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El inicio de una nueva crisis de la economía mundial del sistema capitalista imperialista DECADENTE, la PUTREFACCIÓN del reformismo y las tareas de los revolucionarios
Presentamos aquí el aporte del camarada Carlos Munzer a la reflexión sobre la nueva crisis de la economía mundial y la situación internacional.
Capítulo 1
Comenzó una nueva crisis de la economía mundial imperialista y puso en cuestión el equilibrio económico, político y militar que el imperialismo había impuesto a partir de 2003
-I-
Después de los derrumbes bursátiles de Shangai y Wall Street en febrero-marzo de 2007 –verdaderos preinfartos de la economía mundial capitalista en los que se evaporó, en apenas una semana, la friolera de 2 billones de dólares-; el nuevo derrumbe de Wall Street a fines de agosto y las sucesivas caídas posteriores de las bolsas de Estados Unidos, Europa, Japón y todo el mundo, marcan un hecho categórico: el infarto se ha producido. El sistema capitalista imperialista mundial ha vivido una nueva crisis de la economía, y con ella, entró y entrará en crisis también el equilibrio económico, político y militar que el imperialismo habría logrado imponer en 2003.
Los estados imperialistas y sus bancos centrales corrieron a socorrer cada uno a sus propios banqueros y transnacionales, prestándoles dinero por una suma que ya alcanza los 500 mil millones de dólares. Sólo en los primeros días de agosto, el Banco Central Europeo tuvo que poner U$S 277 mil millones para salvar del colapso a los bancos ingleses, franceses, alemanes, etc., que quedaron al borde del colapso por el estallido de la llamada “burbuja inmobiliaria” norteamericana donde habían invertido entre el 30 y el 40% de sus activos.
Al mismo tiempo, el jefe de la reserva federal de los Estados Unidos tuvo que salir a anunciar primero una baja en las tasas de interés para préstamos a los bancos (tasa de redescuento), luego una baja de medio punto en la tasa de interés de referencia, y una nueva reducción de un cuarto de punto de la misma en los últimos días.
Con esta inyección de dinero fresco a los bancos -principalmente europeos , pero también norteamericanos y japoneses- y con la baja de medio punto en la tasa de interés de referencia implementada por la Reserva Federal norteamericana, los estados imperialistas salieron al rescate cada uno de su respectivo capital financiero para evitarle pérdidas enormes y, al mismo tiempo, para impedir, por el momento, que el comienzo de la crisis se exprese en una recesión mundial o en estanflación (estancamiento con inflación) aguda.
Los estados imperialistas tuvieron que desembolsar así, en pocos días, un monto equivalente a todo el déficit fiscal de los Estados Unidos en un año, o al de seis Plan Marshall (que en 1947 fue de 13 mil millones de dólares, equivalentes hoy, a valor constante, a unos 80 mil millones).
Pero, lejos de lo que dicen los economistas burgueses – y también las cacatúas de la izquierda reformista que copian los gestos de la clase dominante- que afirman que, como no hay recesión, entonces “la crisis no llegó a la economía real”, la crisis ya está acá y sus consecuencias ya las están pagando las masas explotadas en todo el mundo. La nueva crisis ya ha significado una devaluación del dólar, mediante la cual el imperialismo yanqui descarga los costos de dicha crisis sobre sus competidores imperialistas de Japón y Europa y sobre el mundo semicolonial, y fundamentalmente, sobre la clase obrera y los explotados del mundo. Es que la devaluación del dólar, junto con el encarecimiento del crédito, ya está empujando en todo el mundo un proceso inflacionario que pagan y pagarán las masas de sus bolsillos. En Alemania se prevé que para octubre la inflación del año habrá alcanzado el 2,5%, y el 2,7% para conjunto de los países de Europa que utilizan el euro como moneda. En América Latina, la inflación se dispara: en Venezuela llegará casi al 18% a fin de año; en Argentina, los manejos del gobierno con el índice de inflación no logran ocultar que ésta ya ronda el 20%, en Bolivia lleva acumulado casi un 10% (cifras oficiales) a octubre, etc. Esto se suma al ya altísimo precio de las commodities como el maíz, el trigo, la soja, etc., que encareció enormemente los precios de los alimentos, no sólo en América Latina, Asia, Africa, sino también en Italia, Francia y demás potencias europeas donde el precio del pan y de las pastas están por las nubes, profundizando más aún los sufrimientos de las masas explotadas.
La inflación y la carestía de la vida son el resultado más inmediato de la crisis que ha comenzado, y todo su peso se abate sobre las masas explotadas. Pero, a la vez, el hambre y las terribles penurias que éstas acarrean, son el motor que empuja a la clase obrera y a los explotados, en distintos puntos del planeta, a irrumpir en lucha de masas, en rebeliones y revueltas por el pan, como vemos hoy en Pakistán, Birmania y Georgia.
Junto con el sideral precio de los commodities –y entre ellos, el de la soja, el maíz, el trigo y otros cereales que constituyen el alimento básico de miles de millones de explotados en todo el mundo, no cesa de aumentar el precio del petróleo que ya ha roza los 100 dólares el barril. Esto es así porque, como dijimos, la burguesía imperialista mundial inyectó cientos de miles de millones de dólares para evitar la recesión, por miedo a que la misma termine por provocar irrupciones revolucionarias de las masas. Al negocio del petróleo y de los commodities fluyen, como veremos más adelante, enormes masas de capitales que se retiran de aquellas ramas de producción y los negocios financieros donde ha caído la tasa de ganancia, cuestión que está en el origen de la crisis que ha comenzado.
Demás está decir que a esto también lo pagan las masas explotadas del mundo porque el aumento del petróleo -insumo básico de la producción- es trasladado por la burguesía al precio de las todas las mercancías, impulsando, junto al altísimo precio del maíz, el trigo, soja y demás commodities, una brutal carestía de la vida.
Hoy ya están saliendo a la luz los balances de los bancos y empresas imperialistas de los Estados Unidos, y también de Europa dando cuenta de las cuantiosas pérdidas que éstos han tenido en los últimos meses, puesto que todos ellos habían volcado enormes masas de sus capitales a valorizarse en la “burbuja inmobiliaria”. Ahí está el Citigroup anunciando una baja de casi el 60% en sus ganancias en el último trimestre, igual que el Barclays –uno de los más importantes bancos del imperialismo británico. Pero también empresas como Caterpillar (la mayor productora de máquinas-herramientas del mundo), y automotrices como la General Motors (GM) salieron a anunciar grandes pérdidas, no porque ande mal la producción de maquinarias o de autos, sino porque esas transnacionales pusieron gran parte de su capital a valorizarse en la “fiesta” de las hipotecas en los Estados Unidos. Es que la época imperialista es la del capital financiero, producto de la fusión del capital industrial con el capital bancario.
Y a esas pérdidas, ya se las están haciendo pagar a la clase obrera. Así, gracias a la traición de la burocracia sindical de la AFL-CIO que entregó la gran huelga de la GM, los 73.000 obreros de las 80 plantas de los Estados Unidos tendrán que pagarse ahora ellos, de sus bolsillos, la jubilación, y todo obrero nuevo que ingrese será bajo condiciones de flexibilización y esclavitud que nada tienen que envidiarle a las terribles condiciones de los obreros en China.
Por su parte, el estallido de la “burbuja inmobiliaria” ya ha dejado sin casa en los Estados Unidos a más de un millón de trabajadores que no pueden pagar sus hipotecas y que son desalojados y arrojados a la calle. En Europa, como dijimos, golpeó duramente a los bancos, algunos de los cuales, como el Paribas de Francia o el Northern Rock de Inglaterra salieron a poner “corralitos” –es decir, a limitar el retiro de los depósitos-, con lo que a principios de septiembre las largas colas de ahorristas desesperados hacían sobrevolar sobre la Inglaterra imperialista el fantasma de Argentina de 2001. Pero el estallido de la burbuja inmobiliaria hundió también el precio de las acciones de empresas y los títulos de la deuda externa de países semicoloniales, que estaban puestos como garantía de los enormes préstamos hipotecarios.
Para recuperar los 500 mil millones de dólares que los estados imperialistas pusieron para salvar a sus empresas y bancos, las respectivas burguesías han lanzado un ataque feroz contra las conquistas y el nivel de vida de la clase obrera, como sucede en Francia, donde el gobierno de Sarkozy ha pasado a la ofensiva contra el derecho de huelga, para volver a imponer la semana laboral de 40 horas, y sobre todo, contra la jubilación de los trabajadores.
Las burguesías nativas de los países semicoloniales les harán pagar a las masas explotadas, con impuestazos y tarifazos, el encarecimiento del crédito en el mercado mundial de capitales.
Estas que aquí enumeramos someramente, son tan sólo algunas de las primeras consecuencias de la nueva crisis que ha sacudido a la economía mundial imperialista, y que ya están sufriendo y pagando el proletariado y las masas explotadas del planeta. ¡Sólo cínicos a sueldo del capital, o reformistas que miran a la clase obrera mundial desde los cómodos sillones de la aristocracia y la burocracia obrera, pueden entonces afirmar que “la crisis no llegó a la economía real”!
Entró en crisis el punto de equilibrio económico, político y militar que el imperialismo, con su ofensiva contrarrevolucionaria, había conquistado después de 2001
-II-
Asistimos entonces a una nueva crisis de la economía mundial capitalista imperialista que ha puesto y pondrá en cuestión el equilibrio económico, político y militar que el imperialismo había logrado imponer a la salida de la crisis de 1997-2001.
Es que se le plantea el problema a las potencias imperialistas, y en primer lugar, a Estados Unidos como potencia dominante, de cómo salir de esta nueva crisis: saben que para ello, no sólo deben hacérselas pagar a las masas explotadas del mundo, como ya lo están haciendo, sino también que deberán arrojar su costo sobre las potencias imperialistas competidoras.
Porque la nueva crisis pone al rojo vivo un hecho contundente: sobran potencias imperialistas en el planeta. En la crisis que comenzara a mediados de los ’60 (cuando llegó a su fin el ciclo de crecimiento de la segunda posguerra); y en el descomunal crac de la bolsa de Wall Street de 1987, al imperialismo le quedaban todavía por reconquistar la URSS, China, Cuba, Vietnam, los estados obreros del Este de Europa para imponer su dominio pleno del planeta. Inclusive en la crisis de 1997-2001, como veremos a continuación, el imperialismo yanqui y las demás potencias pudieron utilizar a su favor la transfusión de sangre fresca que fueron los nuevos mercados de los ex estados obreros recuperados en 1989.
Pero hoy, ante la nueva crisis que comenzó, eso no existe más: todos los ex estados obreros ya han sido recuperados para la economía mundial imperialista, y nuevamente como en 1914 –salvando todas las distancias de la analogía-, el planeta ha sido conquistado y repartido completamente. No hay lugar, entonces, para que todas las potencias imperialistas puedan salvarse y salir indemnes de la crisis: las que lo logren, lo harán en desmedro de las otras, hundiéndolas, dejándolas sin zonas de influencia, quitándoles sus colonias, semicolonias, sus mercados y fuentes de materias primas. Y demás está decir que los distintos carniceros imperialistas no permitirán ser hundidos pacíficamente: las guerras comerciales, las disputas interimperialistas por el control de las fuentes de materias primas y los mercados que ya han dado un salto, recrudecerán aún más; están y estarán al día nuevas alianzas económicas, políticas y militares entre distintas potencias imperialistas; nuevas guerras de rapiña y coloniaje, guerras fratricidas donde los distintos imperialismos hagan enfrentar entre sí a naciones semicoloniales por su propios intereses, etc.
El equilibrio económico, político y militar viene de entrar en crisis; la nueva crisis de la economía mundial imperialista ha comenzado. Las potencias imperialistas intentarán hacerles pagar su costo a la clase obrera y los explotados del mundo, pero está por verse si lo logrará. Inclusive no podemos descartar que si el imperialismo logra impedir que el proletariado entre a escena dando respuesta a los golpes de la crisis, se imponga un momento de relativa estabilización de la situación mundial, en el que las potencias imperialistas intenten morigerar sus disputas y sentarse a la mesa de negociación. Pero una coyuntura como ésa sólo durará un corto período.
Se abre entonces todo un período de nuevas y superiores convulsiones de la lucha de clases, cambios bruscos, nuevos golpes del crac, guerras comerciales, nuevas guerras de rapiña y coloniaje, guerras fratricidas entre naciones semicoloniales cada una con distintas potencias imperialistas instigándolas (es decir, guerras por interpósita persona), enfrentamientos más agudos de revolución y contrarrevolución. De que el proletariado dé o no una respuesta a esta feroz ofensiva burguesa imperialista que ya ha comenzado, dependerá el curso de los próximos acontecimientos. Si la revolución proletaria no da pasos decisivos hacia delante, esta ofensiva imperialista significará para las masas y los pueblos oprimidos del mundo no sólo más explotación, opresión y expoliación, sino que el siglo XXI les deparará, en el futuro, nuevas carnicerías y guerras interimperialistas superiores a las dos que viéramos en el siglo XX. Esta crisis que ha comenzado es un gran campanada de alerta que preanuncia, para el futuro y si no lo impide la revolución proletaria, este devenir intrínseco del sistema capitalista imperialista que es la guerra.
Con el agudizamiento de las disputas interimperialistas como telón de fondo, comenzó un brutal ataque contra la clase obrera mundial
-III-
Hoy por hoy, el equilibrio entró en crisis: vuelven al centro de la escena los choques y disputas interimperialistas por ver qué potencia paga la crisis y cuál se salva a su costa. Cada burguesía imperialista debe pasar al ataque contra su propio proletariado para derrotarlo, sojuzgarlo y así estar en mejores condiciones en esta recrudecida guerra comercial que ya ha empezado, y en la cual, como veremos, algunas potencias imperialistas se asocian a burguesías nativas contra sus rivales imperialistas.
La cuestión iraní y la cuestión cubana –junto con la cuestión rusa y la boliviana, como veremos- se ponen en el centro de la escena y son, en sí mismas, la máxima expresión de que el equilibrio está en cuestión, y ya nada será como antes.
El hecho de que, en apenas semanas, se haya pasado de las “Conferencias para la paz y la seguridad en Irak”, con la burguesía iraní sentada en la mesa de negociación como “interlocutor válido”, a las nuevas amenazas de ataque militar por parte del imperialismo yanqui, son la expresión de que Irán se ha transformado en uno de los terrenos de esta recrudecida guerra comercial interimperialista. Es que mientras por boca de Angela Merkel el imperialismo alemán suelta encendidas frases de “condena” a Irán por sus pruebas nucleares, sus monopolios y bancos son los primeros inversores en ese país, y es Alemania el socio comercial más importante de Irán, que la provee de petróleo. El gobierno de Ahmadinejad y el régimen antiobrero y asesino de los ayatollahs son agentes y socios menores del imperialismo alemán.
Pero no se quedan atrás las demás potencias imperialistas. En un reciente dossier, la burguesía imperialista alemana se defiende de las acusaciones de sus rivales imperialistas por su “blandura” con el régimen iraní, demostrando los enormes negocios e intereses que tiene en Irán el imperialismo francés, y cómo, a pesar del bloqueo establecido por Estados Unidos contra irán desde la crisis de los rehenes durante la presidencia Carter, más de 500 empresas yanquis actúan y hacen negocios en esa nación.
Es en este marco que Turquía –una potencia imperialista secundaria, encerrada y subsidiaria hasta hoy del imperialismo yanqui en Medio Oriente- ha salido a amenazar con invadir el norte de Irak. Es que Turquía no tiene petróleo, a pesar de que por su territorio pasan los más importantes gasoductos y oleoductos, y hoy, a más de U$S 90 el barril, el petróleo del norte iraquí es un botín más que apetitoso, sobre todo, cuando este imperialismo que secundó a Bush y Blair en la invasión a Irak no recibió ni siquiera una migaja del oro negro iraquí a cambio de sus servicios. Hoy, viendo la debilidad y crisis del imperialismo angloyanqui en Irak, el imperialismo turco quiere aprovechar para salir de su encierro, haciéndose con el control de una parte de las reservas petroleras de Irak y por esa vía, extender su influencia a Medio Oriente.
La Rusia del capitalismo restaurado bajo la bota de Putin y la nueva burguesía, con sus enormes reservas de gas y petróleo, también es terreno de las feroces disputas interimperialistas. Francia y Alemania, asociadas con Gazprom (la ex empresa nacionalizada de gas y petróleo, hoy recuperada por Putin y su camarilla), vienen desplazando del negocio de los hidrocarburos a la British Petroleum, Chevron y demás empresas angloyanquis. Así, por poner un ejemplo, “En julio, Gazprom y el gigante francés Total, firmaron un acuerdo marco para poner en pie una compañía especial que organice la construcción y la operación de la fase uno de infraestructura para explotar Shtokman (un gigantesco campo gasífero en el Mar de Barents, que contiene reservas de gas de tal magnitud que podría proveer las necesidades de todo el planeta durante un año completo, NdeR). Gazprom detenta el 51% de las acciones, Total el 25%, y a la noruega Norway's StatoilHydro le fue otorgado el restante 24%. Chevron fue excluida, con el trasfondo de las deterioradas relaciones con los Estados Unidos, y el presidente Vladimir Putin prometió que enviará el gas de Shtokman a Europa y no a Norteamérica como estaba originalmente previsto (Oxford Analytica, octubre/ noviembre 2007).
