Revolución y Contrarrevolución en Irán
PARTIDO SOCIALISTA DE LOS TRABAJADORES IRANÍ
Texto tomado fielmente del original francés, donde faltan párrafos de introducción y final del artículo
Cinco años después de la caída del régimen del Sha, las características fundamentales del estado actual de la revolución iraní indican que hay un repliegue completo del movimiento revolucionario. Los resultados son claros: se han perdido todas las conquistas de las masas explotadas y trabajadoras; se ha establecido una dictadura brutal, más bárbara que el régimen del Sha; ha reaparecido un “orden” capitalista encarnizado, y la economía iraní se ha reintegrado al sistema imperialista mundial.
1. La situación del movimiento de masas
a) La revolución iraní estado en primer lugar por el hecho de que representaba el inicio de un período de intervención directa y por millones, de las masas en la determinación de un nuevo orden social. La extensión y la profundidad de este fenómeno no tenía precedente en todo el período histórico anterior en Irán, ni, por lo demás, en ninguna de las revoluciones de la historia moderna. Así, la revolución iraní quedará como un excelente ejemplo de la capacidad de un movimiento de masas en expansión de tirar abajo el poder político y militar de una dictadura brutal de la burguesía. El alzamiento revolucionario dio nacimiento a numerosas formas de autoorganización de las masas.
El destino de la revolución iba a depender de la extensión y el desarrollo de estos órganos, a saber de los shoras (consejos) de obreros, campesinos y soldados, los comités barriales, etc. Los numerosos sectores de la población que habían estado largo tiempo inactivos, hicieron su experiencia en estas luchas, especialmente el movimiento por la igualdad de derecho de las mujeres, el movimiento por la autodeterminación de las nacionalidades oprimidas, la lucha de los desempleados por empleo y seguridad social, el movimiento estudiantil por el control del sistema educativo y su independencia del Estado, etc. Hoy en día, todos estos movimientos e instituciones independientes han sido eliminados, ya sea por haber sido brutalmente destruidos, o por haber sido convertidos en instrumentos de represión del Estado, sin ningún control de las masas.
El movimiento de los shoras, que a pesar de sus debilidades era el más significativo de ellos y que resistió durante más tiempo los embates de la contrarrevolución, ha sido completamente aplastado. Su destino “legal” ha quedado remitido a una decisión futura de la Asamblea islámica, que ya ha reducido sus poderes, por intermedio de la Constitución, a un órgano “islámico”, de “consulta” y “cooperación” (con los patrones), con participación patronal y bajo control directo del Estado. Si fueran resucitados dentro de este cuadro restrictivo, casi no se diferenciarían en nada de los sindicatos corporativistas del Sha, es decir, instrumentos de represión capitalista dentro de las empresas. De todos modos, no existe ninguna, o no está autorizada por las leyes de la República Islámica, ninguna organización obrera.
b) De acuerdo con sus objetivos de clase fundamentales, la revolución fue una revuelta contra las injusticias de la “revolución blanca” del Sha y contra la crisis económica que la acompañó a fines de la década del 70. Esta revolución aportó inmediatamente importantes conquistas sociales y económicas a las masas de conjunto. Los obreros se adueñaron efectivamente de los más grandes sectores de la industria privada y de la gran industria estatal, y asistimos al inicio de la imposición del control obrero sobre la producción y la distribución en un grado inigualado entre las recientes revoluciones dentro de las economías capitalistas subdesarrolladas. La ocupación de la mayor parte de los latifundios por parte de los campesinos, la distribución de la tierra por los comités independientes de pueblos, el establecimiento de cooperativas campesinas y la liquidación de la intervención de intermediarios, usureros y otros buscadores de ganancias, marcaron igualmente el período revolucionario. Estas características continuaron manifestándose dentro de la dinámica de las luchas revolucionarias que surgieron después de la caída del régimen del Sha.
Ninguna de las conquistas fue consolidada. Se podría afirmar hoy en día que ningún sector de explotados u oprimidos piensa que ganó algo con esta “revolución”. Aún los progresos elementales del nivel de vida de las masas –a saber el aumento más o menos general de los bajos salarios, la reducción de la semana de trabajo, el mejoramiento de la cobertura social, la vivienda para los pobres, etc.- han sido erosionados o eliminados. En su lugar se asiste a una inflación galopante, un desempleo masivo, a la extensión de la jornada de trabajo, al aumento de número de personas sin vivienda y a un éxodo creciente del campo hacia la ciudad.
La profunda miseria de la mayoría de las masas no tiene igual, ni siquiera entre los peores años de las tres décadas precedentes.
c) El modelo político que se desprende de los ascensos revolucionarios que se dieron en la historia moderna de Irán, indica que las reivindicaciones centrales de las masas han girado siempre alrededor del problema de los derechos democráticos. La insurrección de febrero conquistó numerosos derechos democráticos que habían reclamado las luchas que marcaron toda la historia de los movimientos políticos durante los últimos 80 años. Por primera vez, las masas iraníes gozaron de derechos fundamentales de libertad de palabra y de asociación, de libertad de actividades políticas, de manifestar, derecho de huelga, derecho de elegir a sus administradores, etc.
Todas estas conquistas han sido brutalmente eliminadas. Ya ni siquiera están presentes dentro de la nueva Constitución islámica “revolucionaria”. El nivel de las libertades democráticas actualmente ejercidas o reconocidas por el Estado no es comparable más que con la situación que existía antes de los inicios del siglo XX. El único “derecho” reconocido por el poder clerical es el derecho a la sumisión de todo y todos a la voluntad arbitraria de los mollahs.
Esta forma de Estado “republicano” es tan represiva que otorga a las nuevas fracciones burguesas el poder de intervenir hasta en la vida privada de los ciudadanos. Es el Estado el que decide lo que las masas crearán, comerán o beberán. La reivindicación central de la revolución iraní de una asamblea constituyente auténticamente democrática y representativa de la voluntad del pueblo no se ha realizado. En su lugar, se ha instaurado un Consejo islámico de guardianes nombrados por el clero y que goza de la facultad de anular toda decisión que considere contradictoria con el código islámico. El Irán no había sido gobernado de manera tan antidemocrática desde hacía cerca de un siglo.
El hecho de que el Estado islámico sea mucho más represivo que una dictadura capitalista cualquiera se ve claramente en el tratamiento de las mujeres en Irán. No se podrían explicar los ataques religiosos reaccionarios contra los derechos más elementales de las mujeres solamente por la crisis del capitalismo. Ellos tienen mucho más que ver con el poder clerical particularmente y con su ideología arcaica.
2. La reconstrucción del Estado burgués
a) El régimen actual que ha reemplazado a la dictadura del Sha y tiene desde ese momento las riendas del poder, se ha mostrado aún más dispuesto y mejor equipado para la tarea de desencadenar la represión más bárbara e inhumana contra las masas oprimidas y trabajadoras.
La tarea histórica de la democratización del Estado, que incumbía a la revolución iraní, ha sido descartada por un régimen donde hasta la expresión demagógica “legal” afirma abiertamente que un solo hombre, completamente por encima de todo control laico, es el depositario de todo el poder. Dentro de la “república” de Khomeini, ningún órgano representativo puede tomar decisiones que contradigan la voluntad de Khomeini o de los altos faghih. Khomeini tiene el derecho de decidir quién puede presentarse como candidato a las elecciones, puede anular el resultado de las elecciones, modificar las instituciones sociales y políticas, controlar todos los recursos estatales, etc.
En lugar de la dictadura monárquica, existe ahora en Irán una dictadura clerical que reivindica un poder “divino” absolutista y mucho más ilimtado. La separación de la mezquita del Estado, la reivindicación más elemental del movimiento por la democracia del último siglo, está más lejos de lo que estuvo antes de la revolución constitucional de 1907-1909.
El capitalismo, después de haber alejado al clero shiíta, de algunas funciones del Estado durante el período de crecimiento en Irán bajo la dinastía de los Pahlevi, ha recurrido hoy en día a un régimen de forma teocrática para oponerse a la revolución. La república islámica no es otra cosa que una forma de gobierno dentro de la cual una secta clerical que se considera por encima del control “temporal” de las masas, se ha proclamado dueña suprema del destino de la sociedad.
