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Prólogo

La obra que le presentamos al lector está dedicada a introducirnos en cuestiones claves del marxismo que la lucha de clases, de fines del siglo XX y de los primeros años del siglo XXI, le ha planteado al movimiento socialista revolucionario internacional.
En primera instancia, nos referiremos en este trabajo a la liquidación, entrega y destrucción de los estados obreros por parte de la burocracia stalinista. Estamos hablando de la restauración del capitalismo en la ex-Unión Soviética, en Europa del Este, y en China y el sudeste asiático. Estos acontecimientos ocurridos en 1989 marcaron la derrota de la primera experiencia de la clase obrera en el poder, que llegara a expropiar a la burguesía en un tercio del planeta, con el triunfo de la revolución de Octubre de 1917 en Rusia, dirigida por la III Internacional y el bolchevismo.
El programa de la IV Internacional de 1938 había definido esta posibilidad histórica luego de que la burocracia stalinista, asentada en las derrotas de la revolución europea, derrotara al proletariado soviético y degenerara a la URSS, el primer estado obrero victorioso conquistado por el proletariado. Pero lo que es más grave aún es que la burocracia stalinista terminó estrangulando la conquista más importante del proletariado mundial en el siglo XX que fue la III Internacional. Solo así pudo el stalinismo imponerse contra el bolchevismo, traicionando y derrotando una cadena de revoluciones, desde China en el ‘27, como también en Inglaterra, Francia, Alemania y España del ‘36.
Este programa definía que “el pronóstico político tiene un carácter alternativo: o la burocracia se transforma cada vez más en órgano de la burguesía mundial dentro del estado obrero, derriba las nuevas formas de propiedad y vuelve a hundir al país en el capitalismo; o la clase obrera aplasta a la burocracia y abre el camino hacia el socialismo”.
De la lacra stalinista surgió así una nueva clase poseedora, agente ya no indirecto sino directo de la burguesía mundial al interior de los países donde fuera restaurado el capitalismo. Un socio fiel de las transnacionales y Wall Street que le garantizó nuevos mercados, zonas de influencia y mano de obra esclava al capitalismo mundial en bancarrota.
A este período abierto en 1989, pseudomarxistas, revisionistas, incluidos los renegados del trotskismo, lo llamaban un nuevo período histórico de “expansión del capitalismo mundial” unos y, otros decían que el siglo XX había sido un “siglo corto”, porque había caído el “socialismo real”. Estos académicos stalinistas le daban tantos superpoderes a la burocracia que para ellos, ésta no sólo administraba para su beneficio al estado obrero, sino que, como si fuera un chiste de mal gusto esta pudiera tener control del tiempo acortando la duración de un siglo. Una verdadera brutalidad de las cacatúas del stalinismo. La burocracia no fue más que una excrecencia del estado obrero producto de los retrocesos y de las traiciones y derrotas que ésta le impuso a la revolución mundial.
Pero mucha agua ha pasado ya bajo el puente. Ésta arrastra ríos de tinta de charlatanes contra el marxismo y la clase obrera mundial, que se dieron de bruces con los hechos de la vida misma. El siglo XX duró lo que tenía que durar, con sus triunfos y derrotas. La impronta estuvo puesta por la traición de la dirección que el proletariado tuvo a su frente.
Nos quieren hacer creer, como hacían Hobsbawn (historiador inglés 1917-2012) y sus seguidores filo-stalinistas, que la suerte de la clase obrera, e inclusive la duración de un siglo de lucha, estuvo atada a la suerte o desgracia de los traidores de la burocracia stalinista.
En el siglo XX, el imperialismo mundial había logrado expropiar tres grandes conquistas del proletariado, corrompiendo para sobrevivirse a la aristocracia y las capas superiores del proletariado: la II Internacional, en la Primera Guerra Mundial; la III Internacional, luego de la derrota de la revolución europea y el aislamiento de la URSS; y, culminando el siglo XX, con el salto a la degeneración y el revisionismo abierto de los renegados del trotskismo que liquidaron la IV Internacional.
El siglo XX ratificó entonces, que el imperialismo se sostenía no por el vigor del capitalismo sino por la escisión del socialismo, como dijo Lenin, ya que, el capitalismo en su fase parasitaria se asienta en la aristocracia y burocracia obreras a las que corrompió y corrompe a cada paso.
La crisis y dispersión de la IV Internacional, la destrucción de sus cuadros, fue el último y más grave golpe dado por el imperialismo mundial a la clase obrera para liquidar todo vestigio de internacionalismo militante en sus filas, cuestión que la distinguiera desde que surgió como clase consciente, en el siglo XIX y en gran parte del siglo XX.
Por otro lado, los filo-socialdemócratas provenientes de las filas de la IV Internacional, siguiendo a charlatanes de la burguesía como Fukuyama y al “sentido común”, se referían a la caída de los estados obreros como “el fin de la historia”. Ellos gritaban a los cuatro vientos que se había abierto “un nuevo ciclo de expansión de las fuerzas productivas de carácter histórico”.
Otros más timoratos y vergonzantes, como el PTS de Argentina, mientras se hacía gramsciano -un ala más del stalinismo mundial en los ‘30-, llegaron a afirmar que a partir del 89 el imperialismo se iba a expandir desarrollando la “democracia burguesa” para dominar el mundo. Es decir que para ellos se había reinstalado una nueva época de reformas y de crecimiento orgánico del capitalismo como en el siglo XIX. No se animaban a decirlo hasta el final y por eso planteaban que en momentos de crisis regía el Programa de Transición para la revolución socialista y en momentos de paz, el programa mínimo y máximo y “acumular poder popular” como decía Gramsci… pero si el imperialismo desparramaba democracia en el mundo, se preparaban para ser revolucionarios algunos días de su vida pero reformistas la vida entera.  Esta gente seguramente no estuvo en Irak, en Palestina, en Chechenia o en los Balcanes, recibiendo los bombazos que la OTAN y el imperialismo lanzaban con “democracia”. La realidad rápidamente hizo chocar también a estas corrientes contra el paredón de los hechos. La aparición de los balances falsificados de la Enron y las transnacionales del Silicon Valley en 1997, que ocultaban los valores reales de las empresas tecnológicas, provocó una crisis mundial hasta el 2001. Esta crisis empujó al imperialismo yanqui a nuevas aventuras militares para salir de la misma, como las invasiones a Afganistán e Irak. Y así, con los bombazos de los carniceros imperialistas bajo el mando de las empresas petroleras, se demolían las pseudoteorías de los charlatanes apologetas del capitalismo, como hoy termina de hacerlo la crisis de Wall Street.
Luego de la derrota del ‘89, como en una feria de druidas, brujos y embusteros, surgían nuevas teorías que sólo repetían viejas fórmulas que ya habían sido superadas por el marxismo. La cuestión era mucho más sencilla. En 1989 se hundían los estados obreros en manos de la burocracia restauracionista que, estrangulando la revolución socialista internacional, dejó aislada las revoluciones socialistas en cada país. Se le hizo creer a la clase obrera, que se podía construir el socialismo en países atrasados, e inclusive en islas aisladas.
El ‘89 es la bancarrota de la teoría y el programa traidor del “socialismo en un solo país”, pero la tragedia es que esto lo pagó la clase obrera. La IV Internacional, usurpada por el oportunismo, no estuvo a la altura de los combates que la clase obrera emprendía a fines de la década del ‘80 contra la burocracia stalinista. Ya en décadas anteriores se había adaptado, en manos del revisionismo, a las direcciones traidoras de las masas y renunciado a su tarea histórica.