Al mismo tiempo, con los miles de millones de petrodólares que recibe por la exportación de petróleo y gas, el estado ruso le está comprando a Alemania tecnología de última generación con la que está modernizando su decrépito y obsoleto aparato industrial militar. A esta situación, el imperialismo yanqui –que se quedó con Polonia, Rumania, Hungría y demás ex estados obreros del antiguo Glacis, integrándolas a la OTAN como sus semicolonias- responde anunciando que montará un escudo antimisilístico en el Este de Europa.
Bolivia, donde la revolución obrera y campesina fue expropiada por el gobierno de colaboración de clases de Evo morales –sostenido por la burguesía internacional, por la burocracia castrista restauracionista y por el Foro Social Mundial- también es terreno de esta guerra comercial y disputas por el control de las fuentes de materias primas, y en primer lugar, de petróleo y gas. Así, detrás del gobierno de Morales están la Repsol y la Totalfina –a través de su testaferro, la Petrobrás- que, con la burguesía nativa como socia menor, quieren quedarse con el control del gas; mientras que detrás de la burguesía fascista de la Media Luna están la British y la Exxon que no están dispuestas a repartir su negocio con la rastrera burguesía nativa del Altiplano.
En Bolivia se ve con claridad que toda América Latina se ha transformado en terreno de disputas interimperialistas, y para ello, las distintas burguesías nativas se asocian con distintas transnacionales y potencias imperialistas, y disputan ferozmente entre sí por su tajada de los negocios. Así, los gobiernos de Chávez, Morales, Kirchner y la burocracia castrista restauracionista, son parte, por ahora, y como socias menores, de un bloque con la Repsol. El gobierno de Lula está asociado con los yanquis en biocombustibles, y con los franceses de la Totalfina en el negocio del petróleo, mientras que la burguesía chilena (que no tiene gas ni petróleo), junto con la burguesía fascista de la Media Luna boliviana, están asociadas a las empresas angloyanquis como la British Petroleum y la Exxon.
Una empresa transnacional como es la pastera Botnia ha sometido a todo el Uruguay. Frente a ello, la burguesía argentina –cipaya de la Repsol, Telefónica, Cargill, etc.- clama por “la defensa del Tratado del Río Uruguay”. Esta feroz disputa y rapiña por los negocios entre las distintas burguesías de América Latina, cada una asociada a distintos monopolios imperialistas, es lo que queda del cuento y la estafa de la famosa “unidad latinoamericana” sobre la que tanto cacareaban Chávez, Castro, Morales y todos sus acólitos del Foro Social Mundial. La unidad latinoamericana sólo devendrá de la lucha por echar del subcontinente a todas las transnacionales, haciendo realidad el grito de la revolución boliviana de “¡Fuera las transnacionales!” con la revolución socialista triunfante y la conquista de los Estados Unidos Socialistas de Sud y Centroamérica.
Mientras el frente popular y el Foro Social Mundial estrangulan la revolución latinoamericana, el imperialismo yanqui se apresta a comandar la restauración capitalista en Cuba para darle un golpe de gracia al proletariado del continente y disciplinar su patio trasero
-IV-
La crisis ha comenzado, y el imperialismo yanqui, como potencia dominante, se apresta para redoblar la sujeción de América Latina, preparándose para desplazar a sus rivales imperialistas franceses, alemanes, japoneses, españoles, etc., de los negocios en su patio trasero.
Del crac de Wall Street de 1987, el imperialismo yanqui salió con enormes inversiones en su aparato industrial-militar y, sobre todo, consumando a partir de 1989 la restauración capitalista en los ex estados obreros. De la crisis de 1997-2001, salió utilizando la transfusión de sangre fresca que fueron China, Rusia y demás estados donde el capitalismo fue restaurado, y con una brutal ofensiva en Medio Oriente y Asia central por el control de las rutas del petróleo. Así, concentrado en la restauración capitalista y en Medio Oriente, el imperialismo yanqui, durante todos los ’90 y en los primeros años del siglo XXI, permitió a los imperialistas franceses, españoles, alemanes, japoneses, que entraran a su patio trasero latinoamericano y se quedaran con algunos negocios que, en aquel momento, eran absolutamente secundarios para los Estados Unidos.
Pero hoy, ante el inicio de la nueva crisis, Estados Unidos no puede permitir que esto siga siendo así. No solamente porque América Latina es una enorme fuente de materias primas, de reservas petroleras y gasíferas, sino porque sabe que derrotar a su propio proletariado y controlar férreamente su patio trasero –sobre todo, en momentos en que las tropas yanquis siguen empantanadas en Irak- son dos requisitos indispensables para poder ir a nuevas y superiores aventuras militares y guerras de conquista.
Por ello, el inicio de la crisis ha puesto al rojo vivo la cuestión cubana. La carta abierta de Bush llamando a las fuerzas armadas y la policía cubanas a garantizar la consumación de la restauración –es decir, llamando a la cúpula de la burocracia hoy encabezada por Raúl Castro como jefe de las fuerzas armadas, a transformarse de Gorbachov en Yeltsin- y anunciando la creación de un fondo de dinero para “promover la democracia en Cuba” (o sea, para terminar de comprar a la burocracia de las fuerzas armadas y de seguridad), muestra que se acelera la consumación de un enorme acontecimiento histórico: la imposición de la restauración capitalista en Cuba. Es que la burguesía imperialista yanqui, tanto como necesita urgentemente aplastar a la heroica resistencia iraquí, necesita recuperar Cuba para propinarle una derrota al conjunto del proletariado de América, y para de esta manera, sacar de escena la revolución latinoamericana por todo un período, y redoblar las cadenas que atan al subcontinente al imperialismo. Está por verse si podrá lograrlo: para ello, deberá vencer la resistencia antiimperialista de las masas cubanas y latinoamericanas, y también la de su propio proletariado.
Capítulo 2
El inicio de la crisis, su mecánica interna y sus primeras consecuencias
La teoría del imperialismo de Lenin está más vigente que nunca: el carácter parasitario del capital en la época imperialista
-V-
Hoy, cuando la crisis ya ha comenzado, los “teóricos” de la izquierda reformista intentan responder con seudoteorías y explicaciones no menos vulgares. Algunos tienen la triste “virtud” de escribir abiertamente y sin rodeos lo que piensan la mayoría de los reformistas, que no son sino la repetición vulgar y vacía de los lugares comunes y los análisis superficiales de los diarios y revistas burguesas. Este es el caso, por ejemplo, de una pequeña secta de renegados del trotskismo devenidos en gramscianos como es el PTS de Argentina.
Así, el PTS, desde los primeros pre-infartos de la economía mundial de este año, ha venido planteando que el origen de la crisis está en el hecho de que, a diferencia por ejemplo de lo que ellos llaman el “boom de la posguerra”, este ciclo de expansión de la economía mundial capitalista está marcado por “una enorme especulación financiera donde el flujo de capitales que especulan en bolsas y en todo tipo de operaciones financieras, es al menos 3 veces el producto bruto mundial”.
¡Estos curanderos antimarxistas hablan como si hubieran descubierto la pólvora! Se “sorprenden” por la “enorme especulación financiera” como si fuera una novedad, como una anomalía del funcionamiento del capitalismo, cuando ya Lenin a principios del siglo XX definiera con claridad precisamente que el imperialismo como fase superior, de descomposición y agonía del capital, está marcada precisamente por el carácter parasitario que adquiere el capital. “El imperialismo es un período histórico peculiar del capitalismo. Tiene tres particularidades: el imperialismo es 1) capitalismo monopolista, 2) capitalismo parasitario o en descomposición, 3) capitalismo agonizante. La sustitución de la libre competencia por el monopolio es el rasgo económico fundamental, la esencia del imperialismo. El monopolismo se manifiesta en cinco formas principales: 1) cártels, sindicatos y trusts; la concentración de la producción ha alcanzado el grado que da origen a estas asociaciones monopolistas de los capitalistas; 2) situación monopolista de los grandes Bancos: de tres a cinco Bancos gigantescos manejan toda la vida económica de los EE.UU., de Francia y de Alemania; 3) apropiación de las fuentes de materias primas por los trusts y la oligarquía financiera (el capital financiero es el capital industrial monopolista fundido con el capital bancario); 4) se ha iniciado el reparto (económico) del mundo entre los cártels internacionales. ¡Son ya más de cien los cártels internacionales que dominan todo el mercado mundial y se lo reparten "amigablemente", hasta que la guerra lo redistribuya! La exportación del capital, como fenómeno particularmente característico a diferencia de la exportación de mercancías bajo el capitalismo no monopolista, guarda estrecha relación con el reparto económico y político-territorial del mundo. 5) Ha terminado el reparto territorial del mundo (de las colonias).
Que el imperialismo es el capitalismo parasitario o en descomposición se manifiesta, ante todo, en la tendencia a la descomposición que distingue a todo monopolio en el régimen de la propiedad privada sobre los medios de producción. La diferencia entre la burguesía imperialista democrático-republicana y la monárquico-reaccionaria se borra, precisamente, porque una y otra se pudren vivas (lo que no elimina, en modo alguno, el desarrollo asombrosamente rápido del capitalismo en ciertas ramas industriales, en ciertos países, en ciertos períodos). En segundo lugar, la descomposición del capitalismo se manifiesta en la formación de un enorme sector de rentistas, de capitalistas que viven de "cortar cupones". ¿Qué significa? Que un puñado de parásitos, dueños de los paquetes mayoritarios de las acciones de un puñado de transnacionales y bancos imperialistas, viven sin trabajar, cortando los cupones de los beneficios de esos monopolios y bancos, a expensas de la amplia mayoría de más de 5000 millones de explotados, y son los que, en función de sus ganancias, deciden el destino de la economía mundial y de la humanidad.
Y continúa Lenin: “(…) En tercer lugar, la exportación de capital es el parasitismo elevado al cuadrado. En cuarto lugar, "el capital financiero tiende a la dominación, y no a la libertad". La reacción política en toda la línea es rasgo característico del imperialismo. Venalidad, soborno en proporciones gigantescas, (…). En quinto lugar, la explotación de las naciones oprimidas, ligada indisolublemente a las anexiones, y, sobre todo, la explotación de las colonias por un puñado de "grandes" potencias, convierte cada vez más el mundo "civilizado" en un parásito que vive sobre el cuerpo de centenares de millones de hombres de los pueblos no civilizados. El proletario romano vivía a expensas de la sociedad. La sociedad actual vive a expensas del proletario moderno. Marx subrayaba especialmente esta profunda observación de Sismondi. El imperialismo modifica algo la situación: una capa privilegiada del proletariado de las potencias imperialistas vive, en parte, a expensas de los centenares de millones de hombres de los pueblos no civilizados”. (El imperialismo y la escisión del socialismo”, 1916). Es decir, la sexta forma en que se manifiesta el imperialismo, al decir de Lenin, es la “escisión del socialismo”, la compra, por parte de los monopolios imperialistas, de una ínfima capa de aristocracia y burocracia obrera.
Es más, contra estos renegados del marxismo que se sorprenden por el carácter especulativo del actual ciclo de crecimiento de la economía capitalista, ya la III Internacional revolucionaria de Lenin y Trotsky, en su tercer congreso, planteaba con claridad que, en la época imperialista, “Los períodos de prosperidad no pueden tener en este caso más que una corta duración y sobre todo, un carácter de especulación. Las crisis serán duraderas y difíciles de soportar” (negritas nuestras).
El carácter parasitario del capital, la anarquía en la producción y el derroche de trabajo humano
-VI-
Tal cual lo definiera Lenin a principios del siglo XX, el monopolio no elimina ni la anarquía en la producción, ni la competencia, a la que postra. Cada monopolio, en sus límites, planifica hasta el mínimo detalle de su producción que es cada vez más producción social–y en ese sentido decía Lenin que es un “homenaje que el capitalismo le hace al socialismo”-, pero lo hace motivado por el fin de obtener el máximo beneficio, y no de satisfacer necesidades humanas. Por esa razón, en el sistema capitalista de conjunto en la época imperialista, sigue reinando la más absoluta anarquía de la producción.
El motor del capitalismo es la sed incesante de ganancias: el capital financiero afluye a aquellas ramas de la producción –como, en este caso, la producción de bienes de consumo, la construcción, etc.- o a los negocios financieros –como, por ejemplo, los préstamos hipotecarios, el cambio de yenes por dólares australianos, la compra o venta de acciones en las bolsas, etc.- que les garanticen superganancias. Pero no lo hace planificadamente, sino en forma anárquica: esas son las llamadas “burbujas” –financieras, inmobiliarias como la de hoy; “burbuja informática” como fuera la de las empresas punto.com a mediados de los ’90- que, lejos de ser una “anomalía”, son parte del funcionamiento normal del capitalismo en la época actual.
Cuando comienza la caída de la tasa de ganancia en esas ramas de producción o negocios financieros, el capital financiero se retira de allí tomando ganancias, y fluye hacia otras ramas de producción o negocios financieros que le garanticen más altas tasas de ganancia. Esto es lo que provoca el estallido de la “burbuja”, es decir, una enorme depreciación del capital.
Esta anarquía en la producción -que se mantiene y se profundiza en la época imperialista- trae consigo y como consecuencia, un enorme derroche de trabajo humano, de tiempo de trabajo socialmente necesario.
Un ejemplo claro de ello fue lo que sucedió en China en el ciclo de expansión. Allí, cientos de gobernadores de las distintas provincias y regiones de China -ex burócratas stalinistas reciclados en nuevos burgueses- se endeudaron en cientos de miles de millones de dólares con los bancos estatales chinos para financiar, cada uno en su provincia, región, ciudad, faraónicas obras de infraestructura –diques, parques industriales, carreteras, puentes, ferrocarriles, usinas eléctricas, etc.-, expulsando a millones de campesinos de la tierra. Disputaban así entre ellos para atraer las inversiones de los monopolios imperialistas que relocalizaban su producción en China, ofreciéndoles cada uno las mejores ventajas para que éstos instalaran sus plantas en tal región, y no en la otra. Por supuesto que los monopolios escogieron, de entre todas las cientos y miles de ofertas, los lugares más ventajosos para instalar sus plantas. El resultado: hay hoy en China miles de parques industriales sin estrenar, ciudades enteras vacías, puentes, carreteras, sin usar. Y los bancos estatales que financiaron esa “fiesta” tienen casi un billón de dólares en préstamos incobrables.
Esas obras faraónicas en China; cientos de miles de casas en Estados Unidos vacías e invendibles; millones de mercancías producidas en China que no encuentran mercado, todo ello configura un enorme derroche de trabajo humano, una enorme cantidad de valores creados que no sirven para nada. El inicio de la crisis significa que ha llegado el momento de pagar este derroche descomunal.
Así, esta enorme crisis de derroche de capital, de caída de la tasa de ganancia, se expresa, como planteaba Lenin, en una enorme crisis de sobreproducción en aquellas ramas de producción de las que hoy huye el capital financiero, y se refugia en otras ramas o negocios que garantizan enormes ganancias, como el petróleo o los commodities -en las que indudablemente hay subinversión y subproducción- en los que intenta valorizarse en esta sobrevida ficticia y agónica del ciclo de expansión.
Con el inicio de la crisis, se preparan nuevos saltos en la concentración del capital
-VII-
Con los derrumbes bursátiles de febrero-marzo y luego con el infarto masivo de agosto, comenzó la nueva crisis de la economía mundial capitalista imperialista. El inicio de la crisis se expresó en los derrumbes de las bolsas, el estallido de las “burbujas” inmobiliarias en Estados Unidos, con una gran depreciación del capital puesto que los valores tienden a volver a los valores reales, es decir, a los valores realmente creados. Tan sólo en febrero-marzo, esa depreciación del capital se expresó en la pérdida de valores en las bolsas de Shangai y Wall Street por la friolera de 2 billones de dólares en apenas unos días. Hoy, luego del inicio de la crisis, nadie se atreve a anunciar aún cuál es el monto de las pérdidas, cuántos billones de dólares se han evaporado en lo que va de la crisis: es que al casi medio billón de dólares puestos por Estados Unidos, Europa y Japón para salvar a sus bancos, hay que sumarle los 150 millones de dólares puestos por el imperialismo australiano y el billón de dólares en préstamos incobrables de los bancos estatales chinos. Hay que agregarle también grandes pérdidas de los bancos y empresas imperialistas cuyos balances comienzan a salir a la luz. Así, el 19 de octubre pasado –precisamente cuando se cumplían 20 años del “lunes negro” de Wall Street de 1987- la bolsa neoyorquina cayó un 2.6% ante el anuncio del Citigroup –dueño del Citibank- de que sus ganancias cayeron un 57% en el tercer trimestre, y ante la caída de un 5.2% de las acciones de la Caterpillar –el mayor productor mundial de máquinas-herramientas. Y la bolsa volvió a derrumbarse el 8 de noviembre, cuando la General Motors salió a anunciar pérdidas récord por la friolera de 39 mil millones de dólares en el tercer trimestre de 2007.
Billones de dólares se evaporaron y se evaporarán en esta nueva crisis, como consecuencia de la depreciación del capital. Demás está decir que, si la revolución proletaria no lo impide, la clase dominante les hará pagar el costo de la crisis a la clase obrera y los explotados del mundo. Pero también el imperialismo yanqui, como potencia dominante, buscará hacerles pagar la crisis a sus competidores imperialistas de Japón y las potencias europeas.
