volver a la polémica sobre la pseudo-teoría de las “revoluciones democráticas triunfantes” en el Norte de África y Medio Oriente

Reproducimos a continuación un extracto del libro "Los acontecimientos de 1989. La actualización del programa de los revolucionarios y los combates de la clase obrera mundial a fines del siglo XX" de la Editorial Rudolph Klement, elaborado por nuestra corriente en marzo de 2000.

El exacerbamiento del problema nacional a fines del siglo XX

El recrudecimiento de la guerra comercial inter imperialista frente al desarrollo de la crisis económica mundial, lleva a las distintas potencias a una lucha por el control de mercados, redoblando su ofensiva sobre las colonias y semicolonias, reforzando las cadenas y los mecanismos de explotación, avasallando a cada paso las legitimas aspiraciones nacionales de pueblos oprimidos como los kurdos, los palestinos, los irlandeses, etc. En particular no está dispuesto a respetar ningún derecho nacional de los ex-estados obreros en liquidación a los que intenta recuperar a la división mundial del trabajo como colonias, semicolonias, e incluso transformándolos en protectorados militares directos como lo es hoy el Kosovo. Asistimos así, a fines del siglo 20 a un exacerbamiento extremo del problema nacional.
En los estados obreros deformados y degenerados en descomposición, la cuestión nacional, la lucha de los pueblos oprimidos por la burocracia gran rusa o gran serbia por su independencia, fue uno de los motores de los inicios de la revolución política en el ’89, llevando al estallido de la “cárcel de naciones” que constituía la URSS bajo el stalinismo, así como Yugoslavia. Sin embargo, el aborto de la revolución política –cuyo triunfo era el único que podía garantizar el derecho a la autodeterminación de esas naciones- y la imposición de la contrarrevolución no ha hecho más que prolongar y agudizar la cuestión nacional a fines de siglo. Así vemos a los regímenes y gobiernos de los nuevos ricos restauracionistas como el de Yeltsin o el de Milosevic, mantener y agudizar la opresión gran rusa y gran serbia sobre Chechenia, Bosnia, Kosovo, etc., en función de garantizarse sus propios territorios a los cuales saquear y clases obreras a las que explotar en su provecho.
El mantenimiento y la agudización de esa opresión, está empujando a nuevos combates de las masas de los ex-estados obreros en liquidación a través de la forma laberíntica de la lucha nacional de los pueblos oprimidos por los nuevos ricos gran serbios o gran rusos. Estos nuevos combates se expresan esencialmente bajo la forma de la lucha nacional, a causa de la crisis provocada en las filas de la clase obrera de esos países por la derrota que sufrieron con la liquidación de las dictaduras del proletariado, y es canalizada y controlada por direcciones traidoras y nacionalistas pequeñoburguesas como el ELK, o islámicas, como sucede en Chechenia y Daguestán. La clase obrera de las clases opresoras, como producto también de la derrota, es moldeada como sucede en Rusia o Serbia, por la presión chovinista gran serbia o gran rusa, demostrando la total validez de la afirmación de Marx de que “un pueblo que oprime a otro no puede liberarse a sí mismo”.
Pero el imperialismo es reacción en toda la línea: no puede permitir el surgimiento de nuevos países independientes. Por el contrario, el plan de las potencias imperialistas es la recolonización de los ex-estados obreros en liquidación. Y aunque el chovinismo gran serbio o gran ruso son una herramienta contrarrevolucionaria muy útil para el imperialismo, que los utiliza para mantener divididas las filas del proletariado, y para asestarle golpes y duras derrotas mediante las masacres y los pueblos que luchan por sacarse de encima la opresión, como lo viéramos en Bosnia, en Chechenia, etc., a las naciones opresoras como Rusia o Serbia, el futuro que les prepara el imperialismo, al igual que a las naciones oprimidas, es el de ser semicolonias, colonias o protectorados. Para nada, como pretenden los nuevos ricos gran serbios o gran rusos, les permitirá mantener un estatus de países capitalistas independientes. Si bajo el antiguo dominio de la burocracia stalinsita la URSS y Yugoslavia eran verdaderas cárcel de naciones, ahora es el imperialismo, el verdadero amo, el que se alista para ser el nuevo carcelero de los pueblos de los ex-estados obreros en liquidación, tanto de las naciones oprimidas y las naciones opresoras, como hemos visto en la guerra de los Balcanes.
