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24 de octubre de 2020

Homenaje en el 4to aniversario de la muerte de Abu Al Baraa

Intervención de Abu Muad, del Comité Redactor del periódico La Verdad de los Oprimidos

 

“… Fue bajo el programa del socialismo… de la revolución mundial… de hacerles entender a los obreros del mundo que lo que había ahí era una lucha de hambrientos contra opresores y no una “guerra santa”, no “una guerra creada por el imperialismo contra un régimen socialista”… eran siete mil tareas las que tenía en sus manos Abu al Baraa… se las cargó todas juntas en la espalda y las llevó adelante hasta el final”

 

 

Un saludo enorme a ustedes y permítanme saludar al camarada Khero, que es hermano de Abu al Baraa. [Saluda y le da la bienvenida en árabe a Khero, NdeR]
Es una fecha bastante dura para nosotros y para mí en particular, donde las palabras se entrecruzan, el árabe se mezcla con el español y las emociones también están a flor de piel.
Tengo que empezar diciendo que no es un honor, para nada, estar rindiéndole homenaje a un compañero caído, porque nos queremos vivos y triunfantes, pero lamentablemente hay cosas que no dependen de nosotros.

Quiero contar un poco cómo es la génesis. Porque, uno se tiene que preguntar ¿qué hacía, de los 7 mil millones de habitantes que tiene el planeta, uno solo yendo a combatir a Medio Oriente, por la revolución Libia, cuando tendríamos que haber sido miles? ¿O no tendría que haber sido ninguno? ¿Qué hago yo acá? Me preguntaba y me daba vueltas por la cabeza esto en 2011, cuando estallan las revoluciones en Medio Oriente.
Si bien yo tenía mis convicciones, cuando empiezo a ser partícipe activo de la revolución libia, cuando empiezo a adentrarme en el combate que llevaban adelante las masas libias después de casi cuarenta años de opresión, una opresión que se hacía en nombre del “socialismo”, una opresión que no admitía críticas, que hambreaba, que marginaba, con una clase obrera como nunca he visto, oprimida desde todo punto de vista.
Más miraba las noticias y más me enteraba que la izquierda lo único que hacía era calumniar la revolución libia y más me hacía esa pregunta: “¿qué hago yo acá?”.
Intentaba dar una mano, “estaré acá para ayudar”, me decía, “¿Será mi destino escribir para que todo el mundo sepa lo que pasa en Libia?”, me preguntaba.
Mientras iba avanzando el tiempo y más me compenetraba, empieza a haber un intercambio de correspondencia con una organización, con una corriente que me despejaba esa duda de “qué hago acá” y me hacía entender que era al revés, es decir: “¿Qué hacen los demás que nos critican, que critican esta revolución, que no están acá?”. Esa era la verdadera pregunta.
En medio de todo ese furor, esa euforia, en medio de las balas y las bombas, es que, a través de correspondencias, llamadas, videos, empezamos a conocernos mutuamente con la FLTI y cada vez se hacía más claro el panorama. Cada vez tenía más en claro qué era lo que veía. Cada vez tenía más en claro cómo había que seguir adelante.
Yo era un joven de 23 años buscando respuestas. Y. en esta fusión con la FLTI, lo que empezaba a llegar a mi cabeza fue más luz. No creo que porque haya sido porque los integrantes son “los mejores”, pero sí sé que ha sido porque han dado las mejores batallas, que han sacado las mejores lecciones. Y esas lecciones eran las que nos servían a nosotros en el frente de batalla, aunque estábamos a miles de kilómetros de distancia para saber qué hacer y saber cómo triunfar, que era, en definitiva lo que queríamos.
Me acuerdo de haber llegado a una de las ciudades con mayor resistencia en Libia que era la ciudad de Misrrata en un barco de cebollas, esquivando las balas de la OTAN, que no dejaban pasar ningún barco, ninguna solidaridad internacional, pero, aun así, una vez que puse los pies en la tierra de Misrrata, demostraba que se podía llegar a Libia, que se podía llegar a Medio Oriente, que se podía ser partícipe activo de las revoluciones que se estaban dando.
Muchos camaradas cayeron también ahí, muchos camaradas que ayudaron también a la fusión, con una claridad política impresionante, como el camarada Yuseff, que había viajado incluso a Ucrania porque era admirador número uno de Trotsky. Eso nos permitió y me permitió a mí entender que la revolución no era solamente en Libia, que la revolución era en toda la zona, que la única manera de triunfar era que se extienda, que se propague.
Por eso no terminaba de caerle la última gota de sangre al chacal basura de Khadafy, ajusticiado por los camaradas en Sirte y ya estábamos planificando cómo llegar y poder darle una mano a esa revolución hermana que había en Siria, en las fronteras con el sionismo, donde veíamos toda nuestra esperanza de liberar a Palestina.