Luego del ‘89, los renegados del trotskismo le dan una sobrevida al stalinismo para que siga traicionando al proletariado mundial

Estamos acercando a nuestros lectores, en la primera parte de este libro, una segunda edición de las Tesis de 1989 escritas por nuestra corriente, hoy Fracción Leninista Trotskista Internacional, en el año 2000. Pasaron ya muchos años desde que diéramos esa dura batalla en el terreno de la ideología, de la teoría y del programa contra el revisionismo que sacudió al marxismo, cuando caían los estados obreros. El revisionismo que liquidaba al marxismo le echaba la culpa de la derrota del ‘89, no a las direcciones traidoras y a la burocracia stalinista, comprada por el imperialismo mundial, sino al marxismo y al programa de la IV Internacional y su combate que preparó todas sus fuerzas para la pelea histórica de derrocar a la burocracia stalinista, como un eslabón de una única revolución socialista internacional, tanto en el mundo semicolonial como, de forma decisiva, en los países imperialistas.
Le echaban la culpa al marxismo, los mismos liquidadores de la IV Internacional que habían sostenido al stalinismo sobre sus hombros durante décadas en Occidente. Lo mismo hicieron en Oriente, puesto que capitularon o bien sostuvieron por izquierda a la burocracia stalinista que se dedicó a aplastar cuanto levantamiento revolucionario de la clase obrera hubo contra ella, a fines de la Segunda Guerra Mundial. Así fue en Alemania oriental en el ‘53, en la revolución húngara del ‘56, en la Checoslovaquia del ‘68 y en las sucesivas luchas heroicas del proletariado de la URSS contra la canalla stalinista.