Contra aquellos que afirman que es tan sólo una crisis bancaria y que “la crisis no llegó a la economía real”, afirmamos que lejos de ello, estamos ante una crisis económica mundial provocada por la caída de la tasa de ganancia del capital tanto en las ramas de producción como en los negocios financieros que motorizaron el ciclo corto de expansión de la economía del último lustro. Es que estamos en la época imperialista, caracterizada, precisamente, por el dominio del capital financiero, resultado de la fusión del capital bancario con el industrial. ¿Qué significa esto? Pues que un puñado de parásitos de los grandes trusts (hoy llamados “transnacionales”, como, por poner un ejemplo, el Citigroup Inc.), son los dueños, a la vez, de las acciones de los principales bancos y empresas imperialistas. No hay accionistas dueños de bancos, por un lado, y accionistas dueños de empresas, por el otro: es un puñado de tenedores de los paquetes accionarios mayoritarios de los grandes trusts, que incluyen bancos, financieras, empresas de seguros, fábricas y empresas.
Hoy, un puñado de 200 cárteles concentra en sus manos el 26.3% de la producción mundial. Aunque son llamadas “transnacionales”, “tienen patria”: la de sus accionistas mayoritarios. Así, de los 200 cárteles, 176 pertenecen a Estados Unidos, Japón, Inglaterra, Francia, Alemania y Canadá. Para poner algunos ejemplos: tres transnacionales controlan el 65% del mercado mundial de camiones; cinco, el 60% del mercado de autos; 10 controlan el 86% del mercado de las comunicaciones en todo el mundo, un puñado de gandes bancos - IBJ/DKB/Fuji, el Deutsche, BNP/Paribas, UBS, Citigroup, Bank of America, Tokio/Mitsubishi, entre otros- controlan el mercado mundial de las finanzas, etc.
Los nombres popularmente conocidos –Ford, Rockefeller, Gates, Michellin, etc.- no son más que los apellidos de los principales accionistas de esos cártels, de los cuales 225 multimillonarios poseen una fortuna personal equivalente al ingreso anual de 2.500 millones de personas del planeta.
Pero, además, este puñado de parásitos se reduce cada días más. Es que en su feroz lucha por satisfacer su sed incesante de ganancias, cada día que pasa la propiedad se concentra en menos manos, mediante las fusiones y compras que realizan esos trusts fagocitándose bancos y compañías de la competencia, para quedarse con su tajada de las ganancias.
La nueva crisis mundial que ha comenzado acelerará este inevitable proceso, destruyendo fuerzas productivas, desvalorizando el capital para que su valor vuelva a corresponder al de la riqueza material verdaderamente creada –es decir, purgándolo-, provocando una nueva y superior concentración del capital financiero mediante el frenético proceso de fusiones, compras y recompras, de manera tal que, al final de dicho proceso, empresas, bancos y corporaciones enteras habrán desaparecido fagocitadas por las más poderosas, y sus antiguos accionistas principales sobrevivientes pasarán a ser tan sólo gerentes y directores a sueldo, o con suerte, socios minoritarios. Esto es lo que Trotsky explicaba cuando afirmaba que el monopolio no termina con la competencia sino que la somete, la pone de rodillas.
La valorización del capital financiero en el ciclo corto de crecimiento del último lustro
-VIII-
A partir de 2002-2003, una vez impuesto a sangre y fuego un nuevo equilibrio económico y político mundial, comenzó un nuevo ciclo de negocios, de valorización del capital financiero imperialista. El capital financiero que en el crac de 2001 se había retirado en masa de las empresas de las llamadas “nuevas tecnologías” –Internet, telefonía celular, etc.- donde se había derrumbado la tasa de ganancia, se volcó al proceso de producción en otras ramas y en los circuitos financieros que garantizaban altas tasas de beneficio.
En primer lugar, como ya definimos, el capital financiero fue a valorizarse a la industria de guerra, es decir, desarrollando fuerzas destructivas. Fueron 500 mil millones de dólares por año durante casi un lustro volcados solamente por Estados Unidos a la creación de fuerzas destructivas, con enormes superganancias para el capital financiero.
En segundo lugar, el capital financiero fue a valorizarse a la rama de la construcción que, en la época imperialista, está íntimamente ligada a la guerra: la guerra destruye fuerzas productivas, casas, puentes, fábricas, carreteras, etc., y de esta manera, sobre la base de la destrucción previa, la “reconstrucción” es un enorme negocio con altas tasas de ganancia. A la Halliburton, Betchel y demás empresas imperialistas norteamericanas de la camarilla de Bush, Cheney y compañía, les fue adjudicada la tarea de “reconstruir” Irak después de que los ejércitos imperialistas arrasaron y ocuparon esa nación. Se beneficiaron con multimillonarios contratos del estado norteamericano para reconstruir puentes, oleoductos, la provisión de agua potable, etc. –que, como veremos más adelante, en su mayoría fueron cobrados pero no cumplidos-, valorizándose enormemente sus capitales y obteniendo fabulosas superganancias.
Esas enormes masas de capital se volcaron entonces a valorizarse en la rama de la construcción en los Estados Unidos y otras partes del planeta, haciendo crecer durante los últimos cinco años los precios de las propiedades. Atraídos por las altas tasas de ganancia, grandes masas de capitales de todas las potencias imperialistas se volcaron a esa rama de producción en todo el mundo.
En Estados Unidos, se volcaron al jugoso negocio de la reconstrucción en primer lugar, de Manhattan luego del autoatentado de las Torres Gemelas; de la reconstrucción de Nueva Orléans destruida por el Katrina, y a la construcción de enormes emprendimientos inmobiliarios sobre todo, de edificios y casas de lujo, como en la ciudad de Miami, donde se rellenaron kilómetros de pantanos para levantar edificios y residencias palaciegas para la burguesía de todo el mundo. Al mismo tiempo, la infraestructura –puentes, carreteras, usinas, obras hidroeléctricas, etc. se caen a pedazos, tanto en los Estados Unidos como en Europa, como se ha visto claramente con los derrumbes de puentes en Norteamérica, las terribles consecuencias de las inundaciones en Inglaterra y el monumental apagón que durante tres días sufrió Europa occidental.
Enormes capitales se volcaron también a la construcción de monumentales obras en el Mediterráneo –hoteles y mansiones en la Costa del Sol y las Baleares en España; construcción de la barrera de Venecia- en el Golfo Pérsico –con la construcción de islas artificiales con residencias de lujo- y el Indico –con la construcción de grandes hoteles y la reconstrucción de los circuitos turísticos destruidos por el tsunami. Este “boom” de la construcción también se dio en Egipto, el noroeste de la India y Pakistán.
En todo Medio Oriente y Asia Central, semejante “boom” estuvo sostenido sobre la esclavitud y la superexplotación de millones de obreros “golondrinas”: el caso de Dubai, donde recientemente se produjeron revueltas de los obreros de la construcción que son verdaderos esclavos, a los que se los recluye en barracones donde se hacinan de a siete por habitación, sin sanitarios, cercados con alambres de púas y guardias armados, y a los que se les retiene los documentos para que no puedan escaparse, es tan sólo un ejemplo de ello.
En tercer lugar, en este ciclo corto de crecimiento, el capital financiero se valorizó invirtiendo precisamente en la relocalización, en China, Vietnam y otras semicolonias de Asia y América Latina, de las plantas de empresas imperialistas de las ramas de producción para el consumo –celulares, autos, juguetes, textiles, electrodomésticos, etc.- para garantizarse enormes superganancias explotando mano de obra esclava, y desde allí, exportar mercancías baratas fundamentalmente para el mercado norteamericano, y también para el mercado mundial.
Estrechamente ligado a este proceso, se desarrolló también la rama de la construcción en China donde, con el capital financiero japonés como principal inversionista, se realizaron enormes obras de infraestructura como caminos, centrales eléctricas, puertos, puentes, diques, etc., e inclusive ciudades enteras, al servicio de la instalación de las plantas de los monopolios yanquis y de otras potencias imperialistas allí relocalizadas.
La relocalización de sus empresas les permitió a las burguesías imperialistas, en particular a la burguesía imperialista yanqui, golpear duramente a su propio proletariado, con cierres de plantas y cientos de miles de despidos, y también utilizando la amenaza de relocalización como chantaje para que los obreros norteamericanos se vieran obligados a aceptar rebajas salariales, flexibilización, aumentos de la jornada laboral, pérdida de pensiones, seguro social, etc. Ese fue el resultado de la traición de la burocracia de la AFL-CIO y las direcciones del Foro Social Mundial que ataron a la clase obrera norteamericana al carro de su propia burguesía: cuanto más la burguesía yanqui salía victoriosa de la guerra en Irak y sus aventuras coloniales, más y más trata a su propio proletariado como trata a las masas afganas, iraquíes, palestinas y latinoamericanas!
Al mismo tiempo, el ciclo de expansión, las enormes masas de capital financiero que fueron a valorizarse a China y la nueva rama de producción de biocombustibles, acarrearon un aumento importante de la demanda de materias primas –commodities como soja, trigo, maíz; minerales como cobre, hierro; carbón, petróleo, etc., y de bienes intermedios como el acero, lo que permitió a los países semicoloniales, en particular los de América Latina, reinsertarse en esta división mundial del trabajo como exportadores de materias primas e insumos, sobre la base de un feroz saqueo de esas naciones y una redoblada explotación contra sus clases obreras, después de que la burguesía contuviera y conjurara e peligro de la revolución gracias al accionar del frente popular y a la política de colaboración de clases del Foro Social Mundial.
Al mismo tiempo, los Estados Unidos, como potencia dominante que controla la mayor cantidad de zonas de influencia, se quedó con el control de lo sustancial de la renta petrolera –que, a un valor de U$S 70 el barril en aquel momento, y con una creciente demanda mundial por el ciclo corto de expansión, se hizo verdaderamente jugosa-, y de la renta agraria.
La crisis comienza a causa de la caída de la tasa de ganancia del capital financiero en el conjunto de las ramas de producción y los negocios financieros que motorizaron el ciclo corto de expansión
-IX-
Fueron éstas entonces, esencialmente, las ramas y negocios a los que el capital financiero se volcó a valorizarse –por supuesto, sobre la base de una feroz competencia y de guerras comerciales entre las distintas potencias imperialistas- impulsando el ciclo corto de expansión del último lustro y dando base a que el imperialismo pudiera imponer un nuevo punto de equilibrio económico, político y militar en la situación mundial.
Ahora bien, la concentración de enormes masas de capital en esas ramas de la producción y negocios financieros, terminó por provocar, inexorablemente, la tendencia a la caída de la tasa de ganancia. Esa es precisamente, la causa de la crisis: comenzó la caída de la tasa de ganancia del capital financiero en las ramas de la producción y en los negocios financieros que fueron el motor del ciclo de expansión del último lustro. Allí, en el terreno de la producción, en esa inexorable ley de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, está el origen de las crisis capitalistas.
Marx estudió definió magistralmente, criticando la economía política burguesa, que no sólo el capitalismo, sino todo el desarrollo histórico de la humanidad está impulsado por la necesidad de obtener la mayor cantidad posible de bienes con la menor inversión posible de fuerza de trabajo. Por ello, como definía Trotsky: “La ley de la productividad del trabajo es tan importante en la esfera de la sociedad humana como la de la gravitación en la esfera de la mecánica”.
En el siglo XIX, la lucha por la mayor productividad del trabajo tomó principalmente la forma de libre competencia, Pero, precisamente a causa de su rol progresivo, la competencia condujo a una monstruosa concentración del capital en los trusts y las corporaciones, y terminó dando origen al monopolio y pariendo la época imperialista del capitalismo. De esta ley de productividad del trabajo, deriva, bajo el capitalismo, la ley tendencial a la caída de la tasa de ganancia, a causa del aumento de la composición orgánica del capital.
Como ya dijimos, la ley de la lucha por aumentar la productividad del trabajo lleva a los capitalistas a invertir en capital constante, es decir, en maquinaria y tecnología, para acortar los tiempos de producción de la mercancía, buscando extraerles a sus obreros no solamente cada vez más plusvalía absoluta, sino también más plusvalía relativa. Así, en una rama de producción dada, el mercado beneficia a la empresa capitalista que produjo mercancías con menor trabajo necesario para su producción y, por el contrario, castiga a la que derrochó trabajo socialmente necesario, produciéndose así, entre la producción y el mercado, una tasa media de beneficio. Esta tendencia empuja, como ya dijimos, a invertir enormes masas de capitales en capital constante a expensas del capital variable, es decir, de la fuerza de trabajo. Pero la contradicción está en que a las máquinas –que únicamente concentran energía humana para producir y fuerza de trabajo, previamente acumuladas- no se les extrae plusvalía: únicamente se le extrae a la fuerza de trabajo humana. La ley de aumento de la productividad del trabajo, entonces, lleva consigo, intrínsecamente, la tendencia a la sobreinversión en capital constante y, consecuentemente, la tendencia a la caída de la tasa media de ganancia del capital que, en esta época imperialista, es capital financiero, la fusión del capital industrial y bancario, concentrado en las manos de un puñado de parásitos cortadores de cupones, como hemos explicado más arriba.
Así, el estallido de la llamada “burbuja” inmobiliaria en los Estados Unidos, la crisis de la bolsa de Shangai en China, la bancarrota del imperialismo australiano, el “serrucho” de bruscos descensos y leves ascensos consecutivos y convulsivos de Wall Street y demás emergentes de la nueva crisis que ha comenzado, son el producto y la expresión de que, después de un lustro de “jolgorio”, la fiesta llegó a su fin, que la tasa de ganancia del capital financiero nuevamente comenzó a caer y que, ante esta situación, éste se retira, tomando ganancias, de esas ramas de producción y negocios financieros, y fluye a otras ramas o negocios que ofrecen mejores tasas de ganancias.
El crac de la bolsa de Shangai preanunció la tendencia a la caída de la tasa de ganancia de las empresas imperialistas instaladas en China
-X-
El sacudón de la bolsa de Shangai en febrero-marzo fue la primera expresión de que había comenzado la caída de la tasa de ganancia en las ramas de producción para el consumo allí relocalizadas y que, frente a ello, el capital financiero tomaba ganancias y se retiraba, buscando otras ramas de la producción o volviendo al circuito financiero para valorizarse. Fue también la expresión de que después de 20 años de impuesta la restauración capitalista y de brutal superexplotación de la clase obrera china, la burguesía mundial teme que las decenas de miles de revueltas que, en la resistencia, vienen protagonizando los obreros esclavizados y los campesinos desposeídos, terminen, al calor de la crisis, transformándose en una irrupción del proletariado chino que ponga en cuestión su propiedad y sus ganancias.
El capital financiero se retira de China y fluye a otros países, a otras ramas de producción y otros negocios, buscando recomponer su tasa de ganancia. Es que ha salido a la luz, además, que los índices de crecimiento de la economía china vienen siendo falsificados, al igual que lo fueran ayer los balances de la Enron y demás compañías norteamericanas, esta vez, a manos del imperialismo japonés, principal inversor en China.
Así, la cifra de 12% anual de crecimiento de la economía fue calculada tomando en cuenta el consumo de energía... pero únicamente de las ciudades y zonas industrializadas, dejando afuera el enorme campo de China que es donde sobreviven apenas, en medio del atraso, las penurias y las hambrunas, casi mil millones de habitantes. Si se calcula el aumento del consumo de energía en el conjunto de China, queda claro que la economía ha venido creciendo en los últimos años a no más de un 6% anual.
Los monopolios imperialistas retiran gran parte de su producción de China, donde dejan sólo montadoras, y trasladan su producción a Vietnam, India, Pakistán, Egipto y a los países de Medio Oriente, donde encuentran para explotar mano de obra más barata y más esclavizada aún que en China.
Esta caída de la tasa de ganancia en China y la consecuente retirada de capitales, se expresa en el mercado como crisis de sobreproducción de bienes de consumo producidos en China que no pueden ser vendidos en el mercado mundial. Las discusiones en distintos países del planeta sobre la necesidad de elevar las barreras aduaneras para los productos chinos, y sobre todo, las guerras comerciales de Estados Unidos contra Japón –el primer inversor en China- es la consecuencia de ello. Esta situación –y no el “repentino” interés de la burguesía yanqui en la salud de los niños o de los consumidores de productos chinos- es lo que está detrás de las ridículas excusas del imperialismo yanqui de que recién ahora habrían descubierto que los juguetes producidos en China por la norteamericana Mattel (que fabrica las muñecas Barbie, por ejemplo) tienen plomo, han retirado decenas de millones de esos productos del mercado, lo mismo que productos alimenticios producidos en China que recién ahora “descubrirían” que están contaminados, etc. Lo mismo sucedió con Nokia, que retiró del mercado 73 millones de baterías de celulares producidas en China, supuestamente “defectuosas”.
El inicio de la nueva crisis económica mundial y la consecuente retirada de capitales de China, marca entonces el comienzo del crac en ese país. El derrumbe de la bolsa de Shangai fue el primero de sus golpes, pero para nada será el último: en el horizonte cercano se prepara la erupción volcánica de una crisis generalizada de los bancos estatales por la acumulación de fabulosas deudas incobrables, circunstancia que, por supuesto, será aprovechada por los grandes bancos imperialistas para purgar el sistema, concentrar el capital y quedarse con el negocio bancario en ese país, si no lo impide la revolución proletaria.
Estas son las perspectivas para China, que en el ciclo corto de expansión y en el período de equilibrio económico, político y militar impuesto por el imperialismo en 2003, era presentada por los voceros de la burguesía como el “pulmón de la economía mundial”, el “paraíso” capitalista del planeta, y por los representantes del Foro Social Mundial como la realización del “socialismo de mercado”. Es que la crisis ha comenzado, el equilibrio está en cuestión, y en consecuencia, China ya no puede seguir jugando en la economía mundial y en la división mundial del trabajo impuesta por el imperialismo, el mismo papel de ser productora de bienes de consumo que ha venido jugando hasta ahora y que fue clave para dar impulso al ciclo de crecimiento de la economía del último lustro.