El Estado ultracentralizado que se había formado con la ayuda de las potencias imperialistas después de la revolución rusa, con el objeto de bloquear los progresos del bolchevismo, había tenido que apoyarse sobre un sistema que les otorgaba privilegios nacionales a los Farsis, al mismo tiempo que eliminaba completamente los derechos nacionales de otras nacionalidades. Ahora bien, los años islámicos actuales que pretenden que el Islam no reconoce ni fronteras sagradas ni nacionalidades oprimidas, han seguido fielmente la vía trazada por los Pahlevi en lo que concierne a los derechos de las nacionalidades oprimidas de Irán. Dentro de su concepción, toda victoria de las luchas de estas nacionalidades por sus derechos nacionales representa una amenaza grave para el aparato centralizado del Estado. Los iraníes kurdos que defienden heroicamente su derecho a la autodeterminación, han sido amenazados con el aniquilamiento físico total. De la ocupación militar de las zonas kurdas, el régimen de Teherán al bombardeo (especialmente con bombas químicas) de las ciudades y a la destrucción de las cosechas dejando regiones enteras devastadas.
b) La importancia acordada a los “aparatos ideológicos del Estado” no ha impedido el refuerzo de los instrumentos de represión en proporciones vertiginosas. La destrucción de la policía secreta del Sha, del ejército, de los tribunales militares, etc., fue uno de los objetivos más inmediatos del movimiento revolucionario. Aún antes de la caída del régimen del Sha, sus instrumentos de represión se debilitaron y desintegraron bajo los golpes de la movilización de masas. Ahora bien, cinco años después, asistimos no sólo a su restablecimiento, a un nivel casi igual al que tenían antes de la revolución, sino también a la aparición de nuevos instrumentos de represión aún más formidables y que pretenden obtener legitimidad del hecho de que son “hijos de la revolución”. Además del ejército y la policía secreta que han sido reconstruidas, hay ahora también todo un conjunto de instituciones que se dicen revolucionarias (nahads), de una brutalidad incomparablemente mayor que aquellas que había anteriormente. El ejército islámico de los Pasdarams, los Comités del Imman (policía barrial), los Andjomans islámicos (asociaciones que funcionan dentro de todas las empresas e instituciones), los tribunales islámicos, la fuerza paramilitar de los Hezbollahs (adherentes al “Partido de Dios”), etc., han combinado sus fuerzas para producir la represión más dura que hayamos visto dentro de la historia reciente de todo el mundo.
Toda oposición a la “unidad de la palabra” (la palabra de Khomeini) puede llevar a la ejecución del culpable. En el curso de los últimos dos años, el régimen islámico ha ejecutado cincuenta veces más militantes de izquierda que el régimen del Sha durante los 30 años que estuvo en el poder. La cantidad de prisioneros políticos se ha multiplicado por lo menos por diez; la mayor parte fueron apresados sin orden de detención y sin que se conozca el lugar de cautiverio. La destrucción moral, psicológica y física de sus adversarios políticos puesta en marcha por el régimen de Khomeini ha sido raras veces superada.
c) El tamaño y el poder enorme de la burocracia del Estado ha sido siempre uno de los blancos de las luchas populares en Irán. Sus dimensiones habían llegado a un punto sin precedentes bajo el régimen del Sha. En realidad, la mayor parte de la riqueza social era deglutida por la burocracia, de manera improductiva. Numerosas instituciones fueron creadas con el único objetivo de legitimar los sobornos “oficiales” que nutrían a la base social de la dictadura. Hoy en día, el tamaño de esta burocracia que se alimenta a expensas de las masas se ha doblado.
La integración de los instrumentos del poder clerical al aparato del Estado reconstruido ha constituido una de las más grandes burocracias existentes en los países atrasados. A más de los 1,5 millones de empleados “normales” del Estado, existe hoy en día una base clientelista de 1,2 millones de mercenarios pagados por el régimen. A parte de la supuesta “base de masas revolucionarias” del régimen (que incluye más de 200.000 Pasdarans, 300.000 miembros de comités y asociaciones más o menos firmemente establecidas como los Bassidj y los Adnjomans islámicos), una fuerte proporción del clero islámico mismo junto con su red de seguidores y otros frecuentadores de las mezquitas, son sostenidos financieramente, en mayor o menor medida, por el Estado.
Irán se encuentra en una situación absurda caracterizada por el hecho de que, aunque sus entradas por el petróleo han aumentado a un nivel alto (23 millones de dólares el año pasado), y aunque se puso fin a una gran parte del consumo más abiertamente corrupto, el del aparato policíaco-militar del Sha, las sumas realmente invertidas en el desarrollo han bajado en un quinto en comparación con el período pre-revolucionario. Al mismo tiempo, las diversas fundaciones de caridad de los mollahs destinan dos veces esta suma para el bienestar del clero y sus seguidores.
3. El retorno al orden capitalista
a) Podríamos decir que aquello que distingue a esta revolución de las otras que ha conocido Irán reside en su carácter social anticapitalista evidente. La mayor parte del capital autóctono fue expropiado después de la revolución. Cinco años más tarde, más del 60% de la gran industria iraní continúa “nacionalizada”. La eliminación del movimiento de masas y el restablecimiento del aparato del Estado burgués burocrático ha creado, no obstante, las condiciones necesarias para un retorno rápido aún “orden” capitalista más impiadoso, más explotador, más corrupto y más atrasado que antes.
Ha emergido una nueva capa de capitalistas que sacan provecho de esta situación, ocupando el lugar que antes usufructuaba el entorno del Sha. Esta capa, con el apoyo del clero (con el cual mantiene relaciones políticas y sociofamiliares) y a través de los canales del Estado, ha amasado rápidamente una fortuna inmensa. Estas nuevas fracciones capitalistas en el poder, que se distinguen por la mentalidad particularmente estrecha, son descendientes de los mercaderes del Bazaar y revelan una inclinación hacia el agio y la especulación. Sacar provecho rápido es el credo de esta nueva burguesía “nacionalista”. Ella no muestra ningún escrúpulo en utilizar formas de acumulación bárbaras dentro de su avidez por sacar provecho de las ocasiones de las que estaba privada bajo el Sha.
La penuria de artículos de primera necesidad, la inflación galopante y la superexplotación de los obreros y de los campesinos pobres son las únicas características evidentes de este “nuevo” capitalismo islámico. Bajo el estandarte del Islam, los peores aspectos del capitalismo tardío iraní se han transformado en leyes “sagradas” e inviolables.
El proyecto de un nuevo código de trabajo deja las manos libres a los capitalistas para fijar la duración de la jornada de trabajo, desde el momento en que un obrero individual acepta un “contrato”. El solo hecho de que exista todavía más de cuatro millones de desocupados significa que el capitalismo puede extraer toda la plusvalía que desee de los obreros individuales. Un comité donde hay un representante del patrón y un representante del Ministro de Trabajo, junto con un “representante” de los trabajadores (que no es elegido libremente por estos últimos) puede anular un contrato ante el pedido del patrón. Ninguna forma de negociación colectiva es considerada como islámica.
El Consejo de Guardianes de la Constitución Islámica proclamó la propiedad privada, capitalista y terrateniente como sacrosanta y libre de toda limitación. Las leyes de la reforma agraria tan alabadas, y más bien magras en realidad, leyes que instituían la venta obligatoria de los terrenos de los grandes terratenientes a los campesinos sin tierra han sido anuladas por ser consideradas contrarias al Islam. Desde ya, la evacuación de los campesinos de las tierras que habían ocupado después de la revolución fue conseguida más o menos por la fuerza.
Las otras proposiciones igualmente demagógicas de nacionalización del comercio exterior se han transformado en una ley que facilita el monopolio de un grupo de capitalistas que simpatizan con el régimen del comercio interior y exterior. Recibir una licencia de importación es el modo más seguro de transformarse en un miembro de la clique capitalista en el poder. Por sí solos, los beneficios obtenidos de la diferencia entre la tasa de cambio “oficial” y el precio del mercado real es suficiente para hacer del último de los mercachifles un mecenas.
