificial y demás tecnologías aplicadas primero a la guerra y luego a ramas civiles, necesitan de enormes cantidades de nuevos minerales fundamentales para su producción. Las disputas por el coltán, por las llamadas "tierras raras” (que contienen 18 minerales clave), por el oro, el platino, el litio, etc., son feroces por parte de las empresas de coches eléctricos, de inteligencia artificial, de robótica y, sobre todo y fundamentalmente, de la industria militar de alta tecnología.
Esta necesidad de nuevas fuentes de materias primas y la valorización de algunas de ellas por el amplio mercado de empresas tecnológicas que las necesitan, es lo que alienta y fogonea la exacerbación en extremo de los choques entre las distintas potencias imperialistas que vuelven a disputarse las zonas de influencia. Esta cuestión es grave puesto que si la clase obrera no lo impide, llevará a estas a una nueva guerra por el reparto de las zonas de influencia.
Ahí vemos a Trump negociando un “acuerdo de paz” para que Putin y Moscú se queden con una porción del territorio y de los minerales del este ucraniano y con el puerto de Crimea, a cambio de que los yanquis se queden con todo, como vimos: las “tierras raras”, el cobre, los minerales, los commodities…
A esta política ofensiva de EEUU de partir el mercado europeo, de cortarle el circuito del gas ruso a Europa y de dejar avanzar a Moscú militarmente hasta ocupar una parte del territorio ucraniano, una banda de izquierdistas desbocados la llamó “guerra entre la OTAN y Rusia”. Si no hubiera millares de obreros muertos, podríamos decir que esta afirmación de los sirvientes de Putin es una verdadera estupidez.
La realidad es que la OTAN no movió ni su aviación, ni su marina, ni su ejército, ni sus armas de última generación en esa guerra europea. Si esto hubiera sido así, la ofensiva de Rusia en Ucrania no hubiera durado ni 24 horas. La OTAN solo movió lo necesario para que Putin no gane y hoy pueda pactar la “pax” yanqui, con la rendición de Zelensky y la oligarquía ucraniana, quedando esta nación ocupada y como una colonia tutelada. Más que nunca se reafirma la teoría marxista de que ninguna tarea de liberación nacional puede ser llevada adelante y hasta el final por las burguesías nativas, que son todas socias menores del imperialismo, y solo las puede resolver íntegra y efectivamente la victoria de una revolución obrera y socialista.
Hoy se están configurando peligrosamente las condiciones para que la civilización se acerque a nuevas conflagraciones mundiales tal cual viviera el siglo XX, pero a una escala mil veces superior. Es que lo que han avanzado no son las fuerzas productivas, sino que lo que este podrido modo de producción capitalista ha desarrollado son enormes fuerzas destructivas. Los “avances tecnológicos” de los que tanto hablan los apologetas del capitalismo no son más que la reconversión a la industria civil de sectores de la inversión de alta tecnología para la guerra que realizan los estados. Más de 250 mil millones de dólares por año reciben las empresas de alta tecnología militar de EEUU. La UE acaba de habilitar 800 mil millones de euros para el desarrollo militar. Estos fondos los pagan los trabajadores de los países imperialistas y los pueblos oprimidos con hambre, miseria y saqueo. Mientras tanto, EEUU ya controla el 43% de la venta de armas de todo el planeta, arrebatándole una enorme porción de ella a Rusia que está dirigiendo toda su producción para su invasión de Ucrania.
Como decía Lenin, “Ay del que crea que la primera guerra fue la última. La próxima comenzará donde terminó la primera”… Ni hablar de cómo empezará la Tercera Guerra Mundial. Esto actualiza con una enorme validez histórica la alternativa de “socialismo o barbarie”.
A corrientes pseudo-marxistas, sirvientes del capitalismo y lacayas de Wall Street como el stalinismo, les ha gustado alabar el supuesto carácter “democrático” del imperialismo norteamericano y hoy están horrorizadas por la subida de Trump. Pero no olvidemos que ese imperialismo entró a controlar la política y la economía mundial arrojando dos bombas atómicas que hicieron volar ciudades enteras.