El estallido de la llamada “burbuja inmobiliaria” golpea a los Estados Unidos que les hará pagar sustancialmente la crisis a las potencias imperialistas europeas que pusieron gran parte de sus activos para financiar ese negocio
-XI-
El estallido de la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos fue el sinceramiento de que en los últimos años, el capitalismo imperialista norteamericano se devoró un 27% de beneficios aún no producidos, es decir, no respaldados en riqueza material creada.
Es que en la crisis anterior, que en 2001 golpeó al plexo de los Estados Unidos, este país liquidó la que fuera, durante casi 80 años, una de sus principales ventajas comparativas respecto de las demás potencias imperialistas: su enorme ahorro interno. Es decir, la capacidad de consumo interno del mercado norteamericano, en primer lugar, el de sus empresas, de su industria –las industrias capitalistas son siempre los principales consumidores- y también el de sus consumidores particulares.
Pero crac de 2001, Estados Unidos salió con un des-ahorro interno del 5%, es decir, con la amplia mayoría de las empresas y los particulares endeudados. Como veremos más adelante, liquidar esa ventaja comparativa fue una condición necesaria para que el imperialismo norteamericano pudiera, después de 1989, imponer su dominio pleno del planeta; de la misma manera que, a principios del siglo XX, Inglaterra, para emerger como potencia dominante en la época imperialista que comenzaba, liquidó su propia producción agropecuaria consiguiendo en el mundo las materias primas baratas para su industria.
Pese a ello, el ciclo corto de expansión de la economía mundial significó que se mantuvo en los Estados Unidos, durante el último lustro, el “jolgorio” de consumo. ¿Cómo pudo mantenerse semejante nivel de consumo interno cuando, por un lado, gran parte de las empresas imperialistas norteamericanas cerraron plantas en los Estados Unidos y las relocalizaron en China, Vietnam, Centroamérica, Sudamérica, etc., mientras que, por otro lado, los ingresos de las clases medias y los trabajadores disminuían, en momentos en que los salarios caían, que cientos de miles eran despedidos, que millones de personas perdían el seguro médico, las jubilaciones, los subsidios para alquilar, etc., para pagar la educación de sus hijos, garantizarse atención médica, etc.?
Pues, con más endeudamiento: hoy, el des-ahorro interno alcanza al 27%. Se endeudaron, en primer lugar, el estado yanqui y las empresas. Pero se endeudaron también enormemente las clases medias y los trabajadores, sacando segundas y terceras hipotecas contra sus casas cuyos precios subían por el auge de la rama inmobiliaria.
Fueron millones de consumidores norteamericanos sacando préstamos para comprar bienes de consumo y servicios –autos, electrodomésticos, computadoras, celulares, para pagar la educación de sus hijos, vacaciones, los crecientes gastos de salud que sus coberturas médicas ya no cubrían, etc.- garantizados contra hipotecas sobre sus propiedades. Sobre esta base, entonces, se mantuvo el ciclo de consumo para que Estados Unidos fuera el gran comprador de mercancías baratas producidas por mano de obra esclava china y de las maquiladoras del mundo.
-XII-
Ahora bien, ¿de dónde salieron los fondos para financiar el sobreendeudamiento interno del 27% de los Estados Unidos, esos beneficios aún no producidos –es decir, que no están respaldados en riqueza material, en nuevos valores creados- que ya fueron devorados? Pues... del capital financiero de las potencias imperialistas europeas y el Japón. Porque así como el burgués individual jamás invierte ni arriesga su propio dinero para reproducir su capital, sino que pide préstamos a los bancos, etc., Estados Unidos, como potencia dominante, trabaja con el dinero de los demás. Precisamente eso, que Estados Unidos trabaja con el dinero de sus competidores imperialistas, significa que la época imperialista y el monopolio no eliminan la competencia, sino que la ponen de rodillas, la postran.
Así, en primer lugar, fueron las potencias imperialistas europeas las que, con su capital financiero -que, recordemos, es la fusión del capital industrial con el capital bancario- financiaron ese enorme endeudamiento. Los bancos imperialistas -como el IKB, el Commerzbank y el Deutsche Bank de Alemania, como el Paribas de Francia, como el Northern Rock y otros bancos británicos- colocaron hasta el 40% de sus activos en forma de dinero fresco, de paquetes accionarios, de bonos de la deuda de países semicoloniales, de títulos públicos de los estados imperialistas, etc., a valorizarse en las inversiones en la rama inmobiliaria, atraídos por las altas tasas de ganancia. Otro sector del capital financiero de las potencias europeas fue valorizado invirtiéndolo en acciones de las empresas norteamericanas del aparato industrial militar.
Esta valorización de su capital financiero en el negocio inmobiliario y en el aparato industrial-militar en los Estados Unidos, junto a la relocalización de gran parte de la producción de sus monopolios en Europa del Este, China y Asia, les permitió a Alemania, Francia y demás potencias europeas salir del estancamiento en el que habían quedado durante la crisis de 1997-2001, y entrar en un ciclo de crecimiento como no se veía hace años (con Alemania, inclusive, duplicando los índices de crecimiento de los Estados Unidos).
-XIII-
Enormes masas de capital financiero se volcaron entonces al negocio de los préstamos hipotecarios y la construcción en los Estados Unidos. Las financieras y firmas de créditos hipotecarios que habían iniciado el negocio, para conseguir dinero para seguir prestando, fueron vendiendo los paquetes de hipotecas respaldadas con propiedades, a los grandes bancos de inversión –como el Bear Sterns, el Merryl Lynch, los grandes bancos europeos que, a su vez, transformaron esos paquetes de deuda hipotecaria –de segundas y terceras hipotecas- en nuevas opciones de negocios- avalándolos no solamente con las propiedades hipotecadas, sino también con bonos de la deuda externa de los países semicoloniales –como por ejemplo, de Argentina-, y con las acciones de empresas en desgracia compradas, a su vez, con préstamos, poniendo la propia compañía como aval.
Ahora bien, este negocio significó que las tasas de interés de las hipotecas se hicieron cada vez más altas, y cada vez más impagables para las clases medias y trabajadores norteamericanos. Pero a la hora de ejecutar las hipotecas de los morosos, las financieras y bancos imperialistas –norteamericanos y europeos- que habían participado del festín de los dobles y triples hipotecas, se chocaron con el hecho de que el precio de las propiedades estaba fantásticamente sobrevaluado, y que en realidad, ni aún logrando venderlas, podía cubrirse el monto de la primera hipoteca, ni hablar de las demás.
Como consecuencia, se desplomó el valor de las propiedades, mientras hay en Estados Unidos millones de casas y edificios, nuevos o refaccionados, que están vacíos y son invendibles, al tiempo en los últimos meses ya un millón de trabajadores norteamericanos atrapados en dobles y triples hipotecas perdieron su hogar, preanunciando que en el próximo período les sucederá lo mismo a millones más que irán a engrosar las filas ya enormes del ejército de “homeless” que viven en casas rodantes, en refugios públicos, o directamente en las calles.
¿Qué hicieron las financieras y los grandes bancos, para tratar de recuperar al menos algo? Salieron en estampida a vender los avales de esas operaciones, es decir, los bonos de la deuda externa de los países semicoloniales y a comprar Bonos del Tesoro yanqui, y también a vender las acciones de las compañías –la mayoría, quebradas- que habían sido puestas como garantías, hundiendo así Wall Street y las bolsas del mundo, y provocando el estallido de la “burbuja” inmobiliaria que se expresa hoy como crisis de sobreproducción en Estados Unidos de casas, condominios, edificios, etc., que están vacíos y sin poder venderse, a pesar del derrumbe de su precio.
CAPITULO 3
La nueva crisis económica mundial confirma la tesis marxista de que la época imperialista es la de la agonía del capitalismo en putrefacción
A partir de 1989, un período de dominio imperialista norteamericano más normal.
Estados Unidos ha transformado a todo el mundo en su mercado interno
-XIV-
A partir de 1989, comenzó un período de dominio más normal del imperialismo yanqui como potencia dominante. Estados Unidos se fortalece logrando un dominio pleno del planeta, y por lo tanto, ya no necesita hacer de locomotora de la economía mundial ni preocuparse de sostener a sus competidores imperialistas para impedir la revolución, como tuvo que hacerlo durante Yalta: la burguesía imperialista norteamericana sólo se preocupa por obtener las mayores superganancias para su capital financiero, en desmedro del de las demás potencias imperialistas.
En este nuevo período de dominio imperialista, Estados Unidos como potencia dominante, enfrenta a Japón, Alemania, Francia, Inglaterra y demás potencias imperialistas como sus competidoras por las zonas de influencia, los mercados, las fuentes de materia prima y de mano de obra barata. En esa competencia, algunos imperialismos, por momentos, hacen bloque y se asocian con los Estados Unidos; otros, se le enfrentan en guerras comerciales y en las disputas por las zonas de influencia. O bien, se asocian todos cuando hay negocios comunes, como fue el caso de la China del capitalismo restaurado, que fue un gran negocio común de todas las potencias imperialistas, cuestión que, como explicamos antes, fue clave para la imposición del punto de equilibrio, mientras que, por el contrario, la rama del petróleo, fue una zona de feroz disputa interimperialista por el control de sus reservas y sus rutas, con Estados Unidos liderando un bloque con Inglaterra, Japón, y en un inicio, España e Italia, para atacar y ocupar Irak, contra el bloque de Francia y Alemania.
En este nuevo período de dominio imperialista norteamericano impuesto a partir de 1989, los Estados Unidos han transformado al mundo entero en su mercado interno. Para ello, como explicamos antes, tuvo que liquidar la ventaja comparativa que era su enorme mercado interno, y avanzar decisivamente en derrotar y descoptar a su propio proletariado, liquidando todas sus conquistas.
Que los Estados Unidos han transformado al mundo entero en su mercado interno, significa que, como potencia dominante, utiliza y moldea en su beneficio el conjunto del planeta. Aún los datos estadísticos provistos por la propia burguesía, son elocuentes: en 1960 –es decir, en medio del llamado “boom de posguerra” y de la consolidación de los Estados Unidos como potencia dominante- las compañías norteamericanas recibían del extranjero el 7% de sus ganancias.
Hoy, a principios del siglo XX, reciben el 29%: es decir, prácticamente un tercio de las ganancias de los monopolios yanquis se realizan en el resto del mundo. Esa diferencia entre el 7% en 1960 y el 29% en la actualidad, significa además, que las empresas norteamericanas le arrancaron esa tajada de los mercados a empresas imperialistas competidoras.
Pero además, ese 29% sólo incluye las ganancias netas de las compañías norteamericanas: a esto hay que agregarle el cobro de las deudas externas de los países semicoloniales, el saqueo de las materias primas, y demás mecanismos de rapiña y expoliación de esas naciones por parte del capital financiera.
Que Estados Unidos ha transformado al mundo en su mercado interno, significa también que considera como propias las reservas de materias primas –petróleo, minerales, etc.- de todo el mundo. Significa que utiliza, por ejemplo, el 40% de los activos de los bancos europeos que se volcaron al jolgorio de los bienes raíces en los Estados Unidos. Utiliza los 900.000 millones de dólares que se acumularon en China como producto del pago en dólares frescos de las exportaciones de las transnacionales allí instaladas al mercado norteamericano, recuperando esos dólares cash y cambiándolos por Bonos del Tesoro norteamericano, de la misma manera que ayer, en los ’80, se financiaba con los dólares que tenía Japón abarrotando su banco central con los mismos bonos del Tesoro. En la propia China, y como veremos luego, los monopolios yanquis utilizaron los préstamos en yenes del imperialismo japonés para financiar la relocalización de sus plantas. Utilizó la mano de obra esclava de China para hundir los salarios y el nivel de vida de su propia clase obrera, y del proletariado mundial, etc.
Lejos de estar en “decadencia”, Estados Unidos sigue siendo la potencia imperialista dominante
-XV-
Después de imponer la restauración capitalista en los ex estados obreros, Estados Unidos pudo entonces transformar al conjunto del planeta en su mercado interno, porque sigue teniendo la más alta productividad del trabajo, no en tal o cual rama de producción, sino tomada de conjunto. Es decir, es el que controla la tecnología para producir las más avanzadas máquinas-herramientas que le permitan producir cada vez más productos en menos tiempo, o sea, no derrochar fuerza de trabajo.
Puede haber y hay otras potencias imperialistas que tengan una mejor productividad del trabajo en tal o cual rama de la producción –como Japón o Alemania en la automotriz- pero siempre se trata de ramas del sector II de la economía –es decir, ramas de producción de bienes de consumo- y no del sector I, es decir, las ramas de producción de máquinas-herramienta y en particular, de maquinaria y tecnología de guerra.
En estas ramas de producción para el consumo hay una feroz competencia entre las distintas potencias imperialistas y sus respectivos monopolios de bandera: Japón sobre todo, pero también las potencias europeas, son agresivas en el mercado mundial en su carrera por ganar los mercados para esos productos.
Pero en las ramas clave de la producción como son las de máquinas-herramienta e industria de guerra, los Estados Unidos mantienen claramente su supremacía, además del hecho de ser sus monopolios los que controlan la mayor porción de la renta petrolera y agraria en el mercado mundial.
La mayor productividad media del trabajo, y en particular, en las ramas del sector I de la economía y en la industria de guerra, junto con el hecho de que posee la mayor acumulación de capital financiero y la mayor cantidad de zonas de influencia –es decir, colonias y semicolonias, fuentes de materias primas y mano de obra- bajo su dominio, es lo que determina que el imperialismo norteamericano siga siendo la potencia dominante.
Que los Estados Unidos siguen teniendo la más alta productividad media del trabajo –cuestión que los reformistas pregoneros de su “decadencia” ocultan-, lo plantean abiertamente los medios burgueses. Así, según el último informe de la OIT “los trabajadores de EE.UU. son los más productivos del mundo. Cada uno produce 63.885 dólares de riqueza por año. En segundo lugar están los irlandeses con 55.986 dólares, los luxemburgueses con 55.641 dólares, los belgas con 55.235 dólares y los franceses con 54.609 dólares. Los trabajadores de América Latina tienen el potencial de crear mayor riqueza, pero están rezagados por la falta de inversión.
Los trabajadores estadounidenses pasan más tiempo en la oficina, en la fábrica o en la hacienda que sus colegas de Europa y la mayoría de otras naciones industrializadas, y su producción per cápita es superior anualmente.
Asimismo, producen más por hora que todos los trabajadores del mundo, con excepción de los noruegos, según establece un informe de las Naciones Unidas publicado hoy según el cual Estados Unidos "es el líder mundial en productividad laboral". Y continúa planteando el informe: “El incremento de la productividad de Estados Unidos sólo corresponde en parte a las largas horas de trabajo que invierten los estadounidenses, destacó la OIT. Estados Unidos, según señala el informe, también supera a las 27 naciones de la Unión Europea, el Japón y Suiza en la cantidad de riqueza generada por hora-hombre, un segundo factor de medición de la productividad”.
El informe, en cifras, demuestra las terribles condiciones que le han sido impuestas a la clase obrera norteamericana, : “Cada trabajador estadounidense laboró un promedio de 1.804 horas en el 2006, señala el informe. Eso fue comparado con las 1.407,1 horas de un trabajador noruego y las 1.564,4 por los franceses.
Esos promedios empalidecen sin embargo si se les compara con las horas trabajadas anualmente por cada trabajador en Asia, donde siete economías -Corea del Sur, Bangladesh, Sri Lanka, Hong Kong, China, Malasia y Tailandia- superaron el promedio de 2.200 horas per cápita. Pero esos países tuvieron bajas tasas de productividad”.
Según este informe de los medios burgueses, ¿cuál es la causa de esta más alta productividad del trabajo en los Estados Unidos?: "la revolución de información y comunicaciones, con la manera en que están organizadas las empresas estadounidenses, con un alto nivel de competitividad en el país, con el aumento del comercio y las inversiones en el extranjero'' (negritas nuestras).
Esto da por tierra con todas las “teorías” de los que, como Wallerstein, Hobsbawm, Chomsky y demás académicos, y sus seguidores de la izquierda reformista mundial, afirman que estamos presenciando la “decadencia de la hegemonía norteamericana”. Porque sólo es posible plantear que comenzó la “decadencia” de una potencia imperialista dominante, únicamente cuando emerge otra que comienza a tener un más alto régimen de productividad del trabajo y que le presenta disputa por las zonas de influencia.
Así sucedió con la decadencia del imperialismo inglés y el ascenso del imperialismo norteamericano como potencia dominante. Escribía Trotsky ya en 1921 sobre cuál había sido el resultado de la primera guerra mundial: “…Inglaterra venció a Alemania. No obstante ahora, en el mercado mundial y en relación con la situación universal, Inglaterra es más débil que antes de la guerra. Los Estados Unidos se han reforzado a expensas de Inglaterra mucho más que Inglaterra a las de Alemania.
“América vence a Inglaterra, también, por el carácter más racional y progresivo de su industria. La productividad del trabajo del obrero americano es superior en 150 por ciento a la del obrero inglés. Dicho de otro modo: dos obreros americanos, gracias a la organización más perfecta de la industria, producen tanto como cinco ingleses. Tal hecho (…) prueba que Inglaterra, en su lucha con América, está condenada de antemano, lo cual basta para poner en guerra a ambas naciones”(negritas nuestras).