El régimen islámico de Khomeini, sean cuales fueran los agravios que tuviera con distintos grupos capitalistas específicos, demuestra todos los días que está al servicio de la propiedad privada y de un poder de clase fundado sobre la explotación de la mayoría por un puñado de reaccionarios aprovechados. Lo menos que podemos decir es que hoy en día la concentración de la propiedad y la tasa de explotación son más fuertes que nunca.
b) La retórica antiimperialista demagógica del régimen iraní ha llamado a menudo la atención. Mas la realidad muestra que su independencia económica, política y militar del imperialismo es hoy en día tan profunda sino más profunda que antes. El poder islámico ha demostrado que estaba listo para ser tan servil como fuera preciso, y a pagar el precio que fuera necesario para permanecer en el gobierno.
Uno solo de todos los tratados secretos opresores y explotadores firmados por los regímenes Pahlevi con las distintas potencias imperialistas, un tratado conocido por el público y masivamente rechazado, fue anulado por el nuevo régimen. Pero aún en ese caso, el contenido efectivo del tratado no fue nunca publicado. Para no irritar al imperialismo de los EE.UU., el régimen iraní ha hecho aún más. Ha anulado, al mismo tiempo, un tratado de naturaleza completamente diferente: el tratado de 1921 con la URSS.
El régimen islámico ha acordado compensaciones generosas en exceso a todos los capitalistas extranjeros cuyas propiedades se ha visto obligado a nacionalizar. Y eso fue así, aunque la mayor parte de las compañías involucradas debían a los bancos iraníes sumas equivalentes varias veces al valor de sus activos. El régimen abandonó igualmente todos los llamados “préstamos” aceptados por el Sha a sus amigos norteamericanos, y que sumaban por sí solos nueve mil millones de dólares. No ha buscado seriamente hacer respetar sus derechos en los contratos de compra de armamentos de veinte mil millones de dólares concluidos con los Estados Unidos, suma que el Sha ya había pagado. Capituló ante las exigencias exorbitantes de numerosas sociedades americanas, especialmente el Chase Manhattan Bank que debe tres mil millones de dólares al Irán. Se estima que en la ocupación de la embajada americana de Teherán, Khomeini el “antiimperialista” desembolsó alrededor de nueve mil millones de dólares.
Las importaciones iraníes que provienen de los grandes países imperialistas han adquirido un valor más alto que el que tenían bajo el gobierno del Sha, y representan todavía más del 90% del total. La mayor parte de este gasto está destinado a la compra de materias primas y alimentos más que de máquinas. Las sociedades mixtas con el imperialismo florecen de nuevo. Todos los bienes de consumo, casi sin excepción producidos en Irán bajo la licencia de los monopolios internacionales son pagados igual que bajo el Sha. Solamente los nombres de los productos han cambiado. Los números capitalistas extranjeros no ocultan su alegría ante la posibilidad de obtener beneficios inmensos y rápidos que existe en Irán. El único elemento que ha demorado en cierta forma la penetración de las sociedades imperialistas es la situación que sigue siendo inestable, especialmente debido a la guerra entre Irán e Irak.
Se sabe que Irán depende del imperialismo para conseguir armas. Además de los proveedores de armas americanos y europeos habituales, está Israel, África del Sur y Corea del Sur. Está claro que aún durante la “crisis de los rehenes” el aprovisionamiento de armas y repuestos americanos nunca se ha visto interrumpido.
c) La política exterior del régimen iraní es la que más revela sus alianzas internacionales. Todas las medidas concretas que tomó en la escena internacional más allá de su retórica hueca, se ubican dentro del marco de la defensa de los intereses de la reacción. El gobierno ha propuesto públicamente un frente único anticomunista a Turquía y Pakistán. El régimen iraní colabora ya con esas dictaduras militares en el combate contra los movimientos kurdos y baloches. Ha propuesto jugosos acuerdos comerciales a estos dos importantes aliados del imperialismo de los Estados Unidos para animarlos a resucitar el viejo tratado que llegaba a los tres países bajo el Sha. La política “ni con el este ni con el oeste” significó en el Medio Oriente la convergencia de la política iraní, a pesar de sus aspectos contradictorios, con los intereses de ciertas potencias imperialistas. En el seno de la OPEP, los iraníes están en acuerdo total con los británicos. En el seno del movimiento de los no-alineados, se sitúan en el bloque anticomunista.
Sin embargo, ciertas fracciones nacionalistas pequeño burguesas en el seno del régimen iraní han adoptado una posición que, a la vez que expresan su profundo odio al comunismo y a la URSS, llaman a la no intervención de los Estados Unidos en la región y rechazan todos los “valores occidentales”, comprendida la democracia. Esto ha producido una tendencia a la agitación y a las campañas contra el “Gran Satán” (los Estados Unidos) y a sus aliados en el Medio Oriente, tendencia que ha repercutido sobre ciertas actividades dirigidas contra los Estados Unidos, Arabia Saudita, algunos de los Emiratos del Golfo, y visiblemente en el Líbano. Esta agitación ha sido condenada públicamente por el mismo Khomeini, como fue el caso cuando se produjo el pretendido minado del Mar Rojo.
Esta “guerra santa” contra el régimen irakí presentado como instrumento del imperialismo americano y títere de los sionistas es el último justificativo en el nombre del cual el régimen de Khomeini se reivindica antiimperialista. Ahora bien, esta guerra sirve muy bien a los intereses de los Estados Unidos y de Israel que proveen ambos de armas, municiones y repuestos, a Irán, directa o indirectamente. La presencia militar del imperialismo yanqui en la región está directamente ligada a esta guerra. Gracias al régimen de Khomeini, los Estados Unidos pudieron construir cuatro bases militares en esta región y colaboran abiertamente por medio de maniobras militares conjuntas con los sheiks reaccionarios del Golfo. Esto ha jugado también un rol en el refuerzo de la posición de Israel que, después de la caída del Sha, se ha transformado en el único aliado estratégico del imperialismo yanqui.
La consolidación del estado burgués en Irán y el fortalecimiento político del régimen baasista en Irak son ambos consecuencia de la guerra. La destrucción de las vidas humanas y de recursos económicos ha debilitado profundamente a los dos países, mientras que el imperialismo es el que se beneficia. Es así que los dos regímenes logran aprovisionarse lo suficiente como para proseguir la guerra, pero no le permiten a ninguno de los dos obtener una superioridad decisiva. Cuatro años de la guerra han hecho inclinar el equilibrio de fuerzas regionales de manera decisiva a favor del imperialismo. En el momento actual, el régimen iraní es el principal arquitecto de esta situación.
El interés de la prosecución de la guerra desde el punto de vista de Khomeini es claro: con ello justifica la militarización de la vida social, la represión de todas las legítimas reivindicaciones de las masas, la consolidación de las fricaciones clericales más cínicas en el seno del régimen y, sobre todo, el retorno a una situación de régimen capitalista dependiente bajo la cobertura de la necesidad de aceptar ayuda no importa cuál sea su origen.
Las lecciones de la revolución
La realidad de la situación actual en Irán indica que el movimiento revolucionario de masas se ha derrumbado, incapaz de afrontar, la contrarrevolución que tiene completamente riendas del poder gracias a un Estado burgués represivo construido y aún más formidable, y que el nuevo régimen va rápidamente en vías de crear las condiciones necesarias para restablecer un orden aún más corrupto y explotador, integrado al sistema imperialista mundial. ¿Cómo pudo la revolución iraní haber llegado a esto?
1. La victoria de la contrarrevolución
a)La contrarrevolución en el poder en realidad ha surgido de la revolución misma. Son precisamente las fuerzas que reivindicaron la dirección del levantamiento de febrero las que están ahora a cargo del Estado represivo y la dirección de la campaña contrarrevolucionaria de la burguesía iraní y del imperialismo mundial. Ninguna confusión es posible con respecto a este punto. Los imperialistas, las fracciones burguesas eliminadas del país y las fuerzas interiores de la vieja dictadura no han podido intervenir e influenciar el curso de los acontecimientos más que indirectamente y por intermedio de la dirección de Khomeini. Es él quien dirige y quien ha dirigido durante todo este período la contrarrevolución.
Pretender que porque el régimen de Khomeini irrita al imperialismo, los revolucionarios deben darle su apoyo, sería un grave error. La lógica de tal posición llevaría inevitablemente a la capitulación frente a la contrarrevolución en curso.
