Editorial
El III Congreso de la FLT discutió profundamente la evolución de la situación mundial, y aprobó los documentos sobre el carácter de la crisis de la economía mundial capitalista imperialista incluidos en el Dossier Especial de “El Organizador Obrero Internacional N° 6” de Noviembre de 2007. Partiendo entonces de esos documentos, el III Congreso debatió y aprobó las siguientes resoluciones que actualizan la evolución de la situación y de la crisis económica mundiales en los últimos meses, el momento actual y las perspectivas, y constituyen el fundamento de los ejes programáticos que desarrollamos en página XX, como propuesta y llamamiento a poner en pie un Bloque internacionalista en lucha por una Conferencia Internacional de los trotskistas principistas y las organizaciones obreras revolucionarias.
La crisis de la economía mundial capitalista imperialista que comenzara en 2007, está en pleno desarrollo y expansión, como en un “big bang”. Esta crisis se ha expresado, fenomenológicamente, en el colapso de las hipotecas de alto riesgo (subprime) en los Estados Unidos. Pero no está allí la causa profunda de la crisis, sino en la caída de la tasa de ganancia del capital financiero en el proceso de producción y en el carácter totalmente parasitario del capital en la época imperialista que exacerba y agudiza en grado extremo la contradicción entre el carácter social de la producción y el carácter privado e individual de la apropiación (es decir, de la propiedad). De la misma manera, el colapso actual de la economía capitalista imperialista demuestra que en esta época imperialista las fuerzas productivas no sólo se han estancado, sino que han dejado de crecer, y chocan más y más contra el límite que suponen las fronteras nacionales.
La crisis económica mundial concentra la completa putrefacción del capitalismo en su época imperialista, que se sobrevive con guerras y destruyendo fuerzas productivas, y gracias al accionar de las direcciones traidoras de todo pelaje. Todo ello pone a la orden del día, como tarea inmediata, la lucha por la revolución socialista internacional puesto que, de lo contrario, será el sistema capitalista decadente el que, hundiendo zonas enteras del planeta, profundizando los ya inauditos padecimientos de las masas, y con guerras, impondrá su salida, garantizando su supervivencia.
El primer acto de la crisis mundial se desarrolló en febrero/marzo de 2007 con los cracs bursátiles de Shangai y Wall Street, continuados luego en julio/agosto de 2007 con el estallido de la burbuja inmobiliaria que arrastró no sólo al capital financiero yanqui sino también al capital financiero de las potencias europeas que se había volcado a valorizarse allí, atraído por las altísimas tasas de ganancia. Mientras los estados imperialistas salían a salvar, con cientos de miles de millones de dólares, a sus bancos y monopolios, la crisis se convertía ya en una crisis mundial.
El segundo acto de la crisis, en los primeros meses de 2008, viene de provocar la ruptura del equilibrio económico, político y militar del planeta. Esto significa que, en el momento actual, ya nada puede ser igual que antes: estamos presenciando “la” crisis de la economía mundial imperialista. Es que sobran potencias imperialistas. El capitalismo en decadencia ya ha agotado y devorado sus beneficios –inclusive los futuros, que ya ha gastado a cuenta- cuestión que se expresa hoy mediante el estallido de cracs bursátiles. También ya ha usufructuado y llegado al límite de los nuevos mercados conquistados por la la restauración capitalista en los ex estados obreros y la incorporación de Rusia, China, las repúblicas de la ex URSS y los ex estados obreros del Este de Europa a la división mundial del trabajo, cuestión que fuera una verdadera transfusión de sangre fresca para la economía mundial dominada por el imperialismo.
Por ello, de esta crisis, el capital financiero sólo puede salir con un nuevo reparto de los mercados, las fuentes de materias primas y de mano de obra barata en las que las distintas potencias imperialistas obtienen superganancias; es decir, descargando la crisis sobre las masas explotadas del mundo –comenzando por la clase obrera de los propios países imperialistas- y hundiendo en el camino a zonas enteras del planeta, y también dejando fuera del reparto a algunas potencias imperialistas.
Esta es, ante todo, una crisis de los Estados Unidos, la potencia imperialista dominante que, tal como definiéramos en las tesis publicadas como Dossier del OOI N° 6, transformó al planeta en su propio “mercado interno”: tan es así que las transnacionales norteamericanas obtienen fuera de Estados Unidos al menos el 50% de sus ganancias, mientras que con guerras y bases militares, el imperialismo yanqui controla y domina el comercio y la política mundiales.
El imperialismo yanqui, con la devaluación del dólar –que expresa, a su vez, la enorme desvalorización del capital financiero norteamericano- y desparramando inflación en todo el planeta, arroja los costos de la crisis, en primer lugar, sobre las masas explotadas del mundo, con una brutal carestía de la vida; sobre la propia clase obrera norteamericana –con cierres de plantas, despidos, cientos de miles de ejecuciones de viviendas de trabajadores por hipotecas impagas, etc.-; y también sobre las potencias imperialistas que son sus competidoras, como lo es Japón, y las potencias europeas que, frente a la crisis, salieron a salvar cada una a sus bancos y monopolios con cientos de miles de millones de dólares puestos por los estados, y sobre todo, a lanzar un feroz ataque contra las conquistas y el nivel de vida de sus propias clases obreras.
Con el inicio de la recesión en los Estados Unidos –que amenaza con expandirse a nivel mundial en un proceso generalizado de estanflación (recesión con inflación), y que empuja a la profundización del desequilibrio económico, política y militar- ha comenzado ya el tercer acto del desarrollo y la expansión de la crisis.
Bajo estas condiciones, la situación de la clase obrera y de las masas explotadas en los Estados Unidos –gracias a la traición de la burocracia de la AFL-CIO que permitió cierres de plantas y decenas de miles de despidos, entregó en convenios por fábrica todas sus conquistas (jubilaciones, seguros de salud) y sus salarios- sólo se compara ya con las terribles penurias de la década del ’30, luego del crac de 1929: despidos masivos, cierres de plantas, jornadas de trabajo extenuantes para los que mantienen su empleo, salarios reducidos a la mitad, flexibilización; dos millones de familias que están perdiendo sus casas, etc. ¡Veintiocho millones de personas hoy se ven obligadas, en los Estados Unidos, a usar los vales de comida del gobierno para poder comer, el nivel más alto alcanzado desde 1960, año en que se instituyeron esos vales! En las últimas dos semanas, se triplicó en ese país el precio de la harina y del pan. En el mes de marzo de 2008, 407.000 trabajadores solicitaron subsidio por desempleo, el nivel más alto desde el huracán Katrina en 2006, aumentando así en un 15% la cantidad total de dichos subsidios que alcanzan ya casi a 3 millones de trabajadores. En el mismo mes, la pérdida neta de puestos de trabajo llegó a la friolera de 60.000. La desocupación ya llega al 7% según cifras oficiales, lo que significa el desperdicio de miles de millones de horas hombre de trabajo por año, es decir, de las horas que no trabajarán ni producirán los obreros que han sido expulsados del proceso productivo por la crisis del sistema capitalista, demostrando la profunda decadencia de las fuerzas productivas en esta época imperialista, que sale a la luz agudamente en la crisis actual.
Se pone así a la orden del día que un sistema que ya ni siquiera es capaz de darle de comer a sus esclavos, merece perecer, no sólo en los Estados Unidos, sino en el mundo entero.
Hoy, los analistas burgueses debaten y anuncian que aún no saben hasta dónde llegará la crisis. Pero la clase obrera y los explotados del mundo sí lo saben, porque son los que ya están pagando sus costos: la están pagando la clase obrera y los explotados del planeta, con una brutal carestía de la vida, con inflación, con hambre, despidos, y con una miseria más profunda aún. Es que, en medio de la crisis y la ruptura del equilibrio económico, político y militar, en medio de las exacerbadas disputas interimperialistas, todas las potencias imperialistas y las burguesías nativas del mundo colonial y semicolonial coinciden en un objetivo común: hacerles pagar la crisis al proletariado y a las masas explotadas, tanto de las naciones coloniales y semicoloniales, como en los propios países imperialistas, donde los estados deben recuperar, atacando aún más el salario y las conquistas obreras, los cientos de miles de millones de dólares que pusieron para salvar a sus respectivos bancos y al capital financiero ante el estallido de la crisis.
