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Mayo de 2018

Presentación

 

La Editorial Socialista Rudolph Klement presenta El Estado y la Revolución. La doctrina marxista del estado y las tareas del proletariado en la revolución, un trabajo que Lenin escribió entre agosto y septiembre de 1917 y que apareció por primera vez en formato de folleto en 1918 por la editorial Zhin i Znanie -Vida y Conocimiento- (Petrogrado), y su segunda edición se produjo al año siguiente por Kommunist.

Cuando Lenin escribió El Estado y la Revolución se encontraba, solo unos meses antes de la insurrección de Octubre, en la clandestinidad desde el mes de julio, perseguido por el gobierno provisional de Kerensky. A fines de agosto de 1917, Lenin se trasladó desde la estación de Razliv a la de Udiélnaia y desde allí, personificado como fogonero, cruzó ilegalmente la frontera pasando por Ialkala, Lajti y finalmente Helsinforg en Finlandia, lugar en el que escribirá El Estado y la Revolución.

Lenin, en vísperas de la insurrección en Rusia, volcó enormes fuerzas a la lucha teórica sobre la cuestión del Estado, partiendo de las elaboraciones de Marx y Engels y su legado histórico revolucionario, que fuera trastocado y revisado por la socialdemocracia alemana.
El estado mayor revolucionario internacionalista que preparaba la insurrección de Octubre se delimitaba así, tajantemente, también en el campo de la teoría, de la socialdemocracia que se había pasado ya abiertamente al campo del imperialismo en la Primera Guerra mundial, donde las potencias imperialistas se disputaban el control de las zonas de influencia del planeta.
Esta obra fue escrita por Lenin en la clandestinidad, realizando un trabajo de rigurosidad y tenor científico sobre la doctrina de los revolucionarios frente a la concepción del Estado burgués, cómo destruirlo, y cuáles eran las tareas de la revolución proletaria.
Lenin reunió todas las citas de los trabajos de Marx y Engels y extractos de los libros de Kautsky, Pannekoek y Bernstein con sus propias notas, conclusiones y generalizaciones preparando el folleto que aquí presentamos. Ya antes, en 1916, había debatido sobre la cuestión del Estado al interior del Partido Bolchevique contra la posición de Bujarin, que él calificaba de “antimarxista” y “antisocialista”, en un trabajo titulado La Joven Internacional.

Lenin tuvo que volver decenas de años atrás en la historia para recuperar las lecciones y el programa del marxismo revolucionario que el revisionismo se estaba encargando de ocultar bajo siete llaves. La guerra interimperialista había puesto a la orden del día la lucha por la revolución socialista: dar vuelta el fusil y transformar la guerra imperialista en revolución socialista en cada país. Este fue el programa del ala izquierda internacionalista del marxismo revolucionario, reunida en Zimmerwald y Kienthal en 1915-1916, que agrupaba entre otros a Trotsky, Lenin, Rosa Luxemburgo, Liebknecht, representantes del Partido Socialista de Italia, el sindicalismo revolucionario francés, etc.
Esta fracción internacionalista debía también presentar batalla no solo programática y organizativa contra la traición abierta de la socialdemocracia y la II Internacional, sino también hacerlo en el terreno teórico. El social-imperialismo intentaba transformar al marxismo en un movimiento adocenado, para conquistar reformas en el sistema capitalista mundial en el momento en el que entraba abiertamente en una fase histórica de descomposición y decadencia histórica, es decir, en la época imperialista.
Así, las lecciones de la Comuna de París que sacaran Marx y Engels sobre la cuestión del Estado, que el reformismo y el revisionismo tenían oculto bajo siete llaves, fueron uno de los centros nodales de este debate. Es que de la continuidad de esas lecciones revolucionarias dependía el programa de los revolucionarios a la hora decisiva de la lucha por el socialismo, que no podía ser de otra forma que destruyendo la maquinaria estatal existente de la burguesía y conquistando la dictadura del proletariado.