De la misma manera, pretender que, porque el régimen surgido de la revolución no ha sido derribado todavía por el imperialismo o la burguesía monárquica, la revolución continua aunque sea de un modo deformado, equivaldría a tener un juicio completamente falso de la real campaña de la contrarrevolución khomeinista en curso.
La contrarrevolución ha triunfado y ha nacido de la dirección de la revolución.
Es un hecho perfectamente claro y bien documentado que antes de la insurrección de febrero los sectores importantes del ejército, de la policía secreta y de la burocracia se pasaron al campo de Khomeini. El imperialismo americano intervino así mismo directamente para provocar las negociaciones entre los jefes de las fuerzas armadas y la dirección de Khomeini. Ni que decir de las numerosas e inmensas empresas burguesas que le pagaron a Khomeini sumas enormes para organizar su “dirección”.
Dada la amplitud del movimiento de masas y su radicalización, el único medio que tenía la contrarrevolución para vencer a la revolución era “unírsele”. Esto no era posible más que sosteniendo una fracción en el seno de la amplia oposición contra el Sha, que fuera capaz de asegurar una forma de controlar a las masas. Este fue uno de los factores importantes, sino el más importante, que hizo que Khomeini fuera colocado a la cabeza del movimiento de masas.
Las razones que hicieron que el clero chiíta, especialmente la fracción Khomeini, fuera particularmente apta para esta tarea, deberían ser evidentes. El clero ha sido siempre una institución del Estado con mucha experiencia en la defensa de la sociedad de clases y de la propiedad privada. Después de todo, fue la jerarquía chiíta la que había sido el principal pilar ideológico del Estado. El propio Khomeini provenía de una fracción que había ya dado pruebas de su lealtad hacia la clase dominante al sostener el golpe de Estado de 1953. Fue la parte menos desprestigiada del Estado porque no formaba parte de esa estructura estatal que sostenía. Durante el período de desarrollo capitalista que siguió a la revolución blanca en particular, el clero quedó relegado a una posición secundaria. Fue precisamente por esto que una fracción creciente de la jerarquía fue llevada a oponerse al régimen del Sha. Esta podía ahora ser utilizada como carnet de identidad en el seno del movimiento de masas.
Vista la debilidad de la oposición burguesa, que no había sido autorizada a funcionar bajo el Sha, el clero con su red nacional de mollahs y de mezquitas ofrecía un instrumento poderoso, acompañado de un partido necesario para la “organización” y canalización del movimiento espontáneo de las masas. Este proveyó también el tipo de ideología vaga, populista que era necesario para embotar las reivindicaciones radicales de las masas y unirlas en torno a un programa burgués de términos velados. Dada la preponderancia de la pequeño burguesía urbana y de los campesinos emigrados durante las primeras etapas del movimiento de masas, el llamado del clero a la “justicia islámica”, al “capitalismo islámico” y al “Estado islámico” pudo inmediatamente encontrar una base de masas aquiescente.
Negar todavía hoy en día que la iniciación de la campaña contrarrevolucionaria de Khomeini coincidió con sus tentativas de ponerse a la cabeza de la revolución, sería contradecir los hechos conocidos hoy en día por millones de iraníes. Negar también que sus intentos recibieron de entrada la ayuda de las clases dominantes y de los imperialistas que lo apoyan equivaldría a no comprender el hilo principal del desarrollo de la revolución iraní.
b) Sería por lo tanto una mistificación total caracterizar la revolución iraní como una “revolución popular antiimperialista pero dirigida por fuerzas nacionalistas burguesas”. Sería dejar completamente de lado el rol contrarrevolucionario específico de la burguesía y de su instrumento político en el seno de la revolución.
La crisis política y económica de 1976-78 que fue telón de fondo del descontento de las masas, era resultado de factores diversos y contradictorios.
Al lado del movimiento de masas qu protestaba contra la dictadura capitalista dependiente del Sha, existían también importantes rupturas en el seno de la burguesía de conjunto, tanto entre distintos sectores favorables al Sha, como entre los sectores desfavorables al Sha. Estos opositores burgueses al poder del Sha, se transformaron a medida que la crisis revolucionaria se amplificaba y se profundizaba.
Apareció en primer lugar un movimiento para la reforma del Estado del Sha, formado por la alta burguesía “modernista” deseosa de limitar los poderes absolutos de la familia real y favorable a una cierta nacionalización del Estado capitalista. Las exigencias de la propia prosecución del desarrollo capitalista reclamaban estas formas. Esta fracción ya existía dentro del partido único del Sha (el Rastakhiz) desde antes de la crisis revolucionaria. Ella gozaba del apoyo de un importante sector de tecnócratas y de burócratas en Irán, y de grupos influyentes en el seno del establishment yanqui.
Con la profundización de la crisis, este sector se hizo más vociferante en su oposición al Sha. Comenzó a levantar la amenaza del movimiento de masas como un argumento en sus negociaciones con el Sha. La destitución del gobierno de Hoveida y la formación del gabinete de Amouzegar representan una concesión a esta fracción. Pero ya el crecimiento del movimiento de masas estaba trayendo a otros sectores de oposición burguesa a escena.
En efecto, esta fracción comprendió que para sobrevivir a la crisis ella debía esconderse detrás de políticos burgueses menos ligados a la dictadura del Sha. De ninguna otra manera podría haber conseguido algún apoyo dentro del movimiento de masas. Es a esta tendencia que debe atribuírsele la resurrección del cadáver bautizado Frente Nacional y la aparición de nuevas agrupaciones burguesas liberales (como el movimiento radical).
Apareció igualmente una oposición al Sha de parte de sectores más tradicionales de la burguesía (los grandes comerciantes del bazaar y los capitalistas pequeños y medianos de los sectores más tradicionales de la industria). La revolución blanca, y el tipo de crecimiento capitalista que ella suscitó, habían también enriquecido a estas capas. Sin embargo habían sido más o menos dejadas de lado de los principales canales de acumulación de capital sostenidos por el Estado y por la clase dominante (las posesiones monopólicas en la producción de bienes de consumo bajo licencia extranjera).
La crisis estructural del capitalismo iraní durante los años ‘70 llevó al estado del Sha a endurecer sus ataques contra esas capas que controlaban todavía un sector del mercado nacional. Debía ser debilitada su influencia para que los monopolios pudieran resolver su crisis de superproducción. La industrialización dirigida hacia los bienes de consumo y la dependencia tecnológica implicaba una fuerte tendencia al control burocrático del mercado nacional por medio del Estado. Para estas capas, la oposición al poder del Sha era una cuestión de vida o muerte. Ellas no podían encontrar la menor satisfacción en el tipo de reformas propuestas por las otras fracciones. Ellas reclamaban un cambio más radical de las estructuras políticas. Mientras que las fracciones reformistas se oponían vehementemente a todo cambio radical que hubiera podido sacudir el poder de la clase dominante por completo, los intereses de estas otras fracciones no se veían para nada lesionados con la reivindicación máxima de eliminar al Sha.
Con el crecimiento del movimiento de masas, se hizo evidente que esta fracción podría reemplazar completamente a la primera. A través de sus lazos tradicionales con la economía del bazaar, podría conseguir el apoyo activo de la pequeño burguesía urbana y de las enormes masas de pobres de las ciudades a las que estaba ligada. Esta fracción gozaba además de numerosos lazos con la poderosa jerarquía chiíta. En efecto, después de la revolución blanca, la burguesía tradicional y el clero chiíta se fueron acercando cada vez más.
Una de las lecciones más importantes que un sector de la burguesía había aprendido de su derrota de 1953, consistía precisamente en el hecho de que sin una ideología islámica y sin el apoyo de los mollahs no podrían jamás conseguir un apoyo de masas los suficientemente grande para permitirles ser una alternativa de poder realista con respecto al Sha y a la izquierda. El Movimiento de la Libertad de Bazargan y de Taleghani representaba a esta tendencia. Este “partido” obtuvo entonces su chance de salvar a la burguesía a la hora de su crisis.