Mientras tanto, la crisis no hace más que profundizar los flagelos que azotan a las masas y a los pueblos oprimidos del mundo semicolonial, provocando nuevas catástrofes y hambrunas que se suman al saqueo de esas naciones por parte de los monopolios imperialistas y a la terrible succión de recursos que significa el pago de las deudas externas. Países como Egipto, India, Malasia, Pakistán, Vietnam, han sido transformados en verdaderos “países-maquiladoras” por las transnacionales que, retirándose de China en donde cayó la tasa de ganancia, relocalizaron gran parte de su producción en esos países, explotando a millones de trabajadores –incluidos millones de niños- como mano de obra esclava.
Por su parte, un proceso de recesión mundial, hundiendo la demanda y los precios de los minerales, puede mandar a la ruina total a países monoproductores como lo es, por ejemplo, Chile con el cobre; Perú, donde los minerales significan la mayor parte de las exportaciones, entre otros.
La crisis pone al rojo vivo cómo las fuerzas productivas chocan a cada paso con el límite que suponen las fronteras nacionales: así, con la producción de alimentos de Estados Unidos, Brasil, Argentina, Australia y Ucrania, se podría perfectamente alimentar a toda la población del planeta. Lejos de ello, en momentos en que la producción mundial de alimentos alcanza un récord histórico, la escasez, la carestía y con ellos, el hambre de las masas, no hace más que extenderse y profundizarse.
De la misma manera, la crisis pone al rojo vivo la contradicción entre el carácter social de la producción y el carácter individual –privado- de la apropiación. Así, en manos de las transnacionales, la creación aquí y allá de polos de desarrollo y de nuevos mercados de consumo como en la India y en China, sólo significa mayores superganancias para esas empresas, aumento de los precios de los alimentos, y con ello, mayor miseria, hambre y hundimiento de zonas y regiones enteras del planeta. Otro claro ejemplo de ello es el hecho de que es precisamente en los países productores de alimentos –como son Estados Unidos, Brasil y Argentina- donde hoy es mayor la carestía de la vida, el hambre y las penurias de las masas.
Es que la crisis es a la vez, una enorme oportunidad de negocios para las transnacionales petroleras y cerealeras, cuestión que empuja a una cada vez más feroz disputa por las zonas de influencia, fuentes de petróleo, commodities, mano de obra esclava y mercados que, a la vez, permite que las burguesías nativas –sobre todo, de países productores de hidrocarburos o commodities agrícolas-, consigan su tajada de esos negocios, asociándose a tal o cual monopolio y potencia imperialista, y utilizando las brechas y disputas entre las distintas potencias para mejorar su posición en los mismos.
Después del inicio de la crisis, con la brutal devaluación del dólar, Estados Unidos, que en las últimas cuatro décadas fue el gran comprador mundial, comienza a transformarse en una potencia exportadora, en primer lugar, de manufacturas –que comprenden el 50% de sus exportaciones, y de dicho porcentaje, el 80% es en máquinas herramientas y armas-, pero también de granos, del cual es el primer productor mundial.
La devaluación del dólar es la política que ha decidido el estado mayor de los monopolios yanquis para tratar de impedir o contrarrestar la recesión y para salir de la crisis. Es que ello le permite al imperialismo dominante licuar sus deudas, hacerles pagar, con inflación, los costos de la crisis a las masas explotadas del mundo y a sus competidores imperialistas, y sobre todo, pasar de ser el gran comprador, a ser el gran exportador (vendedor) mundial. De esta manera, fue el propio Estados Unidos el que terminó por romper el equilibrio de la economía y de la división mundial del trabajo que se había establecido a partir de 2002/2003, a la salida de la crisis 1997-2001.
Junto con devaluar el dólar, Estados Unidos, ante la tendencia a la caída de la tasa de ganancia de sus inversiones en China (que se expresara con el violento “pre-infarto” de la bolsa de Shangai en febrero de 2007) retiró una parte de sus capitales de China, relocalizando una parte de la producción de sus maquiladoras en países como Malasia, Pakistán, Vietnam, Egipto, la India, en los que puede explotar mano de obra más barata aún que en China. Es que en ese país, la enorme valorización del capital en los últimos años no ha hecho más que empujar, consecuentemente, a la valorización también de la fuerza de trabajo, es decir, al aumento de los salarios. Por ejemplo, los obreros de las categorías más bajas pasaron de ganar 112 dólares mensuales, a ganar U$S 168, lo que significa un aumento de alrededor un 50%, mientras que los más calificados ganan entre 210 y 280 dólares mensuales. Estos aumentos –que, desde ya, mantienen los salarios a un precio de ganga y en un nivel de absoluta miseria a los trabajadores- significa que la hora de trabajo se paga hoy en China a un valor de entre 0,60 y 1 dólar.... “carísimo” para las transnacionales, si se tiene en cuenta que en Vietnam, Camboya o Bangaldesh, los monopolios chupasangre pagan entre 20 y 30 centavos de dólar la hora de trabajo!
Los capitales norteamericanos se retiran entonces de China, pero no sólo por el factor antes planteado, sino sobre todo, huyendo de un país que está comprometido con Bonos del Tesoro norteamericanos por un valor nominal de 900.000 millones de dólares pero que ahora, por la devaluación de esa moneda, han perdido un tercio de su valor, cuestión que vuelve riesgosas las inversiones en China.
La revaluación del yen japonés –que fue la moneda en la que gran parte de capital financiero imperialista (sobre todo, el yanqui) tomó sus préstamos a bajísima tasa de interés para financiar sus inversiones en China y también para prestarlos a su vez, en dólares australianos o neocelandeses, a tasas del 10% anual, garantizándose una enorme ganancia financiera-, encareció el pago de los préstamos en esa moneda, por lo cual las transnacionales cancelaron dichos préstamos y se retiraron de China.
Así, hoy China quedó expuesta, en primer lugar, a la crisis de los Estados Unidos, y atada a la suerte del capital financiero japonés que, tal como ya planteáramos en las tesis sobre la crisis, publicadas en el OOI N° 6, actuó durante el ciclo corto de expansión de los últimos años, como el gran prestamista en yenes para financiar las inversiones y la especulación de las transnacionales yanquis en China. Hoy, Japón –al igual que China- se ha quedado con Bonos del tesoro norteamericano por un valor nominal de 600.000 mil millones de dólares, pero que valen un tercio menos por la devaluación del dólar. Esta es una de las formas en que Estados Unidos le hace pagar a Japón –que busca marcar a China como su territorio- los costos de la crisis.
A esto se suma el hecho de que, como ayer sucediera con la Enron y otras transnacionales, ahora ha salido a la luz que las cifras de crecimiento de la economía china vienen siendo falsificadas. Midiendo el consumo real de energía, los propios analistas burgueses han llegado a la conclusión de que, ligado a una desaceleración de la economía y a una tendencia al estancamiento, el crecimiento económico de China no ha sido, en los últimos años, mayor al 6% anual.
La restauración del capitalismo en China significó la incorporación de esa nación a la división mundial del trabajo no sólo como proveedora de mano de obra esclava, sino también la creación de un nuevo mercado de unos 400 millones de consumidores (la ex burocracia devenida en nueva burguesía; las nuevas clases medias ricas de la ciudad y el campo, y un sector de trabajadores calificados), a costa de que la amplia mayoría de la población -900 millones de obreros y de campesinos pobres- sobreviva apenas al borde de la hambruna.
Es por ello que, con la crisis y la devaluación del dólar, con Estados Unidos transformándose en gran exportador mundial, con presión norteamericana para que China revalúe el yuan, muy posiblemente China se transforme, a la inversa, de gran exportador en gran importador de bienes de consumo (desde alimentos a productos de alta tecnología) para este nuevo mercado de 400 millones de consumidores.
Tan es así que el inicio de la recesión en los Estados Unidos ya ha significado un desaceleramiento brusco del crecimiento de las exportaciones desde China a ese país. Así, según las estadísticas del Ministerio de Comercio chino, las exportaciones a los EE.UU. aumentaron un 20,4% en el primer trimestre de 2007, pero la tasa de crecimiento cayó al 15,6% en el segundo trimestre y a 12,4% en el tercer trimestre.
La restauración capitalista y el salvaje ingreso de las transnacionales en China significó la destrucción de la producción agrícola en ese país, con liquidación en los hechos de la nacionalización de la tierra y el acaparamiento la misma parte de los funcionarios de la ex burocracia del PC devenida en burguesía, cuestión que significó la expulsión de millones de campesinos que migraron a las ciudades a trabajar como mano de obra esclava. Una gran parte de las tierras cultivables, sobre todo en el interior del país, fueron utilizadas, una vez expulsados por campesinos, para construir en ellas parques industriales, diques, carreteras, plantas eléctricas, etc., para que se instalaran las transnacionales. Demás está decir que las empresas imperialistas instalaron sus plantas sólo en algunos lugares, quedando hoy cientos de regiones con infraestructura sin usar ocupando tierras que antes se dedicaban a la producción agrícola.