EEUU mantiene, por ahora en decadencia, su supremacía en el planeta con genocidios, invasiones y masacres contrarrevolucionarias (impulsados sobre todo durante los gobiernos de los “demócratas”), que harían empalidecer a Hitler…
Mientras tanto, las potencias imperialistas de la UE, sujetas a enormes presiones por el estallido del mercado europeo y el encarecimiento del gas y demás materias primas, desarrollarán, como ya lo están haciendo, tendencias proto-fascistas contrarrevolucionarias y agresivas, como las que plantean la “ruptura de Maastricht”, inclusive para pactar con Trump, como lo hiciera en su momento Inglaterra con el “Brexit”.
Asimismo, en una Europa en profunda crisis política y económica, se perfilan con total claridad las fuerzas beligerantes que han optado por no rendirse ante la ofensiva yanqui. La propia UE ha aprobado una enorme inversión en armamento, como ya dijimos. Ahí está la Francia de Macron planteando que llevará sus ojivas nucleares a Alemania, esta vez junto al imperialismo inglés. Francia viene insistiendo que no va a aceptar ser vasalla de los yanquis, mientras Inglaterra toma distancia del “amigo americano” que se ha cortado solo para recuperar su influencia en el mundo.
La agresividad contrarrevolucionaria de EEUU hoy es directamente proporcional a la que se está creando en la Europa imperialista si queda cercada y fuera de los negocios en la economía mundial y en la pelea por las fuentes de materias primas de Rusia y por la explotación de la clase obrera de China y su enorme mercado interno.
Bajo estas enormes contradicciones, ha regresado Trump. Wall Street considera que ahora sí es su momento. Es que el imperialismo norteamericano vuelve como un huracán al mundo a reclamar lo que es suyo y otros bandidos les arrebataron.
Solo el proletariado norteamericano, el del resto de los países imperialistas y a nivel internacional podrá detener la catástrofe que se avecina.
Trump y los piratas de Wall Street disponen, pero la clase obrera norteamericana, europea y mundial es la que tiene la última palabra
Para imponer sus planes belicistas, nuevos saqueos al mundo colonial, profundizar la guerra económica y hacia el futuro nuevas guerras interimperialistas, el imperialismo norteamericano, como así también las potencias de Maastricht, deben derrotar a sus propias clases obreras. Sin ello, no podrán ir a nuevas aventuras militares. La experiencia de Vietnam así lo ha demostrado.
De las disputas y la guerra comercial entre los yanquis y la Europa imperialista, solo sobrevivirán los que logren conquistar y colonizar Rusia y China, que lejos de avanzar a ser nuevas potencias imperialistas, todas las ya existentes apuntan sus cañones y sus monedas contra ellas. Buscan quedarse con sus mercados internos, sus materias primas y su fuerza de trabajo esclava. El mercado mundial se ha achicado y está lejos de expandirse. Sobran potencias imperialistas. Es más, sobra Alemania que, aliada a Francia, a partir del ’89 resultó ser el más grande competidor que tuvieron los yanquis desde la Segunda Guerra Mundial.
La retirada de las tropas norteamericanas y europeas de Irak, ya entrado el siglo XXI, fue motorizada por la rebelión de los trabajadores de las metrópolis al grito de “¡Ustedes hacen la guerra y nosotros ponemos los muertos!”. En EEUU se puso en pie un enorme movimiento antiguerra. Un nuevo Vietnam amenazaba a la bestia imperialista a su interior, combinado con la heroica resistencia de las masas iraquíes y de toda esa región. Esto terminó por debilitar el control imperialista del Magreb y Medio Oriente y el yanqui en particular, como ya dijimos. Como consecuencia de ello, al finalizar la primera década de este siglo, el sionismo perdía poder de fuego. Se crearon así las condiciones que, junto al brutal aumento de los precios de los alimentos por el crac de Wall Street, empujaron a la apertura de un enorme proceso revolucionario de Túnez a Egipto, de Libia a Siria y en toda esa zona del planeta.
