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Cuba: Una excepción en los procesos de restauración capitalista de 1989


En 1989 el pacto restauracionista mundial, entre el imperialismo y la burocracia estalinista, se consumó con la restauración del capitalismo en China, la URSS y los países del Este de Europa. Dicho salto a la restauración pudo llevarse adelante gracias a que, durante el ascenso revolucionario de 1968-74, el estalinismo llevó a la derrota los combates del “mayo francés”, el “otoño caliente italiano”, la “revolución de los claveles” en Portugal, aplastó la revolución política de la “primavera de Praga” en Checoslovaquia, expropió el proceso contra la burocracia en Polonia y derrotó a la huelga minera en Rumania. Mientras el maoísmo, luego de los acuerdos entre Nixon y Deng Xiao Ping en 1975, fue el encargado de organizar una guerra fratricida entre el proletariado chino, camboyano y vietnamita, que destruyó, masacró y desmoralizó al proletariado del Extremo Oriente, luego de la victoria sobre las tropas yanquis que huían de Vietnam colgados de los helicópteros. Fue con estas derrotas a la revolución mundial en Occidente y a las revoluciones políticas en los estados obreros, que la burocracia avanzó en su pasaje a agente directo del imperialismo, y dio un salto a la restauración a partir de los ‘80, introduciendo medidas capitalistas en China y la URSS, permitiéndole así a la burguesía imperialista internacional recuperar totalmente para la economía capitalista mundial los lugares del planeta donde habían sido expropiados por la revolución.
Pese al triunfo de la restauración capitalista en China, la URSS y el Este de Europa en los acontecimientos de 1989, el imperialismo no pudo avanzar en imponerla en Cuba en ese mismo momento. A diferencia de Europa y Asia, los combates de la clase obrera y los explotados de América Latina, en particular en Centroamérica, no estuvieron desincronizados del combate de sus hermanos de clase de Cuba. El proletariado latinoamericano, uno de los que más luchó en los últimos 50 años, había iniciado heroicas revoluciones, como la nicaragüense y la salvadoreña a fines de los 70, el derrocamiento de Duvallier en Haití, y protagonizó duras luchas contra las dictaduras militares en el Cono Sur.
Fueron estas luchas y revoluciones, las que permitieron la supervivencia del estado obrero cubano. Pero esto fue a pesar y en contra de la política del Castrismo, continuador de la política que el estalinismo aplicó durante los acuerdos de contención de la revolución mundial, firmados en Yalta con imperialismo a la salida de la Segunda Guerra Mundial. El castrismo, de esta forma, expropiando la autoridad de la revolución cubana, actuó, tanto en África como en América Latina, como agente contrarrevolucionario, es decir, como bombero en cuanto incendio revolucionario se iniciaba.