En síntesis, la restauración capitalista y la destrucción de la propiedad nacionalizada de la tierra, significa hoy que China debe importar la mayor parte de los alimentos que consume, alimentos cuyos precios no cesan de aumentar, impulsando también una brutal carestía de la vida en ese país. La inflación anual de alimentos llegó, en febrero pasado, al 23,3%. El cerdo aumentó en el mismo período 63,4%, el aceite comestible el 34%, las verduras el 30%, y los servicios de agua, gas y electricidad, casi un 6%.
La nueva burguesía y los “empresarios” rojos del PC ven con temor, la posibilidad de que la brutal carestía de la vida impulse un proceso de revueltas generalizadas –no sólo campesinas, como hasta ahora, sino también obreras- y de huelgas que, a pesar de la prohibición de las mismas y de la brutal represión, han comenzado a aumentar en el último tiempo.
Al mismo tiempo, el inicio de la crisis significa que la nueva burguesía china tiene que terminar de liquidar, en el próximo período, el viejo sector estatal deficitario de la economía. Eso implica despedir unos 40 millones de obreros industriales, y la necesidad, para la nueva burguesía, de asentarse en una nueva base social de clases medias urbanas y rurales.
Podemos entonces afirmar que se está preparando y cocinando, al calor de la crisis económica mundial que ha comenzado, el estallido del “volcán chino”, que pondrá a la orden del día una alternativa de hierro para el proletariado y los explotados: o una nueva revolución social triunfante, que derroque a la nueva burguesía e imponga la restauración de la dictadura del proletariado bajo formas revolucionarias; o la profundización de las catástrofes, la hambruna y las masacres contra las masas chinas e inclusive, la partición de la China nuevamente colonizada, entre distintas potencias imperialistas.
Con la devaluación del dólar y la consecuente revaluación del euro, Estados Unidos descarga también la crisis sobre sus competidores europeos. Las exportaciones de las potencias imperialistas europeas se han encarecido enormemente y han perdido competitividad respecto a las norteamericanas. Esta situación es lo que explica que Francia en primer lugar, pero también Alemania, Italia y demás potencias imperialistas europeas, etc., necesiten desesperadamente hacerse de zonas de influencia que sean fuentes directas de petróleo, commodities y minerales y también de mano de obra barata, mientras intentan a su vez descargar los costos de la crisis sobre sus propias clases obreras, y sobre los países de Europa del Este que con la restauración capitalista devinieron en proveedoras de mano de obra barata pero altamente calificada, súperexplotada por los monopolios alemanes, franceses, italianos, etc., que relocalizaron en esos países gran parte de su producción, chantajeando así a sus propias clases obreras con la amenaza de cierres de plantas y despidos, para obligarlas a aceptar rebajas salariales, ampliación de la semana laboral, pérdida de conquistas, etc.
Estamos entrando entonces a un período signado por las disputas interimperialistas por las zonas de influencia. Por el momento, entonces, la ruptura del equilibrio económico se expresa con Estados Unidos devaluando el dólar para arrojar los costos de la crisis sobre las masas y sobre sus competidores imperialistas, y para pasar de ser comprador a exportador.
Mientras que el resto de las potencias imperialistas –tanto Japón como las potencias europeas- no pueden seguir subsistiendo como hasta ahora, si no se garantizan para sí mismas el control de zonas de influencia, fuentes de materias y mano de obra esclava.
Por eso, aunque por el momento no se exprese así, no podemos descartar, por ejemplo, que el inicio de una recesión o de un proceso de estanflación en Europa, termine arrastrando al euro -hoy sobrevaluado- a la caída y la devaluación.
La crisis y el desiquilibrio económico mundial están en pleno desarrollo. Su resolución y la posibilidad de que se restablezca o no un nuevo equilibrio, y sobre qué bases, dependerá y se definirá en el terreno de la lucha de clases mundial, de las disputas interimperialistas, de las guerras comerciales y de saqueo, de la revolución y la contrarrevolución a nivel internacional.
Estamos ante el desarrollo y la expansión de la nueva crisis de la economía mundial capitalista, pero en momentos en que se mantienen altos los precios del petróleo y de las commodities.
En el caso del petróleo, lo que empuja su precio a la alza, es por un lado, la propia devaluación del dólar (a valores constantes, el precio del petróleo no llegó aún al nivel de la crisis de los ’70), y por el otro, el hecho de que es un recurso no renovable cuyas reservas conocidas se acabarán en no más de 100 años. Esta es una crisis que marcará entonces todo el curso del siglo XXI, y que hoy se expresa ya en la voraz disputa de las distintas potencias imperialistas y en las “guerras del petróleo” como la de Irak, por el control de las reservas y las rutas del crudo.
Demás está decir que, en los países exportadores de petróleo –como Rusia, Venezuela, los países de Medio Oriente, Irán, etc.- los jugosos ingresos de la renta petrolera benefician tan sólo a las trasnacionales imperialistas y a las burguesías nativas que son sus socias menores. Para las masas, lo único que hay es miseria y carestía de la vida, por el altísimo precio de los alimentos en el mercado mundial, puesto que Venezuela, Arabia Saudita, Kuwait, etc., son países prácticamente monoproductores de petróleo que deben importar la mayor parte de los alimentos que consumen.
En el caso del precio de la soja, maíz, trigo y otras commodities agrícolas, se mantiene muy alto por la combinación de varios factores. En primer lugar, por el triunfo contrarrevolucionario que significó la restauración del capitalismo en China, con lo cual las potencias imperialistas consiguieron no solamente una fuente de mano de obra esclava, sino también, como dijimos más arriba, un nuevo mercado de consumo de unos 400 millones de personas en ese país que dependen para alimentarse, del mercado mundial. Asimismo, la demanda de commodities aumentó también –y por consiguiente, su precio- porque el capital financiero imperialista, sobre todo, yanqui, trasladó una parte de la producción de software y los call centres a la India, aprovechando un sector de mano de obra técnica instruida, altamente calificada y angloparlante, lo que le significó conquistar también allí un nuevo mercado de consumo de otros 400 millones de personas.
Un segundo factor que empuja al alza del precio de las commodities, es sin duda el desarrollo de la rama de producción de los biocombustibles, que utilizan el maíz, la soja, la caña de azúcar, entre otros productos, como materia prima. A estos factores se suman el hecho de que, en los últimos meses, gran parte del capital financiero imperialista que no puede ya valorizarse en el circuito productivo, se volcó a valorizarse en la compra a futuro de commodities, inflando su precio y creando una “burbuja”, y también la gran sequía que afecta a Australia (otro de los principales productores de granos del mundo).
El alto precio del petróleo y las commodities, junto con la devaluación del dólar que arroja inflación al conjunto del planeta, es lo que ha desatado una brutal carestía de la vida, sobre todo en el precio de los alimentos, cuestión que está hundiendo en el hambre a cada vez más vastas zonas y regiones del planeta.
La ruptura del equilibrio económico y del anterior equilibrio de la división mundial del trabajo, ha exacerbado enormemente las disputas interimperialistas. América Latina –fuente de petróleo, gas y materias primas esenciales, y que tiene países con monedas devaluadas respecto del dólar- ha devenido terreno abierto de esas disputas, con una ofensiva encabezada por el imperialismo francés. En Africa, dichas disputas ya se expresan en guerras fratricidas por interpósita persona, como en el caso de Somalía, Chad, Sudán, etc.
El brutal agudizamiento de las disputas interimperialistas junto al alto precio del petróleo y las commodities es lo que permite que las burguesías nativas de los países semicoloniales tengan un margen de maniobra para negociar, aprovechando estas brechas y disputas interimperialistas.
Sumada a la devaluación del dólar, el inicio de la recesión en los Estados Unidos, puede golpear duramente y hacer entrar en un proceso de estanflación (es decir, recesión con inflación) a países y regiones enteras que están ubicadas en la división mundial del trabajo como exportadoras de materias primas y bienes intermedios a ese país. Un ejemplo de ello podrían ser los países de América Latina, entre ellos, los que como Chile y México, están atados a Estados Unidos por lo TLC.