De a poquito, ese joven de 23 años se fue metiendo con otros camaradas que entendieron que la revolución era mundial y, junto con aproximadamente diez mil jóvenes y como parte de ese proceso, fue que llegamos a Siria casi sin entender qué pasaba. Porque, más allá de lo que entendíamos, la prensa internacional se encargaba, una vez más, de tirar tierra en los ojos de la clase obrera.
Así llegamos a Siria y no sabíamos qué hacer. Estaban los muchachos en la misma condición en la que me encontraba yo cuando llegué a Libia, “¿qué hacemos?” se preguntaban todos, aunque había un objetivo que estaba claro: Bashar estaba matando a la población que se sublevaba y sabíamos que no había otro lugar que el frente de batalla para ayudar.
Por eso, nuestro aporte fue, justamente, compenetrarnos en el frente de batalla y es así que, a una semana de mi llegada, en el barrio obrero de Salahadin, es que conozco a Abu al Baraa, un joven, mucho más joven que yo.
Al principio pensé que era de una familia acomodada pero, a medida que lo iba conociendo, que íbamos charlando, me daba cuenta que masticábamos el mismo hambre, la misma bronca y las mismas penurias que yo, que todos los libios, que todos los sirios, que todos los argentinos y que toda la clase obrera mundial.
Abu al Baraa era parte de un Comité de Coordinación que se encargaba de proteger a los manifestantes, como se hacía en esa época, porque cada manifestación que había, era reprimida con balas de plomo y fuego. Nos conocimos al calor de ese hermoso proceso que se dio en la ciudad de Aleppo que, lamentablemente, duró poco porque el Ejército Sirio Libre (ESL) con sus generales, la mayoría comandados por burgueses en el exterior, llegó justamente para descoordinar lo que las masas espontáneamente habían coordinado. Llegaron para hacer volar por los aires la democracia que las masas habían conquistado espontáneamente.
Duró poco y nos echaron a los bombazos de Aleppo. Al hacerse cargo el ESL de los frentes, lo único que hizo fue traicionarlos y entregárselos en manos a Bashar. Tal es así que miles y miles de obreros tuvieron que huir hacia las afueras de Aleppo, asentarse en el campo y en los suburbios.
Es ahí que me lo vuelvo a cruzar al “muchacho Mahmoud” [Abu al Baraa]. Allí estaba él y se me acerca y me pregunta “¿Tienes algo de ropa para lavar?”. “No -le respondo-, cómo voy a tener ropa para lavar si casi no tengo ropa”. “Bueno –me dice- yo estoy acá viendo cómo puedo ayudar”.
Le miraba las manos y pensaba en que no tenía manos para lavar la ropa, sin desmerecer. “¿A qué te dedicas?” le pregunto. “Soy obrero de la construcción”, me responde. Yo le dije “esas manos son para empuñar un fusil también, pero en realidad la pregunta debo hacértela yo, ¿en qué puedo ayudarte yo? ¿Qué necesitan de mí? porque son ustedes los que conocen el territorio ¿Qué podemos hacer nosotros por ustedes? porque son ustedes los que se están levantando contra este régimen asqueroso y protector del sionismo”.
Ahí empezó la amistad. Desde ese día fuimos inseparables. Le ofrecí lo que tenía a mi alcance para poder defendernos. Así emprendimos nuestro camino, un camino que fue largo y él tuvo que hacer su experiencia. Así como yo la hice en Libia y me topé con una corriente que me trajo un programa que me iluminaba, esa experiencia tuvimos que recorrerla día a día con el camarada Abu al Baraa.