Hoy, tal como lo demuestran las propias estadísticas burguesas, “América” –Estados Unidos- sigue “venciendo” a Inglaterra, Japón, Francia, Alemania, etc., por el “carácter más racional y progresivo de su industria”, por su “organización más perfecta y racional” que le permite mantener la más alta productividad media del trabajo, porque tiene la mayor acumulación de capital financiero y el control de la mayor porción de zonas de influencia. Lejos de estar en “decadencia”, Estados Unidos sigue siendo así la potencia dominante que hoy les tira a sus competidores imperialistas el peso de crisis que ha comenzado, devaluando el dólar, hundiendo a los bancos europeos que pusieron sus activos a valorizarse en la “burbuja” inmobiliaria, hundiendo al imperialismo australiano y utilizando al capital financiero japonés como prestamista en última instancia para financiar los negocios de las transnacionales yanquis en el mundo.
El imperialismo japonés
-XVI-
El inicio de la crisis, la devaluación del dólar y el crac en China pone en enorme riesgo al imperialismo japonés. La crisis de 1997-2001 había mandado a ese país imperialista a una brutal recesión durante casi 10 años. Japón, virtualmente, se ahogaba en capitales que no lograba valorizar.
De esa situación, el capital financiero japonés salió, a partir de 2001-2002, transformándose en el primer inversor en China en las enormes obras de infraestructura allí realizadas, y en el prestamista en yenes para las inversiones de las transnacionales imperialistas que relocalizaron su producción en ese país y para la valorización del capital en el circuito financiero. Japón se dedicó a prestar yenes a una tasa de interés casi irrisoria del 0.2% anual como forma de valorizar esas enormes masas de capital financiero que lo estaban asfixiando. Fue un enorme negocio para el capital financiero, especialmente norteamericano, que después de haber hundido a Japón en la recesión, se aprovechó de ello para financiar a una irrisoria tasa del 0.2% anual, la relocalización de sus empresas en China (derrumbando como un castillo de naipes, dicho sea al pasar, las seudoteorías de los que hablan de la supuesta “decadencia del imperialismo norteamericano”: ¡vaya imperialismo “decadente” el yanqui, que se da el lujo de que el segundo PBI mundial como es Japón le preste cientos de miles de millones de yenes a precio de remate para financiar sus negocios!)
Pero además, no sólo los monopolios norteamericanos conseguían financiación barata para relocalizar sus plantas en China, sino que, además, con parte de esos yenes conseguidos a una tasa de interés del 0.2% anual, compraban dólares australianos o neozelandeses y los prestaban, a su vez, a una tasa de interés del 9% anual. ¡Jugosísimo negocio!
De esta manera, y siendo también comprador de bonos del Tesoro norteamericano, Japón, al igual que la Europa imperialista, contribuyó a financiar el sobreendeudamiento norteamericano y también gran parte de los 500 mil millones de dólares anuales volcados al aparato industrial militar en Estados Unidos.
En segundo lugar, pero no menos importante, el imperialismo japonés salió de la crisis valorizando su capital financiero en ramas de consumo como la automotriz, los electrodomésticos, productos con tecnología digital, óptica, etc.
La crisis de 1997-2001 había significado una enorme caída de la tasa de ganancia en la rama automotriz. Se hundieron las empresas surcoreanas –Hyundai, Daewo, etc.-, que terminaron en manos de las automotrices japonesas o norteamericanas, pero sobre todo, fue una crisis de las grandes automotrices yanquis: la General Motors, la Chrysler y la Ford. Japón, con más alta productividad del trabajo en la rama automotriz (gracias al sistema toyotista contra el viejo fordismo norteamericano, y a tecnología de última generación) pasó a dominar claramente en esta rama de la industria, sobre todo en la producción de automóviles de uso masivo, y copó inclusive el mercado norteamericano. Por su parte, Alemania logró superioridad en la producción de coches de lujo (alta gama) y de camiones.
Japón salió de diez años de crisis y recesión valorizando su capital financiero, en primer lugar, como gran prestamista de las transnacionales que relocalizaban su producción en China y con enormes inversiones en infraestructura en ese país. En segundo lugar, el capital financiero japonés se valorizó mediante una ofensiva despiadada y agresiva para colocar sus mercancías –fundamentalmente bienes de consumo de alta tecnología, como ya hemos dicho- en el mercado mundial, aprovechando la cuasi-liquidación de las barreras aduaneras de los países semicoloniales y la total apertura de los ex estados obreros en los que el capitalismo fue restaurado.
Así, la nueva crisis que ha comenzado encuentra a un Japón ubicado como gran prestamista, agresivo comercialmente y ávido de petróleo. Después de décadas de haber sido una potencia imperialista subsidiaria y asociada al imperialismo yanqui, hoy Japón entre en una etapa en la que su economía se ha vuelto disfuncional a la economía norteamericana. Por ello, necesita ampliar sus zonas de influencia más allá de China, fundamentalmente a países y regiones con reservas de petróleo. De allí que, como veremos más adelante, que Japón –al igual que Alemania- esté actuando desde bambalinas, sobre el llamado “grupo de Shangai” integrado, entre otros, por Rusia, China e Irán.
Este es el espacio vital de imperialismo japonés. Si lo pierde, todo o en parte, como resultado de las recrudecidas disputas interimperialistas, seguramente veremos, en el próximo lustro, el rearme de Japón. La sucesión de gobiernos cada vez más guerreristas y pro-armamento, junto con el renovado culto al emperador, son ya síntomas de que ese dragón aletargado que es el imperialismo japonés comienza a desperezarse y a afilar sus garras.
-XVII-
Ante el inicio de la nueva crisis, Japón no está dispuesto, esta vez, a ser el que pague nuevamente la crisis, como pretende el imperialismo yanqui.
Por ello, es el que está detrás y azuzando a sus socios menores de la nueva burguesía china para que, a las amenazas yanquis de imponer sanciones comerciales contra China si ésta no revalúa su moneda, el yuan, respondan con la amenaza de salir a vender masivamente al mercado mundial los 900.000 millones de dólares en Bonos del Tesoro norteamericano que China posee, haciendo hundir su precio. Lo que le está diciendo el imperialismo japonés –que, después de China, es el segundo tomador de Bonos del Tesoro norteamericanos- al imperialismo yanqui es que no permitirá que este último descargue su crisis frenando el crecimiento de China –es decir, el jolgorio de negocios y superganancias de las transnacionales allí instaladas, y en primer lugar, del capital financiero japonés. Japón está marcando China como “su” zona de influencia, como “su” futura semicolonia.
El imperialismo japonés –que tiene el segundo PBI del mundo, después de Estados Unidos- es el más interesado en evitar el inicio de una recesión en los Estados Unidos y a nivel mundial, puesto que, como planteamos, su capital financiero se volcó a valorizarse en las ramas de producción de bienes de consumo, y hoy tiene enorme cantidad de mercancías que debe colocar en el mercado mundial para poder realizar la plusvalía. Como prestamista en última instancia, para intentar preservarse de la crisis, junto a la revaluación del yen, ya ha aumentado las tasas de interés, y pone todas sus fuerzas en garantizar que siga el ciclo de crecimiento en China.
Es que un crac y una recesión en China sería un golpe durísmo para el imperialismo japonés, que ya ha sido aventajado por Estados Unidos que, a través de su agente directo que es la burguesía surcoreana, golpeó con fuerza en el Pacífico mediante el acuerdo con Corea del Norte por el cual esa ex burocracia stalinista devenida en burguesía pone a disposición las fuerzas de millones de obreros norcoreanos para que sean explotados como esclavos por las transnacionales yanquis. Al mismo tiempo, los imperialistas franceses y alemanes, a los que se han asociado Putin y la burguesía rusa, le han cerrado a Japón el camino a Rusia por Siberia.
Ante este escenario, el imperialismo japonés, por ahora, maniobra tras bambalinas, impulsando y digitando desde atrás el acuerdo de China con Irán, Pakistán y Rusia en el llamado “grupo de Shangai”. Pero un crac en China o una recesión mundial pueden empujar a Japón –que hoy es muy agresivo en la guerra comercial en las ramas de producción de bienes de consumo, pero mantiene una ubicación defensiva en el terreno político y militar- a pasar a una política ofensiva y agresiva tanto política como militarmente.
La crisis golpeó de lleno sobre Australia, un país imperialista secundario
-XVIII-
Australia, un imperialismo secundario, prácticamente subsidiario del imperialismo angloyanqui, ha sido el primero en ser golpeado de lleno por la crisis. Es que al inicio de la misma, el capital financiero que había tomado préstamos en yenes al 0.2% anual para volcarlo al cambio en dólares australianos y neocelandeses al 9% anual, ante la valorización creciente del yen, salió a vender al mercado masivamente esos dólares y a comprar yenes para saldar sus deudas antes de que el yen siguiera encareciéndose y que, por consiguiente, se redujeran sus ganancias.
El resultado: se desplomó estrepitosamente el valor de la moneda australiana, y el estado australiano tuvo que salir a salvar a sus bancos y su moneda con 150 millones de dólares, para evitar un crac como el de Argentina en 2001.
De esta manera, sobre los huesos del imperialismo australiano, logró Japón, por el momento, cobrar parte de sus préstamos en yenes y salvaguardarse de un golpe más profundo de la crisis. Pero una crisis del imperialismo australiano puede desestabilizar toda el área del Pacífico, zona ésta en la que el imperialismo yanqui ha avanzado enormemente en asentar su influencia.
Así, una vez más, la crisis golpea al enorme mercado del Pacífico, que concentra casi el 30% del mercado mundial. Australia, un imperialismo secundario y aliado al imperialismo angloyanqui, es el primero que ve saltar sus fusibles en esta crisis.
El bloque angloyanqui ha respondido a esta situación con su ofensiva sobre Corea del Norte, a través de la burguesía de Corea del Sur que es su agente directo, mediante nuevos tratados económicos, políticos y militares que han terminado de descomponer totalmente al ex estado obrero deformado norcoreano. Como veremos luego, esta ofensiva forma parte de un posicionamiento estratégico del imperialismo angloyanqui de cercar a China, preparándose para transformarla en su colonia, partiéndola, y desplazando al imperialismo japonés que es su competidor neto por ese país.
El salvataje de su propio capital financiero por parte de los estados imperialistas y la guerra, son las más importantes tendencias contrarrestantes a la crisis
-XIX-
Semejante depreciación del capital que la crisis ha provocado, tendría que haber provocado ya, por las leyes propias del capital, un recesión en Estados Unidos y a nivel mundial. Sin embargo, esto no ha sucedido. La economía de Estados Unidos, de Europa, de China, de América Latina sigue creciendo.
Es que, como explicamos, con los estados imperialistas inyectando cientos de miles de millones de dólares de dinero constante y sonante y huyendo hacia delante, la burguesía imperialista mundial impidió por el momento la recesión, por el miedo a que la misma –con su secuela de despidos en masa, cierres de empresas, desempleo masivo, etc.- termine por empujar a los obreros y los explotados al camino de la revolución, en primer, lugar, al interior mismo de Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Alemania, etc.
En síntesis: dos tendencias contrarrestantes centrales son las que han impedido, por el momento, la recesión o la estanflación. En primer lugar, y como ya hemos dicho, la intervención de los estados imperialistas con 500 mil millones de dólares para salvar al capital financiero, lo que constituye una clara medida política para impedir que una recesión abrupta termine por empujar a la clase obrera en las potencias imperialistas, a la lucha revolucionaria. Esta medida política, que significa hacerle pagar ya la crisis a las masas, sin embargo, no hace más que patear el problema para adelante.
A estas medidas políticas de los estados, se suma una segunda tendencia contrarrestante: la guerra que, hoy en la crisis, como ayer en el equilibrio y el ciclo corto de expansión, se demuestra como un factor económico fundamental. Es que la guerra y la ocupación de Irak –sin tener en cuenta, además, la de Afganistán, ni el costo del sostenimiento de las cientos de bases militares yanquis en el mundo, entre otras cosas- le cuesta al estado norteamericano... ¡500 mil dólares por minuto, es decir, 720 millones de dólares por día, o dicho de otra manera, 263 mil millones de dólares por año, desde hace cinco años!, tal como han calculado dos eminentes economistas imperialistas -el Premio Nobel Joseph Stiglitz y la especialista en finanzas de Harvard Linda J. Bilmes. Con ese dinero, afirman estos economistas, se “podría proveer hogares a unas seis mil familias o cuidados sanitarios a más de 400.000 niños en tan solo 24 horas”. (Clarín, Argentina, 29/09/07).
La de Irak es así la guerra de coloniaje más cara de la historia. Y de ello se benefician, en primer lugar, los monopolios norteamericanos del aparato industrial militar. Así, afirma la propia prensa burguesa que “Todo ha sido conducido como una fiesta de rapiña para los "emprendedores", al menos para aquellos que pudieran acreditar un vínculo sólido con el grupo en el poder. Los ejecutivos de las principales firmas de defensa han recibido aumentos en sus ingresos de entre 200% y 600% entre el 2002 y 2006. Los siete mejor remunerados obtuvieron 500 millones de dólares.
Empresas como Bechtel, Haliburton y otras se han beneficiado desde el primer día de la ocupación de Irak con contratos multimillonarios muchas veces entregados de modo directo y sin contraofertas. Hoy esas corporaciones enfrentan el escrutinio de las propias fuerzas armadas y del Congreso por la incapacidad para realizar la tarea asignada, sobreprecios en sus facturaciones y otras prácticas corruptas. Algunas ya ni siquiera trabajan en Irak, pero conservan la protección política y jurídica del secreto de Estado” (ídem)
Esto significa que el estado norteamericano pagó y sigue pagando a sus monopolios por obras de infraestructura en Irak que jamás se realizaron ni se realizarán. Pero allí no terminan los jugosos negocios de las empresas yanquis, porque “no se trata sólo de los puentes que no se levantaron o del agua potable que no alcanza. Hubo también en Irak una privatización del combate en la contratación de empresas —Blackwater es la más mencionada— que proveen mercenarios”. Al día de hoy, hay en Irak unos 180.000 mercenarios -¡más mercenarios que marines yanquis!-, que cobran un promedio de 20 mil dólares por mes cada uno, lo que hace alrededor de 50 mil millones de dólares por año.
Esos casi 200.000 mercenarios son, al mismo tiempo, una confesión de parte de que el imperialismo yanqui ya enfrenta en Irak un panorama de tipo Vietnam. Los mercenarios están allí para que los soldados norteamericanos no tengan que ser los que se enfrenten con la resistencia, para minimizar el número de bajas. Es que el estado mayor imperialista sabe que cada marine que regresa “a casa” en una bolsa negra, debilita aún más al gobierno de Bush en crisis y arroja más y más leña al fuego del enorme descontento de las masas norteamericanas con la guerra y de la lucha contra la misma.
Los mercenarios, además, “no están sujetos a la cadena de comando, ni regidos por la ley militar —menos aún por las leyes iraquíes...” Es decir, son asesinos a sueldo con absoluta licencia para matar, y es lo que hacen: masacrar a mansalva.
Pero “…Tales tropas son desunidas, ambiciosas, insubordinadas, traicioneras, insolentes entre amigos, cobardes frente al enemigo y sin temor divino o fe en el hombre", tal cual plantea el mismo artículo citando a Maquiavelo. Es decir, son “tropas” sin ninguna moral de combate, enfrentadas a la heroica resistencia nacional de todo un pueblo que defiende sus casas, sus familias, sus territorios. Por lo mismo, son incapaces de resolver la situación y de sacar a los Estados Unidos del pantano iraquí.
Pero, pese a ello, las empresas yanquis de mercenarios como la Blackwater –la mayor proveedora de tropas mercenarias en Irak- siguen embolsando fortunas, a costa inclusive, de que su propio estado se entierre más y más en el pantano iraquí.
Hace unos años, corrientes revisionistas de los renegados del trotskismo como el PTS de Argentina afirmaban que en Rusia no se había consumado la restauración capitalista y que seguía siendo un “estado obrero en descomposición” -¡diez años después de los acontecimientos de 1989!- porque lo que habían eran “mafias”, “corrupción” y, por lo tanto, no había un “capitalismo que funcionara normalmente”. Con esa lógica, hoy ante semejante “corrupción” de los monopolios yanquis del aparato industrial-militar en sus negocios en la guerra de Irak, deberían decir que “el capitalismo no funciona normalmente”... en los Estados Unidos!!
Lejos de los delirios trasnochados de los renegados del trotskismo, ese es precisamente el funcionamiento normal del capitalismo en la época imperialista, ese es el carácter parasitario del capital que con tanta precisión definiera Lenin hace casi 100 años.
Se derrumban una vez más las fábulas
de los parásitos burgueses sobre las supuestas “bondades” de su sistema putrefacto
-XX-
El comienzo de la nueva crisis de la economía mundial sorprendió a la burguesía, que fue tomada desprevenida. La burguesía imperialista mundial estaba tranquila porque había logrado conquistar un plan milimétricamente calculado para una retirada en orden de Irak evitando un panorama de tipo Vietnam; porque el despertar de la clase obrera norteamericana estaba contenido, porque lograba estabilizar el Líbano y Palestina gracias a Hizbollah y Hamas, después de la derrota sufrida por el ejército sionista a manos de las masas palestinas en el sur del Líbano; porque en el patio trasero latinoamericano los regímenes y gobiernos de frente popular y colaboración de clases de los antiguos fundadores del Foro Social Mundial lograban expropiar la lucha antiimperialista y revolucionaria de las masas.
En este panorama, la burguesía –una clase que ya agotó su rol en la historia, que ya no merece ser- se creyó sus propias mentiras, y se equivocó de medio a medio. Se preparaba para seguir en el jolgorio del ciclo de expansión y para mantener el equilibrio económico, político y militar conquistado, cuando estalló la crisis y cambió bruscamente todo el escenario.