En una carta dirigida a Alejandra Kollontai del 17 de febrero de 1917, Lenin le adelantaba que estaba realizando este trabajo de recopilación y que había llegado a conclusiones profundas contra Kautsky incluso más que contra Bujarin.
Cuando Lenin regresó a Rusia en abril de 1917 había dejado a buen resguardo sus notas y su trabajo escondido en Suiza, pero alertaba en una nota que era imperiosa la terminación y publicación de este trabajo, hasta entonces titulado El marxismo sobre el Estado. Cuando finalmente pudo tener este material nuevamente en sus manos, lo utilizó como base para la escritura de El Estado y la Revolución.

***

Lenin, en este trabajo que presentamos al lector, expone un punto nodal: Marx y Engels en el Manifiesto Comunista (1848) planteaban la cuestión del Estado de un modo abstracto, operando con las nociones y las expresiones más generales; en El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852) de Marx, se avanza un trecho y la “cuestión se plantea ya de un modo concreto, y la conclusión a que se llega es extraordinariamente precisa, definida, prácticamente tangible: todas las revoluciones anteriores perfeccionaron la máquina del Estado y lo que hace falta es romperla, destruirla” (capítulo II de la presente obra).
Lenin explica que en el Manifiesto Comunista los autores planteaban como programa que el proletariado no puede derrocar a la burguesía si no empieza por conquistar el poder político, si no transforma al Estado en el “proletariado organizado como clase dominante”; pero que en este texto fundamental no se plantea la cuestión de cómo deberá realizarse desde el punto de vista del desarrollo histórico esta sustitución del Estado burgués por el Estado proletario.
Dice Lenin:

“Hasta qué punto se atiene Marx rigurosamente a la base efectiva de la experiencia histórica, se ve teniendo en cuenta que en 1852 Marx no plantea todavía el problema concreto de saber con qué se va a sustituir esta máquina del Estado que ha de ser destruida. La experiencia histórica no suministraba entonces materiales para esta cuestión, que la historia puso al orden del día más tarde en 1871. En 1852, con la precisión del observador que investiga la historia natural, solo podía registrarse una cosa: que la revolución proletaria había de abordar la tarea de ‘concentrar todas las fuerzas de destrucción’ contra el poder estatal, la tarea de ‘romper’ la máquina del Estado.” (Capítulo II)

Más adelante, en el capítulo III de El Estado y la Revolución, analizando las lecciones de la Comuna de París, Lenin nos trae a colación cómo se terminó de completar la cuestión antedicha:

“La única ‘corrección’ que Marx consideró necesario introducir en el Manifiesto Comunista fue hecha por él a base de la experiencia revolucionaria de los comuneros de París.
El último prólogo a la nueva edición alemana del Manifiesto Comunista, firmado por sus dos autores, lleva la fecha de 24 de junio de 1872. En este prólogo, los autores, Karl Marx y Friedrich Engels, dicen que el programa del Manifiesto Comunista ‘se ha vuelto anticuado en ciertos puntos’. Y ellos continúan diciendo: ‘... La Comuna ha demostrado, sobre todo que ‘la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines.’
Los autores tomaron las palabras que están en cursivas (por nosotros) de la obra de Marx La guerra civil en Francia.
(...) Muy característico es que precisamente esta corrección esencial haya sido tergiversada por los oportunistas y que su sentido sea, probablemente, desconocido por las nueve décimas partes, sino por el noventa y nueve por ciento de los lectores del Manifiesto Comunista. (...) Aquí, será suficiente señalar que la manera corriente, vulgar, de ‘interpretar’ las notables palabras de Marx citadas por nosotros más arriba consiste en suponer que Marx subraya aquí la idea del desarrollo lento por oposición a la toma del poder por la violencia, y otras cosas por el estilo.
En realidad, es precisamente lo contrario. El pensamiento de Marx consiste en que la clase obrera debe destruir la ‘máquina estatal existente’ y no limitarse simplemente a apoderarse de ella.”

Es que la heroica experiencia de la Comuna de París planteó justamente que no es suficiente con sustituir la maquinaria estatal burguesa por la proletaria sino que hace falta destruirla, demolerla.

En principio, el plan de Lenin para esta obra constaba en su estructura de siete capítulos, tratando el número VII sobre las experiencias de las revoluciones de 1905 y 1917. Pero como explica en su Postfacio, la elaboración de este capítulo no concluyó, porque habían comenzado los acontecimientos que desembocarían en la victoriosa revolución de Octubre, y aclara: “Es más agradable y útil pasar por la ‘experiencia de la revolución’ que escribir sobre ella.”

