A partir del ’89 se desbarranca el trotskismo de Yalta
del revisionismo al liquidacionismo de la IV Internacional
En 1989 todos los renegados del trotskismo estallaban país por país, algo consternados por los cascotazos del muro de Berlín y las estatuas de Lenin en Moscú que se caían sobre sus cabezas. Un revisionismo contra el trotskismo emergió de las profundidades de las cloacas decadentes del sistema capitalista.
El pasaje de los renegados del trotskismo abiertamente a las filas de la V Internacional fue preparado con este revisionismo despiadado que fue el fuego que calentó una nueva horneada de menchevismo surgida de las filas de la IV Internacional.
En el ’89 se daba, por la negativa, exactamente el pronóstico de la IV Internacional: “o triunfa una revolución política que derribe a la burocracia o ésta devendrá en nueva clase poseedora entregando la conquista del estado obrero al sistema capitalista mundial”.
En ese momento, el trotskismo era el único lugar desde donde se podía hablarle al movimiento obrero. La burocracia stalinista contrarrevolucionaria, devenida en restauradora, convertía el rublo y con sus maletas cargadas con millones de dólares huía a depositarlos en el Citibank, y se apresuraba a actuar como agente directo del mismo y del FMI, privatizando de forma salvaje la ex URSS.
Ya las fuerzas productivas de esos estados obreros estaban decadentes. Ya no había conquistas para defender. La burocracia stalinista las había enterrado entregando la revolución mundial.
Los renegados del trotskismo, que habían seguido como alma al cuerpo al stalinismo, estallaban como un big bang. Entre tanta crisis… ¿a quién había que echarle la culpa?… A Trotsky.
Sectores de los renegados del trotskismo afirmaban en ríos de tinta que se estaba ante una “restauración capitalista pacífica”, mientras se caían las estatuas de Lenin, mientras se masacraba en la Plaza de Tiananmen, mientras los aviones de la OTAN bombardeaban los Balcanes, mientras los ejércitos blancos rusos masacraban en Chechenia y mientras 23 ejércitos comandados por Bush padre invadían Irak en el ’91… Un cinismo y una mentira a los que sólo les faltaba colgarse de la bandera “democrática” norteamericana.
Como no podía ser de otra manera, surgió un revisionismo del oportunismo de la IV Internacional, que no dejó piedra sobre piedra del trotskismo. Para éste, el mal de todos los males estaba en la matriz, en la teoría y el programa de fundación de la IV Internacional. Para este revisionismo del ‘89 y principios de los ‘90 “la culpa” de tanto desastre la tenía Trotsky y el trotskismo, porque “fue sectario”, “no vio que había una guerra de regímenes en España”, “aplicó una política antidefensista equivocada en la guerra”. Es decir, estamos frente a un revisionismo que no sólo justificaba las adaptaciones y capitulaciones que habían llevado a la ruina a la IV Internacional, sino que inclusive renegaba de la política que ellos mismos habían sostenido décadas atrás, para así pasarse abiertamente al reformismo.
En este caso ya no podían echarle la culpa a que “perduraba el régimen de la guerra” para justificar sus capitulaciones, porque que surgía el régimen del ’89, de “fortaleza del capitalismo”, al que ahora “había que adular” y prepararse para “50 años de expansión capitalista luchando por reformas”.
La conclusión de este revisionismo contra el supuesto “sectarismo” de Trotsky no podía ser otra que la que iluminara los pasos de los sirvientes de la Renault, la Citroën y la V República francesa como la LCR que rompían abiertamente en su programa con la lucha por la dictadura del proletariado. Se parecían grotescamente a Felipe González de España, que en la década anterior declaraba pomposamente “abandonar el marxismo”. Y decía esto cuando se preparaba a ser comandante en jefe del ejército del imperialismo español, junto al rey Borbón.
Aunque ambos, los felipillos y los amigos de Alain Krivine y Mandel, ya hace rato habían renunciado al marxismo y a la toma del poder, tenían que venir ahora a decirlo abiertamente para envenenar la conciencia de millones de obreros del mundo. Ellos tenían que decirles que la dictadura del proletariado ya no era posible, y tal afirmación tenía que venir de los conspicuos y reconocidos dirigentes de la IV Internacional.
Otros revisionistas, sin decir que rompían con la teoría y el programa del marxismo revolucionario, anunciaban muy sueltos de cuerpo que “Trotsky y la IV Internacional se habían equivocado porque se dedicaron a defender un estado obrero indefendible, que había dejado de ser tal a partir de los ’30 o los ‘40”. Formulaban estupideces pseudoteóricas, que hoy repiten el MAS de Argentina o varios “socialistas” europeos, hablando de la URSS como “un estado burocrático”, cuestión que ya fuera refutada por Trotsky en “En Defensa del Marxismo”, en “La Revolución Traicionada” y en todo un manual de combate por la revolución política. Si faltaba alguna prueba en la historia, ya el trotskismo demostró que el carácter de clase de los estados tiene que ver con qué clase ostenta el poder, qué clase es propietaria de los medios de producción y de cambio. Y por más que escriban ríos de tinta, nunca existió un “estado burocrático que no es ni obrero ni burgués”.
