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Argentina - 20 de diciembre de 2021

 

Adelanto del libro Argentina 2001: Estallido de la revolución

 

Madurez e inmadurez de la revolución

3 de enero de 2002

La revolución argentina comenzó con una enorme espontaneidad desatada por la clase obrera y los explotados, desbordando a la odiada burocracia sindical de las dos CGT, de la CTA y también a la dirección stalinista del movi­miento de desocupados. Quedó demostrado así que la lucha espontánea de las masas que tiró al gobierno y abrió el camino al descalabro del régimen burgués en Argentina, logró en sólo algunos días mucho más que todas las luchas dirigidas por esa vieja dirección, que siempre utilizó la gran fuerza de los explotados para terminar concer­tando y pactando con los explotadores.
Todo aquel que quiera negar la importancia decisiva de esta espontaneidad, que intente identificar esa espontanei­dad con una supuesta “inmadurez de las masas para la revolución proletaria” niega la fuerza motora fundamental de la revolución, que no es otra que la energía enorme de esas fuerzas ciegas de las masas, es decir niega la po sibilidad de la revolución misma.
Por el contrario, la burguesía y las direcciones traidoras valoran correctamente la potencialidad enorme de esa espontaneidad desatada. Es por ello que el objetivo fundamental de los gobiernos debilísimos, como el de Rodríguez Saá ayer y hoy Duhalde que intentan expropiar la lucha de masas, (y de los nuevos engaños, trampas y golpes que preparan tras bambalinas con el concurso de la burocracia sindical), es el de impedir que ésta se desarrolle y se profundice en un nuevo embate de masas que termine por barrer con todas las instituciones de este régimen infame, cuestión que abriría la fase de la guerra civil de la revolución argentina, con frente popular, korniloveadas, bandas fascistas y enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución en las calles.
Por ello, para los revolucionarios, es clave que esa espontaneidad, esas fuerzas ciegas no se paren, no se detengan, porque si se desarrollan hasta el final, en ese camino la clase obrera y las masas podrán avanzar en conquistar sus organismos de democracia directa y doble poder, y al calor de esos combates está más cerca la posibilidad de derrotar a las direcciones traidoras y poner en pie un partido revolucionario que pueda preparar la insurrección y llevar a las masas al triunfo, a la toma del poder:
“La revolución proletaria es una revolución de masas formidables desorganizadas en su conjunto. La ciega presión de las masas desempeña en el movimiento un papel considerable. La victoria sólo se puede obtener por medio de un partido comunista que tenga como objetivo preciso la toma del poder y que, con un cuidado minucioso, medite, forje, reúna los medios para alcanzar el objetivo que se persigue y que, al apoyarse en la insurrección de las masas, realice sus designios” (Los problemas de la insurrección y de la guerra civil, León Trotsky, negritas nuestras).

Hoy, no hay sector de los trabajadores y el pueblo ­ recolectores de basura, municipales de Mar del Plata, chofe­ res de La Lujanera, pequeños ahorristas de Gral. Pico que rodean el banco, municipales de Mendoza y decenas más­ que quiera comer, cobrar su salario, mantener su fuente de trabajo, recuperar sus ahorros, que no salga in­ mediatamente a la lucha y a la calle. ¡Esa “ciega presión de las masas”, “desorganizadas en su conjunto”, es la fuerza de la revolución misma! La revolución ha comenzado: ¡viva la revolución! Sólo apoyándose sobre esa fuerza ciega de millones de explotados –y no contra ella­ “un partido comunista que tenga como objetivo preciso la toma del poder...” podrá conducir a la clase obrera y los explotados a la victoria.