En la segunda edición, la de 1919, Lenin corrige su trabajo e incorpora en el capítulo II una nueva sección bajo el título “La presentación de la cuestión por Marx en 1852”.
El Estado y la Revolución no solamente discute y debate contra la socialdemocracia, sino que lo hace también abiertamente contra el anarquismo, que negaba que luego del derrocamiento del Estado burgués por la revolución proletaria fuera necesaria la dictadura del proletariado, donde la mayoría de la población y los trabajadores imponga su dictadura contra una clase minoritaria que detentaba el poder y cuyo objetivo debía ser derrotar la resistencia de la burguesía y extender la revolución a nivel internacional, creando así las condiciones para la extinción del mismo Estado.

La cuestión del Estado había sido clave para el marxismo del siglo XIX, siendo un tema central en textos importantísimos, como El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, de Engels, y El 18 Brumario de Luis Bonaparte de Marx. Para que el marxismo del siglo XX pudiera darle continuidad a la teoría y el programa de la revolución proletaria fue necesaria una durísima batalla teórica, programática y organizativa contra el reformismo, que había falsificado al marxismo para justificar su adaptación y su sumisión a los regímenes burgueses, tal cual sucediera con la poderosa socialdemocracia alemana, asimilada al naciente imperialismo alemán a través de sus puestos parlamentarios. Ellos afirmaban que ganando la mayoría en los parlamentos se podía avanzar al socialismo, cambiando el carácter de clase del Estado.

El impacto de El estado y la revolución en el movimiento obrero internacional fue tremendo. Marcó un antes y un después para el marxismo revolucionario al inicio del siglo XX. Trotsky lo describe así:

“En ese momento Lenin dirigió todo el fuego de su crítica teórica contra la teoría de la democracia pura. Sus innovaciones fueron las de un restaurador. Limpió la doctrina de Marx y Engels -el Estado como instrumento de la opresión de clase- de todas las amalgamas y falsificaciones, devolviéndole su intransigente pureza teórica. Al mito de la democracia pura contrapuso la realidad de la democracia burguesa, edificada sobre los cimientos de la propiedad privada y transformada por el desarrollo del proceso en instrumento del imperialismo. Según Lenin, la estructura de clase del Estado, determinada por la estructura de clase de la sociedad, excluía la posibilidad de que el proletariado conquistara el poder dentro de los marcos de la democracia y empleando sus métodos. No se puede derrotar a un adversario armado hasta los dientes con los métodos impuestos por el propio adversario si, por añadidura es también el árbitro supremo de la lucha.” (León Trotsky, El congreso de liquidación de la Comintern, 21 de agosto de 1935)

***

Este trabajo que presentamos desde la Editorial Socialista Rudolph Klement es imprescindible, puesto que el estalinismo -el destructor del bolchevismo- y la profunda degeneración de los partidos de la IV Internacional hoy, vuelven a poner al rojo vivo la batalla contra las viejas ideas de la socialdemocracia, que estas corrientes oportunistas defendieron y defienden. Ellos, como la socialdemocracia ayer, definen que el estado puede ser neutral y que cada clase le puede dar su contenido, ora la burguesía, ora la clase obrera.
De esta revisión del marxismo se desprende el programa perverso de “vía pacífica al socialismo”, o de “desarrollo gradual de la democracia burguesa, profundizándola, hacia el socialismo”. De aquí deviene un profundo cretinismo parlamentario, es decir, un enorme engaño a la clase obrera, que lo paga con sangre y con crueles derrotas. O bien, como lo hace el estalinismo luego de entregar los ex estados obreros a partir de 1989, que plantean que el socialismo y la revolución socialista ya no son posibles, que en los límites de la democracia burguesa, es decir de la dictadura del capital, la clase obrera puede mejorar sus condiciones de existencia. Así, de la falsificación del marxismo, el revisionismo pasa, ya sin tapujos y sin camuflaje, a la defensa abierta del Estado burgués, al que sostienen como agentes directos de la burguesía al interior de las organizaciones obreras.