El Castrismo: fiel continuador de la política estalinista del Pacto de Yalta
A la salida de la II Guerra Mundial, el imperialismo y la burocracia stalinista firman “El pacto de Yalta”, un pacto de contención de la revolución mundial. En él, la burocracia stalinista y sus partidos se comprometían –usufructuando el prestigio heredado de la Revolución de Octubre y la heroica acción de las masas rusas que habían derrotado la invasión del ejército nazi, a costa de 27 millones de muertos- a desmontar los procesos revolucionarios en curso en los países imperialistas europeos centrales, e impedir que la revolución se extendiera por todo el continente. Se comprometió, a la vez, a mantener su control burocrático y contrarrevolucionario en todos los países del Este europeo que ocupaba el Ejercito Rojo.
A la salida de la II Guerra Mundial, entonces, el stalinismo jugó este rol de contención, cerrando la situación revolucionaria abierta en Europa, desarmando a los Partisanos en Italia, a la resistencia francesa, aplastando a la resistencia griega, y permitiendo la división de Alemania, con un sector occidental capitalista y un sector oriental controlado por la burocracia del Kremlin. En la división de la clase obrera, se concentraba ese pacto de contención: el imperialismo, que se aseguraba el control de Europa Occidental gracias a la traición de los partidos comunistas, le cedía, por su debilidad, a su agente contrarrevolucionario, la burocracia stalinista, el control sobre Europa Oriental para que frenara la revolución.
Fue durante este periodo en que se dieron excepciones que se escapaban del control del Pacto de Yalta, revoluciones triunfantes que tenían a su frente direcciones contrarrevolucionarias, como en China, Vietnam y Cuba. Se cumplía la hipótesis teórica formulada por Trotsky en El Programa de Transición: “…bajo la influencia de condiciones completamente excepcionales (guerra, derrota, crack financiero, presión revolucionaria de las masas, etc.), los partidos pequeñoburgueses, incluyendo los stalinistas, pueden ir más lejos de lo que ellos mismos quieran en la vía de la ruptura con la burguesía”. Así establecieron gobiernos obreros y campesinos que no serían “sino un corto episodio hacia la verdadera dictadura del proletariado”. Y decimos que fueron excepciones, porque la norma fue la derrota y la traición del 99% de los procesos revolucionarios de este periodo, a manos del stalinismo y su pacto de contención contrarrevolucionario con el imperialismo.
Luego del triunfo de la revolución cubana, donde se cumplió la hipótesis planteada por Trotsky, Fidel Castro y su camarilla pasa a jugar un rol fundamental en la política de coexistencia pacifica entre la URSS y el imperialismo. Fue la cobertura “más izquierdista” que podía tener la política contrarrevolucionaria stalinista, que transformaba el triunfo para las masas que significó la revolución cubana, en el fortalecimiento de las direcciones contrarrevolucionarias de las masas y su implacable accionar.


La política contrarrevolucionaria internacional del Castrismo
En África, entre comienzos de los años 60 y finales de los 80, el castrismo, con el Che Guevara a la cabeza, enviaba miles de soldados, cuadros y asesores al Congo, Angola y otros países de África para formar “alas de izquierda” en los partidos-ejércitos de los movimientos de liberación nacional burgueses, como el FRELIMO de Mozambique, el MPLA de Angola, el SWAPO de Namibia, y el CNA de Sudáfrica. El castrismo impidió que el proletariado y las masas africanas, en su lucha anticolonial, expropiaran al imperialismo. En Angola, por poner tan solo un ejemplo, en medio de la guerra contra el ejército portugués, la Gulf Oil Company continuaba extrayendo petróleo en la provincia de Cabinda, pagando impuestos al gobierno de Agostinho Neto del MPLA, que a su vez con eso pagaba los sueldos de las tropas cubanas. Y el castrismo terminó de demostrar su rol cuando fueron derrotadas las tropas portuguesas en Angola, y se desmoronó el poder blanco en Mozambique, Namibia y Sudáfrica: los castristas pasaron a ser parte de los gobiernos burgueses nativos expropiadores de la lucha revolucionaria de las masas.
Mientras cumplía esta función en África, la burocracia cubana en América Latina, también se encargaba de llevar a la derrota las revoluciones. En Chile, en 1973, las masas con su revolución de los cordones industriales armados impusieron embriones de doble poder, tomando las fábricas y organizando la producción contra el lockout patronal, garantizando además la distribución de los alimentos. Fidel Castro fue personalmente a pregonar “la vía pacifica hacia el socialismo” y a decirle a la clase obrera chilena que tenía que desarmarse porque no había que hacer de Chile otra nueva Cuba, puesto que el “compañero Allende” estaba en la presidencia. La “vía pacífica al socialismo”, de la mano del burgués Allende, significó el camino más corto a la contrarrevolución y el fascismo: el “compañero Allende” nombró como jefe de las fuerzas armadas a Pinochet, al que el castrismo presentaba como un general “democrático y patriótico”, que más tarde dio un golpe de estado y terminó ahogando con un baño de sangre a la revolución; y así se impuso la derrota de los procesos revolucionarios en todo el Cono Sur y la instauración de dictaduras militares sangrientas en Bolivia, Argentina, Uruguay, Brasil, etc.
Pero en los ‘80, el castrismo tuvo que lidiar con revoluciones que las masas comenzaban en Centroamérica. En 1979 las masas nicaragüenses inician una revolución derrocando al dictador Somoza, y nuevamente la burocracia cubana, dirigiendo al Frente Sandinista de Liberación Nacional, expropió la revolución, impidiendo que las masas destruyeran el estado burgués, para que no hicieran de “Nicaragua una nueva Cuba”, respaldando el surgimiento de un gobierno burgués “democrático de reconstrucción nacional” integrado por el sandinismo y la burguesía nicaragüense “anti somocista”, que nada había hecho por derrocar a Somoza. Al mismo tiempo, estalla la revolución en El Salvador, y rápidamente Castro plantea a las masas salvadoreñas “no hagan de El Salvador una nueva Nicaragua”, es decir no derroquen al gobierno. Para impedir el derrocamiento del gobierno y derrotar a la vanguardia, ponen en pie la guerrilla del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, (FMLN), instándola a que no avance sobre la capital San Salvador y se disponga a realizar una guerra de posiciones ocupando territorio, política que significó la masacre de miles de obreros y campesinos.
Apoyado en la política traidora del castrismo, el imperialismo yanqui, con el carnicero Reagan en el gobierno, y ante el peligro de que la revolución centroamericana se introdujera en el corazón de la bestia imperialista, organizó el envío de soldados, armas y dinero para formar, desde Honduras, un ejército contrarrevolucionario, la “Contra”, con la misión de liquidar la revolución centroamericana. Pero las masas aplastaron a la “Contra” y propinaron una derrota a los yanquis. El castrismo entonces corrió a firmar los pactos de Esquipulas y Contadora, para desarmar a los obreros y campesinos y que la guerrilla se transformara en el ejército burgués de Nicaragua y El Salvador, con lo que devolvió a la burguesía de ambos países el poder perdido.