El inicio de la crisis es uno de esos bruscos cambios, de esas violentas oscilaciones que le dan su carácter explosivo a la época imperialista, de decadencia y agonía del capital, época de crisis, guerras y revoluciones. Es la confirmación de la brillante definición de la época imperialista que realizara León Trotsky ya en 1926, combatiendo al stalinismo y a su teoría del “socialismo en un solo país” durante el VI Congreso de la III Internacional en 1928: “Lo que determina el carácter explosivo de la nueva época, la brusca alternancia de flujos y reflujos políticos, los espasmos continuos de la lucha de clases entre el fascismo y el comunismo, es el hecho que históricamente el sistema capitalista está agotado y no es ya capaz de progresar en bloque. Esto no quiere decir que ciertas ramas de la industria y ciertos países no se desarrollen y no se desarrollarán más aún. Pero ese desarrollo se realiza y se realizará en detrimento del crecimiento de otras ramas y otros países. Los gastos de producción del sistema capitalista se devoran, cada vez más, el ingreso mundial que este sistema aporta...
“... actualmente, en la época para la que el programa ha sido precisamente establecido, el desarrollo general del capitalismo se choca con barreras infranqueables hechas de contradicciones entre las cuales ese desarrollo sufre furiosos remolinos. Es esto lo que d a la época un carácter de revolución y a la revolución un carácter permanente.
El carácter revolucionario de la época no consiste en que permita, a cada instante, hacer la revolución, es decir, tomar el poder. Este carácter revolucionario está asegurado por las profundas y bruscas oscilaciones, por los cambios frecuentes y brutales: se pasa de una situación francamente revolucionario, en la que el Partido comunista puede pretender arrancar el poder, a la victoria de la contrarrevolución fascista o semi-fascista, y de ésta última al régimen provisorio del justo medio (" Bloque de izquierdas", entrada de la socialdemocracia en la coalición, advenimiento al poder del partido de Mac Donald, etc.), que vuele enseguida las contradicciones filosas como una navaja y plantea claramente el problema del poder...”
Así, tal como lo plantea Trotsky, se desarrollan el capital y la economía mundial en la época imperialista: con métodos anárquicos que zapan continuamente su propio trabajo, oponiendo una rama de producción a la otra, un país a otro; desarrollando ciertas ramas de producción y ciertas partes de la economía mundial, a costa del hundimiento de las demás; provocando que si a una potencia imperialista le va bien, siempre es en detrimento de las demás, y al precio del peor de los saqueos, explotaciones y desangres de las naciones coloniales y semicoloniales. La nueva crisis que ha comenzado, como veremos, da una confirmación irrefutable a la definición del imperialismo y de la época imperialista realizadas por Lenin, por la III Internacional en sus primeros cuatro congresos y por la IV Internacional en vida de Trotsky, mostrando toda la putrefacción y decadencia de este sistema, y derrumbando todas las fábulas de los parásitos burgueses sobre la supuesta “fortaleza” y las “bondades” del mismo. Fábulas que se tragan y repiten los reformistas y los renegados del trotskismo de todo pelaje que presentan ante las masas explotadas al capitalismo imperialista como un sistema todopoderoso, vigoroso, cuando es un sistema decadente que ya agotó su papel en la historia y que, de no ser derribado a tiempo por el triunfo de la revolución proletaria, amenaza con hundir al conjunto de la civilización humana en la barbarie.
Socialismo o barbarie: esa es la alternativa histórica. Ya en 1934, cinco años antes del comienzo de la segunda guerra imperialista, los bolcheviques-leninistas planteaban que “… evidencia del carácter totalmente reaccionario, putrefacto y bandidesco del capitalismo moderno, la destrucción de la democracia, del reformismo y del pacifismo, la perentoria y candente necesidad que tiene el proletariado de encontrar una salida al desastre inminente, ponen con renovada fuerza a la orden del día la revolución internacional. Sólo el derrocamiento de la burguesía por el proletariado insurrecto puede salvar a la humanidad de una nueva y devastadora matanza de los pueblos” (“La guerra y la Cuarta Internacional”, León Trotsky, 10 de junio de 1934).
Hoy, esa alternativa histórica toma cuerpo nuevamente ante el inicio de la nueva crisis que porta en sí misma, en embrión, la perspectiva de una nueva guerra interimperialista que, a no dudarlo, será un millón de veces más destructiva que las dos que viéramos en el siglo XX.
CAPÍTULO 4
El comienzo de la crisis tira a la basura nuevamente las “seudoteorías” del reformismo y de los renegados del marxismo, asentados en las aristocracias y burocracias obreras en todo el mundo
-XXI-
El comienzo de la crisis arroja al rincón de los trastos viejos de la historia las seudoteorías de los “teóricos” de la izquierda reformista mundial que, desde el comienzo del ciclo expansivo de la economía capitalista mundial en 2003, pregonaban que se había entrado en una “onda larga” de enorme desarrollo capitalista que duraría 50 años. Afirmaban que esta pujante economía capitalista había logrado terminar con el “mundo unipolar” y había desarrollado múltiples “polos de producción”, como los Estados Unidos, las potencias imperialistas europeas, China, India, Rusia, los países del Mercosur en América Latina, etc. Auguraban décadas de desarrollo armonioso del sector I de la producción –de tecnología y máquinas-herramienta- y el sector II, que incluye los insumos y materias primas y los bienes de consumo, que permitiría una integración de todos los países del planeta en una división mundial del trabajo armoniosa donde los países centrales producirían más servicios, los países asiáticos, empezando por China, desarrollarían la industria, y los países de América Latina y Africa se integrarían como proveedores de materias primas. Planteaban que, por lo tanto, venía todo un período en el que los países “subdesarrollados” –como China, India, las naciones semicoloniales de América Latina, etc.- se desarrollarían y podrían ir paulatinamente alcanzado el nivel de desarrollo de los países imperialistas, previendo inclusive el surgimiento de nuevas potencias imperialistas, como lo planteaban, por ejemplo de China. Y por supuesto, no se cansaban de explicar cómo este “círculo virtuoso” del pujante proceso de expansión de la economía capitalista actuaría amortiguando los choques entre las clases a nivel internacional.
Socialdemócratas, stalinistas reciclados, castristas y renegados del trotskismo se dedicaron a decirle a la clase obrera mundial que, como se trataba de un ciclo largo de expansión de la economía, presionando suficientemente a la burguesía, ésta “repartiría”, “redistribuiría la riqueza” –tal como les dictó el libreto Fidel Castro en 2003 cuando viajó a Argentina. Le dijeron y aún le dicen al proletariado que se trata de organizar con los sindicatos luchas económicas para ir recuperando conquistas perdidas, conseguir aumento de salarios, ir mejorando paulatinamente su situación, paso a paso, sector por sector, en forma responsable, prefiriendo “triunfos parciales a derrotas heroicas”. Quieren hacerles creer a los trabajadores que las transnacionales imperialistas, esas que masacran en Irak, esas que esclavizan junto a sus socios de la nueva burguesía a cientos de millones de obreros en China; las que bombardean y ocupan Afganistán, etc., son en realidad un agrupamiento de filántropos y benefactores preocupados por “repartir la riqueza, etc.” Engañaron conscientemente a los trabajadores, diciéndoles que había que prepararse para años y décadas de luchas económicas, fortalecimiento de los sindicatos, “recomposición reformista” de la clase obrera, para todo un período donde la potente “onda larga de expansión” de la economía mundial “atenuaría” los enfrentamientos entre las clases.
De esta manera, los reformistas y renegados del marxismo de todo pelaje pretendieron hacerle creer al proletariado que el capitalismo es un sistema joven y poderoso, sano, en crecimiento y desarrollo. Escondieron conscientemente que los ciclos –de crecimiento y de crisis- son al capitalismo como la respiración al ser humano: un hombre mientras esté vivo, respira. El capitalismo, mientras viva, tendrá ciclos económicos –ciclos de crecimiento y ciclos de crisis. En la época de desarrollo orgánico del capitalismo, es decir, del capitalismo joven y vigoroso, la norma eran los ciclos de expansión y las crisis –que llegaban cuando había que renovar la maquinaria- la excepción. Y además, después de cada crisis, el nuevo ciclo de expansión daba enorme impulso al desarrollo de las fuerzas productivas, y recuperaba, con creces, lo destruido en la crisis previa. Por ello, la curva del desarrollo capitalista, de conjunto, ascendía.
Pero en esta época imperialista, de decadencia del capitalismo, en que las fuerzas productivas han dejado de crecer, las crisis son la norma y los períodos de crecimiento –que jamás logran recuperar lo destruido por la crisis anterior- son la excepción. Por ello, en la época imperialista, al contrario que en la época de desarrollo orgánico del capital, la curva de desarrollo capitalista es descendente.
Los charlatanes y embusteros de la izquierda reformista quisieron hacerle creer al proletariado mundial que el capitalismo funciona hoy como en su época de desarrollo orgánico, es decir, que respira como un saludable muchacho de 20 años, cuando, por el contrario, lo que estamos presenciando es la respiración superficial y entrecortada de un viejo moribundo que logró, con pulmotor, respirar un poco mejor estos últimos años.
-XXII-
Por ello, frente a los sacudones bursátiles de febrero, marzo y los primeros días de agosto, estos reformistas decían que eran “correcciones inevitables”, es decir, no más que los estornudos de un resfrío pasajero en un joven sano; cuando, por el contrario, demostraron ser los sucesivos pre-infartos que preanunciaban que el corazón y los pulmones de ese semi-cadáver que es el sistema capitalista en su época imperialista, estaban a punto de fallar. Y fallaron, enterrando toda esta charlatanería bajo una montaña de escombros.
Lejos de venir un largo período de desarrollo de los países semicoloniales que “alcanzarían” a las potencias imperialistas, o que inclusive, devendrían en imperialistas, la crisis comenzó y, como veremos a lo largo de estas tesis, golpeó duramente a China, por poner tan sólo un ejemplo. El inicio de la crisis ha significado una salida de capital financiero imperialista de China que la deja en grave crisis y acumulando enormes contradicciones –los bancos estatales chinos acumulan, por ejemplo, una deuda incobrable de casi un billón de dólares-, mientras, como lo muestra el reciente congreso del autodenominado “Partido Comunista” de la nueva burguesía, ésta tiembla ante la posibilidad de que las decenas de miles de revueltas obreras y campesinas que por año se suceden en ese país, terminen por pasar, ante el golpe de la crisis, de la resistencia a la ofensiva y abriendo la cuarta revolución china.
Lejos de transformarse en “potencia imperialista”, el futuro que las potencias imperialistas le deparan a la China del capitalismo restaurado, es el de hacerle pagar gran parte del costo de la crisis, hundirla y, si la revolución proletaria no lo impide antes, el de volver a ser una colonia descuartizada entre distintas potencias imperialistas.
Es que el inicio de la nueva crisis, con la feroz guerra comercial que ya se ha iniciado entre Estados Unidos y Japón; con las exacerbadas disputas interimperialistas, no hace más que confirmar la tesis leninista de que en la época imperialista se completó el reparto del mundo. Esto significa que ya no sólo no hay espacio para la emergencia de nuevas potencias imperialistas, sino que ni siquiera hay espacio para que convivan las que ya existen, como lo mostraron las dos carnicerías imperialistas del siglo XX.
Lejos de un “círculo virtuoso” donde el capitalismo desarrollaría armónicamente los dos sectores de la economía –es decir, el Sector I de producción de máquinas-herramienta; y el Sector II de producción de insumos y bienes de consumo- y las distintas ramas de la producción, hoy queda al desnudo que el imperialismo sólo logró conquistar un ciclo corto de crecimiento de apenas cinco años, y esto, sobre la base fundamentalmente, de la guerra y la producción de fuerzas destructivas que, tal como lo definiera ya la III Internacional, son el factor económico fundamental en la época imperialista. Es decir que, al costo de terribles guerras de coloniaje y de una montaña de cadáveres obreros y campesinos; al precio de un descomunal saqueo de las riquezas de las naciones coloniales, semicoloniales y de los ex estados obreros, al precio de una enorme destrucción de fuerzas productivas y de una no menos enorme producción de fuerzas destructivas, lo máximo que pudo lograr es un ciclo de expansión de la economía de apenas un lustro que ni siquiera logró recuperar lo destruido por la crisis anterior, antes del estallido de la nueva crisis, que ya está aquí.
Finalmente, entonces, lejos de una “onda larga de expansión” de la economía capitalista durante 50 años, lo que hubo fue un ciclo corto de crecimiento que ya está llegando a su fin por la tendencia a la caída de la tasa de ganancia del capital financiero, porque no hay ningún “círculo virtuoso” que impida el accionar de las propias leyes del sistema capitalista. El inicio de la crisis demuestra, una vez más, y contra todos los “teóricos” reformistas, que este sistema decadente –que, al decir de Trotsky, transformó al planeta en una sucia y triste prisión- ya hace tiempo que agotó su rol progresivo en la historia, y que merece morir a manos del único que puede ser su sepulturero: el proletariado mundial.
“Socialismo de mercado” y “frente democrático”: los dos puntales de la política de colaboración de clases del Foro Social Mundial
-XXIII-
Todas estas seudoteorías elaboradas por la izquierda reformista en el último período, tenían y tienen un objetivo central: colaborar decisivamente en sacar a la clase obrera y a los explotados del terreno de la lucha revolucionaria y antiimperialista que, como un “ensayo general revolucionario” sacudió al mundo semicolonial a principios del nuevo siglo, por la vía de someter al proletariado a la burguesía y permitir así, además, para que ésta le arrancara una nueva y superior tajada de plusvalía. Así, los ríos de tinta derramados para explicar la supuesta “onda larga de expansión”, el “circuito virtuoso”, los nuevos “polos de producción” y demás charlatanería barata, no fueron más que la justificación “teórica” de los dos puntales que tuvo la política de colaboración de clases del Foro Social Mundial en ese período: el llamado “socialismo de mercado” y la vieja política stalinista del “frente democrático”.
El llamado “socialismo de mercado” no es otra cosa que la más completa sumisión de la clase obrera –el “socialismo”- a la burguesía y a la explotación capitalista –o sea, al “mercado”. El “socialismo de mercado” es el sometimiento del obrero como “consumidor”, como individuo y, por lo tanto, como “ciudadano” que se organiza en “movimientos sociales”, y no como clase que se organiza en organizaciones de clase, independientes de la burguesía, para luchar. Tal cual lo definieran nuestros camaradas del CWG de Nueva Zelanda, con brillante nivel marxista, “El Foro Social Mundial, Castro y los chavistas están por el ‘socialismo de mercado’ y, por lo tanto, revisan el carácter de clase del estado para ‘volver igualitarias’ las relaciones de cambio. A la sombra del frente popular, el rol de los renegados del trotskismo es revisar a Marx y presentar las relaciones de producción como relaciones de cambio fetichizadas”.
Los precursores del “socialismo de mercado” fueron los ex burócratas stalinistas devenidos en “empresarios rojos” en la China del capitalismo restaurado, donde el famoso “socialismo de mercado” no fue más que la entrega a las transnacionales imperialistas de las ramas rentables de la producción –con la nueva burguesía china como socia menor- y de cientos de millones de obreros para que sean súperexplotados como esclavos, dejándole al estado todo el sector deficitario y obsoleto de la economía (o sea, arrojando sobre las masas explotadas el costo de ese déficit).
Así, el “socialismo de mercado” pregonado por las direcciones traidoras, significó la relocalización de las plantas de las empresas imperialistas no sólo en China, sino en Egipto, Pakistán, Vietnam y otras naciones de Medio Oriente y Asia, esclavizando millones de obreros y entre ellos, millones de niños menores de 15 años, poniéndolos a trabajar, como en Pakistán, en las fábricas textiles. Significó que Nicaragua, El Salvador y el conjunto de Centroamérica sometidas al CAFTA con el imperialismo yanqui, se transformaran en gigantescas maquilas con obreros esclavizados produciendo por monedas para el mercado norteamericano. Significó, a la vez, que las burguesías imperialistas utilizaron la relocalización como un chantaje contra sus propias clases obreras, para hundir sus salarios y condiciones de trabajo.
“Socialismo de mercado” significa, para Cuba, la preparación de la restauración capitalista, con la burocracia castrista manejando el peso convertible, asociándose en empresas mixtas a los monopolios imperialistas que se quedaron con el turismo, el níquel y demás negocios, para llevarse de la isla miles de millones de dólares a paraísos fiscales y preparar así su reciclamiento en burguesía, mientras la clase obrera y las masas sobreviven apenas con salarios de 13 dólares por mes, pagaderos en el devaluado peso cubano.
“Socialismo de mercado” significa en Corea del Norte que la nueva burguesía norcoreana–que viene de pactar con la de Corea del Sur bajo el auspicio del imperialismo yanqui- se ha transformado en una burguesía intermediaria que actúa como agencia de empleo para entregarle millones de obreros norcoreanos como mano de obra barata a los monopolios imperialista. Así, ya se han instalado en Corea del Norte plantas de monopolios imperialistas que pagan un salario de U$S 52 mensuales a cada obrero. Pero ese dinero primero llega a manos de la nueva burguesía norcoreana que le paga al obrero U$S 2 por mes... ¡y se guarda U$S 50 de “comisión”!
“Socialismo de mercado” significa en Venezuela que los monopolios petroleros imperialistas se quedan con la cuenca del Orinoco, que empresarios “bolivarianos” como Paolo Rocca de Techint-Sidor hacen superganancias superexplotando a los obreros venezolanos, que la burguesía nacional venezolana se llena los bolsillos vendiendo petróleo a los yanquis y jugando con los petrodólares en la bolsa de Wall Street, mientras la amplia mayoría de la clase obrera está o desocupada o sobrevive apenas con un salario de 250 dólares carcomido día a día por la inflación (cuando el costo de la canasta familiar es del triple), y si salen a protestar, los espera la represión de la policía “bolivariana”.