Este panorama hace estremecer a las burguesías nativas de la región, porque en absoluto está dicho que la clase obrera del subcontinente, que ve que van ya casi 5 años del ciclo de crecimiento y que ve las enormes superganancias que se llevan las transnacionales y sus socios nativos, vaya a aceptar sin pelear los ataques de la burguesía, el flagelo de la inflación, etc.
Estamos entonces frente a una feroz disputa por las reservas y rutas del petróleo, y por la renta agraria, entre las distintas potencias y transnacionales imperialistas, con sectores de las burguesías nativas de los países productores asociándose a ellas. Tan decisivo se ha vuelto para las transnacionales el control del petróleo y la renta agraria, que la Bolsa de Chicago –donde se concentra el mercado de commodities- se ha transformado en la nueva “estrella”, opacando inclusive a Wall Street.
Como hemos dicho, el desarrollo de la crisis viene de provocar la ruptura no sólo del equilibrio económico, sino también del equilibrio político y militar del planeta. Esto se expresa claramente en que existen dos políticas imperialistas distintas para el dominio del mundo: una política de “garrote” impulsada por el imperialismo yanqui como potencia dominante, y otra política que podríamos denominar de “New Deal” (Nuevo Trato), impulsada por el imperialismo francés –acompañado, por momentos, por potencias menores como Holanda, Bélgica, y la propia España- ambas instrumentos de una feroz disputa por las zonas de influencia.
Mientras tanto el imperialismo alemán, por su parte, acompaña a uno y a otro en la disputa por las zonas de influencia. Así, Alemania, mientras viene de establecer con Francia un acuerdo para imponer un tratado de libre comercio en el Mediterráneo –es decir, fundamentalmente, con las naciones semicoloniales del norte de Africa-; mantiene su acuerdo con Estados Unidos por la ocupación de Afganistán que le permite participar en el control de las rutas del opio, materia prima esencial para los laboratorios imperialistas alemanes. Esto se lo permite su fuerte presencia –por ahora, asegurada- en Rusia y la zona del mar Caspio, lo que le garantiza, hasta cierto punto, un suministro constante de petróleo y gas.
Por su parte, Japón “marca” su semicolonia china –como dijimos más arriba-, mientras sobrevuela, sobre esta potencia imperialista, la amenaza de una recesión norteamericana y mundial que acarrearía seguramente una retracción de la demanda de bienes de consumo de alta tecnología del que Japón es gran exportador.
Por supuesto que la existencia de dos políticas imperialistas no significa que las distintas potencias no tengan acuerdo en un punto fundamental: ambas quieren hacerles pagar a las masas explotadas del mundo los costos de la crisis, y saben que, para ello, su tarea esencial se concentra en impedir que irrumpa el proletariado, y aplastarlo y sacarlo de escena en caso de que lo logre.
El inicio de la crisis económica mundial encontró al imperialismo yanqui en medio de un proceso de recomposición de su estado mayor, luego de la enorme crisis del gobierno de Bush provocada por el accionar de la resistencia de las masas iraquíes y el despertar de la clase obrera norteamericana que empantanaron a sus tropas en Irak. Pero, como potencia dominante, no tiene otra opción que redoblar su ofensiva de guerras de re-colonización para salir de la crisis. Por esa razón hoy, mientras se aboca a resolver esa crisis para conquistar, con las elecciones presidenciales de este año, un estado mayor legitimado, no deja de “marcar” a los bombazos limpios sus territorios y zonas de influencia que están en disputa con otras potencias imperialistas, como lo expresa la continuidad de la ocupación de Irak y Afganistán, la entrada de las tropas del imperialismo turco en el norte de Irak, y el continuado apoyo a su gendarme sionista para que masacre al pueblo palestino; como lo expresa su política de “independizar” a su protectorado kosovar de Serbia, cuya burguesía, al igual que la rusa, es socia menor de Francia; y como lo expresa, en América Latina, la transformación de la Colombia del genocida Uribe, en un nuevo gendarme del imperialismo en la región, etc.
Es que al calor de la crisis que ha comenzado, se pone al rojo vivo lo que ya definiera con claridad la III Internacional revolucionaria en los albores de la época imperialista: que en esta época de decadencia y agonía del capital, la guerra –es decir, la destrucción de fuerzas productivas y la producción de fuerzas destructivas-, ha devenido en un factor económico fundamental. Tan es así que hoy es precisamente el enorme gasto militar de los estados imperialistas, uno de los factores esenciales que viene actuando, por el momento, como contratendencia al desarrollo de una recesión. Es que son 600.000 millones de dólares de presupuesto militar de Estados Unidos para 2008 (aparte del volcado a mantener la ocupación de Irak y Afganistán), 147.000 millones de dólares de Francia, y 50.000 millones de dólares de Alemania y Japón; esto sin considerar el gasto total en producción y comercialización de armamento por parte de las empresas privadas imperialistas que duplica fácilmente las cifras de los estados antes citadas.
El último derrumbe de la Bolsa de Wall Street se produjo precisamente porque se hundieron las acciones de la General Electric que, junto a la Westinghouse, son dos grandes productores de armamento y pertrechos de guerra. Si el golpe del crac en Estados Unidos en 2001, durante la crisis anterior, significó las guerras de Afganistán y de Irak, no hay dudas de que el imperialismo dominante preparará e impulsará nuevas y superiores guerras y aventuras coloniales, como respuesta a la nueva crisis de la economía mundial capitalista imperialista y a la recesión que ya golpea a los Estados Unidos.
La otra política es la impulsada por el imperialismo francés, un imperialismo ubicado como potencia secundaria pero que compite con los Estados Unidos en ramas fundamentales de la producción como son la química, el armamento, aeroespacial, automotriz, entre otras; que viene aumentando la productividad del trabajo y que necesita cada vez más espacio vital, nuevas zonas de influencia.
Francia, en su disputa por las zonas de influencia, se presenta como imperialismo “democrático” y se asocia, con las burguesías nativas, y en particular en América Latina, con las llamadas “burguesías bolivarianas”, con la burocracia castrista restauracionista y, por momentos, también con el imperialismo español, como es en el caso del negocio petrolero e hidrocarburífero en el subcontinente.
El imperialismo francés impulsa lo que podríamos llamar una política de “New Deal” (“Nuevo Trato”) y de “buen vecino”, haciendo una analogía con la ubicación que tenían los Estados Unidos en la década del ’30, cuando ya había comenzado la decadencia de Inglaterra como potencia dominante, y el imperialismo yanqui venía en ascenso y necesitaba como el agua ampliar y extender su espacio vital, disputándole a la decadente Inglaterra los mercados y las zonas de influencia. En América Latina que ya entonces era “su” patio trasero”, y para desalojar a sus rivales imperialistas, Estados Unidos impulsaba, bajo el gobierno de Rooosevelt, una política exterior llamada de “buen vecino”, presentándose con la cara “amable” de un imperialismo “democrático”. Así definía León Trotsky, en 1938, la política del imperialismo yanqui para América Latina: “Bajo Roosevelt, la política del puño de hierro en América Latina se cubre con el guante de terciopelo de las pretensiones demagógicas de amistad y “democracia”. La política del “buen vecino” no es más que la tentativa de unificar al hemisferio occidental bajo la hegemonía de Washington, como un sólido bloque. esgrimido por este último en su vigorosa campaña para cerrar la puerta de los dos continentes americanos a todos los poderes imperialistas, excepto él mismo. Esta política se complementa materialmente por medio de los tratados de comercio favorables que Estados Unidos se empeña en celebrar con los países latinoamericanos en la esperanza de desalojar sistemáticamente del mercado a sus rivales. El papel decisivo que juega el comercio exterior en la vida económica de los Estados Unidos impele a este último hacia esfuerzos aún más decididos para excluir a todos los competidores del mercado latinoamericano, por medio de una combinación de producción barata, diplomacia, artimañas y cuando es necesario, de la fuerza”. (“La política de Roosevelt en América Latina, 3/09/1938).
Salvando todas las distancias de la analogía histórica, similar es la política de “buen vecino” que impulsa hoy el imperialismo francés, una política de asociarse con las burguesías “bolivarianas” y darles una tajada de los negocios, como sucede en Bolivia con la Totalfina-Petrobras dándole una tajada a la burguesía nativa de Morales; o entrando en PdeVSA en Venezuela, o en Cuba con los joint ventures con la burocracia restauracionista. Para ello, se presenta con una máscara de “buen vecino”, de “democrático” y “pacifista”.