Después del ‘89, la burocracia impone un gobierno menchevique restaurador del capitalismo en Cuba.
A pesar y en contra del castrismo, estos combates del proletariado latinoamericano impidieron que en 1989-90, cuando el imperialismo llevaba al triunfo la restauración capitalista en el Este Europeo, en la URSS y en China, éste se impusiera en Cuba. Las masas cubanas, a pesar de la derrota del ‘89, eran parte de un combate continental contra el imperialismo, del triunfo de aplastar a la “Contra” en Nicaragua y derrocar en Haití en 1985 a la sangrienta dictadura de “Baby Doc Duvallier” por dar sólo algunos ejemplos. Por esa relación de fuerzas el castrismo no tenía las condiciones para aplicar una política restauracionista.
La caída de los ex estados obreros en el ‘89 sumió en una profunda crisis al estado obrero cubano, ya que era dependiente y subsidiario de Moscú. La URSS el único país con el que podía comerciar, mientras el imperialismo yanqui endurecía el bloqueo que había llevado adelante desde los años ’60, hundiendo a un grado extremo las fuerzas productivas de Cuba ya socavadas por estar constreñidas en el estrecho marco del utópico y reaccionario “socialismo en una sola isla”. Fueron estas condiciones las que permitieron que la burocracia castrista comenzara la introducción de medidas restauracionistas, llevando al estado obrero a la descomposición aguda. Este pasaje al campo de la restauración fue consagrado con la reforma de la constitución de 1992 y la ley de inversiones extranjeras de 1995, con las cuales la burocracia introdujo cada vez más amplias y profundas medidas restauracionistas, como la doble moneda -que profundiza la brecha entre las masas empobrecidas y la camarilla castrista- preparando la imposición de la restauración y su reciclamiento en burguesía. Con este hecho, a partir de los ‘90, la burocracia castrista se transforma en agente directo de la restauración, imponiendo un gobierno menchevique restaurador, que entrega las ramas de la economía más rentables, como el níquel y el turismo, a los monopolios imperialistas, mientras sigue administrando las ramas deficitarias de la economía nacionalizada.
Pero fue nuevamente el combate revolucionario del proletariado y los explotados latinoamericanos, que comenzó a finales de los 90, lo que le impuso un límite a la burocracia, haciéndole más difícil restaurar el capitalismo en Cuba, y es por ello, para poder completar su pasaje de burocracia restauracionista a burguesía, que el castrismo se ha jugado a fondo a cumplir un rol contrarrevolucionario central en los primeros años del siglo XXI.

 

 

 

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