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Domitila Barrios de Chungara, una mujer de las minas de Bolivia y representante de los Comités de Amas de Casa, en la Tribuna del Año Internacional de la Mujer en 1957 

Un ejemplo de lucha revolucionaria enfrentando el feminismo burgués y pequeñoburgues

(…) Y así seguía yo exponiendo. Y una señora, que era la presidente de una delegación mexicana, se acerco a mí. Ella quería aplicarme a su manera el lema de la Tribuna del Año Internacional de la Mujer que era “Igualdad, desarrollo y paz”. Y me decía:
- Hablaremos de nosotras, señora…Nosotras somos mujeres. Mire, señora, olvídese del sufrimiento de su pueblo. Por un momento, olvídese de las masacres. Ya hemos hablado bastante de esto. Ya le hemos escuchado bastante. Hablemos de nosotras…de ustedes y de mi… de la mujer, pues.
Entonces le dije:
- Muy bien, hablaremos de las dos. Pero, si me permite, voy a empezar. Señora, hace una semana que yo la conozco a usted. Cada mañana usted llega con un traje diferente; y sin embargo, yo no. Cada día llega usted pintada y peinada como quien tiene tiempo de pasar en una peluquería bien elegante y puede gastar buena plata en eso; y, sin embargo, yo no. Yo veo que usted tiene cada tarde un chofer en un carro esperándola a la puerta de este local para recogerla a su casa-, y, sin embargo yo no. Y para presentarse aquí como se presenta, estoy segura de que usted vive en una vivienda bien elegante, en un barrio también elegante, ¿no? Y, sin embargo, nosotras las mujeres de los mineros, tenemos solamente una pequeña vivienda prestada y cuando se muere nuestro esposo o se enferma o lo retiran de la empresa, tenemos noventa días para abandonar la vivienda y estamos en la calle.
Ahora, señora, dígame: ¿tiene usted algo semejante a mi situación? ¿Tengo yo algo semejante a su situación de usted? Entonces, ¿de qué igualdad vamos a hablar entre nosotras? ¿Si usted y yo no nos parecemos, si usted y yo somos tan diferentes? Nosotras no podemos ser iguales, en este momento, ser iguales, aun como mujeres, ¿no le parece?
Pero en aquel momento, bajo otra mexicana y me dijo:
-Oiga usted: ¿Qué quiere usted? Ella aquí es la líder de una delegación de México y tiene la preferencia (…) Yo me he cansado de aplaudirle (…)
-Oiga, señora –le dije yo- ¿Y quién le ha pedido sus aplausos a usted? Si con eso se resolvieran los problemas, manos no tuviera yo para aplaudir y no hubiera venido desde Bolivia a México, dejando a mis hijos, para hablar aquí de nuestros problemas. Guárdese sus aplausos para usted, porque yo he recibido los más hermosos de mi vida y esos han sido los de las manos callosas de los mineros”
Al final me dijeron:
- Ya que tanto se cree usted, súbase y hablé entonces en la Tribuna.
Me subí y hablé. Les hice ver que ellas no viven en el mundo que es el nuestro. Les hice ver que en Bolivia no se respetan los derechos humanos y se aplican lo que nosotros llamamos “la ley del embudo”: ancho para algunos, angosto para otros. Que aquellas damas que se organizan para jugar canasta y aplauden al gobierno tienen toda su garantía, todo su respaldo. Pero a las mujeres como nosotras, amas de casa, que nos organizamos para alzar a nuestros pueblos, nos apalean, nos persiguen. Todas esas cosas ellas no veían. No veían el sufrimiento de mi pueblo…no veían como nuestros compañeros están arrojando sus pulmones trozo mas trozo, en charcos de sangre…
No veían como nuestros hijos son desnutridos. Y claro, que ellas no sabían, como nosotras, lo que es levantarse a las 4 de la mañana y acostarse  a las 11 ó 12 de la noche, solamente para dar cuenta del quehacer doméstico, debido a la falta de condiciones que tenemos nosotras.
-Ustedes- les dije- ¿qué van a saber de todo eso? Y entonces, para ustedes, la solución está con que hay que pelearle a hombre. Y ya, listo. Pero para nosotras no, no está en eso la principal solución.
Cuando termine de decir todo aquello, más bien impulsada por la rabia que tenía, me bajé. Y muchas mujeres vinieron tras de mí…

 

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