Imagínense, una corriente con dos camaradas que dicen ser “socialistas” en medio de todas las calumnias que hacía la izquierda, en el medio de toda la mentira y tierra en los ojos que tiraba la prensa internacional, en medio de todas las acusaciones de que “sólo son pueblos bárbaros”, “terroristas”, una corriente que habla de la revolución mundial y del bienestar de los trabajadores, contra corrientes como el frente Al Nusra u otros frentes islámicos que levantaban la bandera del “antiimperialismo” porque decían que “habían combatido contra los yanquis en Irak y Afganistán”.
Fue una pelea mortal. Las balas, los bombazos y las penurias que sufríamos en el frente de batalla eran terribles, pero también eran terribles las discusiones que se armaban entre nosotros mismos y dentro del núcleo cuando tratábamos de salir hacia adelante como un grupo socialista, porque había que explicar siete mil veces qué era el socialismo, había que explicar siete mil veces cómo se combatía al imperialismo y tuvimos que acompañar a cada uno de los camaradas para que hagan esa experiencia.
Abu al Baraa fue uno los que más rápido lo entendió. Así fue que se comprometió de una manera en la que jamás pensé que se iba a comprometer.
Su familia nos abrió las puertas, conocimos a su padre que orgullosamente decía que “su hijo pertenecía a nuestra brigada, la Brigada León Sedov”. El camarada Mustafa Abu Jumaa, el padre de Abu al Baraa, me llamó y me dijo “la verdad es que no hay cosa que me enorgullezca más que ver a mi hijo combatiendo por este programa, de todas las corrientes burguesas y los partidos ejércitos que hay acá combatiendo, que haya terminado combatiendo junto a ustedes, es una bendición de Alá”.
Porque ahí Alá, al que supuestamente “le rezan para hacer atentados”, no existe. Ahí, culturalmente, si se reza, se reza, y, si no se reza, no se reza. Así como suenan las campanas de la Iglesia en Buenos Aires o en los lugares donde vivimos nosotros, así suena el grito del llamado al rezo en árabe allá. Eso no tiene nada de atrasado, nada de “islamista”. Imagínense que acá tocan las campanas y en Medio Oriente cantan, recitan y, el que quiere va y el que no quiere no va.

Fue bajo el programa del socialismo, fue bajo las banderas de la revolución mundial, fue bajo una tarea de hacerles entender a los obreros del mundo que lo que había ahí era una lucha de hambrientos contra opresores y no una “guerra santa”, no “una guerra creada por el imperialismo contra un régimen socialista”… eran siete mil tareas las que tenía en sus manos Abu al Baraa. Y se las cargó todas juntas en la espalda y las llevó adelante hasta el final.
Lo curioso es que, toda la familia terminó siendo parte de esta hermosa experiencia de llevar adelante una Brigada, de sentarse a discutir que los combates no eran simplemente contra los enemigos que teníamos en frente, sino que era también por tener cuidado de los tiros que venían desde atrás. Ahí fue que Mustafa Abu Jumaa, el padre de Abu al Baraa, desesperado por entrar al combate, compra una camioneta y dice: “soy viejo para pelear, estoy en mis 50 años, pero sé manejar y manejo bien, puedo rescatar a los heridos”. Fue así como nuestro dirigente Mustafa Abu Jumaa, se fue ganando la confianza de cada uno de los combatientes que estaban en el frente de batalla dando su vida por derrocar al régimen de Bashar.
Es así como Mustafa se ganó el odio de las direcciones traidoras del ESL que le marcaron la cruz en la frente y, una de las veces que salió ya no como chofer de ambulancia, sino a acompañar a los jóvenes y muchachos que estaban en el frente. Con la maniobra de manual que tenía el ESL, lo dejan solo una noche, aparece un francotirador y le pega tres tiros a Mustafa Abu Jumaa. Fue el único que cayó esa noche.