No sólo en América Latina aplica esta política el imperialismo francés, sino también, por ejemplo, en el Líbano, donde mientras sus tropas integran los “cascos azules” de la ONU, las empresas francesas se han asociado a la burguesía nativa de Hizbollah para los jugosos negocios de reconstrucción de lo destruido durante el ataque sionista contra las masas palestinas y los explotados del sur de esa nación en 2006; así como también en Irán se asocian a Ahmadinejad y el gobierno de los ayatollahs, etc.
Ahora bien, en aquellos países semicoloniales que están directamente bajo su égida, como son las antiguas colonias francesas como Argelia, Chad, etc., ¡nada de “nuevo trato”, ni de máscara de “buen vecino” y de imperialismo “democrático y pacifista”! Allí, el imperialismo francés nada tiene que envidiarles a sus congéneres yanquis: interviene directamente con sus tropas, como viene de hacerlo en Chad y antes en Costa de Marfil, impulsa las peores guerras fratricidas, y sostiene abiertamente a las más brutales dictaduras que son sus títeres, como a la dictadura de Bouteflika en Argelia, por poner tan sólo algunos ejemplos.
A este bloque del “New Deal” y la “política del buen vecino” del imperialismo francés, la burocracia castrista que se prepara para consumar la restauración capitalista en Cuba y las burguesías “bolivarianas”, se han integrado las direcciones traidoras del Foro Social Mundial, incluidos los renegados del trotskismo, que le dicen al proletariado que presionando sobre las burguesías nativas que a su vez presionarán y negociarán con el imperialismo para hacer un trato igualitario, se puede obligar a este último a repartir. Su política consiste en hacer que las masas presionen a la burguesía nativa, para que ésta les tire algunas migajas de las superganancias.
Es por esta razón que, por ejemplo, el FSM y la mayoría de los renegados del trotskismo apoyaron a Chávez en el referéndum constitucional: para que un Chávez fortalecido pudiera negociar en mejores condiciones con Francia y la Unión Europea la tajada de la renta petrolera que queda en Venezuela, diciéndoles a los trabajadores que esa el la vía para conseguir sus reivindicaciones.
La integración de los renegados del trotskismo a esta política del “New Deal” adquiere dos formas distintas: un sector de ellos, centralizados por Celia Hart Santamaría, apoyan abiertamente a los gobiernos “bolivarianos”, como en Venezuela donde, por ejemplo, los mandelistas y las variantes de “nueva izquierda” como Marea Socialista, se han integrado al PSUV; como ayer el mandelismo dándole ministros al gobierno de frente popular preventivo de Lula-Alencar en Brasil, y hoy impulsando el PSOL con un programa desarrollista burgués.
Otro sector de los renegados, de corte más socialdemócrata como el PSTU (LIT), el PO o el PST de Argentina, impulsa una política de llamar a las masas a luchar para presionar sobre los gobiernos burgueses para que éstos tomen medidas supuestamente “progresivas” para las masas... ¡cuando, bajo las condiciones actuales, lo único que tienen para “darles” a las masas los gobiernos patronales, es superexplotación, hambre, saqueo de la nación, y represión y palos contra el que se atreva a protestar! Así, vimos a la LIT llamando a presionar sobre el gobierno de Chávez exigiéndole que éste “avance al socialismo”. Vimos al PSTU de Brasil impulsando plebiscitos para presionar a Lula a que abandone su plan de “reformas” laboral, sindical y universitaria. Vemos al PTS de Argentina, frente a la disputa interburguesa por la renta agraria, llamando a las masas a luchar para presionar al Parlamento para que derogue la ley que regula el trabajo del peón rural por ser una ley “establecida por la dictadura”, en una política tan pero tan socialdemócrata y podridamente reformista que haría sonrojar al propio Kautsky.
En síntesis, los renegados del trotskismo han devenido en continuadores de la socialdemocracia y el stalinismo porque todos acuerdan con esta “teoría” de la naturaleza del estado según la cual la clase obrera puede “socializar” el estado burgués, “teoría” cuyo ideólogo máximo es Petras. Petras entiende al capitalismo sólo como mercado, con lo cual todo se resolvería mediante un utópico “intercambio social e igualitario”. Es decir, afirma que el problema del capitalismo no está en el terreno de la producción, sino en el de la distribución: por ello, toda su teoría gira alrededor de “socializar” el mercado. Niegan así la contradicción existente entre producción social y apropiación individual (privada) en el sistema capitalista, y niegan también la contradicción de las fuerzas productivas con las fronteras nacionales, contradicción que es la que empuja a las guerras, tanto de coloniaje y agresión, como a las guerras interimperialistas de las que ya se vivieran dos en el siglo XX.
“Socializar el mercado”, no es más que el famoso “socialismo de mercado” que pregonan, es decir, la total sumisión de la clase obrera a la explotación capitalista. ¡Este es el “socialismo de mercado” que impuso la nueva burguesía china con la restauración capitalista, y el que se prepara a imponer la burocracia castrista en su plan de restauración del capitalismo en Cuba! “Socialismo de mercado” es esa farsa de “nacionalización” de SIDOR por parte del gobierno de Chávez, es decir, la compra lisa y llana, y encima pagadas al 100% de su valor nominal, de las acciones mayoritarias del grupo Techint en esa empresa, con lo cual los patrones de Techint festejan descorchando champán, porque les pagaron un precio que no habrían conseguido ni en el momento de más alta cotización de las acciones de SIDOR en el mercado!
Entonces, para Petras, lo que hace posible este “New Deal” –es decir, una coexistencia pacífica de los trabajadores, el imperialismo francés y las burguesías “bolivarianas”- es repartirse democráticamente el poder del estado burgués. El papel de los trabajadores sería entonces el de presionar a la burguesía nativa y al imperialismo para que concedan ese poder en condiciones igualitarias.
Podríamos decir que este bloque del “New Deal” tiene un ala derecha que sería el imperialismo francés –que, ¡a no olvidar!, todavía tiene en América Latina colonias directas como son la Martinico o la Guyana francesa donde mantiene además una base militar, cuestión que todos los “bolivarianos”, reformistas y renegados del trotskismo callan-, un ala centro que serían las burguesías “bolivarianas”, y un ala “izquierda” que son las direcciones reformistas y los renegados del trotskismo que les dicen a los trabajadores y a los explotados que hay que luchar únicamente para presionar a una negociación o para lograr que el estado burgués, el régimen, el gobierno y las instituciones patronales, para obligarlos a que “repartan”. Ese es el papel de estas corrientes, sirvientes de la burguesía: presionar a los gobiernos burgueses y exigirles... ¡que dejen de serlo!
Con el estallido de la crisis económica mundial, entraba primero en crisis y terminaba por romperse el equilibrio económico, político y militar a nivel mundial, pero se mantenía el equilibrio social puesto que el proletariado y los explotados, por el accionar de las direcciones traidoras, no lograban intervenir dando una respuesta decisiva frente al inicio de la crisis y a la brutal ofensiva de los explotadores.
Es que en el primer lustro del siglo XXI, el accionar de las direcciones traidoras de todo pelaje agrupadas en el Foro Social Mundial se encargaron de expropiar y estrangular el “ensayo general revolucionario” que protagonizaron las masas del mundo semicolonial y sobre todo, de desincronizar su combate del de la clase obrera de las potencias imperialistas que tendía a irrumpir en lucha contra las guerras de Afganistán e Irak, a la que pusieron a los pies de los imperialistas “democráticos” –primero, del eje imperialista franco-alemán, y luego, del Partido Demócrata de los Estados Unidos.
En estas condiciones llegó el proletariado mundial al inicio de esta crisis en el año 2007, que se abrió plenamente a partir del mes de julio. Con el estallido de la crisis, la situación mundial entraba en un momento de indefinición: la burguesía huía hacia delante, con los estados imperialistas desembolsando cientos de miles de millones de dólares para salvar cada uno a sus bancos y monopolios, pateando la crisis hacia delante y buscando hacérsela pagar a las masas. Mientras tanto, no estaba definido cómo iban a actuar, frente al inicio de la crisis, la clase obrera y los explotado que, en 2007 habían comenzado las primeras revueltas por el pan en Pakistán, Birmania y Georgia, estaban en Argentina protagonizando el comienzo de un embate de masas contra el régimen del pacto social, y tendían a desarrollar en Francia, Alemania, Italia y otras potencias europeas, una oleada de luchas obreras contra la carestía de la vida.