 

Jalones de conciencia avanzada de los explotados en la revolución argentina

Las corrientes centristas y revisionistas nos dicen que lo decisivo es el atraso de la conciencia de las masas y así nos hablan de “crisis de subjetividad”, de una supuesta inmadurez de las masas, cuestión que incluso lleva a algunos a negar que se haya iniciado la revolución. Algunas, como el PO, llegan a decir brutalidades como que “la clase obrera no tiene vocación de poder”. Pero en el inicio de la revolución argentina, en la enorme espontaneidad desatada por los explotados, se ha demostrado un nivel de conciencia avanzada, forjado en los combates previos dados. Como decía Lenin, “en lo espontáneo está lo embrionario de lo consciente”.
¿Qué significa esto? Que la clase obrera no entró a la revolución con “conciencia cero”: desde el Santiagueñazo en adelante, son casi diez años de lucha de la clase obrera y los explotados, primero en la resistencia –en su fase de Intifada­, y luego ya en su fase ofensiva, que significaron un enorme salto en la conciencia. En sus combates, la clase obrera y los explotados pusieron como moción en las calles verdaderos jalones de conciencia y programa revolucionarios, como el grito de “¡Patrones asesinos!” de los obreros de la construcción, de “¡Trabajo para todos!” de los levantamientos de desocupados como en Cutral Có y Jujuy, continuado y profundizado luego por el programa obrero de los 21 puntos de los heroicos piqueteros del Norte de Salta que marcaron el camino del ataque a la propiedad privada y la ganancia de los capitalistas. Pusieron jalones de organización y democracia directa, como las Asambleas populares del Cutralcazo, los piquetes, las dos Asambleas piqueteras con las que el movimiento de desocupados conquistó su coordinación y centralización nacional. Pusieron jalones y embriones de poder obrero y de milicias obreras, como en Gral. Mosconi y en Tartagal.
Estas luchas precedentes marcaron un salto en la conciencia antiburocrática, que se expresó en los centenares de comisiones internas, cuerpos de delgados y seccionales sindicales arrancadas a la burocracia sindical. Marcaron también una recuperación de la conciencia antiimperialista de las masas, que había sido prácticamente aniquilada por la derrota en la guerra de Malvinas a manos del imperialismo angloyanqui, como se viera en la lucha de Aero­ líneas, de los petroleros neuquinos y de los piqueteros del norte de Salta.

En el período previo al inicio de la revolución, los elementos de conciencia estuvieron dados también por un salto político de amplias franjas de la clase obrera y las masas que se expresó distorsionadamente en las elecciones del 14 de octubre en el masivo “voto bronca” y en la altísima votación a las corrientes de izquierda.
Estos saltos en la conciencia conquistados en la lucha previa fueron los que permitieron que los trabajadores y el pueblo, en su arrolladora espontaneidad, entraran a la revolución identificando claramente al enemigo. Millones de trabajadores desocupados hambrientos atacaron certeramente los grandes supermercados propiedad de los monopolios imperialistas o de la gran burguesía comercial argentina, al grito de “Abajo el gobierno hambreador de De la Rúa y Cavallo”!, a diferencia de los levantamientos de 1989 donde se habían enfrentado en guerra de pobres contra pobres. En la batalla de Buenos Aires, las piedras y el fuego fueron certeramente dirigidos contra los bancos, los Mc Donald’s, las oficinas de las empresas privatizadas, y los edificios de las instituciones del régimen odiado y contra las fuerzas de represión del estado patronal. En las calles, el 20 de diciembre, resonaba el grito de “¡A dónde está, que no se ve, esa famosa CGT!”, continuidad del “¡Se va a acabar la burocracia sindical!” con el que miles de trabajadores habían sacado a patadas a Moyano de la primer Asamblea piquetera.
En los combates previos y en las jornadas que abrieron la revolución, participaron de forma anónima miles y de­ cenas de miles de obreros avanzados, educados en años de luchas anteriores y también por su paso por las corrientes centristas que hablan en nombre del trotskismo –como el MAS en los 80 y los 90­, en las que no confían en absoluto puesto que tienen claro que fueron estas corrientes las que, con sus capitulaciones y agachadas, llevaron a miles de obreros y jóvenes de vanguardia a la desmoralización. Muchos de estos obreros avanzados ­que saben leer entre líneas lo que dice la burguesía, que fueron y son capaces de sacar conclusiones, aunque más no sea parciales, por su propia cuenta y de volcar esa experiencia y perspicacia en la lucha­, son parte activa del activismo en las fábricas y en los movimientos de desocupados, en cuerpos de delgados y comisiones internas combativas, en procesos de autoconvocados, y estuvieron en la primera fila, junto a la nueva generación de jóvenes trabajado­ res superexplotados, en los combates decisivos del 20 de diciembre.