Como respuesta a todo esto, los yanquis lanzaron su actual ofensiva contra sus competidores imperialistas y contra la clase obrera mundial.
Pero, insistimos, las potencias imperialistas saben que, para ir a nuevas disputas del mercado mundial y EEUU a retomar el control del mismo, deben derrotar a su propio proletariado. Tienen que terminar con el “síndrome Vietnam de Irak y Afganistán”.
A esto viene ahora Trump en EEUU, luego de que el genocida Biden con su “rostro humano y democrático” le devolviera el poder de fuego al sionismo en Medio Oriente y partiera el mercado europeo controlando el gas desde Ucrania y entregándole una parte de la misma a Putin, como ya vimos.
Durante sus primeros 40 días de gobierno, Trump sacó más de 100 decretos que despertarían la envidia de cuanto dictador bonapartista o fascista gobierna el planeta. Entre ellos, se destaca el de la deportación masiva de decenas de miles de inmigrantes de EEUU.
De esto se trata la “guerra de Trump”: un ataque brutal a los inmigrantes que son el sector más explotado de la clase obrera norteamericana. Son obreros que huyen de sus países de América Latina, brutalmente expoliados por los parásitos de Wall Street y de la Europa imperialista.
La fundamental guerra de Trump, donde no hay ninguna negociación, es una “caza de brujas” que largó con requisas y allanamientos en todas las calles de EEUU buscando a los inmigrantes. Es una política proto-fascista de atacar a un sector de la clase obrera, estigmatizarlo, transformarlo en el “culpable de todos los males de EEUU” (que fueron provocados por los piratas imperialistas de Wall Street) y expulsarlos fuera del país y alojándolos en prisiones “antiterroristas” como la de Guantánamo.
Esta ofensiva es el inicio de un profundo ataque a todo el proletariado norteamericano. Serán ahora los obreros blancos sin jubilaciones, sin trabajo, viviendo de seguros miserables del estado, los que harán los trabajos de los inmigrantes. Serán los obreros blancos los que entrarán a producir como esclavos. Así son ofrecidos por Trump a las empresas transnacionales que deseen volver a invertir en EEUU, pues allí tendrán una mano de obra igual que la de China.
Trump no viene a restituir el viejo “sueño americano” de la cooptación de la clase obrera blanca durante la posguerra. Viene a terminar de destrozar a su propia base social, los trabajadores blancos, y con ella, a todo el movimiento obrero norteamericano.
EEUU: es la hora del bonapartismo
El gobierno de Trump y Elon Musk viene a imponer al interior de EEUU la política bonapartista y fascista con la cual se disputa el mercado mundial
El gobierno de Trump-Elon Musk viene a poner a tono su política exterior bonapartista y fascista contrarrevolucionaria con el régimen y el gobierno al interior de EEUU.
Las bravuconadas de Trump y la actual ofensiva yanqui tienen en vilo al resto de las potencias imperialistas y han abierto una enorme crisis en la división del trabajo y en la política mundial. El gobierno norteamericano viene a profundizar esa crisis y estallido para recuperar el control y moldear el mundo de acuerdo a sus necesidades y sed infinita de ganancias. Buscan anexionarse Groenlandia, Canadá y hasta el mismo México. Ni hablar de Panamá, que no es más que el destino que le espera a toda América Latina si se impone este plan.
Los yanquis les dicen a las potencias de Europa que, si se quieren defender, que lo hagan financiándose ellas mismos… Mientras, Trump pacta con Putin y así obliga a Maastricht a que pongan de sus presupuestos la plata para defenderse.
En África, Trump le rinde honor a su verdadero vicepresidente, Elon Musk, condenando el proceso revolucionario de los obreros negros que derrotaron al régimen del Apartheid de los fascistas blancos en Sudáfrica, como ya vimos.
BlackRock muestra su verdadero rostro tanto afuera de EEUU como hacia adentro…
Trump asumió indultando a todos sus seguidores que organizaron un putch fascista en el Parlamento yanqui, donde ahora ya logró mayoría absoluta. Gobierna por decreto. Los jueces de Wall Street definirán hasta dónde lo dejan llegar y lo controlan.