Los hechos confirmaron que los renegados del trotskismo, que durante Yalta, en la post guerra, siguieron como el alma al cuerpo al stalinismo o a cuanta dirección traidora oprimía y corrompía a la clase obrera mundial, en 1989 terminaron de cruzar el Rubicón, destruyendo toda continuidad del combate de la IV Internacional.
Durante décadas sus adaptaciones llevaron a capitulaciones y éstas devinieron en una degeneración abierta del movimiento, que pegó un salto en el ‘89, con un revisionismo desfachatado contra el marxismo viviente, es decir, el trotskismo, echándole la culpa a éste de las derrotas y no a sus propias capitulaciones y adaptaciones a las direcciones traidoras.
Se convirtieron en una “nueva hornada de menchevismo” que, como flanco izquierdo de ese nuevo agrupamiento internacional contrarrevolucionario que es el Foro Social Mundial, pasaron a garantizar y legitimar una sobrevida del stalinismo contrarrevolucionario y sus desechos, para que este siga estrangulando revoluciones a nivel internacional, luego de 1989.
Como si fuera una paradoja histórica, luego de que la burocracia de Moscú huyera con las valijas llenas de dólares, devaluando el rublo, para esconderlos en el Citibank o la City de Londres; luego de que la burocracia stalinista masacrara a las masas en Tienanmen, en China, y pusiera al proletariado de ese país bajo condiciones de esclavitud tales que hasta el mismo Hitler se sonrojaría; los desechos del stalinismo siguen estrangulando los procesos revolucionarios del proletariado mundial.
¿Quién los legitima? ¿Quién permitió que esta lacra histórica se sobreviva? En primer lugar la burguesía y el imperialismo, que los colocó como partidos contrarrevolucionarios confiables ya probados en muchísimos países para estrangular los procesos revolucionarios de las masas. Pero esto no se podría haber consumado sin que por izquierda los legitimaran los liquidadores de la IV Internacional.

En 2011 el PC griego le rompía la cabeza a la vanguardia obrera para que no incendie el Parlamento de la Troika de los banqueros imperialistas. Este es un ejemplo que demuestra que el stalinismo, pese a traicionar las más grandes conquistas del proletariado mundial pudo seguir jugando todo su rol contrarrevolucionario. Como lo es también la burocracia stalinista del Cosatu de Sudáfrica asesinando obreros a mansalva junto a los patrones de la Anglo American. O, para dar otros ejemplos graves de esta continuidad del stalinismo, corrompiendo y estrangulando la revolución proletaria, podríamos hablar de la nueva burguesía cubana, emergente de la lacra stalinista del PC, que está entregando Cuba a Obama y a la resistencia obrera y campesina de Colombia al imperialismo. Ni hablar del stalinismo chileno que hoy puede volver a jugar el mismo rol contrarrevolucionario que jugara en 1973, estrangulando la revolución de los Cordones Industriales, en Chile. Ni del canallesco rol del PC kurdo cercando actualmente la resistencia siria separándola de las masas de la región, sosteniendo así el genocidio de Al Assad.
 Alguien le garantizó esta sobrevida a la lacra stalinista y sus desechos. Alguien le dio la razón a sus pseudoteorías y programas traidores con los que estrangularon la revolución durante décadas. Fueron los renegados del trotskismo con sus adaptaciones y su revisionismo contra el trotskismo, desde el ‘89 mismo. Los liquidadores de la IV Internacional de ayer y de hoy le echaron la culpa al marxismo y al trotskismo de las derrotas. El problema, afirmaban, eran las masas atrasadas que “tiraban las estatuas de Lenin” y no los traidores que usaron a los dirigentes internacionales como íconos, con los que se escudaron para aplastar la revolución internacional y al proletariado soviético. Trotskistas desengañados refunfuñaban por los rincones “Trotsky se equivocó, fue muy sectario”, “la culpa la tuvo el bolchevismo que le dio origen al stalinismo”, “la culpa es del atraso de los obreros”. Mientras, otros llamaban a las derrotas y a la caída de los estados obreros triunfos de “revoluciones democráticas”.
Todo el peso y la autoridad del marxismo revolucionario fueron puestos a disposición de cubrirle la espalda al stalinismo y sus traiciones y echarle la culpa a las masas de sus derrotas.