 

El factor decisivo de la inmadurez de la revolución que se ha iniciado está dada por la crisis de dirección revolucionaria del proletariado

La madurez de la revolución que se ha iniciado está dada no solamente por los jalones de conciencia avanzada que expresa la espontaneidad enorme de las masas, sino también por la madurez de la situación mundial –cosa que jamás podrán ver los centristas nacional trotskistas­, por la madurez de la revolución palestina que es su hermana, por la gran resistencia de sus hermanos de la clase obrera y los explotados de América Latina y por la onda expansiva de la revolución argentina que comienza a golpear en el continente.
Contra los que niegan el inicio de la revolución por la supuesta “inmadurez de las masas”; contra aquellos que ya se preparan para endilgarle a esa “inmadurez” la responsabilidad por las futuras derrotas que éstas puedan sufrir, todo lo de inmadurez que tiene esta revolución que se inició, está dado esencialmente por la crisis de dirección revolucionaria del proletariado y las masas, que en absoluto tienen a su frente la dirección que se merecen. Detrás del razonamiento de los centristas sobre el atraso en la conciencia, se esconde, por el contrario, la única idea de que la clase obrera tiene la dirección que se merece. Pero la realidad es que la acción de la clase obrera, en todos los momentos álgidos, formó siempre un ángulo de 180 grados con la política de estas direcciones.
La inmadurez de la revolución que ha comenzado está dada entonces porque las direcciones traidoras, la burocracia sindical en todas sus alas y el stalinismo que dirige el movimiento de desocupados, deshicieron, en todos los períodos previos, todo lo que la clase obrera y los explotados habían puesto en pie y conquistado con su lucha. Es esta la razón por la cual la clase obrera entra a la revolución sin sus organizaciones de combate –puesto que los sindicatos, las viejas organizaciones para la lucha económica, completamente estatizados y en manos de la burocracia sindical traidora, se mostraron completamente inservibles­, sin haber logrado poner en pie organismos de democracia directa de los trabajadores y los explotados, sin lograr acaudillar con claridad, con sus organizaciones y bajo su dirección, a las clases medias arruinadas y a los millones de explotados que entraron a la lucha.
Decía León Trotsky: “La revolución rusa de 1917 fue precedida de la revolución de 1905, calificada de ensayo general por Lenin. Todos los elementos de la segunda y de la tercera revolución fueron preparados de antemano, de manera que las fuerzas que participaban en la lucha avanzaban por un camino conocido. Esto aceleró extraordinariamente el período de ascensión de la revolución hacia su punto culminante” (LT, “La revolución española y sus peligros”).

Por el contrario, en Argentina, la acción traidora de las direcciones contrarrevolucionarias impidió, pese a los mil y un intentos que hicieron la clase obrera y las masas en los períodos previos, que éstas “prepararan de antemano todos los elementos de la revolución”, es decir, que pusieran en pie organismos de democracia directa de frente único para la lucha política de los explotados. A esta acción de las direcciones traidoras se suma el hecho de que la gran experiencia de las coordinadoras de la década del 70 no logró ser trasmitida como continuidad a las nue­ vas generaciones de la clase obrera argentina que hoy entran al combate, porque el genocidio desatado por el imperialismo y la burguesía con la dictadura videlista masacró a lo mejor de la vanguardia obrera revolucionaria. Y las corrientes que hablan en nombre del trotskismo, en cuyas manos estaba la posibilidad de mantener esa continuidad, lejos de ello, se adaptaron al régimen y a la burocracia sindical en los 80 y los 90, y se negaron, en todos los períodos previos al inicio de la revolución, a luchar por que la clase obrera retomara esa experiencia y pusiera en pie sus coordinadoras y sus organismos de democracia directa, cada vez que los explotados los pusieron como moción en las calles.
Es por ello que la relativa inmadurez hoy de la revolución que ha comenzado, está dada esencialmente por la crisis de dirección del proletariado y por la inmadurez de sus organizaciones que es su consecuencia. Esta se expresó en que la clase obrera entró a la revolución con sus distintas capas desincronizadas: mientras el levantamiento por el pan de millones de hambrientos quedaba sin direccionalidad, la heroica vanguardia de la juventud trabajadora que el 20 de diciembre combatía en las calles, quedaba desincronizada de los trabajadores industriales del gran Buenos Aires que fueron paralizados cuando la policía hizo correr la voz de que venían “hordas de saqueadores”