Imagínense que perder a un familiar es duro. Mataban a Mustafa, desmoralizaban a Abu al Baraa, hacían las dos cosas a la vez. “Muerto el perro, muerta la rabia”, deben haber pensado esas basuras.
Abu al Baraa perdió a su papá. Mustafa dejaba una familia de tres jóvenes y una mujer que, lejos de desmoralizarse siguió adelante. Porque ya no eran una familia sola, la Brigada León Sedov era la familia. El primer mártir de la Batalla de Aleppo fue, Mustafa Abu Jumaa.
Y, lejos de detener a sus hijos para seguir combatiendo, lejos de detener a los jóvenes con los que él compartía todo el día, los combates se intensificaron y se empezaron a abrir las puertas de Aleppo. La batalla parecía estar siendo ganada. La Brigada había logrado que se vote en asamblea, no entrar a Aleppo por el camino que mandaba el ESL, que era por los barrios obreros; votaron que había que entrar por donde más le dolía al régimen, había que entrar por el barrio de los ricos, de los burgueses como Hamdaniya, el barrio al que nunca se le cortaba la luz, era la única estrella que brillaba en la noche de Aleppo ¿Por qué tenían electricidad, tenían gas, tenían comida, hacían fiestas? ¡Porque tenían plata! ¡Eran los dueños de Siria!

Abu al Baráa y la Brigada León Sedov sabían que, si se entraba por Hamdaniya, estaban los recursos para poder, no sólo tomar todo Aleppo, sino seguir hacia Damasco y continuar hasta Jerusalén.
Ya lo habían amenazado a Abu al Baráa, habían ido hasta su casa a golpearle la puerta, ya habían bombardeado el cuartel de la Brigada León Sedov, ya le habían matado al padre y, aun así, Abu al Baraa siguió.

Estábamos en nuestro local de Buenos Aires. Nosotros estábamos planificando una reunión para ver de qué manera, desde allí solidarizarnos y mandar la mayor cantidad de ayuda posible para el combate que se estaba dando en las puertas de Aleppo, donde se definía prácticamente el destino de la revolución. En esa reunión no vi la llamada perdida, no vi la foto que me llegó.
Una vez que termina la reunión me acerco a mi celular y lo veo a él, tendido en una cama. Había sido el mismo modus operandi: lo dejaron solo en una guardia y, un francotirador le dio tres disparos. La diferencia es que él era joven y sobrevivió a esos disparos.
Pero el problema fue que después el ESL quiso sacárselo de encima y lo mandaron a Turquía en una ambulancia que era prácticamente una chatarra, a la peor clínica que existía, sin que la familia lo pueda acompañar.
Una mañana del 24 de octubre de 2016, el camarada Khero me avisa que a Abu al Baraa se le había parado el corazón… pero no, “no –le dije a Khero- no se le paró el corazón, sigue latiendo, ese corazón sigue latiendo en los combates que se dan en Siria hasta el día de hoy, sigue latiendo en los combates que se dan en Chile, esa revolución hermana, sigue latiendo en todos y cada uno de nosotros, en cada obrero, en cada joven que se levanta, sigue latiendo en cada preso político por el que tenemos que luchar para liberarlo, esa sangre que bombea ese corazón, es la tinta con la que escribimos el periódico La Verdad de los Oprimidos, es la tinta con la que se escribieron los dos tomos de Siria Bajo Fuego, es la voluntad que el camarada Abu al Baraa nos impuso a cada uno de nosotros a seguir adelante, a pesar de todo, seguir adelante, bajo el mismo programa: ni una gota de confianza en la burguesía, a desenmascarar a todos los que hablan en nombre de la revolución y lo único que hacen es traicionarla, a expropiar a los expropiadores del pueblo pobre y alzarnos en todo el mundo, porque si nos quedamos en un solo lugar, nos derrotan.”

Por eso no hace falta decir, ni gritar “camarada Abu al Baráa ¡Presente!”, porque él está con nosotros aún hoy presente.

Le cedo la palabra al hermano de nuestro compañero Abu al Baraa, el camarada Khero.

 

 

 

 

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