Afirmamos que en 1989 emergió, de años de adaptaciones y capitulaciones, una nueva hornada de menchevismo. Así vemos al SWP norteamericano sosteniendo abiertamente a la ex-burocracia castrista hoy devenida en burguesía o a Alan Woods llevándole el programa de transición a Chávez. Hay decenas de estos ejemplos grotescos de la crónica de una traición anunciada. Como los dirigentes del NPA francés, esa “nueva izquierda anticapitalista”, yendo a estrangular las revoluciones de las colonias de su burguesía imperialista, como hicieron en Guadalupe en 2009 exigiendo su rendición al grito de “los ciudadanos franceses no pagaremos con nuestros impuestos vuestros aumentos de salario”. El apoyo desembozado de todas las sectas nacional trotskistas de Argentina, como el FIT, apoyando la política de “vía pacífica al socialismo” de Syriza en Grecia, una corriente socialimperialista enemiga de la revolución proletaria, es una anécdota más de una cadena de rupturas con el programa del marxismo de gente que ya hace rato ha renegado de la revolución proletaria y de la lucha por la dictadura del proletariado.
Este prologo se agotaría de ejemplos. Pero hay uno que no podemos soslayar, porque ya han actuado como la quinta columna stalinista en la España de los ‘30, al acusar a las masas de Libia, Siria y Medio Oriente de ser agentes del imperialismo, cuando éstas enfrentaban a sus jefes, los gobiernos contrarrevolucionarios de Al Assad y Khadafy, los más grandes agentes del imperialismo en la región. Son los que proclamaban que con asambleas constituyentes triunfaban las “primaveras árabes”. Sin embargo, hoy presenciamos nuevas sublevaciones revolucionarias de las masas de Egipto y Túnez porque el pan aún no se ha conquistado. Sólo se conseguirá con el triunfo de la revolución socialista.
La Historia no le perdonará a los renegados de la IV Internacional, a ese nuevo stalinismo rastrero, esas calumnias que significaron verdaderos tiros por la espalda a las heroicas masas de Siria y Libia. Hoy Chávez, Morales y Castro que encabezan el club de lloronas de Khadafy, seguidos por sus perros falderos de la izquierda reformista mundial, han llamado a los obreros a votar por Obama. Los mismos canallas que acusaban de ser tropas terrestres de la OTAN a las milicias de harapientos que combatían en Misarrata y Bengasi o que hoy lo hacen contra los que combaten en Homs y Deraa, contra Al Assad. Ya han pasado más de 70 años de los tiros por la espalda contra el POUM y el CNT españoles, que les disparara el stalinismo a sus dirigentes que combatían en la avanzada contra Franco. Pero esta vez, sus continuadores están directamente en la barricada del “Franco” Al Assad y el “Franco” Khadafy. La Historia no se los perdonará. Las nuevas generaciones del proletariado no se lo perdonarán jamás.
De allí la importancia de comprender que el revisionismo en el marxismo, producto de las derrotas de 1989, se encarna hoy y tiene continuidad en una política reformista, socialchovinista y de sometimiento del proletariado a la burguesía como la que tuvieron el stalinismo y la socialdemocracia en el siglo XX.