a atacar sus casas y sus barrios (a pesar de que, contradictoriamente, eso significó que miles de obreros estén organizados en comités de autodefensa y sacando conclusiones sobre esta maniobra de la burguesía, como reflejamos en estas páginas).
Esta desincronización de las distintas capas de la clase obrera y la ausencia de organismos de democracia directa es lo que impidió que ésta pudiera acaudillar y dirigir claramente a las clases medias arruinadas en el combate y lo que explica que hoy sean las ilusiones, prejuicios e ideología de esas clases medias las que haya imbuido los primeros pasos de la revolución que se ha iniciado.
Es por esta inmadurez de la revolución que la clase obrera no pudo aprovechar hasta ahora a su favor la descomunal crisis revolucionaria abierta en las alturas ­donde se sucedieron cinco presidentes en una semana­, para hacerse del poder. Es esto lo que permitió a la burguesía, por el momento, montar gobiernos como el de Rodríguez Saá primero y el de Duhalde ahora, gobiernos debilísimos, kerenskistas, casi sin base social, que intentan dominar el potro brioso de esas fuerzas “formidables desorganizadas en su conjunto” que han puesto en movimiento las masas revolucionarias, para impedir que éstas, con un nuevo embate, terminen por barrer con el conjunto del régimen infame.

 

La crisis de dirección revolucionaria del proletariado y la bancarrota del centrismo usurpador de las banderas del trotskismo en Argentina

Pero sin lugar a dudas, el elemento decisivo de la inmadurez de esta revolución que empezó ha sido el crimen histórico del centrismo y el oportunismo usurpadores de la IV Internacional que han llevado las fuerzas del trotskismo ­que en Argentina combatió durante 40 años para ponerse de pie, poniendo bajo sus filas a tres o cuatro generaciones de obreros y jóvenes revolucionarios­, a frustraciones, catástrofes y a las peores capitulaciones, como fuera la experiencia del MAS en los 80, continuada por las corrientes centristas post­89 –MST, PO, MAS, PTS­ que han repetido todas sus infamias y ninguna de sus pequeñas virtudes.
La inmadurez de la revolución que ha iniciado la clase obrera argentina son las mil y una oportunidades perdidas que la clase obrera internacional y de nuestro país le dieran al trotskismo argentino para que hubiera hoy un partido revolucionario de vanguardia obrero e internacionalista. Un antiguo militante del MAS resumió certeramente esas mil y una oportunidades perdidas, cuando dijo: “En cada marcha, éramos 15.000 en las calles. Cuando pasaba nuestra columna, la policía agachaba la cabeza y bajaba la vista. Pero el 20 de diciembre, cuando combatíamos en las calles con la juventud trabajadora, cuando ese partido revolucionario era decisivo, no estaba ahí. Esas columnas nunca llegaron”. Y esas fuerzas, ese partido no estaba allí no porque una contrarrevolución las haya aplastado, sino a causa de la sumisión de los estados mayores del centrismo al régimen y a la burocracia sindical y fundamentalmente por su adaptación al stalinismo que lo llevara a realizar un frente estratégico con el mismo en 1989, en el mismo momento que las masas en el Este europeo derribaban el Muro de Berlín.
Las enormes fuerzas del movimiento trotskista en Argentina han sido puestas por los estados mayores centristas en todos los períodos previos, al servicio de ponerle el hombro para que surgiera y resurgiera el stalinismo, sobre cuyos hombros se montó la CTA que a su vez sostuvo a Daer y a Moyano, para que a su vez el estado burgués mantuviera oprimida a la clase obrera argentina a través de los sindicatos estatizados.
La revolución que ha empezado ha enterrado y aniquilado las pseudo teorías traidoras de “crisis de subjetividad del proletariado”, de “nuevos sujetos sociales”, de largos períodos evolutivos de “recomposición reformista de la clase obrera para organizar a los no organizados”, de no menos largos períodos de “encuentros y congresos obreros para que surjan nuevas direcciones para derrotar a la burocracia sindical”, de poner en pie “un nuevo internacionalismo de juventudes anticapitalistas globalifóbicas” y demás charlatanería de centristas acostumbrados a las épocas de paz, no aptos para los tiempos de guerra que han comenzado.
¡Y hoy son estos mismos estados mayores centristas los que pretenden y pretenderán culpar de la inmadurez de la revolución actual o de sus futuros fracasos, a la heroica clase obrera argentina que jamás faltó a la cita!