La formación del gabinete Sharif Emami representó una alternativa al régimen del Sha de incluir igualmente a esta fracción en las concesiones que él estaba dispuesto a hacer. Éste “gobierno de conciliación nacional” no pudo ni satisfacer a las dos fracciones burguesas, ni sacar al movimiento de masas que había adquirido una vitalidad nueva gracias a la huelga general que comenzaba a extenderse. Khomeini era popular porque parecía mantener consecuentemente el llamado a derrocar al Sha. Pero, en ese momento él estaba listo para quedarse satisfecho con un acuerdo con el régimen. Más aún, es precisamente en este período que, con la ayuda del régimen, la dirección de Khomeini se ubicó dentro del movimiento de masas. Desde septiembre de 1978, existía cierto tipo de control que hubiera podido permitir un acuerdo en “las alturas”. Pero este proceso fue cortado por el desarrollo de la huelga general.
De ahí en más, estaban dadas las condiciones para el inicio del período pre revolucionario de septiembre a febrero, período que estuvo marcado por el creciente aislamiento del régimen del Sha, la desmoralización del ejército y de la policía, la radicalización de las masas y la parálisis completa de toda la sociedad burguesa debido a la eficacia de la huelga general.
c) El imperialismo yanqui y la burguesía favorable al Sha tuvieron entonces que hacer más concesiones de las que habían pensado al movimiento de masas. Su apuesta a un recambio, sacando al Sha y designando al gobierno de Bakhtiar fueron para ese momento en sí mismas concesiones muy radicales de la dictadura. Con esta concesión querían reforzar la fracción reformista que aparecía como más aceptable, para obligar a la fracción más radical a aceptar un compromiso.
Pero ya era demasiado tarde para compromisos. En efecto, el movimiento de masas ya había adquirido una gran confianza en su propia fuerza y la mayoría de sus miembros pensaba que no se podía aceptar nada que no fuera el derrocamiento absoluto del Sha. Todo político que buscara un compromiso con el Sha inmediatamente perdía todo apoyo. Incluso el propio Frente Nacional se vio obligado a abandonar a Bakhtiar. Esto es lo que explica la supuesta “intransigencia” de Khomeini. Al denunciar a Bakhtiar (con el que sus representantes en Irán habían llevado adelante numerosas negociaciones secretas), y con el sostén del movimiento de masas, Khomeini reforzó sus cartas en relación a las dos fracciones de la oposición burguesa. Él obligó a las figuras más populares de estas fracciones a aceptar su “dirección” y les pidió arribar a ningún compromiso en el que él no pudiera participar.
Los círculos militares y los imperialistas estaban entonces dispuestos a renunciar a mucho más que eso. La agitación se propagaba en el seno del ejército. Los partidos irreductibles del Sha preparaban un putsch contra Bakhtiar. Eso hubiera significado el fin del ejército y con eso, las últimas esperanzas de la burguesía de mantener su poder de clase. Se imponía el compromiso con Khomeini, y esto fue exactamente lo que ocurrió. Las negociaciones secretas entre Behesti y Bazargán por un lado y los jefes de las Fuerzas Armadas y la policía secreta por el otro tuvieron lugar en Teherán. El general Hoyser, representante de los Estados Unidos, tuvo por omisión ser el árbitro con el objetivo de asegurar que el ejército mantuviera sus acuerdos. Importantes sectores de la burguesía ya habían sido empujados por los hechos y por Carter a aceptar compartir el poder con la oposición. Se esperaba un pasaje sin tropiezos a un gobierno de Bazargán.
Bazargán se transformó en una alternativa aceptable por que solo él era capaz de poner en pie una coalición entre las dos principales fracciones de la burguesía, a la vez que se mantenía ligado a la dirección de Khomeini, que se hacía cada vez más poderosa. Khomeini fue igualmente obligado a aceptar la negociación porque le ofrecía la mejor cobertura a los ambiciosos objetivos de poder del clero. En ese momento, el clero no podía reivindicar abiertamente el poder político. Khomeini, para calmar los temores de la burguesía y conservar todas las opciones dentro del movimiento de masas, aseguraba constantemente a todo el mundo que tan pronto como el Sha hubiera partido, él retornaría a Qom a sus “deberes religiosos”. Así fue que se le permitió a Khomeini regresar a Irán de su exilio y el gobierno provisorio que él había designado se pudo preparar para reemplazar a Bakhtiar.
Pero la insurrección de febrero no fue parte de ningún acuerdo. Algunos jefes del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, partidarios leales del Sha y hostiles al acuerdo patrocinado por los Estados Unidos, quisieron cambiar el giro de las cosas por medio de un golpe de de Estado militar. Esta tentativa golpista provocó una reacción de masas inmediata y una insurrección a la que Khomeini se opuso en un principio. Sin embargo, luego decide participar para no perder todo el control sobre el movimiento de masas, y así toda esperanza de salvar el aparato del Estado. La única forma de desviar la insurrección era ponerse a la cabeza. Los jefes del ejército y la burocracia se mostraron dispuestos a servir a Khomeini y su Consejo Islámico Revolucionario, el único que los podía proteger de las masas insurgentes. Así fue que el gobierno provisorio revolucionario de Bazargán, tal era su nombre, reemplazó al de Bakhtiar.
La bendición de Khomeini aseguró su instauración por encima de la decisión del movimiento de masas. Aparece así claramente que quien surge como la “dirección de la revolución iraní” es un istrumento por la contrarrevolución política burguesa, desde arriba para impedir los avances de las masas y salvar la mayor parte del aparato del Estado que fuera posible y hasta donde el equilibrio de las fuerzas de la lucha de clases se lo permitiera.
La burguesía no estaba en posición de recurrir a una nueva oleada de represión.
d) Pero Khomeini no estaba dispuesto a llevar a cabo todas estas maniobras para contentarse con un rol de segunda. No había hecho otra cosa que preparar su toma del poder en el momento más oportuno. Él representaba una fracción del clero deseosa de hacer jugar a la jerarquía chiíta un rol más directo después del período de Mosadegh. A comienzos de la década del ‘60, esta fracción, con la colaboración del jefe de la policía secreta de la época, había intentado tomar el poder sin éxito. La historia le iba a ofrecer una nueva ocasión que ella no podía permitirse dejar escapar. De ahí en más quedó claro que la burguesía estaba extremadamente débil y de ninguna manera capacitada para resistirlo. Esta clase, con el acuerdo de sus patrones imperialistas, había apelado al clero para ayudarla a resolver el problema del reparto del poder. Lo que siguió en el período post-revolucionario sólo puede comprenderse teniendo en cuenta las ambiciones de poder del clero.
Desde el comienzo, el clero no tenía ninguno de los instrumentos necesarios para ejercer el poder. La fracción de Khomeini no era hegemónica en el seno de la jerarquía chiíta. Los numerosos jefes clericales seguían siendo hostiles a una participación del clero en la política. Éste no podía ni siquiera apoyarse sobre las instituciones existentes del Estado, porque eran completamente inadecuadas para la dominación clerical. Por otra parte eran completamente hostiles al poder clerical. Hasta el Primer Ministro que había sido designado, el más “islámico” de todos los políticos burgueses, resistió a todas las tentativas de los mollahs de hacerse cargo de las funciones del Estado. Era entonces necesario un período de preparación.
El primer gesto de esta fracción fue organizar un partido político con el apoyo directo de Khomeini: el Partido de la República Islámica. Este partido fue presentado como si fuera uno de los tantos partidos recién constituidos. De ahí en más, este partido debía devorar a todos los demás y reemplazar el partido único del Sha. Estos tribunales ejecutaron rápidamente a los elementos más odiados del antiguo régimen, pero sólo como una forma de salvar a la mayoría de la cólera de las masas. Los Comités del Imam, el ejército de los Pasdarans y los tribunales islámicos reemplazaron muy pronto a los instrumentos de represión del Sha.
En sus comienzos, todas estas medidas gozaron del apoyo de la burguesía que había comprendido que eran las únicas que les permitirían acabar con la revolución y comenzar el “período de reconstrucción”. Las “instituciones revolucionarias” recientemente creadas le resultaban útiles al gobierno de Bazargán, y le multiplicaron las profesiones de lealtad. Sin embargo, muy pronto se transformaron en instrumentos por los cuales el clero echó a los políticos burgueses del poder y asentó su dominación directa en el aparato del Estado.