La crisis de la humanidad se reduce, en última instancia, a la crisis de dirección revolucionaria del proletariado. El revisionismo del ‘89 la ha agudizado aún más

Esta cuestión está lo suficientemente desarrollada, como verá el lector, en capítulos específicos de esta obra dedicados a ella.
Asimismo desarrollamos, en la presente edición, un balance histórico de la IV Internacional, el partido fundado a fines de los ‘30 por León Trotsky junto a valientes cuadros revolucionarios internacionalistas con el objetivo de derrotar a la burocracia stalinista que usurpaba el poder en la URSS y de extender la revolución socialista a las potencias imperialistas, dándole continuidad a la III Internacional revolucionaria de Lenin y Trotsky.
Hoy debemos remarcar que el objetivo de ese cruel revisionismo que acompañó la derrota de 1989 pretendía no dejar piedra sobre piedra del marxismo y que hoy no existieran los cuadros revolucionarios que se preparen para intervenir audazmente en este nuevo período histórico abierto en el 2007-2008 con la crisis y bancarrota de Wall Street y el sistema capitalista mundial.
Por más que hoy el revisionismo quiera desdecirse y borrar lo que escribió, no podrá hacerlo. Sus huellas están en cada una de las derrotas y traiciones al proletariado mundial de los últimos años.
A la nueva generación del proletariado estas viejas discusiones quizás le parezcan extrañas, pero debe saber que hubo corrientes que desde 1989 le han dicho al proletariado que fue el culpable de sus derrotas, de la caída de los estados obreros. Ellos dijeron durante años que las conquistas se perdieron por culpa de la clase obrera y no de sus direcciones. De allí la pseudoteoría de “crisis de subjetividad” con la que justifican todas sus traiciones.
El ‘89 y los acontecimientos de las últimas décadas no han hecho más que demostrar la premisa del Programa de Transición de los trotskistas que plantea que la crisis real que impide la victoria de los explotados es la crisis de dirección revolucionaria del proletariado mundial. Es la sobreabundancia de direcciones traidoras pagadas por el capital la que impone la más cruel de las derrotas, la que garantiza la pérdida de cada una de las conquistas del proletariado internacional sometiéndolo a la burguesía. Resolver esta cuestión es la tarea fundamental del movimiento revolucionario internacional.

A sólo dos décadas, sin embargo, de la caída de los Estados Obreros, asistimos a la bancarrota del imperialismo, que ha sacudido al planeta como un tsunami. Como dijo un perspicaz analista burgués, estamos frente a “un 1989 del capitalismo”.
Aun subsumiendo nuevos mercados, nuevas fuentes de materias primas y nueva clase obrera que super-explotar, recuperando los estados obreros, el sistema capitalista mundial no ha hecho más que demostrar su bancarrota. No pudo recrear ningún ciclo de expansión de conjunto de la economía mundial que no sea por dos, tres o cuatro años y sólo en zonas particulares del planeta. Y esto lo ha hecho con nuevas guerras y aumento del saqueo y la barbarie; desarrollando a grados extremos el parasitismo de la super-oligarquía financiera mundial que estrelló su buque insignia, Wall Street, tirándole toda su crisis a las masas del mundo. El estallido de Maastricht, con potencias imperialistas de segunda hundiéndose con nuevos “tratados de Versalles” en Europa, impuestos por Alemania y EEUU, son un ejemplo de que estamos ante LA crisis. Sobran potencias imperialistas. El ciclo expansivo de negocios en el Pacífico o de minerales y commodities en el mundo semicolonial solo constituyen tendencias contrarrestantes provisorias a la crisis de la economía capitalista, donde las transnacionales extraen fabulosas superganancias pero a condición de hundir en la crisis y en el marasmo a la mayoría del planeta comenzando por la economía de los países imperialistas que ya han iniciado una recesión abierta. Y esto sucede mientras el capital financiero internacional tiene atiborradas sus cuentas de bonos devaluados y sin valor.
La crisis que estallara en 2007 desnudó que el capitalismo se había gastado los beneficios que aún no había producido. Los valores existentes no se correspondían, y no se corresponden aún,  con los bienes existentes. Y allí donde el trabajo humano no ha creado un bien, no hay Dios que le de valor a una moneda, a un cheque, a una acción, a una hipoteca o a un bono de deuda que tenga el capital financiero registrado en su contabilidad. No estamos frente a una crisis más sino frente a LA crisis, como la que en los ‘30 conmoviera al planeta y generara acontecimientos históricos de revolución, fascismo y guerras.