La política venenosa de “socialismo de mercado” o “socialismo del siglo XXI” que difundiera el Foro Social Mundial, luego de que el stalinismo entregara los estados obreros, no fue otra cosa que la cobertura que realizó el estalinismo post ‘89 de los oprobiosos regímenes de explotación y servilismo de restauración capitalista, como China o Cuba, o de gobiernos pseudonacionalistas burgueses que terminaron matando de hambre al pueblo como el chavismo en Venezuela.

El estado y la revolución tiene tal vigencia que parece haber sido escrito hoy contra el reformismo que le ha declarado la guerra abierta al marxismo. En este trabajo se pone también al descubierto a los autodenominados “anticapitalistas”, que hace rato rompieron con la IV Internacional y se hallan disueltos en frentes de colaboración de clases con la burguesía como alas izquierdas. Ellos pregonan un supuesto “anticapitalismo” sin llamar a destruir al estado de los capitalistas. ¿Anticapitalistas? No: antimarxistas y antisocialistas. Eso es lo que son.
Se ha desarrollado así, ya entrado el siglo XXI, luego de distintas horneadas de reformismo que genera a cada paso el imperialismo en las capas altas de las filas obreras, es decir en la aristocracia y la burocracia obrera, para mantenerse, una así llamada “Nueva Izquierda”. Esta afirma, como ya lo hemos adelantado,  que lo máximo por lo que puede pelear la clase obrera mundial es “por una democracia más generosa” o una “democracia real”. Los más audaces anuncian que el surgimiento de los “soviets” no será más que una expresión de esa evolución democrática del estado burgués. Una aberración antimarxista y un descarnado engaño. Es que la emergencia en todo proceso revolucionario de soviets armados lo que provoca por parte de las clases dominantes es fascismo, el sable de los generales, mientras manda a la izquierda reformista a desorganizar desde adentro a las filas de la revolución. Estamos ante viejas pócimas de druidas y curanderos ya perimidas y derrotadas por el marxismo del siglo XIX y el siglo XX.

Los máximos exponentes de estas pseudoteorías son hoy los partidos social-imperialistas como Podemos del Estado Español, Syriza de Grecia y los “anticapitalistas”, herederos del viejo pablismo de la IV Internacional, que oficialmente a fines del siglo XX proclamaron su ruptura con la lucha por la dictadura del proletariado.
Las consecuencias de ello fueron catastróficas, desmoralizando al ala izquierda de la clase obrera mundial. Con esta pseudoteoría se organizó el reformismo para estrangular los procesos revolucionarios más avanzados del siglo XXI. Las revoluciones de Magreb y Medio Oriente, que conmovieron al mundo desde 2011-2012, fueron llevadas por el reformismo a “luchar por la democracia” en general -como sucedió de Túnez a Siria, de Libia a Egipto-, democracia burguesa que demostró no ser más que un rodeo hacia el fascismo para aplastar la revolución proletaria.

La cuestión de que el estado no es neutral, de que la democracia en general no existe sino que es de clase, burguesa u obrera, y que son irreconciliables; y que al estado, para avanzar al socialismo, hay que demolerlo y destruirlo, constituye un bagaje teórico, de principios y programáticos de toda corriente que se prepare y quiera preparar a la clase obrera para la revolución socialista.
Así, este trabajo tiene hoy una actualidad sin precedentes, puesto que, reafirmando lo que dice Trotsky: “Lenin dirigió todo el fuego de su crítica contra la teoría de la democracia pura (...) Al mito de la democracia pura contrapuso la realidad de la democracia burguesa sobre los cimientos de la propiedad privada y transformada por el desarrollo del proceso en instrumento del imperialismo.”

Cuando aparecía El estado y la revolución, Trotsky anunciaba que este había sido de un impacto tremendo en todo el movimiento socialista internacional. Y debe volver a serlo. Es que este marca una línea de fuego, entre reforma y revolución. De allí el empeño de la Editorial Socialista Rudolph Klement de publicar esta obra que será acompañada del trabajo de Lenin La revolución proletaria y el renegado Kautsky donde esta lucha teórica se transforma en lucha programática contra el reformismo que, como vemos, a cada paso solo intenta impedir el avance y la victoria de la revolución socialista.

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Anexamos complementariamente el prólogo a la segunda edición del Manifiesto Comunista (1872) mencionado anteriormente.

Eliza Funes

 

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