En EEUU ha comenzado la crisis del parlamentarismo… La crisis del imperialismo ya no permite sostenerlo. Es la hora del bonapartismo. El gobierno de Biden y los “demócratas progresistas” aplicaron los peores ataques de las últimas décadas a la clase obrera norteamericana. Ya antes Obama, con el crac de 2008, les quitó los seguros de salud, las jubilaciones y enormes conquistas, a la vez que subvencionaba por más de 1 billón de dólares a los bancos de Wall Street en bancarrota.
Con el aumento de la inflación, con la que el imperialismo yanqui financió la quiebra y el parasitismo de sus transnacionales, le volvió insoportable la vida a la clase obrera y las masas. Con la desocupación, la clase obrera blanca fue llevada a la desesperación y a la ruina. Justamente, en esta fragmentación de las masas, en la existencia de sectores desesperados de estas y de las clases medias arruinadas, se asienta la actual ofensiva contrarrevolucionaria de Trump.
Con la promesa de “volver al pasado”, al “sueño americano” de la segunda posguerra, el nuevo gobierno intenta no solo atacar todas las libertades democráticas, sino derrotar y aplastar al movimiento obrero norteamericano y a todos sus sectores, como lo hace hoy con los inmigrantes. Insistimos, el gobierno de Trump busca hacer coincidir la política exterior bonapartista y fascista del imperialismo en todo el mundo, con el régimen al interior de EEUU.
Es el momento del fortalecimiento del bonapartismo, de la figura presidencial, del gobierno por decreto, del Parlamento que delega todos los poderes en un “monarca”… Se está constituyendo un régimen de dominio bonapartista que le permita al imperialismo disciplinar a sus propias masas y unificar a las pandillas burguesas para poder ir a aventuras políticas y militares superiores, a las que inevitablemente tiene que ir si no desea perder totalmente su dominio del planeta, cuestión que no hará de forma pacífica.
Esta intentona bonapartista al interior de EEUU también prueba las condiciones para el fascismo. En distintas ciudades comienzan a ponerse de pie bandas proto-fascistas. La burguesía sabe muy bien que se avecinan durísimos choques con el movimiento obrero negro. Esto es inevitable. Trump tiene el látigo arriba de la mesa: a Elon Musk, que ya está financiando a grupos fascistas en todo el país.
Trump viene también a saldar cuentas con el movimiento negro que lo destronó a patadas en el proceso pre-revolucionario de 2020, que terminó con él escondido en un bunker 14 pisos bajo tierra de la Casa Blanca, mientras la juventud de Minnesota y de todo EEUU luchaba por la disolución de la policía asesina, que había matado a George Floyd.
La tragedia es que hoy vuelve Trump después de que toda la izquierda reformista y la burocracia sindical desviaran esas enormes luchas llamando al apoyo a Biden y al Partido Demócrata. Ellos, ganando las elecciones, demostraron ser especialistas en sacar a las masas de las calles con falsas promesas y “cantos de sirena”, mientras les arrojaron toda la crisis a los obreros norteamericanos y provocaron uno de los mayores genocidios en Palestina.
El actual plan de Trump no habría podido siquiera delinearse sin la ayuda inestimable de su “opositor” Biden, que fue quien sacó a los explotados de escena, para que ahora Trump como verdugo venga por ellos. Uno (Trump) no funciona sin el otro (Biden). Cada uno cumple su función. De eso se trata la estrategia de dominio de las clases dominantes. Como vemos, hoy Trump no estaría funcionando sin la enorme labor que le cumplió Biden a Wall Street. Es que ambos salen de la misma cloaca del capital financiero.
Esta política sería imposible de aplicar sin la colaboración de las direcciones traidoras que van en busca del burgués “progresista” o “amigo de los trabajadores”, para someter a la clase obrera a sus verdugos “democráticos” y así sacarla del camino de la revolución y desorganizar sus embestidas revolucionarias, como desarrollaremos más adelante.