El capitalismo no tiene solución a esta crisis sin fascismo, sin nuevas guerras y sin aplastar a la clase obrera. En este nuevo ciclo histórico del 2007-2008 hay 90 billones de los U$S 400 billones del comercio y las transacciones financieras mundiales, que no representan valores de bienes reales. Como ya dijimos, esta vez son los balances de todos los bancos los que están falsificados. Estos cuentan a valor nominal bonos, hipotecas y valores de acciones que se cotizan a un 30 ó 40% de su valor nominal en el “mercado real”. El capitalismo debe concentrar y volver a destruir, saquear y recrear mano de obra esclava, pero sobre todo, crear mercancías para la destrucción, es decir, fuerzas destructivas.
En su trabajo de los años ‘40, titulado En defensa del marxismo, Trotsky afirmaba, en el subtítulo No rindamos al enemigo posiciones ya conquistadas, que ante una guerra imperialista contra la URSS, ésta debía ser defendida por las siguientes consideraciones: “La política de derrotismo no es un castigo a tal o cual gobierno por los crímenes que ha cometido, sino una conclusión derivada de las relaciones de clase. Los marxistas no guían una guerra basándose en consideraciones morales o sentimentales, sino en su concepción social de un régimen y de sus relaciones con los otros. Apoyamos a Abisinia no porque el Negus fuera ‘moral’ o políticamente superior a Mussolini, sino porque la defensa de un país atrasado contra la opresión colonial es un duro ataque al imperialismo, que es el principal enemigo de la clase trabajadora de todo el mundo. Defendemos a la URSS, independientemente de la política del Negus de Moscú por dos razones: en primer lugar, porque la derrota de la URSS proveería al imperialismo de nuevos y colosales recursos, y prolongaría durante muchos años la agonía de la sociedad capitalista. Y, en segundo, porque las bases sociales de la URSS, una vez limpias del parásito burocrático, son capaces de asegurar un proceso económico y cultural ilimitado, mientras que la estructura capitalista sólo puede decaer cada vez más”.
 Un pronóstico brillante. Esto es lo que está sucediendo. Una agonía del sistema capitalista mundial prolongada por la traición de la dirección del proletariado que permitió que el imperialismo tenga esos nuevos y colosales recursos.
El proletariado mundial está pagando caro las crisis  y capitulaciones que los oportunistas le impusieron a la IV Internacional ensuciando sus banderas, sosteniendo al “parásito burocrático” en Occidente y en Oriente.
Pero la bancarrota del imperialismo ya es una realidad. Las crisis y los estallidos del reformismo han empezado. Los que ayer renegaban del trotskismo hoy intentan, sin que nadie se dé cuenta, volver a camuflarse tras el retrato de Trotsky. Pero el cuerpo se les ve a pesar de que se escondan. Si Alan Woods entregó el Programa de Transición a Chávez y corrientes como el PTS de Argentina fueron a vender los libros de Trotsky a la feria del libro de la Habana, mientras los hermanos Castro entregan la conquista del estado obrero al imperialismo, ¿cómo van a pretender que no se les note su reformismo?
Hasta ayer mismo, la LCR francesa renegaba de la lucha por la dictadura del proletariado. Cuando estallaron las revoluciones en el Norte de África y medio Oriente, de repente se acordaron de la validez que tenía la Teoría de la Revolución Permanente. Ya no son creíbles. Por más que se maquillen, ya no son creíbles. Esto nos hace recordar un congreso del MAS de los ‘90 que durante y después de la caída del muro de Berlín estaba en un frente electoral con el stalinismo en Argentina. Los cascotazos del muro se le caían sobre las cabezas pero insistían. En un congreso realizado en esos años, era simpático y trágico a la vez ver cómo, cuando entraba la delegación del PC al lugar donde se realizaba ese evento, bajaban los retratos de Trotsky; y cuando los stalinistas se iban, luego de levantarlos en andas sobre sus hombros, volvían a subir los retratos.