La izquierda reformista dando pasos en el vacío

Como ya hemos dicho, para el PO, el problema central es que a la clase obrera “le falta vocación de poder”. Es claro que el legislador Altamira está ofuscado con la clase obrera porque en las últimas elecciones recibió menos votos de los que él esperaba. Quieren endilgarle a los trabajadores, que derrocaron a De la Rúa, una supuesta “ausencia de vocación de poder”, mientras que los supuestos revolucionarios de la autoproclamada “sección argentina de la IV Internacional refundada”... corrieron presurosos, en la figura de uno de los máximos dirigentes del PO, a besarle la mano a Rodríguez Saá junto a D’ Elía y a los stalinistas Alderete y Ardura de la CCC.
Para Albamonte y el PTS, la clase obrera y los explotados en Argentina no han protagonizado más que unas sim­ ples “jornadas revolucionarias” que no le llegan ni a los tobillos a las normas clásicas del Cordobazo de 1969 –ni menos que menos a la revolución de Febrero de 1917 en Rusia­, puesto que la conciencia de las masas es atrasada e inmadura y por lo tanto no hay obreros revolucionarios como lo eran los de la barriada de Viborg educados por el partido de Lenin. Ellos solo son capaces de reconocer “jornadas revolucionarias” cuando irrumpen las clases medias con cacerolazos masivos y niegan que hayan existido, en los períodos previos, grandes jornadas revolucionarias, protagonizadas por la clase obrera, como en Mosconi y Tartagal, como las de los petroleros de Neuquén quemando las refinerías, como las de los obreros del pescado de Mar del Plata atacando la propiedad de los capitalistas y echando a patadas a la burocracia sindical, por nombrar tan sólo algunas.
Albamonte y el PTS, con su posición normativista, cierran los ojos con fuerza y se niegan a reconocer la revolución que se ha iniciado, porque están esperando la utopía de una revolución que comience con una clase obrera que ya no existe –como fuera la que protagonizó el Cordobazo, al fin de un ciclo de crecimiento, y que entraba al mismo fortalecida y sin desocupación­, una clase obrera que no tenga un 40% de sus filas desorganizadas por la desocupación y la subocupación.
Nos están diciendo que la clase obrera sólo es capaz de iniciar revoluciones después de un ciclo de crecimiento del


