Los yanquis “vuelven a casa”:
crónica de una retirada anunciada
Esta se acordó en la cumbre de Doha entre EEUU, el Talibán y el gobierno oficial de Kabul y su ejército fantoche. Según afirmaban, este contaba con casi 300.000 hombres. EEUU le otorgaba 89.000 millones de dólares al año. “Le salía cara la corte a César en su ocupación de los pueblos bárbaros”.
“Sorpresivamente”, este ejército se disolvió en 24 horas. Es que, en realidad, una voraz burguesía de las finanzas y de las comisiones del tránsito de mercancías de Kabul con sus generales, no tenían más de 20.000 soldados en armas. El resto no eran más que listas de soldados y oficiales en un papel. Y esos generales se cobraban esos sueldos millonarios y se los repartían junto a los generales yanquis.
Esta es la “pata que falló” y en última instancia la que desenmascaró lo que realmente ocurre: EEUU se debe replegar de Afganistán porque ya no puede pelear solo y de forma directa las “guerras del petróleo” en esas zonas del planeta. La crisis política abierta hoy en el establishment norteamericano es que ha quedado al descubierto, al fracasar el plan de “transición ordenado” en Afganistán, la debilidad política del imperialismo yanqui para controlar la economía y la política mundial. Esto lo debe hacer, realizando acuerdos y pactos (coyunturales o no) con el resto de las potencias imperialistas y también con las reaccionarias y contrarrevolucionarias burguesías locales, como forma de mantener sus negocios, en este caso en el Magreb, Medio Oriente y también en Asia Central como lo hace con el Talibán.
El Talibán tiene una particularidad con respecto al resto de las burguesías musulmanas. Es que le garantiza al imperialismo que no sale de la zona pastún ni de Afganistán, como fuerza contrarrevolucionaria. Es decir, tiene prohibido entrar al grupo de Shanghái con Irán, con China, con Rusia, etc. Tampoco puede hacer acciones contrarrevolucionarias fuera de sus fronteras, como nunca lo hizo. A diferencia de las fracciones de la burguesía sunnita manejadas por los yanquis como el ISIS o Al Qaeda o de las tropas contrarrevolucionarias de intervención directa como la guardia islámica iraní, el talibán no puede salir de las fronteras de Afganistán, si quiere mantenerse en el poder y defender los negocios yanquis y su tajada de los mismos. De allí que la política del talibán es poner en pie un “emirato afgano”.
Junto a la cumbre de Doha, organizada inclusive por Trump, la retirada inmediata de Afganistán se preparó también en el último viaje de Biden a Europa. Para ello se reunió extensamente con Putin. De esto se trató también la reunión con el G-7, donde Afganistán fue un punto decisivo de la agenda. Alemania y Francia estuvieron totalmente en contra del retiro yanqui. Es que ellos hacían los negocios y era EEUU el que ponía la plata de los gastos de su ejército y soportaba el asedio de las masas. A regañadientes, la Bayer y Sanofi,los más grandes laboratorios alemanes y franceses, aceptaron el repliegue.
Pero el plan de “transición ordenada y pactada con un gobierno fuerte de coalición, con unas fuerzas armadas coordinadas del Talibán y de Kabul, se derrumbó como un castillo de naipes.
Se ha levantado el telón: el verdadero heredero de la retirada yanqui de Medio Oriente y Asia Central, el que le viene a garantizar los intereses en su huida, es la burguesía del Talibán, con la cual el imperialismo siempre pactó y negoció su “estadía” allí.
Ya ha quedado claro que ni con los pactos y acuerdos de Obama, ni con las “guerra del petróleo” de Bush, ni con la guerra comercial de Trump, EEUU puede controlar solo el mundo. Es que hay muchas potencias imperialistas y buitres que se disputan el planeta a los picotazos. Entre ellos, el eje franco-alemán que conquistó su espacio vital en toda Europa y desde allí disputa el mundo semicolonial. En el caso de Inglaterra, pese a los acuerdos profundos que tiene con el imperialismo yanqui, aquí y allá busca consolidar sus propias zonas de influencias y negocios desde Londres, a la vez que un Japón subordinado política y militarmente a EEUU, busca su espacio vital en el Pacífico.
EEUU sabe que debe concentrar fuerzas y estabilizar su régimen de dominio porque su batalla estratégica es por China, por su poderoso mercado interno, por sus enormes empresas estatales, por sus bancos. De eso se trató el pacto político provisorio de Biden con el G-7 y con “amigo-enemigo” Putin.
Pero la crisis más grande que tiene EEUU -que en 2008 y en 2020 le ha tirado al mundo dos cracs como el de los ’30- es su propia clase obrera, que está en posición de ofensiva y en distintas oleadas de lucha ha cercadoWall Street y cuando no, ha enfrentado abiertamente al gobierno de los piratas yanquis con enormes combates en las calles.Al interior mismo de la bestia imperialista está el gran aliado de los trabajadores y los pueblos oprimidos del mundo: la clase obrera norteamericana. Ella no le permite a Wall Street desarrollar por ahora nuevas aventuras contrarrevolucionarias en el exterior, y ha jugado un rol decisivo en la retirada yanqui de Irak y Afganistán, como lo hiciera con Vietnam en los ’70.
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