Pero, en medio de una brutal crisis económica y de confianza en sus negocios de la burguesía mundial, nuevamente, las direcciones traidoras y reformistas de todo pelaje, incluidos los renegados del trotskismo, impidieron que esos primeros combates se transformaran en una respuesta decisiva y generalizada del proletariado mundial al inicio de la crisis. Su accionar se centró, sobre todo, en impedir que, empujado por el ataque burgués a sus conquistas y nivel de vida y por la carestía de la vida, entrara en escena, como amenazaba, el proletariado de los países imperialistas, el que tiene en sus manos la llave para golpear desde adentro a los carniceros imperialistas y para la liberación de las naciones semicoloniales y los pueblos oprimidos del mundo. Así, la tendencia a las rebeliones obreras en Europa fue contenida y desviada por los pactos sociales regulacionistas de la burocracia y la aristocracia obrera; mientras que en los Estados Unidos, mientras la burguesía imperialista descarga un feroz ataque contra la clase obrera y los explotados, éstos han sido puestos por la burocracia de la AFL-CIO, los castristas, chavistas y renegados del trotskismo, a los pies del Partido Demócrata de Obama, Clinton y demás carniceros imperialistas.
Esto, junto a la expropiación de los tres levantamientos revolucionarios de la clase obrera y los campesinos ecuatorianos de 1997, 2000 y 2005, y la expropiación de la revolución obrera y campesina en Bolivia por parte del gobierno de frente popular de Morales, sostenido por la burguesía del continente y la burocracia castrista restauracionista, fueron dos factores clave para que se impusiera y se fortaleciera en América Latina esa farsa de la “revolución bolivariana”, para que se acelere el proceso de restauración capitalista en Cuba, y para que el imperialismo yanqui y su sirviente Uribe pudieran pasar a la ofensiva masacrando a las FARC y a la resistencia de las masas colombianas.
Se impuso entonces así, una coyuntura reaccionaria, con la burguesía ganando tiempo, reconstituyendo sus instituciones de dominio y pasando a la ofensiva para hacerles pagar a las masas –que habían quedado paralizadas por el accionar de sus direcciones- los costos de la misma, con un proceso inflacionario, una brutal carestía de la vida y el ataque a sus conquistas y su nivel de vida en todo el mundo.
Sin embargo, en las últimas semanas, las consecuencias del crac que han significado una profundización inaudita de las penurias de las masas, con la carestía de la vida disparándose y el hambre golpeando países y continentes enteros, ha empujado a las masas explotadas, en decenas de países en todo el mundo, a irrumpir en revueltas por el pan y, en algunos lugares, en lucha política de masas, como en Egipto, cuestión que comienza a poner en cuestión el equilibrio social. Así, el golpe de la crisis y el brutal látigo del capital, tiende a unir y a sincronizar nuevamente el combate de las masas, que había sido desincronizado por el accionar de las direcciones traidoras.
En esta irrupción, se destacan verdaderos focos revolucionarios que constituyen elementos preparatorios de una ruptura del equilibrio social. En primer lugar, las revueltas espontáneas de las masas por el pan que sacuden a decenas de países en el planeta, como son Filipinas donde las masas irrumpieron en lucha contra el aumento del precio del arroz; Haití, donde los explotados salieron a las calles exigiendo pan, golpeando sus platos vacíos y al grito de ““¡abajo el gobierno, abajo el hambre!”, “Si el gobierno no baja el costo de vida, que se vaya”, “Si la policía y las tropas de la ONU nos matan, está bien, porque si no morimos por las balas igual moriremos de hambre”, enfrentando a las tropas de la ONU, compuestas sobre todo por tropas “gurkas” enviadas por los gobiernos cipayos deArgentina, Guinea, Mauritania, Senegal, Camerún, Burkina Faso, Marruecos, entre otros países del África que está sacudida de norte a sur y de este a oeste por revueltas del hambre.
Mientras tanto, en China, que ya venía cruzada por miles de revueltas obreras y campesinas por año como expresión de un proceso de resistencia de las masas, la revaluación del yuan, junto al alto precio del petrolero y las commodities -del que China es importador neto- está profundizando la carestía de la vida y sobre todo, el encarecimiento del precio de los alimentos, sobre todo del arroz (alimento básico de las masas explotadas no sólo de China sino de gran parte del Asia) que ha visto duplicado su precio en el mercado mundial en las últimas semanas. Son estos elementos los que empujan la tendencia a la generalización de las revueltas por el hambre, no sólo en China, sino en el conjunto de los países del Asia.
En estas revueltas espontáneas, elementales, de las masas por el pan, que irrumpen tan sólo empujadas por el hambre y la necesidad, sin plan, sin dirección, sin poner en pie organismos de autodeterminación, vive sin embargo, al decir de Lenin, “lo embrionario de lo conciente”. Es que, en primer lugar, las masas irrumpen en estas revueltas espontáneas a pesar y en contra de las direcciones traidoras que tienen al frente, y comienzan a distinguir, con perspicacia, al enemigo: a los estados, regímenes y gobiernos burgueses hambreadores y represores.
Es indudable que el enorme salto dado por la heroica resistencia y la guerra nacional de las masas iraquíes, constituye un segundo foco revolucionario. La clase obrera y los explotados irrumpieron en Basora y en el sur de Bagdad con una insurrección armada, a pesar y en contra de la burguesía de Al Sadr, propinándole una derrota estrepitosa al ejército gurka iraquí y dejando colgado de un hilo al gobierno del protectorado de Maliki, que hoy sólo se sostiene gracias al accionar de Al Sadr que intenta –al estilo de Hamas en Gaza o Hizbollah en el Líbano-, contener a las masas y desarmarlas, para impedir un verdadero Vietnam de las tropas yanquis invasoras.
También en Medio Oriente, se destaca el auge proletario en Egipto, en el que la clase obrera y las masas retoman, en el combate político de masas contra la feroz dictadura de Mubarak, el heroísmo de las masas iraníes que en 1979 derrocaron al Sha Reza Pahlevi, y el heroísmo de las masas palestinas en su lucha contra el ocupante sionista. Mientras que en el África sacudida por decenas de revueltas por el plan, se destaca el auge proletario en Nigeria, encabezado por la clase obrera negra súperexplotada por las voraces transnacionales petroleras.
En América Latina, se destaca claramente la huelga indefinida y ocupación de la fábrica por los obreros de SIDOR en Venezuela, que no le dejó al gobierno burgués de Chávez otra salida que anunciar la “nacionalización” de SIDOR (en realidad, un joint venture entre Techint y la “boliburguesía”, pagando indemnización), como única forma de frenar la lucha de los trabajadores, después de fracasar en su intento de frenarla con la brutal represión de marzo pasado. La lucha de los obreros de SIDOR es un claro golpe por izquierda que pone a los obreros de esa fábrica como vanguardia del proletariado latinoamericano, y que pone a la orden del día la lucha por refundar la UNT sobre la base de romper con Chávez y con toda ligazón al estado burgués, y por convocar ya, en la SIDOR tomada por sus obreros, un congreso obrero nacional de delegados de base que organice una lucha decisiva por la verdadera nacionalización, sin pago y bajo control obrero, de Sidor, por la renacionalización completa de PdVSA expropiando sin pago a la Repsol, Totalfina y demás petroleras imperialistas asociadas a ella, y por la expropiación de las 31 familias que, junto con las transnacionales, controlan la economía venezolana, etc.
Y en Europa, se destaca la huelga general indefinida de los obreros de Dacia-Renault en Rumania, al grito de “Queremos ganar como nuestros hermanos de clase de la Renault de Francia”, que plantea la hipótesis de que veamos, en el próximo período, procesos revolucionarios en los países del Este de Europa en los que el capitalismo fue restaurado.Por el momento, con pactos sociales regulacionistas, mantenidos a duras penas por las burocracias sindicales colaboracionistas en Europa; y en Estados Unidos, con millones de subsidios del estado al sector más explotado del proletariado y con el sometimiento de la clase obrera norteamericana al Partido Demócrata, han logrado impedir procesos de auge proletario y revueltas por el pan en los países imperialistas. Esa es la razón por la que aún se mantiene la coyuntura reaccionaria, aunque se incorporan a la situación mundial elementos preparatorios pre-revolucionarios.