capitalismo, donde haya tenido posibilidad de templar sus fuerzas primero en la lucha económica, conseguir con­ quistas y fortalecer sus sindicatos, como fueran por ejemplo la revolución de 1905 en Rusia, o el Mayo Francés en 1968, o el Cordobazo en la Argentina (que, por otra parte, les recordamos a los señores del PTS, no alcanzó para abrir una crisis revolucionaria que tirara a Onganía, que renunció, de forma controlada, recién un año después).
Son incapaces de reconocer las revoluciones que, como ayer en Ecuador, o en Indonesia, y hoy en Argentina –o como en Febrero de 1917 en Rusia­ se inician en medio del crac, la catástrofe, la hambruna, los padecimientos inauditos que estas provocan, que son el motor de que las masas explotadas irrumpan rompiendo todos los diques de contención y abriendo la revolución.
No hay peor ciego que el que no quiere ver, porque, ¿cómo, si no es el inicio de la revolución, llamar esas fuerzas ciegas de las masas “desorganizadas en su conjunto”, que tiraron al gobierno y dejaron dislocado al régimen burgués, que devoraron cinco presidentes en siete días, en una descomunal crisis en las alturas y que asedian hoy al debilísimo gobierno de Duhalde amenazando con derrumbar con un nuevo embate toda la ciudadela del poder? Negar que empezó la revolución es negar que son las masas las que hoy se sienten fuertes y dueñas de la situación, mientras que las clases dominantes se dividen y pierden confianza en sus fuerzas. Desconocer esto no es casual: es la excusa para negarse a levantar un programa a la altura de las acciones revolucionarias que ya realizaron las masas, como veremos más adelante.
El MST, por su parte, pareciera estar en las antípodas: nos dice que estamos ante una “revolución triunfante”, cuando ésta recién se ha iniciado y, a causa de la crisis de dirección revolucionaria del proletariado, todavía no ha logrado desplegar todas sus fuerzas ni barrer con el conjunto de este régimen infame. Decir que esta revolución que se ha iniciado, “híbrida, confusa, medio ciega y medio sorda”, una “semirrevolución, mancillada y desfigurada”, sin organismos de democracia directa de las masas, sin doble poder, sin armamento de las masas–como decía Trotsky de la revolución española de la década del ‘30­, ha triunfado, es llamar a las masas a que se detengan justamente cuando lo que necesitan es completarla, realizar sus tareas pendientes, barrer, con un nuevo embate revolucionario, con las instituciones del régimen, poner en pie sus organismos de democracia directa y sus comités de autodefensa, es decir, los organismos preparatorios de la insurrección y de la toma del poder, el único triunfo estratégico posible de los explotados.
Cuando los trotskistas argentinos levantábamos, a partir de esa semiinsurrección que fue el Cordobazo, la consigna de “Argentinazo”, era una forma de popularizar la necesidad de la insurrección triunfante y la imposición de un gobierno obrero y popular basado en la autoorganización y el armamento de las masas. De allí que su utilización, desligada de ello, fuera siempre peligrosa. Tan es así, que fue tomada como consigna por el stalinismo, como el PTP, para el cual “Argentinazo” significa un gobierno de “unidad popular” con la burguesía.
Hoy el MST titula en su periódico “Argentinazo triunfante”, cuyo resultado es... este gobierno hambreador del pueblo y saqueador de la nación. A confesión de parte, relevo de pruebas: los ex –trotskistas del MST terminan de adoptar así plenamente el programa de revolución por etapas del stalinismo argentino.
El PO y PTS por un lado, y MST por el otro, no son más que las dos caras de la misma moneda de una visión eta­ pista, menchevique, de la revolución: porque, por distintas vías, todos les dicen a las masas que lo máximo a lo que pueden aspirar en lo que ellos ven como una etapa en sí misma es, o a una Asamblea Constituyente –es decir, una institución burguesa­ que gobierne; o a un gobierno obrero­burgués de Zamora y Walsh apoyado en las instituciones de este régimen infame. La primera, porque ve masas “sin vocación de poder” o atrasadas que no pueden abrir la revolución, y le dicen a la clase obrera que primero tiene que educarse y lograr una conciencia más avanzada en una Asamblea Constituyente, mientras esperan la utopía de un ciclo de crecimiento vigoroso del capitalismo que de pleno empleo, fortalezca a la clase obrera, la concentre en grandes fábricas y en fuertes sindicatos, le dé tiempo de templar sus músculos en luchas económicas para que después ésta pueda hacer la “revolución clásica” con la que sueña Albamonte. En síntesis, una verdadera pseudo teoría­programa menchevique que define a la clase obrera por su número, y no por su lugar en la producción, por sus métodos y por el carácter de la revolución misma. Y el MST, porque su discurso sobre la “revolución triunfante” no es más que una pseudo-teoría justificatoria que no alcanza a ocultar que lo que quieren desesperadamente es que las masas se detengan, se frenen, no demuelan este régimen infame... en el que el MST­IU espera poder sacar millones de votos en las elecciones y conseguir más cargos parlamentarios.