Pero hoy es el capitalismo el que tiene su “1989” y los renegados del marxismo ya no volverán a ser lo que eran antes ni podrán engañar como antes impunemente. El proletariado no tiene aún la dirección que se merece. Ha heredado las viejas direcciones de las traiciones del pasado. Por ahora eso le impide conquistar la victoria, pese a los enormes combates que ha dado. Pero esta vez, son el reformismo y el revisionismo los que tienen que explicar lo inexplicable: por qué salvan al capitalismo los que ayer le cubrieron las espaldas al stalinismo para que entregue los estados obreros.
Los intentos de la burguesía imperialista de descargar el costo de la crisis sobre los explotados del mundo han significado guerras, masacres, hambrunas, millones de despidos, cierres de fábricas; en definitiva, una destrucción colosal de las fuerzas productivas y un brutal empobrecimiento de la sociedad humana.
Contra esto, el proletariado mundial ha comenzado a ponerse a la altura de sus tareas históricas como clase revolucionaria. La crisis económica hace que hasta la lucha más elemental de los explotados por las demandas más mínimas para triunfar deba elevarse al terreno político y convertirse en una lucha por el poder. La burguesía ya no da nada. Ni siquiera puede hacer pasar sus limosnas como reformas. En su bancarrota la burguesía habla el lenguaje de la crisis, de la guerra y del fascismo, no sólo del engaño. El proletariado también comienza a hablar el lenguaje de la crisis en heroicas revoluciones.
A partir del año 2009, no han dejado de sucederse embates revolucionarios contra la “ciudadela del poder” de los explotadores. De todos ellos, los más avanzados son, sin dudas, los combates del Norte de África y Medio Oriente, de Libia, Siria, Túnez, Egipto que forman parte de una única revolución que conmueve al mundo árabe desde Marruecos hasta Medio Oriente. La lucha tenaz del proletariado griego por abrir la revolución griega y europea expresa las tendencias revolucionarias que anida en el proletariado de las potencias imperialistas. Éste aún no ha logrado romper el cerco de las direcciones traidoras que le impiden combatir mínimamente a la altura de la guerra de clases que le declararon los explotadores y sus gobiernos imperialistas. Lo mismo sucede en EEUU y Japón. Es que la burguesía reconoce que un proceso revolucionario abierto en dos o tres potencias imperialistas cambiaría el curso de la historia. El inicio de una revolución como la de Egipto o Túnez ayer, en Grecia, en Francia o en el mismo EEUU significaría acercarnos a un período histórico revolucionario como el del ‘68-‘74. La izquierda del ‘89, parida por las traiciones de la lacra stalinista, empuja en el sentido contrario. Es decir, cubre por izquierda al capitalismo en bancarrota mientras éste, para salir del atolladero histórico, cada vez recurrirá más a los sables de los generales, al fascismo y a la guerra. Por ello cuando se imponen a cada paso las traiciones de las direcciones traidoras que el proletariado tiene a su frente, las tendencias son a la estanflación con la burguesía tirándole toda su crisis a las masas, y a las derrotas que pueden abrir como en los ‘30 el camino a la guerra. Como diría Trotsky, ¡ay, del que crea que la última guerra fue la última! Es que las pandillas imperialistas, cuando el mercado ya no les dé para todos, terminarán a los picotazos entre ellos, es decir, con la guerra, si la revolución proletaria no lo impide. Para el reformismo y todas las variantes del menchevismo, ya sean provenientes de la socialdemocracia, el stalinismo o los renegados del trotskismo, la guerra y la revolución no son la alternativa histórica presente. Para ellos la única alternativa es la de seguir sosteniendo al capitalismo como agentes reformistas que son, engañando al proletariado, haciendo pasar a este sistema ya en agonía por un cuerpo vigoroso. Ya la III Internacional había alertado que el factor económico más importante de nuestra época es la guerra, puesto que solo produciendo mercancías para su destrucción inmediata (armas) y destruyendo, podrá el capitalismo reconstituir su tasa de ganancia y ampliar el mercado cuyo límite está fijado por el planeta. Con la guerra, con la producción de mercancías que son las armas que se destruyen inmediatamente, el capitalismo busca resolver esta contradicción, conquistar un mercado ilimitado produciendo fuerzas destructivas y reconstituir la tasa de ganancia. Insistimos, esta será la perspectiva si el proletariado no lo impide. Nada indica que no lo hará. La oleada de procesos revolucionarios abiertos ya está aquí. No se trata de una revolución sino de todo un período histórico de revolución y contrarrevolución como es el que se abrió en el 2007 y en el cual estamos inmersos.