Que las bandas fascistas ya están en las calles de EEUU se ve en el ejemplo de Cincinnati, donde la policía alimentaba el ingreso de fascistas a una comunidad negra, lo que la llevó a esta a armarse de forma generalizada e imponer su propia seguridad. Esto es apenas una muestra de que para nada la clase obrera y el pueblo negro han sido derrotados.
Trump también ataca de frente a la juventud rebelde que viene combatiendo abiertamente la masacre del sionismo y el imperialismo yanqui en Gaza. Amenaza con eliminar los subsidios a las universidades donde haya movilizaciones en apoyo a las martirizadas masas palestinas. Este ataque está cuidadosamente medido, puesto que el movimiento pro-palestino, que es de masas en EEUU, sobre todo en la juventud, no solo llamó a derrotar a Trump, sino a enfrentar a Biden y a todos sus secuaces, a los que acusaron con toda justicia de ser criminales de guerra.
Ese movimiento juvenil está de pie. Ha roto con ese régimen infame donde el Partido Demócrata, como ya dijimos, viene con “frases dulzonas” para adormecer a las masas y sacarlas de las calles, mientras profundiza su ofensiva contrarrevolucionaria en el planeta, para que luego venga Trump y termine de aplastar directamente a los explotados sublevados.
Como vemos, a nivel internacional y en EEUU, el imperialismo yanqui debe pasar de las palabras a los hechos. Esto se define en la lucha de clases y el resultado está por verse.
La clase obrera norteamericana, por traición de sus direcciones, entra con sus filas divididas a batallas decisivas, pero los piratas yanquis, pese a las bravuconadas de Trump, buscan impedir derrotas prematuras y son cuidadosos. Intentan rendir a sus competidores y a sus agentes díscolos en el planeta con chantajes, durísimas guerras comerciales y barreras aduaneras, que pagarán los trabajadores y pueblos oprimidos con inflación y carestía de la vida.
Mientras tanto, los grandes trust que han concentrado al capital financiero luego de enormes crisis, como vimos en el caso de BlackRock y demás gestores de negocios, convertirán o reconvertirán las distintas ramas de producción que controlan en la economía-mundo en función de cómo queden sus ganancias en esta guerra comercial que está en curso.
Estos trust controlan los cártels, que son los que fijan los precios de los productos en el mercado mundial.
Cuando cerramos esta declaración, ante el anuncio de una posible recesión por la imposición de aranceles de EEUU, se produjo una fuerte caída de las bolsas. Muchas de las empresas imperialistas verán desplomarse su valor y serán absorbidas a bajísimo costo por estos mismos trust, que volverán a concentrar el capital. Y los cártels volverán a fijar los precios si hay inflación. Siempre perderán las masas con trabajo esclavo y carestía de la vida.
Los trabajadores no deben ser engañados: solo la clase obrera y los explotados son los que pagarán esta guerra comercial “de los de arriba”.
Lo que permitió la subida de Trump y la actual ofensiva imperialista: el accionar de las direcciones traidoras que desorganizaron lo que las masas construyeron en sus heroicos combates
La farsa de la nueva “Internacional Progresista”
Al decir de Lenin, el imperialismo es, y la realidad lo reafirma, la escisión del socialismo, es decir, que las potencias imperialistas solo pueden sostener su política contrarrevolucionaria creando y recreando una aristocracia y burocracia obrera, a las que compran con monedas “que se caen de las superganancias del saqueo del mundo semicolonial”.
Está claro que sin los partidos social-imperialistas, sin que el imperialismo hubiera mantenido al stalinismo como fuerza contrarrevolucionaria en los sindicatos del mundo y ahora sin la cooptación de los renegados del trotskismo que liquidaron la IV Internacional, estas ofensivas contrarrevolucionarios se hubieran roto los dientes ante los enormes combates que dio el proletariado mundial en lo que va del siglo XXI.