Ante los golpes de la revolución internacional y la revolución política en los entonces estados obreros, la burocracia se desintegraba, y esto la empujó en la historia a devenir en clase poseedora. Pero para ello antes tuvo que aplastar al proletariado mundial, como lo hizo en primer lugar entregando el triunfo de la revolución socialista a la salida de la guerra, desarmando al proletariado europeo y sometiéndolo un millón de veces más para la reconstrucción de las potencias imperialistas. En segundo lugar, la burocracia stalinista fue un factor fundamental en colaborar con derrotar el ascenso revolucionario 68/74, aplastando los procesos de revoluciones políticas del este europeo. Este y no otro fue el pronóstico expresado en el manual de la revolución política en “La Revolución Traicionada”, ese magnífico trabajo de León Trotsky y la IV Internacional.
Todos los que anunciaron el “sectarismo” de Trotsky y la imprecisión del legado teórico y programático de la IV Internacional se rompieron los dientes en la historia, pero fue el proletariado el que en la vida sufrió las durísimas derrotas.
Jack Barnes, el destructor del SWP norteamericano, anunciaba que la revolución era tan potente y tan inminente, que “con cualquier dirección se podía tomar el poder”. Así liquidaba la premisa central del programa trotskista, que versaba justamente de que el factor determinante del avance o no de la revolución proletaria tenía que ver con el carácter revolucionario o no de la dirección del proletariado.
“Su” dirección terminó siendo… la pandilla burocrática de los Castro, a los pies de los cuales, luego de expulsar a toda la vieja guardia del SWP, pusiera a ese partido como un apéndice de la burocracia castrista.
En lo que respecta al revisionismo, el morenismo no le perdió pisada al pablismo y a los liquidadores del SWP norteamericano. Había que reformar la teoría. Había que inventar la revolución democrática como “el primer paso de la revolución socialista”. “¡Todos contra la burocracia!” decían los morenistas en Rusia, en Polonia, en China, etc. Y en una segunda etapa o paso de la revolución política, vendría “la revolución socialista de los soviets”.
Esta revisión brutal del programa y la teoría de la revolución política al interior de las organizaciones obreras y del estado obrero equivalía a decir “todos, inclusive con la burguesía ‘democrática’, contra la burocracia totalitaria para echarla de los sindicatos”, es decir del estado obrero. Esta cuestión terminó como tenía que terminar: con la burguesía “democrática” destruyendo “los sindicatos”, o sea los estados obreros, ya sea con contrarrevoluciones “democráticas” o “burocráticas”. Y el segundo paso de sus revoluciones políticas demostró que lo que surgieron fueron los Yeltsin, los Deng Xiao Ping, los Hu Jintao, los Lech Valesa en Polonia como los más grandes sirvientes del Citibank y de los yanquis, que ya antes se habían dedicado a socavar todas las conquistas de los estados obreros. En Argentina, donde se votó y se desarrolló la pseudoteoría de la revolución democrática (en el viejo MAS), ésta sólo dio como origen el régimen infame de la constitución del ‘53 a partir de la caída de la dictadura militar.
Así le fue al MAS, al SWP, a la LCR francesa, al lambertismo y al healismo. No dejaron ni rastros de continuidad teórica y programática de la IV Internacional y su legado.
Es que más y más la teoría y el programa del trotskismo mostraban su validez histórica en el ’89, y más y más los oportunistas y renegados del marxismo se alejaban del trotskismo y rompían abiertamente con él.
Aparecían pseudoterías “marxistas” de la “posmodernidad” como hongos bajo la lluvia, que seguían a los eruditos pequeño-burgueses académicos y pseudomarxistas de las universidades yanquis y europeas. Petras pasó a ser el gran teórico y consejero de los renegados del trotskismo, mientras prestaba sus buenos servicios a la burocracia stalinista castrista y participaba de todas las reuniones internacionales de los supuestos “trotskistas”.
Indudablemente todos estos “intelectuales” y charlatanes varios, rápidamente, sólo porque se caían un par de estatuas, renegaban del leninismo y volvían a levantar ellos las estatuas del capitalismo. Esto se vio, por ejemplo, cuando cambiaron al bolchevismo por el “socialismo libertario”. Así, al igual que el stalinismo, posaban sus garras y pesuñas sobre Rosa Luxemburgo (transformándola previamente en una demócrata liberal) para contraponerla al bolchevismo, después de que estos movimientos internacionalistas superaran sus diferencias en Kienthal y Zimmerwald, en la III Internacional y en ríos de sangre en la revolución alemana y sus lecciones que dejaron un enorme legado al proletariado mundial.