Como dijimos, hoy el equilibrio social está puesto en cuestión por las revueltas por el pan en el mundo semicolonial y por procesos de auge proletario que tienden a desarrollarse como lucha política de masas, como en Egipto, que incorporan elementos preparatorios a la situación mundial. La clave para que estos elementos se generalicen en lucha política de masas y se transformen en una respuesta decisiva del proletariado mundial ante la crisis, se concentra en si el proletariado norteamericano logra irrumpir en un estadío superior de lucha política de masas -cuestión íntimamente ligada al desarrollo del salto actual que ha dado la heroica resistencia de las masas iraquíes, es decir, a si ésta avanza en provocarle una derrota militar humillante al estilo de la de Vietnam al imperialismo yanqui-, y si la clase obrera de las potencias imperialistas europeas logran romper el corset de los pactos sociales regulacionistas y entrar en una abierta lucha política contra los regímenes y gobiernos imperialistas. Acontecimientos de ese calibre, sin ninguna duda, dejarían atrás la actual coyuntura reaccionaria.
Por el contrario, si el vigor y las energías de las masas son derrotados o contenidos –cuestión que en absoluto está resuelta de antemano- no podemos descartar que el desarrollo de la crisis mundial termine abriendo un panorama de recesión mundial con inflación, y que esto impulse a un nuevo salto de las disputas interimperialistas, inclusive a una situación donde cada potencia imponga un cerco militar a sus respectivas zonas de influencia. Si esto sucede, y la clase obrera, por crisis de dirección revolucionaria, sigue sin poder irrumpir ni intervenir de forma independiente, podría acelerar la consumación de la restauración capitalista en Cuba, podría significar la imposición de derrotas parciales pero duras contra el proletariado europeo, etc., y en consecuencia, la actual coyuntura reaccionaria podría consolidarse dando lugar a la apertura de una situación reaccionaria.
La crisis económica ha golpeado y alcanzado al conjunto del sistema capitalista imperialista mundial. Contra todos los revisionistas y renegados del trotskismo que auguraban una “onda larga” de expansión del capitalismo y toda una época de “recomposición reformista” del proletariado, esta crisis -que, con el inicio de la recesión en Estados Unidos y con la amenaza de un proceso mundial de estanflación, está entrando en su tercer acto- está hundiendo en la catástrofe a la clase obrera y a los explotados del planeta. La carestía de la vida hunde a las masas en la miseria; y cuando se ha llegado a un récord de producción de alimentos a nivel mundial, sin embargo, el hambre cunde en decenas de naciones del África, de Asia, y de América Latina.
El cáncer que provoca la hambruna de las masas son los terratenientes, la oligarquía, las burguesías agrarias, que concentran en sus manos la propiedad de las tierras fértiles, y las trasnacionales cerealeras. Por ello, la solución para terminar con la carestía de la vida y el alto precio de los alimentos no vendrá de ponerle límites a las exportaciones de alimentos -como proponen sectores de las burguesías de los países productores-, ni de liberarlas, como proponen hoy los chupasangre del Banco Mundial. Sólo podrá venir de expropiar a los propietarios de las tierras y las transancionales del agro, responsables de la muerte por hambre de millones de explotados, como lo son también los monopolios petroleros que los masacran en sus “guerras del petróleo”.
Bajo estas condiciones, la premisa histórica “socialismo o barbarie” se ha vuelto concreta, inmediata: la única solución para garantizan algo tan mínimo y elemental que las masas explotadas coman, es la hacer la revolución socialista, con la clase obrera haciéndose del poder y expropiando a los expropiadores. Sólo la revolución proletaria triunfante puede parar la catástrofe y la barbarie del capitalismo en putrefacción. ¡Para que la clase obrera y los explotados vivan, el imperialismo debe morir! ¡No queremos el “socialismo en el siglo XXI”, es decir, en el año 2099, como pregonan Chávez, la burocracia castrista, las direcciones traidoras y los renegados del trotskismo de todo pelaje, agrupados en el Foro Social Mundial: queremos el socialismo ya!
Contra el reformismo que pretende constreñir a la clase obrera a la lucha económica, cuando el capital ha lanzado una verdadera guerra contra los trabajadores y los explotados, es necesario esgrimir el apotegma del marxismo revolucionario que dice que, luchando todos los días por la toma del poder y la dictadura del proletariado, diciéndoles todos los días a las masas que esa es la única salida a sus penurias, no renunciamos a arrancarle a la burguesía, en el camino de la lucha, la más mínima de las conquistas, sabiendo que las mismas serán efímeras y se perderán si el proletariado no avanza a hacerse del poder.
Pero de ninguna manera podemos dejar la lucha por las demandas mínimas y elementales de las masas en manos de los reformistas que son incapaces ni tan siquiera de organizar una lucha decisiva por las propias reformas que ellos pregonan. Se trata entonces de levantar un programa para salvar de la catástrofe y la barbarie a la clase obrera y los explotados; un programa que parta de las más elementales e inmediatas demandas de las masas que son el motor de su lucha, y que sólo pueden conseguirse atacando la propiedad privada de los capitalistas, por lo que la lucha económica tiende a devenir rápidamente en lucha política de masas. Así, contra los despidos y la carestía de la vida, se pone a la orden del día la lucha por la escala móvil de salarios y horas de trabajo y la nacionalización sin pago y bajo control obrero de toda empresa que cierre o despida. En los países coloniales y semicoloniales, la lucha contra el hambre es inseparable del combate por terminar con el yugo imperialista y resolver la cuestión agraria, mediante la expropiación de las transnacionales y grandes grupos cerealeros, aceiteros, petroleros, la nacionalización de la tierra y colectivización del campo, sin afectar la pequeña parcela del campesino pobre; la expropiación de los banqueros parásitos y la nacionalización de la banca; la imposición del monopolio del comercio exterior, etc. En los Estados Unidos, la lucha contra la guerra de Irak y Afganistán que cuestan cientos de miles de millones de dólares por año, está íntimamente ligada a un programa para que sean los capitalistas los que paguen la crisis que provocaron, expropiando sin pago y bajo control obrero a los monopolios yanquis, etc.
Se trata entonces de tender un puente entre las actuales demandas de las masas y la lucha por la revolución socialista, es decir, hacia la toma del poder por el proletariado y la expropiación de la burguesía, única forma de terminar con las penurias y sufrimientos de las amplias masas explotadas y de impedir que la burguesía arroje sobre ellas la crisis provocada por los propios capitalistas.
Como lo hiciera ayer, en 1914, el estallido de la primera guerra mundial interimperialista y la traición histórica de la socialdemocracia ante la misma, hoy la crisis de la economía mundial capitalista y la catástrofe que ésta arroja sobre los explotados del mundo, marca una clara divisoria de agua entre reformistas, enfermeros del capital, y revolucionarios que luchamos por ser, junto al proletariado mundial, sus enterradores. O se está por la lucha por la revolución socialista como tarea inmediata, o se está por presionar al estado burgués por migajas, por reformarlo, por esa estafa que es el “socialismo de mercado”, y a los pies de la burocracia castrista y las burguesías “bolivarianas” y su mentira cínica de la “redistribución de la riqueza”. En esta última trinchera están hoy los renegados del trotskismo que ya tuvieron su propio “4 de agosto 1914” y se pasaron al campo de la reforma.
Ayer, en 1914, cuando los obreros eran arrastrados por los socialimperialistas a masacrarse entre sí en los campos de batalla al servicio de los intereses de “sus” respectivas burguesías, la tarea inmediata para detener la guerra y conquistar la paz, no era otra que la revolución socialista: “dar vuelta el fusil, transformar la guerra imperialista en guerra civil contra la propia burguesía”, tal era el programa revolucionario levantado por Lenin, Liebcknecht y los internacionalistas de la Izquierda de Zimmerwald, que en 1915 cabían en un sillón, pero que en 1917 se transformaron en carne y sangre del proletariado ruso que imponía ese programa en la vida misma.
Hoy, cuando la clase obrera y los explotados comienzan a irrumpir en revueltas por el pan y en auges proletarios, “dar vuelta el fusil” significa luchar por transformar esas revueltas del hambre y rebeliones obreras en el inicio de la revolución proletaria, y volcar todas las fuerzas al combate por volver a poner en pie, sobre la base del programa y las lecciones de la Cuarta internacional en su congreso de fundación de 1938, el Partido Mundial de la revolución socialista, capaz de llevar al proletariado a la toma del poder, sin lo cual no habrá solución a la barbarie que impone el capitalismo imperialista en putrefacción.
Es indudable que los próximos actos de esta crisis, su desarrollo y su resultado final, se definirán y se resolverán en el terreno del combate de clases mundial. Porque, contra todo catastrofismo, el capitalismo no se cae sólo: sólo puede hacerlo caer definitivamente el triunfo de la revolución proletaria mundial.