“Socialismo de mercado” es el famoso “capitalismo andino” que pregonan Evo Morales y García Linera en Bolivia: es decir, los hidrocarburos y los minerales que siguen en manos de las transnacionales imperialistas, una tajada de esa renta en el bolsillo de la burguesía nativa; la tierra que sigue en mano de los grandes terratenientes, y mientras tanto, millones de explotados que no pueden comprar gas y tienen que hacer fuego con bosta de llama; los mismos salarios de hambre que bajo Goni, pero encima, carcomidos por la inflación que no cesa; 40.000 mineros que siguen superexplotados por los patrones cooperativistas, campesinos pobres que tratan de sobrevivir en un pedazo de tierra yerma, o directamente, desposeídos.
“Socialismo de mercado” fue la política que aplicaron en Argentina los stalinistas, castristas y renegados del trotskismo para estrangular la lucha revolucionaria de las masas iniciada en 2001. Fue la administración de la miseria, con la burocracia piquetera repartiendo las limosnas de los Planes Trabajar y los bolsones de comida, e impulsando “microemprendimientos” de autoexplotación de los trabajadores, liquidando así el carácter revolucionario del movimiento piquetero que se había puesto de pie al grito de “Trabajo para todos”, cortando las rutas y atacando la propiedad de los capitalistas. Fueron las corrientes de la izquierda reformista llevando a los obreros que habían tomado en sus manos y puesto a producir las fábricas abandonadas por los patrones, a confiar en la justicia burguesa y las legislaturas y a constituir cooperativas que hoy terminan quebrando y siendo recuperadas por sus antiguos dueños, o con un sector de los obreros transformándose en patrones esclavizadores de sus propios compañeros.
En síntesis, el “socialismo de mercado” no es más que una seudoteoría de los reformistas para someter a la clase obrera a la más brutal esclavitud asalariada. A diferencia de la seudoteoría del “socialismo en un solo país” con la que la vieja burocracia stalinista, antes de la restauración capitalista, defendía sus privilegios devenidos de la administración de esas conquistas que eran los estados obreros (aún deformados y degenerados), el “socialismo de mercado” es una tesis socialdemócrata, directamente proimperialista y defensora del putrefacto sistema capitalista.
-XXIV-
Esta política de “socialismo de mercado” va unida inseparablemente a la política de colaboración de clases del “frente democrático” para impedir toda movilización y organización independiente de la clase obrera y los explotados, para estrangular todo organismo de autodeterminación y democracia directa, por la vía de subordinarlos a una fracción de la burguesía supuestamente “democrática” o “progresista”.
Así, vimos en 2003 a la socialdemocracia, stalinistas reciclados, castristas, burocracias sindicales de todo pelaje y renegados del trotskismo, estrangular las enormes movilizaciones de masas que habían comenzado en los países imperialistas contra la preparación de la guerra contra Irak, por la vía de llevarlas a apoyar a la ONU y a los imperialistas “democráticos” franceses y alemanes contra el “fascista” Bush. Los vimos llevar a la clase obrera francesa a votar por el “republicano” Chirac contra el “fascista” Le Pen y a Zapatero contra Aznar en el Estado Español. Y fundamentalmente, en 2006, los vimos llevar el despertar de la clase obrera norteamericana contra la guerra y por sus demandas, que tendía a confluir con la heroica resistencia iraquí y amenazaba al imperialismo con un Vietnam en Medio Oriente, a los pies de los carniceros imperialistas supuestamente “democráticos” del Partido Demócrata para así “derrotar” al “fascista” Bush. Lejos de ello, y como no podía ser de otra manera, con el Partido Demócrata apoyó y votó en el congreso las leyes contra los trabajadores inmigrantes, aprobó el presupuesto de guerra de Bush y el nombramiento como comandantes de campo de la ocupación de Irak y del control de las rutas del petróleo a dos verdaderos “centuriones” genocidas como son Negroponte y el general Petraeus.
En América Latina, que desde 1997 al 2005 fue uno de los epicentros del “ensayo general revolucionario” del mundo semicolonial, el accionar de las direcciones traidoras y de su política de “frente democrático” –llevando al proletariado a los pies de gobiernos patronales supuestamente “antineoliberales”, “progresistas” o “antiimperialistas”- fue esencial para estrangular el combate de la clase obrera y los explotados. Así, la clase obrera brasileña fue llevada a apoyar a Lula y su gobierno de frente popular preventivo; en Argentina, Fidel Castro viajó expresamente en 2003 para decirles a los trabajadores que había que apoyar al “antineoliberal” Kirchner; en Bolivia, las direcciones del Foro Social Mundial subordinaron al proletariado y a los campesinos pobres a la burguesía nativa y al gobierno de colaboración de clases de Morales y el MAS que expropiaron la revolución; en Chile, sostuvieron a la supuestamente “socialista” Bachelet; y en México, llamaron a las masas a apoyar al cipayo y defensor del TLC López Obrador contra el “fraude”, dejando aislada a la gloriosa comuna de Oaxaca para que fuera aplastada a sangre y fuego.
Los catastrofistas nuevamente en la cuerda floja. El sistema capitalista imperialista putrefacto no se caerá sólo: únicamente la clase obrera mundial, con un partido revolucionario a su frente, puede derrotarlo.
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La otra cara de la misma moneda de los reformistas y renegados del marxismo que auguraban “una onda larga de 50 años de expansión capitalista”, son los no menos seudoteóricos catastrofistas al estilo del lorismo boliviano y del altamirismo argentino.
Los catastrofistas engañan a la clase obrera diciéndole, ante cada nueva crisis de la economía mundial que será la “última crisis” porque el capitalismo se cae solo, se hunde por sus propias contradicciones. Entonces, ¿para qué luchar por el poder, para qué hacer la revolución, para qué poner en pie los soviets y la milicia obrera, para qué derrotar a las direcciones traidoras y poner en pie una dirección revolucionaria? Si el capitalismo se cae sólo, pues entonces la clase obrera mundial sólo debe “sentarse a ver pasar el cadáver de su enemigo”. Por ello, las “teorías” catastrofistas son nada más que otra variante para engañar a los trabajadores y atarles las manos para que no peleen.
Pero el capitalismo jamás se caerá solo -como lo muestra con claridad la reciente intervención de los estados imperialistas inyectando cientos de miles de millones de dólares para impedir una recesión o estanflación mundiales. Si la revolución proletaria triunfante no lo derriba, el capitalismo imperialista agonizante se sobrevivirá a sí mismo sobre la base de destruir más y más las fuerzas productivas y de hundir la civilización humana.
La burguesía mundial, perfectamente consciente de que el proletariado no tiene un estado mayor revolucionario, lanza, ante el inicio de la crisis, un chantaje generalizado contra la clase obrera, buscando paralizarla, aterrorizarla, para que ésta no salga a luchar y para hacerle pagar sus costos. En el escenario de la historia, cuando una nueva crisis ha comenzado, la burguesía le dice al proletariado mundial: “Sí, mi situación es peligrosa. A mis pies, está el precipicio. Si ustedes, los obreros, luchan por empujarme, sepan que los arrastraré conmigo al abismo. Si me caigo, ustedes caerán también, y lo que les espera es la crisis, el desempleo, la hambruna, la guerra, la destrucción de la civilización humana”. En ese escenario, los reformistas de todo pelaje hacen de cacatúas de la burguesía, y aterrorizan a los obreros diciéndoles: “¡No se muevan; no luchen; no hagan nada, que si se hunde la burguesía, ustedes se hunden con ella!” Por el contrario, los revolucionarios les decimos: “No presten sus oídos al chantaje de la burguesía ni a los cacareos de los plumíferos reformistas. La única forma de no caerse al precipicio, es derribar a la burguesía. De lo contrario, los obreros pereceremos y, sobre nuestros huesos y nuestra sangre, el capitalismo putrefacto se sobrevivirá a sí mismo”.
El proletariado mundial responde: “Ya intenté una y mil veces derribar a la burguesía. Protagonicé mil y una revoluciones. Triunfé en Rusia a principios de siglo; luego inclusive los obreros la expropiamos en China, en Europa del Este, en Cuba, etc. Pero fuimos traicionados, y por ello, derrotados”. Interviene entonces la Historia en es escenario, y le dice a la clase obrera: “No te des por vencida. Ensaya, prueba una y mil veces”.
Ya Trotsky y la III Internacional revolucionaria, en 1921, definían brillantemente que “Desde el momento en que las fuerzas productivas del capitalismo tropiezan contra un muro, no pueden avanzar, vemos a la burguesía reunir en sus manos al ejército, policía, ciencia, escuela, iglesia, parlamento, prensa, etc.; tirar sobre los renegados y decirle con el pensamiento a la clase obrera: ‘Sí, mi situación es peligrosa. Veo que a mis pies se abre un abismo. Pero veremos quién cae primero en él. ¡Acaso antes de morir yo, pueda arrojarte al precipicio, clase obrera!’. ¿Qué significa esto? Sencillamente, la destrucción de la civilización europea en su conjunto. Si la burguesía, condenada a muerte desde el punto de vista histórico, encuentra en sí misma suficiente fuerza, energía, poder, para vencer a la clase obrera en el terrible combate que se aproxima, esto significa que Europa está en el umbral de una descomposición económica y cultural, como ya ha ocurrido en varios países, nacionales y civilizaciones. Dicho de otro modo, la historia nos lleva al momento en que una civilización proletaria se hace indispensable para la salud de Europa y del mundo. La historia nos suministra una premisa fundamental sobre el éxito de esta revolución, en el sentido de que nuestra sociedad no puede desenvolver sus fuerzas productivas apoyándose en una base burguesa.
Pero la Historia no se encarga de resolver este problema en lugar de la clase obrera, de los políticos de la clase obrera, de los comunistas. No. Ella parece decir a la vanguardia obrera (representémonos por un instante la historia bajo la forma de una persona erguida ante nosotros) y a la clase obrera: ‘Es preciso que sepas que perecerás bajo las ruinas de la civilización si no derribas a la burguesía. ¡Ensaya, resuelve el problema!’ He aquí el presente estado de cosas”. (León Trotsky, “Una escuela de estrategia revolucionaria”, 1921)
Capítulo 5
El sistema capitalista imperialista mundial ha vivido una nueva crisis de la economía, y con ella, entró y entrará en crisis el equilibrio económico, político y militar conquistado por el imperialismo.
Se abre una coyuntura indefinida en la situación mundial.
Se preparan nuevos golpes del crac, nuevas guerras, y nuevos y superiores enfrentamientos entre las clases.
Con la devaluación del dólar, Estados Unidos les tira la crisis a sus competidores imperialistas y a las masas explotadas del mundo.
La condición para mantener en forma ficticia el ciclo de expansión es la inflación, que pagarán las masas
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La crisis ha comenzado, y nada es previsible para la burguesía mundial. La clase dominante está al timón del barco que es la economía mundial, cuyo casco está rajado después de haber chocado con las rocas submarinas de la crisis, y no sabe adónde llevarlo. Eso significa que el equilibrio económico, político y militar que había conquistado el imperialismo está en cuestión, y que ya nada será igual.
Cada potencia imperialista buscará salvarse a sí misma y descargar sus costos, en primer lugar, contra las masas, pero también sobre sus competidores imperialistas. Se pone al rojo vivo la una de las leyes de la época imperialista que plantea que si a una potencia imperialista le va bien, siempre es a costa y en detrimento de las demás.
Estados Unidos bajó primero medio punto y luego un cuarto de punto más la tasa de interés de referencia e inyectó y sigue inyectando miles de millones de dólares para salvar a sus bancos de la quiebra (el 27 de septiembre, la Reserva Federal volvió a inyectar U$S 38 mil millones). Pero, por supuesto, la burguesía yanqui no movió ni moverá un dedo para salvar a las clases medias y a los millones de trabajadores que se están quedando sin casas. ¡Ahí están los capitalistas, los supuestos defensores de la propiedad privada, expropiando sin piedad y masivamente a las clases medias y los trabajadores!
Pero, sobre todo, los Estados Unidos han devaluado el dólar llevándolo a su nivel histórico más bajo con relación al euro y el yen, lo que les permite descargar el peso de la crisis sobre sus competidores imperialistas y sobre el conjunto del planeta. En primer lugar, porque licúa sus deudas en dólares –por ejemplo, cae el valor de los Bonos del Tesoro yanqui de los que están abarrotados los bancos centrales de Japón, y de China, y así, se licúan las reservas en dólares de ambos países. En segundo lugar, la devaluación del dólar –es decir, la emisión y circulación de miles de millones de dólares en papel moneda que no están respaldados en producción real, en riqueza material verdaderamente creada-, impulsa un proceso inflacionario a nivel mundial que las burguesías imperialistas y nativas ya les están haciendo pagar a las masas del mundo. En tercer lugar, devaluando el dólar vuelve mucho más competitivas las exportaciones de los monopolios norteamericanos, y encarece las de los imperialistas japoneses y europeos, ya que se revalúan el yen y el euro (que alcanzó su valor récord de 1.41 euro por dólar). Al mismo tiempo, ello significa que, para Europa y Japón, se abaratan las mercancías importadas desde Estados Unidos, lo que le permitirá al imperialismo yanqui vender a esas potencias bienes de capital –es decir, máquinas-herramienta- de última tecnología.
La Europa imperialista salvó a sus bancos e inyecta dinero en la economía para tratar de huir hacia delante y mantener crecimiento ficticio para impedir que venga la revolución, mientras pasa a un feroz ataque contra su clase obrera. Japón se preservó en parte del primer golpe de la crisis hundiendo a Australia, y pone su pie imperial sobre China, disputando con Estados Unidos que quiere hacerle pagar la crisis nuevamente.
Una feroz guerra comercial entre Japón y Estados Unidos en las ramas de producción de bienes de consumo.
Rusia, Medio Oriente, América Latina son terreno de una despiadada disputa interimperialista por las zonas de influencia
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Mientras todas ven la manera de hacerle pagar la crisis a las masas, la discusión es qué potencia imperialista la paga. Aunque de conjunto no están aún delineados con claridad los bloques interimperialistas que podrían formarse en el próximo período para la guerra comercial, ya está claro que Japón es el imperialismo más agresivo en la misma.
No es casual: es que, como explicamos antes, en el ciclo corto de expansión, Japón concentró gran parte de su capital financiero en las ramas de producción de bienes de consumo. Hoy, la caída de la tasa de ganancia en las mismas, significa que hay sobreproducción de esas mercancías y que, para realizar su plusvalía, el imperialismo japonés debe colocar esa producción excedente, en primer lugar, en los Estados Unidos, pero también buscando nuevos mercados de los que deberá desplazar a sus competidores.
En los Estados Unidos, que es el principal mercado para los autos japoneses, se prepara ya una aguda guerra comercial con las automotrices norteamericanas que se aprestan a recuperar el terreno perdido aprovechando la crisis para aumentar su productividad del trabajo. General Motors viene de lograr un triunfo en ese camino, gracias a la abierta traición de la burocracia de la UAW a la histórica huelga de 48 horas que vienen de realizar los 73.000 obreros que esa automotriz emplea en los Estados Unidos. La burocracia viene de firmar un acuerdo por el cual, de ahora en más, serán los propios obreros los que deberán pagarse su seguro de salud y de jubilación –y no la empresa, como era hasta ahora-, y todo obrero nuevo que contrate ingresará con la mitad del salario y completamente flexibilizado, es decir, bajo normas toyotistas de producción. Idéntico convenio se firmó con Ford y Chrysler.
Como planteamos antes, el retiro de los mercados de productos chinos bajo la excusa de que son “peligrosos para la salud” por parte de los Estados Unidos, y el chantaje de Japón a través de China sobre los bonos del tesoro norteamericano, es otra de las formas que adquiere esta guerra comercial que está en ciernes.
Al mismo tiempo, Japón pasa a la ofensiva para profundizar su penetración en el mercado latinoamericano, a través de los TLC y los fuertes lazos comerciales que ya tiene con Chile, Perú y México.
Ahora, el imperialismo japonés hizo pie en Paraguay –que es un país/zona franca- desde donde de prepara para inundar América Latina con mercancías baratas (electrodomésticos, coches, óptica, fotografía, etc.), y desplazar así a sus competidores norteamericanos y europeos. Demás está decir que el imperialismo norteamericano no aceptará pasivamente esta ofensiva japonesa sobre su patio trasero. Ya nada será igual. Por delante está el agudizamiento de las disputas interimperialistas, nuevas guerras comerciales, e inclusive, en los países semicoloniales de Asia, Africa y América Latina, guerras fratricidas con bloques distintos de potencias imperialistas apoyando cada una a una facción burguesa nativa.
América Latina, junto con Medio Oriente, Asia Central, Rusia y las naciones de la ex URSS, se han transformado, como hemos explicado, en el terreno de una feroz y creciente disputa interimperialista por el control de esas zonas de influencia, como riquísimas fuentes de materias primas –gas, petróleo, soja, maíz, minerales, etc.- que son. En estas disputas, comienzan a delinearse bloques y alianzas: en primer lugar, el de Estados Unidos con Gran Bretaña, al que se suma España cuyo capital financiero está íntimamente imbricado al capital financiero angloyanqui. Italia ha quedado, por el momento, sin ubicación, con su burguesía discutiendo si aliarse al bloque angloyanqui, o unirse a la “Casa europea” que se está resquebrajando claramente ante los golpes de la crisis.