La política de los nuevos ricos gran rusos –y la que intentó Milosevic con su proyecto de gran Serbia- de mantener a Rusia como estado capitalista independiente, es un intento de disputar una tajada de plusvalía mayor a la que le toca como socio menor del imperialismo. El tratamiento que se ven obligadas a darle a Rusia las potencias imperialistas, invitándola a participar de las reuniones del G-7, teniéndola en cuenta –y a la vez utilizando a los nuevos ricos como sus agentes- en los acuerdos contrarrevolucionarios de los Balcanes, muestran que aun no han logrado transformarla en una semicolonia. Pero, cuando se trata de negociar con el FMI y el Banco Mundial, su actitud hacia ella es la misma que hacia cualquier país semicolonial como Malasia, Argentina, etc., demostrando que el aspecto que más acerca a Rusia a la categoría de semicolonia es justamente su dependencia y subordinación al FMI y al capital financiero internacional, con el que la nueva burguesía rusa hace jugosos negociados como el que fuera descubierto recientemente en EE.UU. en sociedad con el FMI y prominente banqueros norteamericanos.
El hecho de que este proceso, el de la reincorporación de esos estados  al división mundial del trabajo, como semicolonias y colonias aun no esté definido, ha provocado y provocará fricciones, e incluso enfrentamientos , entre el imperialismo y sus agentes restauracionistas, como ser el caso de Milosevic en la guerra de los Balcanes, sobre como mejor enfrentar y derrotar a las masas, provocando brechas por donde pueden llegar a irrumpir el proletariado y las masas de los ex-estados obreros en liquidación.
La cuestión nacional en esos estados, bajo estas condiciones de indefinición del enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución –como lo muestra la lucha del pueblo albano-kosovar– será indudablemente un gran motor de la lucha revolucionaria de las masas contra los regímenes y gobiernos contrarrevolucionarios, y por la restauración de la dictadura revolucionaria del proletariado. Por ello, los revolucionarios debemos levantar audazmente la consigna la consigna democrática-revolucionaria de la defensa del derecho a la auto-determinación nacional, incluido el derecho a la secesión, para todas la nacionalidades oprimidas  por los nuevos ricos gran rusos, gran serbios, etc. Pero es necesario particular esa consigna en un programa de acción revolucionario que la incorpore como un eslabón de la lucha para lograr la unidad entre el proletariado de la nación oprimida y de la nación opresora, y avanzar en el camino de la revolución proletaria y la restauración de la dictadura revolucionaria del proletariado, única posibilidad de resolver integra y efectivamente las legitimas aspiraciones nacionales de los pueblos oprimidos en los Balcanes y en las ex-URSS. Solo así, podrá conquistarse en el futuro una Federación voluntaria y verdaderamente igualitaria de repúblicas obreras, en el camino de la lucha por conquistar los Estados Unidos Socialistas de Europa.
Toda un ala del centrismo menchevique, se niega  a levantar el derecho a la autodeterminación de las naciones oprimidas por los nuevos ricos gran serbios y gran rusos. De esta manera, no sólo se ubica de hecho del lado del “gendarme”, es decir, de la nación opresora, sino que permiten que las direcciones nacionalistas pequeñoburguesas o islámicas traidoras se apropien de esa consigna para traicionarla a cada paso. Si esta política frente a los acervamientos del problema nacional a fines del siglo XX es criminal, no lo es menos la llevada adelante por el ala prosocialdemocrata del centrismo menchevique, que levanta la defensa del derecho de autodeterminación nacional como un fin en sí mismo, como estrategia, separada de toda perspectiva y toda lucha por la revolución proletaria. Se niega a plantear y expresar en programa que la legitima aspiración de las masas a la autodeterminación nacional, no puede resolverse si el proletariado, como caudillo de la nación oprimida, no encabeza esa lucha y la dirige hacia el triunfo de la revolución proletaria y hacia la restauración de la dictadura del proletariado revolucionaria. Así, limitándose a levantar un programa “democrático” permanece en el terreno de las direcciones nacionalistas pequeñoburguesas como el ELK que traicionan a cada paso las legítimas aspiraciones nacionales de las masas, y terminan a sus pies.