Así lo definían ya brillantemente Trotsky y la III Internacional revolucionaria en 1921, cuando decían: “Desde el momento en que las fuerzas productivas del capitalismo tropiezan contra un muro, no pueden avanzar, vemos a la burguesía reunir en sus manos al ejército, policía, ciencia, escuela, iglesia, parlamento, prensa, etc.; tirar sobre los renegados y decirle con el pensamiento a la clase obrera: ‘Sí, mi situación es peligrosa. Veo que a mis pies se abre un abismo. Pero veremos quién cae primero en él. ¡Acaso antes de morir yo, pueda arrojarte al precipicio, clase obrera! ’. ¿Qué significa esto? Sencillamente, la destrucción de la civilización europea en su conjunto. Si la burguesía, condenada a muerte desde el punto de vista histórico, encuentra en sí misma suficiente fuerza, energía, poder, para vencer a la clase obrera en el terrible combate que se aproxima, esto significa que Europa está en el umbral de una descomposición económica y cultural, como ya ha ocurrido en varios países, naciones y civilizaciones. Dicho de otro modo, la historia nos lleva al momento en que una civilización proletaria se hace indispensable para la salud de Europa y del mundo. La historia nos suministra una premisa fundamental sobre el éxito de esta revolución, en el sentido de que nuestra sociedad no puede desenvolver sus fuerzas productivas apoyándose en una base burguesa. Pero la Historia no se encarga de resolver este problema en lugar de la clase obrera, de los políticos de la clase obrera, de los comunistas. No. Ella parece decir a la vanguardia obrera (representémonos por un instante la historia bajo la forma de una persona erguida ante nosotros) y a la clase obrera: ‘Es preciso que sepas que perecerás bajo las ruinas de la civilización si no derribas a la burguesía. ¡Ensaya, resuelve el problema!’ He aquí el presente estado de cosas”. (León Trotsky, “Una escuela de estrategia revolucionaria”, 1921)
En 1921, estas líneas fueron escritas cuando la Europa imperialista que venía de emerger de la primera guerra mundial. Por terror a la revolución, que venía de triunfar en Rusia y estallaba en Alemania, entre 1918 y 1921 las burguesías, con empréstitos de los estados y emisión de moneda sin respaldo mantuvieron en forma ficticia un ciclo de expansión. Derrotadas las revoluciones alemana y húngara, restablecida la confianza de la burguesía en sus fuerzas, vino la inevitable crisis y el ataque feroz contra la clase obrera.
Hoy, al inicio de la nueva crisis de la economía mundial, la alternativa planteada en ellas se ha transformado en una alternativa de hierro para el conjunto del proletariado mundial: parafraseándola, podríamos decir que si la burguesía, condenada a muerte desde el punto de vista histórico, encuentra en sí misma –por supuesto, con la ayuda decisiva de las direcciones traidoras- suficiente fuerza, energía, poder, para vencer a la clase obrera en los terribles combates que se aproximan, lo que vendrá será la descomposición económica y cultural de países y regiones enteras, y de la propia civilización humana. Dicho de otro modo, la historia nos lleva al momento en que una civilización proletaria se hace indispensable para la salud del mundo.
Bajo estas condiciones objetivas, se ha establecido una primera carrera de velocidad en la arena de la lucha de clases mundial: si el proletariado, en el período próximo, no interviene imponiendo su propia solución a la crisis mediante avances decisivos de la revolución proletaria mundial –como serían, por ejemplo, la apertura de procesos revolucionarios en una o dos potencias imperialistas; revueltas generalizadas e irrupción de la clase obrera en China, una intervención decisiva de las masas cubanas y latinoamericanas enfrentando el intento de restauración capitalista en Cuba, etc.- será nuevamente la burguesía mundial la que de una salida, destruyendo fuerza productivas, con guerras y desarrollo de fuerzas destructivas, descargando la crisis sobre las masas y profundizando sus padecimientos a grados inauditos, e inclusive hundiendo a algunas potencias imperialistas que salgan perdedoras en la pelea por zonas de influencia, cuestión que, sin duda, las volvería agresivas y comenzaría a preparar las condiciones para que se abriera el camino a una nueva guerra interimperialista.
Pero, hoy, irrumpiendo con revueltas por el pan y auges proletarios en lucha contra la carestía de la vida y el hambre que es lo que empuja a unir sus filas, es indudable que las masas han dado un paso adelante en esta carrera de velocidad establecida entre el crac y la respuesta de las masas. Una vez más, las masas explotadas no faltaron a la cita de la Historia. El obstáculo central en el camino de la liberación del proletariado de la esclavitud asalariada sigue siendo la crisis de su dirección revolucionaria.
Pero se ha establecido también una segunda carrera de velocidad, esta vez, en el terreno subjetivo, entre la crisis de dirección revolucionaria –es decir, la existencia de direcciones contrarrevolucionarias que atan las manos de los explotados, y la ausencia de una auténtica dirección revolucionaria internacional-, y la tendencia de la clase obrera y las masas explotadas a entrar al combate, impulsadas por los propios ataques del enemigo de clase y por las penurias inauditas que impone la nueva crisis de la economía mundial imperialista.
Resolver a favor del proletariado mundial esta segunda carrera de velocidad se vuelve decisivo. Es que las direcciones traidoras y reformistas saben que cuentan con esta ventaja a su favor, y apuestan a ganar esta carrera impidiendo la irrupción de la clase obrera de los países imperialistas; abriendo el camino para que se consume la restauración capitalista en Cuba; estrangulando definitivamente la revolución boliviana y latinoamericana, etc.
En cómo se solucione esta segunda carrera de velocidad, tiene un papel muy importante lo que hagamos los internacionalistas. Por ello, el III Congreso de la FLT definió con claridad que estamos ante un cambio histórico de nuestras tareas y desafíos: no se trata ya solamente para los revolucionarios internacionalistas, de defender las posiciones ideológicas conquistadas –cuestión que fue lo esencial de nuestra tarea en el período previo-, sino fundamentalmente de luchar por conquistar un centro internacional revolucionario que sea un factor objetivo en la vanguardia del proletariado mundial, en el próximo período.
La crisis que ha comenzado significa que se achican al límite los márgenes de toda política de conciliación de clases, es decir, entre el capital y el trabajo, y sale a la luz, al rojo vivo, toda la impotencia del reformismo, que ya no puede presentar ante las masas como “reformas” ni siquiera miserables limosnas arrancadas a la burguesía.
Estas condiciones son las que pueden empujar al proletariado y a los explotados, que hoy comienzan a irrumpir con revueltas y auges proletarios contra la carestía de la vida y el hambre, hacia el camino de la lucha política de masas, es decir, al inicio de la revolución proletaria.
Estas son, a la vez, las condiciones que ponen al rojo vivo que la crisis de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria del proletariado y que dan base a nuestra lucha por un Zimmerwald y Kienthal del siglo XXI que ponga en pie un centro internacional.
Se vuelve indispensable un reagrupamiento internacional de los trotskistas principistas y las organizaciones obreras revolucionarias que enfrente con claridad a las direcciones traidoras y en particular, declare una lucha sin cuartel contra ese rejunte de castristas, populistas y renegados del trotskismo que constituyen el ala izquierda del Foro Social Mundial y que ya están montando nuevos diques de contención para engañar y contener la lucha de los sectores más perspicaces y radicalizados de la vanguardia proletaria. Hay que declararle una lucha sin cuartel a esos nuevos engendros que preparan, como es, por ejemplo, el “Encuentro latinoamericano de trabajadores” que el PSTU y la LIT preparan para julio próximo en Brasil, para decirle a la clase obrera de América Latina que puede “conquistar su unidad”....¡de la mano de la burocracia colaboracionista de la COB, que ya traicionó la revolución boliviana subordinando a la clase obrera a Evo Morales; de la mano de organizaciones obreras de Haití que se niegan a luchar por la derrota militar de todas las tropas de la ONU –empezando por las tropas argentinas, brasileñas, bolivianas y chilenas- que ocupan esa nación y masacran por cuenta del imperialismo; de la mano de CONLUTAS transformada por el PSTU en una nueva central sindical burocrática y estatizada, eso sí, con una burocracia “de izquierda”!
Poner todas nuestras fuerzas al servicio del combate por ese reagrupamiento internacional, ese Zimmerwald y Kienthal del siglo XXI, es una obligación esencial de los internacionalistas, y es la única manera de no caer al fango del nacional trotskismo y de no adaptarse a la política de colaboración de clases de los renegados del trotskismo que hoy constituyen el ala “izquierda” del bloque del “New Deal”.