Otros llegaron más lejos. Tal cual alquimistas y curanderos quisieron unir a Trotsky y Gramsci. Este invento lo desarrollaron los liquidacionistas del PTS. Vieron a partir del ’89 “un capitalismo floreciente”, inclusive a un imperialismo que para sostenerse y dominar el mundo “expandía la democracia por todos lados”. Por supuesto que esta gente ni pasaba cerca de Irak ni de las masacres de Afganistán y no digamos nada de Gaza, del África ensangrentada, de Chechenia, o de los Balcanes… Es más, llegaron a ver, ya bien entrados los primeros años del siglo XXI, que surgía “una tercera vía” entre el capitalismo y el socialismo, que tal cual expansión de Tony Blair de Inglaterra, iba a llegar a América Latina y Asia. Pero lo que vino allí fue bonapartismo, genocidio, frentes populares, golpes contrarrevolucionarios, muchas cárceles de la CIA y bases militares en todo el mundo, hasta que la “tercera vía” no existió más. Tal cual magos escondieron el conejo que antes sacaban de su galera para luego mostrar otro distinto. Aun no se sabe en qué momento, si en el 2007, 2009… ¿2010? el PTS dejó de parlotear sobre que “en la URSS no había restauración capitalista porque no había un funcionamiento normal del capitalismo”, es decir ordenado y serio, y “sólo había bandas de protoburguesías que se robaban y saqueaban todo.” ¡Pero si ese es el capitalismo moderno, el imperialismo!
Hoy estos pseudoteóricos charlatanes tendrían que decir que el capitalismo no existió nunca, cuando ven que estalla la crisis del 2007 en Wall Street y queda al desnudo la pudrición de este sistema capitalista imperialista y las bandas de delincuentes que componen las pandillas imperialistas.
Por supuesto que para esta gente se trataba de aplicar la teoría de “acumular poder popular” de Gramsci para los tiempos de estabilidad burguesa. Tan sólo programas mínimos sectoriales con colaterales para las mujeres, para los obreros, para los estudiantes, para los abogados, con los socialistas “ilustrando” a sus propios militantes… e intentaban conciliar esto con el Programa de Transición que por supuesto sólo sirve y serviría para los momentos de crisis y revolución abierta. Esto significa plantear “todos los días luchamos por la reforma y de vez en cuando hablamos de revolución, y cuando ésta llega… tenemos cuadros y partidos que sólo saben hablar el lenguaje de la reforma, y en la revolución sólo saben adaptarse a las direcciones traidoras”. Toda similitud con el stalinismo de mediados y fines de los ’20 no es mera casualidad.
Gramsci, el stalinista que llamaba desde la cárcel a masacrar físicamente a la Oposición de Izquierda y liquidar a Trotsky, era puesto por el PTS como otra personalidad política de la izquierda mundial como Petras, Perry Anderson o Hobsbawm, y todos ellos junto a Trotsky. Un pérfido chiste de mal gusto.
Y con mucho mal gusto, también la LIT/PSTU llevaba a sus encuentros y reuniones en Conlutas no sólo al castrista Petras para que diera los informes internacionales, sino que compartía mesas y reuniones del Foro Social Mundial con las protoburguesías bolivarianas, a las que siempre les hicieron de comparsa en las mismas.
No hubo generación más cínica del movimiento trotskista y de la posguerra que la que en los ’90 le terminó de echar la culpa a la IV Internacional y su programa de sus propios fracasos e ignominias contra el proletariado mundial. Luego fueron ellos los que a principios del siglo XXI cruzaron el Rubicón para instalarse en la orilla del reformismo.
Estos revisionistas hicieron y hacen todo esto para ocultar la única verdad: que el programa de la IV Internacional pasó la prueba y los trotskistas no. Así pagó la IV Internacional la disolución de su centro internacional en el ’40, deviniendo como federación y como movimiento centrista durante y a la salida de la guerra. De esto no fueron responsable ni el stalinismo ni el asesinato de Trotsky. Fueron las adaptaciones, como ya dijimos, a los imperialismos “democráticos” durante la guerra, y al stalinismo y la socialdemocracia en la posguerra.
Ahí están las consecuencias. La clase obrera mundial ha perdido y hoy no tiene un estado mayor internacionalista, cuando éste es cada vez más necesario en la historia para que triunfe la revolución socialista y la humanidad toda no se precipite a la barbarie.
En el ’89 se enojaban con Trotsky y con todo el legado de la IV Internacional y sus fundadores. Hoy, luego de destruirlo, le hacen homenajes hipócritas, dándole a Trotsky “una aureola de gloria” para revestirse un poco de ella y mejor engañar a las masas. Al revisionismo y a los renegados del trotskismo bien les cabe las posiciones de Trotsky frente al stalinismo en Francia en los ’30: “Lenin sembró dragones y con ustedes sólo se cosechan pulgas”.
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