Por ahora entonces, el factor más atrasado de la revolución mundial es nuevamente el carácter contrarrevolucionario de la dirección que el proletariado tiene a su frente. Pero esta vez, para seguir manipulando a las masas el reformismo sólo mantiene el peso heredado del pasado. Como diría Trotsky, se abrió una época de contrarreformismo. A diferencia del ‘89, los chillidos reformistas cada vez se chocan más inmediatamente con la realidad, con la vida y con las luchas revolucionarias de las masas. A diferencia del ‘89, a cada paso el reformismo se desenmascara.
Allí donde el reformismo tiene peso, el proletariado, aún con gestas heroicas, a cada paso es sometido a sus propias burguesías, como ocurre en Estados Unidos y Europa. Allí donde la revolución logró abrirse paso, el rol del reformismo es cercarla, como hace con la heroica revolución siria. Pero donde el reformismo es desbordado o enfrentado abiertamente por la lucha revolucionaria de las masas, como lo vimos en Chile, en Sudáfrica, o en las revoluciones del Norte de África y Medio Oriente, la espontaneidad del proletariado desarrolla una potencialidad mil veces superior a los programas mendicantes de las direcciones traidoras.
Por esto, los obreros de la Foxconn en China y los mineros sudafricanos de Marikana son un ejemplo para todo el proletariado mundial. Su grito fue “o nos dan el aumento de salario que exigimos o matamos a los gerentes”. La lucha desesperada de un joven inmolándose en Túnez o tirándose de una azotea desde la fábrica de esclavos de Foxconn, son apenas pequeños síntomas pero que en su contenido expresan la predisposición del proletariado a luchar para no morir de hambre, inclusive dando su vida. Así lo ha demostrado en cada uno de los combates heroicos de los últimos años.

 El símbolo del ‘89 fue la caída del Muro de Berlín. A la salida de la Segunda Guerra Mundial, la clase obrera con su proceso revolucionario llegaba desde las estepas rusas, aplastando a Hitler, hasta el corazón de Alemania. Allí la lacra stalinista dejó estancada y controlada la revolución, entregando la revolución socialista de los países imperialistas centrales, en el occidente europeo.
En el ‘89 por traición de esa misma lacra stalinista el curso fue al revés. Fue el capitalismo el que se expandió hacia el Este y penetró en las estepas rusas para saquear el petróleo y el gas.
Hoy, nuevamente son las masas revolucionarias del mundo “las que avanzan hacia Berlín”, las que se sublevan en los cinco continentes. Aquí y allá son traicionadas, sus direcciones deshacen lo que ellas construyen en el combate. Pero el que está cercado es Wall Street, donde está el 1% de banqueros y de la oligarquía financiera mundial que comparten el control de la economía mundial con sus socios de la City de Londres, el Bundesbank, la Mitsubishi de Japón y los carniceros de la V República Francesa.
Para que el proletariado triunfe en “su ‘89 contra la burguesía” debe expropiar al capitalismo mundial y tomar el poder, en primer lugar en los países imperialistas y de forma decisiva en Estados Unidos. Aunque los reformistas pataleen y chillen y aunque sus entrañas se revuelvan, la lucha por los Estados Unidos Socialistas de Norte América, por el Japón Socialista y los Estados Unidos Socialistas de Europa es el objetivo que debe fijarse el proletariado mundial para conquistar su victoria e impedir el camino al fascismo y la barbarie y para que allí triunfen, íntegra y definitivamente, las revoluciones de las martirizadas masas del mundo colonial y semicolonial.

Hoy la burguesía en crisis y la oligarquía financiera mundial se han hecho rodear para mantener el poder. El sistema capitalista mundial ha levantando un verdadero muro contra la revolución proletaria. Este está construido por los ladrillos y el cemento que le ponen las direcciones reformistas, donde los renegados del trotskismo son la cal para desmoralizar, desorganizar y corromper al ala izquierda de la clase obrera mundial.
Los nuevos liquidadores del marxismo actúan como vulgares contrabandistas, hacen pasar como trotskismo los viejos programas stalinistas de colaboración de clases que tantas derrotas le costaran al proletariado mundial.
Como planteamos en la Parte III de esta obra, se produjo una nueva escisión del movimiento revolucionario internacional. La vanguardia proletaria no tiene otra alternativa que volver a poner en pie su propio estado mayor, la IV Internacional sobre la base del programa y la teoría de 1938, en medio de la bancarrota del imperialismo.
Es que la vida ya dio su veredicto ayer, cuando caían los estados obreros y hoy, cuando arrecian los procesos revolucionarios que cercan Wall Street: la teoría y el programa de la IV Internacional pasaron y pasan la prueba de la historia. Pero los renegados del marxismo, los destructores de la IV Internacional no la pasaron ni la pasarán.

 

 

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