No hubo país ni continente donde las masas no entraran en enormes luchas y maniobras de ofensiva revolucionaria que el reformismo quiere ocultar. Se podrían escribir libros enteros sobre ello. Basta recordar que Trump fue acorralado con el grito de “disolución de la policía” y “las vidas negras importan”. Que los yanquis se fueron derrotados de Irak, como ayer de Vietnam. Que más de 250 mil revueltas sacudieron toda China en las últimas dos décadas y fueron brutalmente aisladas y masacradas. El continente negro no ha dejado de combatir. El proletariado griego, del Estado Español, de Francia protagonizaron enormes combates contra el ataque de los capitalistas. La clase obrera y los campesinos de América Latina jamás se rindieron. En Medio Oriente, es donde más avanzó el proceso y la lucha de clases entró en fase de guerra civil.
Fueron los traidores del reformismo los que en las últimas décadas desincronizaron estos combates, los dispersaron y los pusieron a los pies de las burguesías “progresistas o democráticas”, como ellos llaman a estos verdugos de las masas. Ya antes en América Latina los habían sometido a los estafadores de la “Revolución Bolivariana” que terminaron junto al castrismo garantizando incluso la restauración capitalista en Cuba.
En las guerras de opresión nacional y contrarrevolucionarias, pusieron a la clase obrera en las trincheras de los enemigos de los trabajadores y el pueblo, como Putin en Ucrania y Al Assad en Siria.
En 2013-2014, todos se abrazaron al “frente antiterrorista” organizado por Francia y EEUU para aplastar los procesos revolucionarios en Medio Oriente, como hicieron en Siria y Yemen.
Fue la así llamada “Nueva Izquierda” la que con el frente “anti Trump”, sometió a la clase obrera norteamericana a Biden y a sus aliados de “izquierda” como los Boric, los Lula, los Morales, los Petro, para desviar la revolución en América Latina.
El rol del stalinismo fue cruel en África, donde controló los procesos de levantamientos de los trabajadores y explotados y los puso a los pies de las burguesías negras como en Sudáfrica, Mozambique, Zimbabwe, Kenia. En el África Subsahariana fueron los oficiales burgueses de los ejércitos los que expropiaron la lucha antiimperialista de las masas oprimidas.
En Europa, el stalinismo desde la dirección de los sindicatos entregó la lucha de la heroica clase obrera francesa, a la que le arrancaron gran parte de sus conquistas. Traicionaron el proceso revolucionario en Grecia, donde hoy los trabajadores y la juventud intentan volver al combate.
Con la invasión de Putin a Ucrania, se consolidó el control de las bases militares rusas que disciplinan a las masas en Kazajistán, Bielorrusia, Armenia, etc., mientras se escarmienta al proletariado europeo y lo chantajean con crisis económica, despidos e inflación, como sucede hoy en Alemania.
Estos son tan solo algunos ejemplos de que fue la traición de las direcciones que desviaron, sometieron y desorganizaron las ofensivas de masas, lo que permite hoy esta contraofensiva contrarrevolucionaria de Trump y las pandillas de Wall Street, BlackRock y sus gerentes fascistas.
Esta vez con las masas en la resistencia, los choques de clase son inevitables. Para profundizar las disputas interimperialistas y pelear el mercado mundial, cada potencia imperialista, como dijimos, debe tener las manos libres derrotando a su clase obrera. Esto están lejos de haberlo logrado. En el resultado de esta batalla, que hoy el proletariado por traición de sus direcciones debe dar a la defensiva, se define el futuro de la civilización: si se va a la revolución y el socialismo, o se va a la guerra. La alternativa es socialismo o guerra.