De la misma manera, el desarrollo de la crisis económica mundial,  el recrudecimiento de la ofensiva, del saqueo y la expoliación imperialista sobre los países semicoloniales provocan no solo un agudizamiento de las penurias y las miserias de los trabajadores y las masas de esos países, sino que socaba permanentemente la base de la sustentación de los regímenes semicoloniales, e incluso la de los propios estados.
La lucha contra el redoblamiento de la opresión imperialista y sus consecuencias es indudablemente uno de los motores fundamentales que empuja a las masas de los países semicoloniales al combate, poniendo al rojo vivo la necesidad de resolver las tareas democráticas estructurales, esto es, la ruptura con el imperialismo y la resolución del problema de la tierra. Este combate no solo está planteado en los países semicoloniales sino también al interior de las propias potencias imperialistas, como la lucha del pueblo vasco contra la opresión del imperialismo español, la del pueblo irlandés contra el imperio británico, la del pueblo corso contra el imperialismo francés, la de los kurdos contra la opresión turca, etc.
La tarea de la liberación de los pueblos oprimidos por su propia burguesía debe inscribirse en el programa del proletariado de los países imperialistas, ya que ningún pueblo que oprime a otro puede liberarse a sí mismo. En caso de guerra de agresión, la política del proletariado del país agresor debe ser la derrota de su propio imperialismo, detener la maquinar bélica con su acción directa y la transformación de esa guerra civil contra su propia burguesía. La revolución en los países semicoloniales se combina así con la revolución en la propia metrópoli imperialista.
Si la visión tercermundista de la izquierda en los ’60 sostenía que la revolución iba tan sólo de la periferia al centro, el centrismo menchevique levanta la visión opuesta que niega la revolución en los países atrasados y en los ex-estados obreros en liquidación para los cuales solo hay que levantar un programa democrático y antiimperialista. Expresan con esta concepción la adaptación a la aristocracia obrera de los países imperialistas y un desprecio por las clases obreras de los países semicoloniales.
Ciertamente el triunfo de la revolución en un país semicolonial es tan solo un triunfo táctico, porque la derrota del imperialismo no está asegurada sino ante el triunfo de la revolución en uno o varios países imperialistas. Pero esto no implica la separación pedante entre países preparados y no preparados para la revolución que hacían los mencheviques y el stalinismo. La Teoría de la Revolución Permanente establece claramente por qué los países más atrasados pueden llegar antes que los avanzados a la dictadura del proletariado, aunque más tarde que estos al socialismo.
Para Trotsky “no significa de ninguna manera que los países atrasados tengan que esperar de los adelantados la señal de partida, ni que los pueblos coloniales tengan que aguarda pacientemente que el proletariado en los centros metropolitanos los libere. Ayúdate que dios te ayudará” (Manifiesto de la IV Internacional ante la guerra imperialista, mayo de 1940).
Los revolucionarios debemos levantar audazmente las consignas antiimperialistas y la lucha por la reforma agraria, estrechamente ligadas a un programa transitorio, para que sea el proletariado el que acaudille tras de sí al conjunto de la nación oprimida e inscriba estas consignas en su bandera de lucha. Si el proletariado levanta estas consignas audazmente y se pone a la cabeza de la lucha, estará al orden del día el surgimiento de los soviets, y con ellos, el triunfo de la revolución proletaria que –con una dirección revolucionaria a su frente- derroque al poder burgués e instaure la dictadura del proletariado, única forma de resolver integra y efectivamente la tarea de la liberación nacional del imperialismo y la de la reforma agraria. De no ser así, la continuidad de la dominación imperialista llevará a esos países a catástrofes, incluso a la disgregación de los propios estados nacionales.

 

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