Khomeini impuso igualmente un referéndum para decidir la naturaleza del régimen que en breve plazo reemplazaría al del Sha: ¿monarquía o república islámica? A regañadientes, los políticos burgueses consintieron a este método antidemocrático de decidir el futuro del Estado, cuando la alternativa hubiera sido convocar a la Asamblea Constituyente que se había prometido. La elección de una Asamblea Constituyente en un período revolucionario implicaba evidentemente graves riesgos para el poder burgués. A continuación se pretendió que ya que el 98% de la población había votado por una república islámica, había que reemplazar la Asamblea Constituyente por una asamblea de “expertos (khobregan) que trabajara dentro del marco de la ley islámica. Naturalmente la pequeña asamblea que fue electa dentro de este marco estaba compuesta por una mayoría de políticos y de mollahs khomeinistas que rápidamente dictaron una constitución que le confiera poderes dictatoriales a Khomeini, como experto en jefe.
La cláusula del Velayat-é-Faghih (poder del mollah principal) provocó la resistencia de los partidos burgueses, pero el clero logró hacerla pasar mediante llamados demagógicos a los sentimientos antiimperialistas de las masas y con movilizaciones de masas controladas, llamadas frente a la embajada norteamericana valiéndose del poderoso culto a Khomeini.
Así, la fracción clerical de Khomeini colaboró con distintos grupos burgueses en el esfuerzo común de las clases dominantes por impedir la destrucción total del Estado burgués. Al mismo tiempo, esto reforzaba sus propias posiciones y buscaba someter a las otras fracciones a su poder. Para eso utilizó su posición privilegiada dentro del movimiento de masas para esquivar al Estado burgués cada vez que eso resultó útil a su fracción. Pero al mismo tiempo creaba un nuevo aparato represivo que fue gradualmente integrado al Estado, a medida que salía victorioso de sus luchas contra las otras fracciones.
2. La derrota del movimiento de masas
a) A pesar de la contrarrevolución islámica de Khomeini el movimiento revolucionario de las masas se siguió desarrollando y creciendo después de la caída del régimen del Sha. La idea de Khomeini tenía a las masas bajo su control absoluto en otro de los mitos de la revolución iraní. El hecho de que Khomeini no haya permitido nunca que hubiera elecciones libres, ni siquiera inmediatamente después de la insurrección, es decir cuando estaba en el pico de su popularidad, demuestra que ni él mismo se lo tomaba en serio. Es cierto que tenía una gran base de masas, y que el núcleo más duro representaba al sector de las masas mejor organizadas y más activo. Pero de ninguna manera representaba a las masas de conjunto.
La gran mayoría de las masas revolucionarias sabía por qué había combatido al Sha y qué era lo que podía satisfacer sus aspiraciones. La experiencia de la revolución las había hecho conscientes de su propia fuerza y de la necesidad de organizarse. Incluso cuando se sometieron a la dirección de Khomeini, que les había sido impuesta por la fuerza antes de la insurrección, mantuvieron sus propios proyectos. Sería una simplificación extrema decir que la conciencia del movimiento de masas era homogénea en su confusión y su confianza ilusoria en Khomeini.
Fue a pesar de Khomeini que los obreros se organizaron en Shoras, echaron a los capitalistas y sus direcciones, incluidos aquellos que habían sido nombrados por el gobierno del Immam. Los campesinos ocuparon las tierras a pesar de las exhortaciones del Consejo Revolucionario de esperar el permiso para hacerlo. Las minorías nacionales se comenzaron a organizar a pesar de la represión abierta del nuevo régimen. Las mujeres manifestaron en reclamo por sus derechos y en oposición directa al propio Khomeini. Los estudiantes tomaron el control de todos los establecimientos educativos a pesar de los llamados de sus “dirigentes”, que les ordenaban volver a estudiar. Las masas no entregaron sus armas a pesar de que Khomeini mismo se lo pidió. Los soldados resistieron a las tentativas del nuevo régimen de disolver sus Shoras y comenzaron por las suyas una purga de los viejos oficiales del ejército.
Apenas dos semanas después de la insurrección, se organizaban manifestaciones de masas en las ciudades en oposición al gobierno de Khomeini. El 1 de mayo, más de 300.000 personas asistieron a la primera manifestación de la izquierda en Teherán. En algunas semanas, los Fedayines y los Modjaldines, a quien las masas veían a la izquierda de la dirección e Khomeini, adquirieron una base de masas por lo menos comparable a la de aquél, y probablemente más grande. Hasta los grupos liberales burgueses pudieron alardear de tener una base considerable a inicios del proceso. La base de masas de Khomeini se reducía cada vez más. Sacando las primeras elecciones presidenciales, en ninguna de las elecciones organizadas por el régimen votó más del 40% del padrón. Después del verano de 1979, Khomeini ya no tuvo ningún apoyo entre las nacionalidades oprimidas –que representan a la mayoría de la población– ni entre las provincias populares del Norte. En todos los grandes centros industriales, como en Teherán y Ahwaz, el apoyo a Khomeini fue mínimo. Entre los estudiantes, el nuevo régimen nunca contó con el apoyo de más del 10% ó 15%. Una situación similar existía en los niveles inferiores del ejército. Seis meses antes de la caída de Bani Sadr, más de dos millones de personas manifestaron en oposición Khomeini en Teherán, mientras que Behesti no llegó a reunir más de 150.000 personas en una movilización que tuvo lugar al mismo tiempo. A partir de las primeras elecciones para Mahlis, a partir del apogeo de la demagogia antiimperialista de Khomeini y a pesar del fraude en los lugares de votación, la izquierda tuvo más de 3,5 millones de votos. Las masas, efectivamente, tenían puestas sus esperanzas en Khomeini, pero nunca por largo tiempo, y en ningún momento tuvieron esa confianza la mayoría de los sectores en lucha: los obreros, los campesinos pobres, las minorías nacionales, las mujeres, los soldados, los estudiantes, etc.
b) Hace falta buscar el origen de la debilidad del movimiento de masas revolucoinario en otra parte, a saber, en el hecho de que la imposición de la dirección de Khomeini provocó inmediatamente una escisión en su seno, el alza popular revolucionaria estuvo acompañada por la contrarrevolución islámica dirigida por Khomeini. Esta contrarrevolución, bien organizada y apoyada por el aparato del Estado, se movilizió no solamente contra las fuerzas del viejo régimen, sino también contra la revolución. En particular, en las primeras etapas que fueron las decisivas, cuando la frontera entre ellas no aparecía todavía claramente, las masas revolucionarias no pudieron oponer la resistencia necesaria aquello que aparecía para muchos de ellos como una fuerza partidaria del movimiento revolucionario. Bien mirando, el hecho de la mayoría de las fuerzas de izquierda también hayan caído en la trampa no fue de mucha ayuda.
Cuando la fracción de Khomeini impuso sus propias consignas a las manifestaciones de las masas contra el Sha, la izquierda no protestó. Cuando Khomeini nombró su gobierno provisorio revolucionario, los Fedayines, los Mujaldines, el Partido Tudeh y todas las demás corrientes lo apoyaron. Cuando los tribunales islámicos pasaron las sentencias de muerte contra los miembros del viejo régimen en procesos secretos, la izquierda aplaudió. Cuando el régimen comenzó a atacar los derechos de las mujeres bajo la consigna de “abajo las prostitutas occidentalizadas”, la izquierda prestó oídos sordos bajo el pretexto de que se trataba de una cuestión secundaria. Cuando se atacó la libertad de prensa la izquierda tampoco ofreció resistencia bajo el pretexto de que sólo afectaba a la prensa burguesa. Poco después, fue la propia prensa de izquierda la que fue prohibida.
Cuando llegó el turno de la clase obrera de sufrir estos ataques, los golpes fueron asestados bajo el disfraz de los “shoras islámicos”. Los numerosos militantes obreros que se habían radicalizado en el marco de las primeras movilizaciones por la guerra dominados por la dirección de Khomeini, no pudieron comprender exactamente lo que sucedía sobre la base de su propia experiencia. No pudieron resistir estos golpes, porque veían que una parte de la clase obrera practicaba en estos ataques. El acuerdo del movimiento de masas “unido” que ellos habían conocido los obsesionaba.