Trump viene a terminar la obra de Biden, mientras, con la guerra comercial actual, prepara las condiciones para en un futuro lanzar un ataque en toda la regla a China
Son las traiciones al proletariado las que permiten que vuelva Trump a concluir el trabajo de Biden. El nuevo gobierno de Wall Street viene a cosechar una victoria total en Ucrania, recompensando a Putin por la derrota y ocupación de una parte de esa nación oprimida, cuestión que le permite ahora a los yanquis quedarse con todas las fuentes de materias primas que abundan en Ucrania. Dejan a esa nación oprimida tutelada y partida. Esta cuestión vuelve a poner a la orden del día que la lucha por la liberación nacional solo la puede dirigir el proletariado con el método de la revolución proletaria, en unidad con la clase obrera europea y a nivel internacional. Fue obsceno ver durante años de guerra a las corrientes izquierdistas que marchaban sobre los tanques de Putin o mendigaban “más armas” a la OTAN, cuando esta jamás entregó un misil de más que impidiera la partición actual de Ucrania demarcada por una guerra de trincheras.
Trump viene a terminar de dislocar el mercado de las potencias imperialistas de Europa. Viene a poner en pie esta vez al “gran Israel” con una nueva ocupación como la de 1948 pero no solo de Palestina, sino también de Líbano, Siria, Jordania, etc., donde el sionismo ya está impulsando una abierta política de expansión.
“Primero EEUU”, dice Trump. Ello significa: “primero los parásitos de Wall Street”, porque a la clase obrera norteamericana no le tocará nada de las superganancias de sus verdugos.
Trump viene a definir a favor del imperialismo yanqui las guerras contrarrevolucionarias que están en curso, a avanzar con pactos de sometimiento sobre Rusia haciendo estallar el mercado europeo y a anexar a Canadá y a amedrentar a México y por esa vía, poner en la mira de su fusil a toda América Latina, mientras declara la suba de aranceles contra todos.
Mientras tanto, la guerra comercial yanqui con China es clave, puesto que esta tiene por su superávit comercial una sobreacumulación de inversiones que se chocan con sus fronteras nacionales y un mercado mundial que no puede controlar. Es decir, sus ramas de producción chocan permanentemente con los límites de su mercado nacional. China tiene 11 fábricas de coches eléctricos que no puede exportar como tales a ningún país. Es que China no puede exportar capital bancario e industrial y establecerse en los distintos sectores de la economía-mundo. Es una poderosísima burguesía comercial pero que no controla ramas de producción a nivel mundial.
Los monopolios son de bandera. China solo puede desarrollar una política militar defensiva, custodiando sus propias fronteras. No posee bases militares agresivas en ningún sector del planeta.
China atraviesa una crisis de sobreproducción de todo tipo: de minerales, de acero, de autos, de burbujas inmobiliarias, etc. Intenta inundar con sus productos el comercio mundial. Las barreras aduaneras de EEUU le provocan un duro golpe.
En cuanto a su industria de “alta tecnología”, basta ser serios y rigurosos para saber que detrás de esas empresas y asociaciones a ellas están los mismos señores y parásitos de las tecnológicas yanquis que estaban parados detrás de Trump en el estrado el día que juró como presidente.
El plan del imperialismo norteamericano es que China estalle, porque no controla el mercado mundial, no tiene zonas de influencia, ni puede colocar su producción donde quiere, más allá de comprar e invertir en extracción de materias primas para hacer funcionar su economía. El mundo ya está dividido y repartido. No hay lugar siquiera para las potencias imperialistas emergentes a partir de la Segunda Guerra Mundial.
Para muestra, un botón: China controlaba con sus empresas navieras y portuarias el Canal de Panamá. ¿Alguien cree que los yanquis o alguna potencia imperialista europea por más pequeña que sea, iban a permitir que eso siguiera así? ¡Por favor! En 24 horas, las empresas chinas fueron despedidas del Canal de Panamá. BlackRock se quedó con toda la administración.
La guerra comercial que está en curso no es contra China, sino por China. Todas las potencias imperialistas quieren quedarse con ella. Es más, los piratas de Maastricht ya le habían firmado los acuerdos de la “Ruta de la Seda” para abrir un libre comercio con China, a través del desarrollo de ferrocarriles, puertos, navieras, etc. que llegaran de Pekín a Europa. Ese avance de la UE realmente hubiera liquidado a EEUU del centro de la escena de la economía y la política mundial.