En la lucha por poner en pie los soviets, es decir, los organismos de doble poder armado de las masas se podrá poner en pie y desarrollar un partido revolucionario de vanguardia

Esta discusión sobre madurez e inmadurez de la revolución que se ha iniciado, la búsqueda de una definición pre­ cisa de la misma no es un ejercicio escolástico de eruditos: es de vida o muerte para definir las tareas que ésta tiene por delante y el programa de los revolucionarios. Porque que se haya iniciado la revolución significa que está planteado, para toda una etapa, el problema del poder, y que, para que ésta no sea abortada o aplastada por el imperialismo y la burguesía, la tarea más urgente es poner en pie un partido revolucionario, obrero e internacionalista, que pueda preparar y organizar conscientemente la insurrección como arte y dirigir a la heroica clase obrera argentina a la toma del poder, derrocando al poder burgués e instaurando un gobierno obrero y popular apoyado en los organismos de lucha de las masas insurrectas y en su armamento generalizado.
Ese partido revolucionario que la clase obrera se merece, hoy no existe, y allí se concentra lo esencial de la inmadurez de esta revolución. ¿Cómo cerrar esa brecha que se ha establecido entre el combate de las masas que no se detiene, entre los intentos de la burguesía y de su régimen de frenarlo, y la inmadurez del factor subjetivo –es decir, la inexistencia de un partido revolucionario­, antes de que la burguesía logre rearmar sus fuerzas y pasar a la contraofensiva para aplastar la revolución que se ha iniciado? ¿Cómo lograr tiempo para que madure y se forje ese partido revolucionario?
La clave para ello es que la ciega y formidable fuerza de las masas que se ha desatado no se detenga, que persista en su embate magnífico contra el régimen infame y contra los poderosos y que en ese combate la clase obrera y los explotados pongan en pie, extiendan y centralicen sus propios organismos de democracia directa, sus coordinadoras, piquetes, comités de huelga y de fábrica, sus comités de autodefensa, preparatorios de la insurrección y de la toma del poder.
Es en esos organismos donde los trabajadores y los explotados pueden unir sus filas, multiplicar sus energías, y desembarazarse rápidamente de las direcciones traidoras de todo pelaje, porque en ellos, bajo los ojos vigilantes de las masas insurrectas, se prueban rápidamente los programas y las posiciones, quedan al desnudo las traiciones de las direcciones tradicionales y la cobardía de los centristas que les cubren el flanco izquierdo. Por eso, allí, aún un pequeño grupo de revolucionarios puede pelear abiertamente por ganar a las masas para sus posiciones, permitiendo que éstas se convenzan de la justeza de las mismas por su propia experiencia, a condición de luchar irreconciliablemente contra las direcciones traidoras y de marcarle a cada paso a la clase obrera y los explotados quiénes son sus aliados y quiénes sus enemigos en la revolución que han iniciado.
Esta tarea, la de luchar incansablemente por que los explotados constituyan sus organismos de democracia directa, que facilitarían que se forje y madure el partido revolucionario y acercaría la posibilidad de la insurrección, sí podemos y debemos llevarla adelante con todas nuestras fuerzas aún pequeños grupos de revolucionarios. Sólo así, a condición de luchar incansablemente por esta tarea urgente, la enorme energía de las masas en la revolución que han iniciado nos dará tiempo y mil y una oportunidades para poner en pie el partido revolucionario que necesita la clase obrera para llevar la revolución al triunfo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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