Cuando las bandas de nervis organizados por el Partido Republicano islámico comenzaron a atacar abiertamente todas las movilizaciones y reuniones independientes, la táctica con la que habitualmente se los enfrentaba era gritarles “Unidad, unidad, el secreto de la victoria”. Después de todo, eran individuos que habían participado en la lucha contra el Sha. Más tarde, cuando los proyectos contrarrevolucionarios de las fuerzas de Khomeini aparecieron claramente ante los ojos de todos, ya era demasiado tarde. Khomeini ya había perdido la mayor parte de su base la mayor parte de su base de masas, pero los que le quedaban estaban mucho mejor organizados y prepararos para la represión.
La fracción Khomeini, por otra parte, no fue jamás una observadora pasiva de la erosión de su base. Se sirvió de todo el poder del Estado que ella controlaba (los medios de comunicación de masas completamente controlados, la institución de los rezos de los viernes, las manifestaciones de masas hechas bajo sus órdenes, etc.) para provocar demagógicamente una efervescencia sobre la base de una retórica vagamente anticapitalista y antiimperialista. La ocupación de la embajada americana en Teherán es probablemente el mejor ejemplo de esto.
Derrotado en Kurdistán y ya extremadamente impopular después de ocho meses de ataques contra la revolución iraní, el régimen encontró una excelente cobertura bajo la toma de la embajada. La fracción Khomeini atribuyó todos los males a la política pro americana de Bazargán.
La fracción de Khomeini se apodera del Estado, y desvía la atención de las masas de sus luchas reales hacia el espectáculo que se daba delante de la embajada americana. Cuando los obreros que luchaban por shoras independientes fueron obligados por otros obreros a abandonar la lucha en sus empresas para ir a escuchar las últimas revelaciones sobre los “liberales” y los discursos de los mollahs khomeinistas sobre el “nido de espionaje”, ya no fue más fácil resistir.
Así, sector tras sector, las masas gradualmente fueron forzadas a someterse al poder del Imam, bajo el efecto de oleadas sucesivas de asaltos. Mientras que las masas revolucionarias no tenían dirección y estaban desunidas, las fuerzas de la contrarrevolución khomeinistas eran dirigidas desde un centro bien ubicado y bien organizado, que disponía de todos los medios de represión y embrutecimiento. El resultado de la lucha no ofrecía ningún tipo de dudas. Sobre todo cuando numerosas organizaciones políticas que se presentaron como representantes de los intereses de las masas, en realidad era los portavoces de la contrarrevolución.
c) La propia composición de la base de masas de Khomeini también ayudó poderosamente a sembrar la confusión entre las masas, contribuyendo a su derrota. Los instrumentos represivos de Khomeini se alimentaban de las fuerzas sociales más desheredadas y castigadas. “Los soldados de Khomeini” fueron reclutados entre las inmensas capas de pobres urbanos (campesinos que emergieron a las ciudades, desempleados) y la pequeño burguesía pauperizada. En efecto, la revolución blanca del Sha había obligado a muchos campesinos a buscar empleo en los centros urbanos, mientras que la industrialización limitada, sólo permitía absorber a un pequeño porcentaje de ellos. La industrialización orientada hacia la producción de bienes de consumo, también había socavado gradualmente la parte del mercado interno de la pequeño burguesía, obligándola a valerse cada vez más de la mano de obra familiar. El tamaño promedio de la familia pequeño burguesa urbana había subido a 7,6 miembros durante los años 70.
Esas dos capas representaban una reserva inmensa. Los pobres urbanos representaban por sí solos aproximadamente el 20% de la población de la mayoría de las grandes ciudades. En Teherán, por ejemplo, había más de 700.000 en 1976. La pequeño burguesía constituye de lejos la capa social más numerosa. Bajo el régimen del Sha, estas capas estaban extremadamente atomizadas y no tenían perspectiva social independiente. Sus vagas ideas sobre la justicia social fueron fácilmente desviadas por la demagogia chiíta. Para ellos, aún los sectores más pobres del proletariado industrial eran privilegiados. La fórmula concebida por los burócratas del Sha para designar los lugares habitados por los pobres urbanos, “fuera de los límites”, podía perfectamente aplicarse también a su status social. Para la dictadura del Sha, más de cinco millones de individuos vivían más allá de los límites de la sociedad “civil”.
Aún el reclutamiento hecho por las brutales bandas de hezbolahi, (miembros del “partido de Dios”) representaban una extraordinaria promoción social para muchos elementos de estas capas. Al convertirse en pasdar (guardia) armado, uno se convertía al mismo tiempo en “rey del vecindario”. La incorporación a los diversos instrumentos de represión otorgaba el derecho de “darle a esos paganos privilegiados” una paliza y, como si fuera poco, de cobrar por el esfuerzo. El régimen islámico no ha mejorado en absoluto la situación de la mayoría de estos elementos. Pero a la simple promoción de algunos individuos por barrio, ha bastado para darle esperanzas a los demás. Esas capas, durante mucho tiempo han aceptado en masa y fanáticamente la demagogia de Khomeini.
El único medio de ganarlas para el campo de la revolución, habría consistido en mostrarles un camino mejor hacia la satisfacción de sus reivindicaciones. Eso requería de organizaciones independientes y una lucha contra el Estado capitalista. Dicha perspectiva no podía surgir de esas mismas capas. Había que darles el ejemplo. Y la única clase capaz de hacerlo era la clase obrera dirigida por un partido revolucionario.
Si la clase obrera hubiera tomado la iniciativa en el movimiento de masas, se hubiera enfrentado al Estado y hubiera conquistado algunas mejoras en las condiciones de vida, esas capas habrían podido reconocer el camino para avanzar. Ninguna necesidad social sugería que ellas se convertirían en un instrumento de Khomeini. Sobre todo porque la clase obrera habría tomado a su cargo sus reivindicaciones sobre la vivienda y el empleo.
La clase obrera ha demostrado su potencia objetiva y su capacidad de dirigir a la gran masa de los trabajadores oprimidos con una huelga general de 4 meses, huelga ésta que fue el elemento que quebró en forma decisiva a la dictadura del Sha. Pero no ha creado su propia organización independiente a nivel nacional, ni una dirección política capaz de ponerse a la cabeza de las capas vejadas. Por el contrario, fue derribado por esos sectores.
3. El fracaso de la izquierda
a) Sin embargo, la causa fundamental del fracaso de la revolución iraní fue la ausencia de una organización proletaria revolucionaria, armada de una estrategia y de un programa revolucionarios implantados en las capas de vanguardia. Ni siquiera existía una organización revolucioinaria mínimamente importante adherida a un programa que hubiese traducido, así fuera de manera deformada, las necesidades objetivas de la revolución iraní, y que hubiese proporcionado una perspectiva clara y consecuente con las masas revolucionarias.
La lección fundamental de la revolución iraní es que, de no existir tal organización antes de las conmociones revolucionarias, es muy poco probable que se desarrolle durante la revolución misma. Dada la rapidez de los cambios y de las transformaciones de la situación revolucionaria, la complejidad de las formaciones sociales y de las alianzas de clase en los países subdesarrollados más adelantados, y la fuerza relativa de las formaciones burguesas, es sumamente difícil que una fuerza revolucionaria se desarrolle a partir de la propia revolución, a menos que tenga implantación y tradición ya establecidas.
Es cierto que existían pequeños núcleos de revolucionarios que pelearon por un programa revolucionario, y que incluso pudieron extender rápidamente su influencia y su fuerza durante los primeros meses de la revolución. Pero era demasiado poco como para afectar el curso de los acontecimientos. Con cada nueva oleada represiva, con cada giro brusco de la situación política, los grupos revolucionarios perdían lo esencial de lo que habían acumulado en el período precedente. Los primeros ataques abiertos del nuevo régimen llevaron a desviaciones oportunistas y capituladoras. Casi todos los grupos revolucionarios tuvieron escisiones durante el primer año.
En países como Irán, donde por lo general los períodos revolucionarios quedan hechos un sándwich entre dos períodos de represión severa prolongada, durante los cuales las organizaciones de masas no pueden desarrollarse, es todavía más clara la importancia de una organización revolucionaria capaz de ofrecerle una dirección política y una organizativa a las masas. una organización revolucionaria que no haya establecido una base en el movimiento de masas ya antes de la revolución, no podrá desarrollar sus fuerzas lo suficientemente rápido como para permitirle ayudar a las masas a organizarse.