Los yanquis supieron dónde pegar: partieron Europa, dislocaron la división del trabajo a su interior, hoy pactan con Putin y desde allí se preparan a ir por la “gran China”.
Pero, afirmamos, la clase obrera no se ha retirado de escena. En su lucha y en la revolución socialista está el futuro de la civilización humana. No nos cansaremos de plantear que una Tercera Guerra Mundial comenzará como terminó la Segunda. Las contradicciones que empujan hacia ella se están desarrollando y son intrínsecas al modo de acumulación capitalista en la época imperialista.
¿Ya se abrió el camino hacia la Tercera Guerra Mundial? No. Insistimos, la clase obrera no ha sido derrotada ni ha dicho la última palabra. Pero, en última instancia, la verdadera crisis que tiene el proletariado para dar una salida a la crisis de la civilización, es la crisis de su dirección.
La clase obrera mundial debe saber que en EEUU no solamente está la bestia imperialista, sino su más grande aliado: el proletariado norteamericano que hoy con su juventud se subleva contra la masacre en Palestina, como ayer lo hicieron contra la guerra en Irak y Vietnam y en miles de combates por sus demandas.
No hay tarea más decisiva para los revolucionarios en el momento actual que definir con claridad ante los ojos de la clase obrera quiénes son sus aliados y quiénes son sus enemigos y cómo actúan para traicionarla.
Para el reformismo, el socialismo es una cuestión “del futuro”, cuando la civilización humana ya está en medio de la catástrofe capitalista y a un paso de la apertura del camino a la guerra.
Para los revolucionarios, la lucha por la revolución socialista internacional es una cuestión de vida o muerte como tarea presente e inmediata. La clase obrera debe volver a intentarlo o será gravemente castigada por la historia puesto que lo que vendrá será la guerra.
Afirmar, como hacen los voceros de esa siniestra “Internacional Progresista”, que el proletariado puede mejorar su nivel de vida y “ampliar la democracia” en los marcos de este sistema en bancarrota, no es solo una política reaccionaria, sino una oscura política contrarrevolucionaria.
Las masas jamás faltaron a la cita. Son sus dirigentes los que las traicionan.
Si el “socialismo es para el futuro” como dice la izquierda reformista, el presente será la guerra, los genocidios y la contrarrevolución. Es el momento de reagrupar las filas revolucionarias de la vanguardia del proletariado mundial: revolución, revolución y revolución… o guerra.
Donde más pérfida y siniestra se demuestra la política de la lacra stalinista que entregara los estados obreros en el ’89, es cuando quieren hacer figurar a Biden como “demócrata” y “progresista”, y a Xi Jinping y Putin como “luchadores antiimperialistas”. Esto es un crimen político para sostener a esos gobiernos, que son de los más contrarrevolucionarios y fascistas contra sus clases obreras, quizás los mayores del planeta entero. En China y Rusia no hay derecho a hacer sindicatos, huelgas ni mucho menos, a atacar un banco o empresa imperialista de los miles que existen allí y están asociados a los oligarcas nativos.
Si esta lacra stalinista puede hablar, traicionar y seguir engañando a las masas es porque los ex partidos de la IV Internacional se volvieron como ellos: stalinistas.
La premisa del programa de los trotskistas mantiene toda su vigencia: la crisis de la humanidad es la crisis de la dirección revolucionaria del proletariado.
El programa de la IV Internacional, fundada en 1938, mantiene toda su actualidad y ha pasado toda la prueba de la historia. No lo han hecho y lo han traicionado los que hablaban en su nombre, que incluso han destruido la IV Internacional, el Partido Mundial de la Revolución Socialista.
El proletariado no tiene un estado mayor internacional a la altura de los planes de guerra de sus enemigos de clase. Esa es la verdadera crisis de la clase obrera.
¡Por un nuevo reagrupamiento revolucionario del marxismo principista y las fuerzas revolucionarias del proletariado mundial!
¡Bajo las banderas de la IV Internacional!
¡La clase obrera primero!
¡Para que las masas y los pueblos oprimidos vivan, el imperialismo debe morir!
Carlos Munzer
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