La organización semistalinista de los Fedayines y los Modjaheddines neo-radicales burgueses, que habían combatido al régimen del Sha, crecieron rápidamente y se transformaron en organizaciones de masas de enormes dimensiones. Pero ninguna tenía una dirección revolucionaria basada en una estrategia revolucionaria. Ninguna era capaz de comprender la dinámica real de la revolución iraní. Ambas terminaron traicionando la revolución. La primera, cayó víctima de la estrategia contrarrevolucionaria de colaboración de clases del partido Toudeh, favorable a Moscú; la otra retornó a sus orígenes y volvió a ocupar su lugar como parte integrante de la oposición burguesa liberal.
La experiencia de la revolución iraní ha confirmado nuevamente el hecho de que, en nuestra época, una dirección revolucionaria que no lucha consecuentemente por una estrategia clara de poder obrero, termina inevitablemente en el campo de la reacción. La colaboración de clases fue la sepultura de la revolución iraní. En ausencia de una estrategia proletaria anticapitalista, los compromisos con la contrarrevolución burguesa eran inevitables.
La única vía que habría podido ganar a las masas trabajadores y oprimidas a la revolución proletaria, consistía en que el propio proletariado demostrara en la acción, que era el único capaz de acabar con la burguesía. Ahora bien, la izquierda iraní buscó atraerse a la base de masas de Khomeini diluyendo una franca lucha de clases y ofreciendo compromiso a las capas burguesas y pequeño burguesas.
De todos los grupos, el Partido Toudeh es el que mejor ilustra esta lección. Este grupo, el más antiguo y rico en tradiciones, había dividido a la revolución iraní en tres etapas: frente popular contra el Sha, el frente democrático antiimperialista y “la vía de desarrollo” no capitalista que debía conducir pacíficamente al socialismo. El Partido Toudeh, que incluso se había preparado para incluir en sus frentes a monárquicos anti-Sha, se encontró ante un alineamiento real de las fuerzas de clase en la revolución, que superaba sus fantasmas más desbocados. Capituló inmediatamente ante la coalición contrarrevolucionaria de la burguesía y el clero.
Cuando se perfiló una ruptura entre ellos, proclamó a la fracción de Khomeini como auténtica fuerza revolucionaria antiimperialista y le dio su apoyo incondicional. Rechazó las protestas de las masas contra las prácticas antidemocráticas del régimen islámico, calificándolas de “inclinación liberal burguesa por la democracia”. En el momento en que la contrarrevolución burguesa fortalecía su poder reprimiendo los derechos democráticos de las masas, el Partido Toudeh aclamaba el encarcelamiento temporario de algunos empleados de la embajada americana como el mayor avance de la revolución.
Sin el apoyo activo del Partido Toudeh, con sus numerosos profesionales, el clero habría tenido mayor dificultad en aplastar a los movimientos de masas. El Partido Toudeh le proporcionó al clero muchos directores y jefes de equipos en las industrias nacionalizadas, propagandistas en los periódicos, la televisión y la radio controlados por el Estado, e incluso interrogadores políticos en las cárceles de Khomeini. La suerte que hoy le toca al Partido Toudeh es la mejor lección sobre los resultados de una política semejante.
b) Desprovista de estrategia revolucionaria, la izquierda iraní no pudo comprender las fuerzas motrices de la revolución y la naturaleza de las fuerzas que en ella se enfrentaban. Cometió errores fundamentales en cada fase de la evolución rápida de la revolución, los cuales aseguraron una victoria fácil de la contrarrevolución durante el período inicial, que fue decisivo.
En el período anterior a la insurrección de febrero, la izquierda no existía como tendencia independiente dentro del movimiento de masas. simplemente se había mezclado al movimiento dominado por Khomeini, y puesto a remolque de su dirección reaccionaria. El único grupo de izquierda iraní que criticó al gobierno designado por Khomeini fue el HKS, aparte del, ninguna tendencia de izquierda se distinguió de Khomeini. La izquierda luchó, por supuesto, contra el gobierno de Bakhtiar, pero no debería haber apoyado al mismo tiempo al Consejo Islámico revolucionario secreto, designado por Khomeini. Debería haber llamado a las masas a oponerse a cualquier intento de designación de un gobierno por arriba. No hubiera podido ganar esta batalla, pero se habría encontrado en mejor posición en los períodos siguientes.
Inmediatamente después de la insurrección, la izquierda aceptó los llamados del comando militar unificado del ejército y el clero (que después resultó haber sido dirigido por un agente de la CIA). Numerosos personajes del viejo régimen detenidos por las masas fueron entregados al clero. Los “tribunales islámicos revolucionarios” fueron aplaudidos por la izquierda. Las primeras declaraciones de la mayoría de los grupos de izquierda aclamaron al Imán Khomeini por haber guiado la revolución a la vitoria.
Algunos meses más tarde, se vio con absoluta claridad cuál era la principal amenaza contra la revolución. El gobierno burgués se aprestaba a desmantelar las conquistas de las masas. La única vía correcta habría consistido en organizar la defensa y la extensión de los derechos democráticos, y la resistencia ante cualquier intento del régimen de limitarlos. La consigna central apropiada para este período era el llamado inmediato a una asamblea constituyente. La mayoría de los grupos hizo la vista gorda sobre todo esto. Para ellos, se trataba de problemas secundarios. Entretanto, las supuestas “reivindicaciones de clase” fueron reducidas a reformas puramente económicas, y la contrarrevolución lograba bloquear la dinámica anticapitalista de la revolución iraní, limitando precisamente los derechos democráticos de las masas.
Asimismo, la izquierda se interesó más en la organización de sus propios grupos, que en ayudar a los organismos independientes de auto-actividad de las masas. no se vio ningún esfuerzo real en la organización independiente de las masas, en la lucha por garantizar la democratización de dichos órganos y por impedir que los partidarios activos del clero impusieran la voluntad de la contrarrevolución al interior de los mismos. ¿La tradición stalinista de la izquierda iraní? Esa tradición y su intervención burocrática respecto al movimiento de masas, fortalecieron las tendencias substitutivas en cuyo nombre cada grupo buscaba formar sus propias “organizaciones de masas”, de las que conservara entonces “la pureza” y “la independencia” contra toda mezcla. Así en lugar de intervenir paciente y regularmente en el movimiento real de los shoras, de luchar por su unificación a nivel nacional en la perspectiva de crear las bases de una lucha más general por un gobierno obrero y campesino, todos los grupos importantes buscaron, en el mejor de los casos, crear sus propios shoras “verdaderos”.
Esta actitud fue fatal para la revolución. En el primer período más favorable de la revolución, se dejó al movimiento de los shoras a merced de las fuerzas de Khomeini. Cuando apareció claramente la naturaleza contrarrevolucionaria del régimen, las fuerzas de la reacción ya habían consolidado una red nacional de esos shoras debilitados, que utilizaron para aplastar la resistencia de la clase obrera.
La concepción de la revolución por etapas, a la cual suscribía la gran mayoría de la izquierda iraní, la llevó a pasar la mayor parte del tiempo en búsqueda de alianzas con la burguesía, en vez de concentrar sus esfuerzos en el fortalecimiento de la fuerza independiente del proletariado iraní. De hecho, la izquierda fue a remolque de la política burguesa durante toda la revolución. Se unió con Khomeini durante la lucha contra el Sha, y se unió a la oposición burguesa del Sha, en la lucha contra Khomeini. Jamás ha ofrecido claramente un programa independiente. Es así como cada maniobra demagógica de la contrarrevolución encontró a la izqueirda desamparada. La toma de la embajada americana, por ejemplo, encontró a la izquierda totalmente desprevenida. Ni hablar de la ola de chauvinismo histérico que la pasó por encima en las primeras fases de la guerra entre Irán e Irak.
Actualmente, se puede afirmar sin exagerar que, en lo que respecta a la lucha por la democracia, la oposición liberal burguesa, e incluso monárquicos, aparecen más radicales que la izquierda stalinista. Mientras que en el terreno de la reivindicación anticapitalista, la contrarrevolución de Khomeini fue bastante más lejos que la izquierda, que permanecía pegada a su programa mínimo elaborado para la etapa democrática. |