Por otro lado ha quedado Japón, en feroz disputa con los Estados Unidos en las ramas de bienes de consumo y por China. Y por otra parte, tanto Francia como Alemania, cada una por su lado, son potencias imperialistas que se apoyan en alianzas con burguesías nativas como sus socias menores –como es claro en el caso de Irán y también de Rusia- para disputar por los mercados y las zonas de influencia con el imperialismo yanqui, buscando ponerle un límite a la ofensiva de éste sobre el planeta.
La bancarrota del sistema bancario internacional y el encarecimiento del crédito: nuevos ataques contra los pueblos oprimidos del mundo
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La enorme desvalorización del capital financiero –que, tal como brillantemente lo definiera Lenin, es la fusión del capital industrial con el capital bancario- por la caída de la tasa de ganancia del mismo, ha dejado en bancarrota al sistema bancario mundial.
Como ayer lo hicieran la Enron y luego el imperialismo japonés con relación a los verdaderos índices de crecimiento de la economía china, todos los grandes bancos imperialistas están ocultando y dibujando sus balances, escondiendo que se prepara, muy posiblemente, un crac bancario generalizado. La bancarrota se mantiene oculta, por el momento, por la continua inyección de dinero de los estados imperialistas, en particular de Estados Unidos. Pero hoy, los bancos yanquis ya han comenzado a presentar sus balances, mostrando pérdidas récord, como ya hemos visto. En Europa, el AMRO, principal banco holandés, está quebrado; lo mismo sucede con el Deutsche Bank de Alemania y con el Barclays británico, como viene de anunciarse.
Esto redunda, además, en un encarecimiento del crédito para los países semicoloniales en el mercado mundial de capitales. Como vimos, al inicio de la crisis, los bancos, financieras y fondos de inversión salieron a desprenderse rápidamente de los bonos de la deuda de dichos países, cuyo precio cayó estrepitosamente.
Lo que sucede en Argentina es un ejemplo de esto que decimos. Para dicho país, el inicio de la crisis significó, en primer lugar, una depreciación de los bonos de la deuda; en segundo lugar, un aumento del valor del dólar, es decir, una nueva devaluación del peso, y por último, el llamado “riesgo país” –es decir, la sobretasa de interés que Argentina debe pagar para conseguir crédito en el mercado internacional- se elevó prácticamente al mismo nivel que tenía a principios de 2001, antes del crac en ese país.
Al interior de Argentina, esto ha significado el aumento de entre 2 y 4 puntos de las tasas de interés para préstamos hipotecarios, personales y tarjetas de crédito. El anuncio de la Reserva federal norteamericana de la baja de medio punto en la tasa de interés no hizo bajar las tasas en Argentina donde, como lo han confesado los directores de los principales bancos extranjeros allí instalados, éstos han restringido el crédito puesto que están girando dinero fresco a sus casas matrices de los países imperialistas golpeadas por el estallido de la “burbuja” inmobiliaria en Estados Unidos e Inglaterra.
Un panorama de crisis pero con precios altísimo de los commodities y el petróleo, cuyas consecuencias serán pagadas por la clase obrera y las masas explotadas
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La crisis es, a la vez, una posibilidad de negocios para el capital financiero, para ese puñado de parásitos cortadores de cupones. Parte del capital que se retira de la rama de la construcción, de China y demás ramas de producción y negocios financieros que motorizaron el ciclo corto de expansión, está yendo a valorizarse a la nueva rama de producción de la biotecnología, y en particular, a la producción de biocombustibles.
Así, el famoso “Sillicon Valley” de Estados Unidos, que luego de la crisis de 2001 había quedado como un pueblo fantasma, vuelve a poblarse, esta vez de empresas dedicadas a las biotecnologías y medicamentos.
Una vez más, al igual que lo hiciera al principio de los ’90, el imperialismo norteamericano está entregándoles a sus monopolios los avances técnico-científicos en biotecnología que son subproducto de la inversión en investigación y desarrollo de la industria de guerra, para que los reciclen en nuevas ramas de producción civil y hagan fabulosas ganancias, como ayer con la Internet y la telefonía celular.
Demás está decir que el desarrollo de esta rama de producción, si bien puede dar alta tasa de ganancia a sectores del capital financiero y servir así parcialmente como tendencia contrarrestante a su caída, no alcanza para frenar dicha caída de conjunto, o sea, no puede impedir ni el inicio ni el desarrollo de la nueva crisis mundial que está en curso.
-XXX-
El desarrollo de esta nueva rama de producción puede permitir que países semicoloniales productores de caña de azúcar, maíz y soja –materias primas para los biocombustibles- puedan protegerse relativamente del golpe de la crisis. Ahí están México y Brasil firmando acuerdos con Estados Unidos para la producción de biocombustibles. Inclusive la burocracia castrista que prepara restauración capitalista en Cuba, ve la posibilidad de entrar en el negocio: no es casual que Raúl Castro, en su discurso del 26 de junio pasado, haya planteado la desregulación de la propiedad de la tierra –volver a plantar caña de azúcar sería excelente negocio en estas condiciones- y haya anunciado su voluntad de negociar con un futuro gobierno del Partido Demócrata, uno de cuyos políticos más conocidos, como es Al Gore, es el representante de los monopolios yanquis de la biotecnología.
El desarrollo de esa rama de producción aumenta la demanda de commodities como el maíz, soja, los cereales, etc. Esto, combinado con el hecho de que por sequías, se perdió una parte de la cosecha en los Estados Unidos, ha provocado en esta rama de producción, una crisis de subinversión que se expresa como crisis de subproducción. Faltan commodities en el mercado mundial. Esta crisis es aprovechada por el puñado de monopolios imperialistas que concentran en sus manos el grueso de la renta agraria mundial y el acopio de granes –como Monsanto, Cargill, etc.- para subir los precios de esas commodities, obteniendo por esa vía fabulosas superganancias.
Esto ha resultado en un encarecimiento del precio de los alimentos en todo el mundo. Ya vimos en México la duplicación del precio de la tortilla de maíz –base de la alimentación de los explotados-, el aumento del precio del pan en Bolivia, la carestía de la vida que carcome el magro salario obrero en Argentina. En Myanmar –ex Birmania-, la dictadura militar duplicó por decreto el precio del petróleo y de los alimentos. En las potencias europeas, esto ha significado el aumento del un 30% en el precio del pan, las pastas y los alimentos producidos con cereales, y se anuncia que aumentará otro 20% más de aquí a fin de año.
De esta manera, la carestía de la vida es la forma en que ya la clase obrera y los explotados del mundo están pagando la crisis. Porque el aumento del costo de vida significa que el salario –el precio de la mercancía fuerza de trabajo- queda cada día más por debajo del valor de la fuerza de trabajo que es el de su reproducción como tal. Significa que el salario cada día puede comprar menos pan, azúcar, harina, jabón, transporte, etc. y es, en consecuencia, un robo directo a bolsillo obrero.
-XXXI-
Como hemos dicho, el ciclo de crecimiento se mantiene por esa decisión política de las burguesías imperialistas, es el que provoca que, lejos de bajar -como sería esperable en un contexto de crisis y de tendencias a la recesión-, el precio del petróleo ya araña los 100 dólares el barril, de la misma manera que sigue subiendo el precio de las commodities.
Sigue alta la demanda de crudo, mientras que su producción se ha estancado, en primer lugar, por el accionar de la heroica resistencia de las masas iraquíes que le impiden al imperialismo angloyanqui reanudar la producción petrolera en Irak. Pero sobre todo, porque, como ya planteamos en el último lustro, el puñado de petroleras imperialistas que controlan las reservas y las rutas de crudo, se ha dedicado a saquear lo ya descubierto, sin invertir en nuevas exploraciones, ni en maquinaria ni en infraestructura. Dicho de otra manera: los imperialistas angloyanquis “invirtieron”… en guerras de rapiña para copar las rutas y reservas del petróleo, pero no en exploración, nuevos pozos ni tampoco en nuevas refinerías, sino que vienen cerrando una tras otra las ya existentes, contribuyendo así al aumento del precio de los combustibles refinados. La excepción es Totalfina que, con su socia Petrobras, invirtieron en exploración y cuyas acciones vienen de subir un 25% por la reserva de petróleo descubierta en las costas de Brasil.
El alto precio del crudo tiene entonces un efecto contradictorio: por un lado, en medio de la crisis, mantiene alta la renta petrolera para las empresas imperialistas, y les permite así acumular el capital necesario para que sea rentable realizar las costosísimas nuevas inversiones necesarias para explorar y explotar reservas que aún no están siendo utilizadas. Esto, sumado al hecho de que se calcula que recién en el año 2040 los biocombustibles podrán reemplazar el 25% del consumo de petróleo a nivel mundial, implica que las “guerras del petróleo” de las potencias imperialistas siguen y seguirán siendo, por todo un período, un negocio altamente rentable. Pero, por otro lado, el precio alto del petróleo como insumo básico para la producción –en momentos en que el desarrollo de biocombustibles y combustibles alternativos recién está en sus inicios- impulsa a nivel mundial un proceso de inflación y carestía de la vida.
Las burguesías nativas en la nueva situación mundial
-XXXII-
En este “desorden” mundial donde se reabren brechas y disputas entre las distintas potencias imperialistas, vuelven a tallar las burguesías nativas intentando defender su tajada de los negocios que saben que, inevitablemente, el imperialismo atacará y buscará liquidar ahora que ha comenzado la crisis mundial. Y lo hacen apoyándose en una potencia o monopolio imperialista contra otros.
Las burguesías nativas de Medio Oriente y Asia central que, por temor a la revolución, se habían sumado a la “santa alianza”, alineándose con el imperialismo contra las masas, ahora que vuelven a abrirse las brechas y disputas entre las distintas potencias imperialistas, buscan, por su lado, aprovechar esas grietas para regatear por su tajada de los negocios que saben que, frente a la crisis, el imperialismo intentará achicar más y más.
Así, vimos hace poco reunirse al llamado “grupo de Shangai” integrado por Rusia, China, Irán y Pakistán, e inclusive los vimos desempolvar sus viejos y obsoletos tanques y aviones de guerra para hacer “ejercicios militares” conjuntos. ¡Para nada casual! La nueva burguesía rusa y china saben perfectamente que, como planteamos más arriba, con la crisis se pone en cuestión el carácter de países dependientes de Rusia y China, y que por ello, su tajada de los negocios está en riesgo. La burguesía iraní sabe que puede ser la próxima “Saddam Hussein”, esto es, que los buenos servicios prestados primero en la invasión de Afganistán, y luego contra la resistencia iraquí y en el gobierno del protectorado en Irak, no impedirán que el imperialismo, si lo considera necesario, ataque a Irán para disciplinarlo y quedarse con su petróleo.
Detrás de este rejunte de burguesías nacionales del “grupo de Shangai”, muy posiblemente estén el imperialismo japonés y el alemán azuzándolas, como parte de su disputa con Estados Unidos que quiere hacerles pagar el costo de la crisis, puesto que para ambas potencias, tanto Rusia como Irán son fuentes irremplazables de petróleo y gas para sus potentes economías.
Al mismo tiempo, estas burguesías redoblan los ataques y la opresión contra sus propios pueblos. Así queda claro, por ejemplo, en el caso de Irán, donde el gobierno de Ajmadinejah y el régimen antiobrero y asesino de los ayatollahs han redoblado la brutal represión contra toda lucha y reclamo de los obreros y los explotados, y la persecución contra los luchadores obreros, al mismo tiempo que, con sus congéneres de la burguesía del Bazaar de Irak participando del gobierno del protectorado y con sus “Guardias de la revolución” actuando como verdaderos escuadrones de la muerte, siguen actuando como garantes del aplastamiento de la heroica resistencia de las masas iraquíes, para impedir un panorama Vietnam que significaría, sin duda, que vuelva a la lucha revolucionaria la clase obrera iraní.
-XXXIII-
En América Latina, Morales de Bolivia, Chávez de Venezuela y Kirchner de Argentina han formado un bloque como socios menores y testaferros que son de la Repsol, para sacar del negocio gasífero y petrolero a sus competidores de la Shell y la Exxon. Así, la Shell en Argentina fue llevada a la justicia por “contaminar” y le fue cerrada su principal planta, mientras que la Exxon anuncia su retiro de Argentina y Chávez sale a anunciar que está dispuesto a comprar sus activos en ese país.
Cada burguesía nativa se asocia con distintas potencias imperialistas y sus transnacionales para asegurarse una tajada de negocios, compitiendo ferozmente con las demás. De la cháchara sobre la “unidad latinoamericana” de Chávez, Morales, Castro y el Foro Social Mundial ya no quedan ni rastros: por el contrario, estamos en uno de los momentos de mayor competencia y disputas entre las distintas burguesías nativas asociadas a las transnacionales, competencia y disputas que no harán más que exacerbarse ahora que la crisis ya está acá.
Pero en absoluto depende de las cobardes burguesías nativas el destino de América Latina, sino del resultado del enfrentamiento entre dos colosos: el imperialismo –fundamentalmente, el imperialismo yanqui-, y el joven y combativo proletariado de América Latina.
El imperialismo norteamericano es plenamente consciente de ello, y por eso, tal como ya planteamos, frente a la crisis que ha comenzado, necesita redoblar el control sobre su propia clase obrera, y también sobre su patio trasero latinoamericano, para estar en mejores condiciones en la disputa con las demás potencias imperialistas por hacerles pagar a sus competidores el costo de la crisis y para las nuevas y superiores aventuras militares que necesita imponer.
La consumación de la restauración capitalista en Cuba, que sería un durísimo golpe contra la clase obrera del conjunto de América y contribuiría quizás a sacar de la escena al proletariado del continente por todo un período, es una de los objetivos centrales del imperialismo yanqui en el próximo período.
Pero, además, el estado mayor imperialista ya ha planificado hasta en el detalle cuál será el nuevo mapa del continente americano que emergerá de esta nueva crisis, moldeado según las necesidades e intereses de la potencia dominante. Así, en un seminario realizado hace pocos meses en Brasil, el embajador norteamericano en ese país mostraba un mapa de América en el que sólo destacaban Canadá, Estados Unidos, México, Brasil, Argentina, Chile, Venezuela y Perú, mientras que el resto era un superficie de un mismo color. Ante la pregunta de un periodista, el embajador, sin ambages, respondió que para ellos, esos siete países eran América, y los demás no tenían razón de existir salvo como naciones anexas o subsidiarias, proveedoras de materias primas para los Estados Unidos, o de mano de obra esclava para sus maquiladoras como ya lo son la naciones centroamericanas sometidas al CAFTA, en las que los ex comandantes sandinistas, devenidos en yuppies de Wall Street, están hoy en la presidencia de Nicaragua con Ortega (y el mismo camino se preparan a seguir sus congéneres del FMLN del Salvador, probables ganadores de las próximas elecciones), encabezando el gobierno burgués aplicador del TLC. ¡Y a esos cipayos confesos Chávez y la burocracia castrista los pasean por América Latina presentándolos como “antiimperialistas” y “libertadores de nuestros pueblos, como vienen de hacer con Daniel Ortega en la llamada “Cumbre de los pueblos” realizada en Chile!
CONCLUSIONES
En lo inmediato, una situación mundial indefinida
-XXXIV-
1. En lo inmediato, la situación mundial ha entrado en un momento de indefinición. Mientras la burguesía huye, pateando la crisis hacia delante y buscando hacérsela pagar a las masas, no está definido aún cómo actuará decisivamente el proletariado frente al inicio de la misma, aunque ya han comenzado las primeras revueltas y rebeliones por el pan como estamos viendo en Pakistán, Birmania y Georgia, hermanas de la oleada de luchas obreras y de las rebeliones contra la carestía de la vida que ha comenzado el proletariado de las potencias imperialistas europeas como vemos en Francia, Alemania, Italia o Inglaterra.
Pero, sobre todo, el momento es de indefinición porque la crisis comenzó y entró en cuestión el equilibrio, cuando el estado mayor del imperialismo yanqui no ha logrado resolver aún el empantanamiento en Irak y la enorme crisis del gobierno de Bush que ello significa.
Por ello, se ha abierto claramente una discusión al interior de la burguesía norteamericana sobre cómo actuar en el período inmediato. Toda un ala plantea que frente a dicha crisis, el mejor modo de actuar, es pasando inmediatamente a la ofensiva: nada de retirarse de Irak y, por el contrario, lanzar rápidamente un ataque contra Irán. Otra fracción plantea que hay que esperar primero a recambiar el estado mayor yanqui, para fortalecerlo y legitimarlo en las elecciones presidenciales de 2008, y luego pasar a la ofensiva, y que, de lo contrario, se corre el riesgo de acelerar el “panorama Vietnam”, con todo Medio Oriente levantándose frente a un ataque a Irán, y con una irrupción masiva de la lucha de la clase obrera norteamericana.
Mientras discuten, ambas fracciones burguesas y el régimen de los Republicratas –del que saldrá el próximo estado mayor imperialista- sostienen al gobierno en crisis de Bush y lo aprovechan para que, antes de dejar la presidencia, haga el trabajo sucio, es decir, que profundice el ataque contra la clase obrera norteamericana; que con sus decenas de miles de mercenarios pagos y con los marines masacre a la resistencia iraquí, y que prepare la consumación de la restauración capitalista en Cuba y con ella, una nueva vuelta de tuerca en el sojuzgamiento de su patio trasero latinoamericano.
2. En este momento de indefinición de la situación mundial, el descalabro del equilibrio ya ha implicado un nuevo salto en las disputas interimperialistas y las guerras comerciales, la tendencia a nuevas guerras de rapiña y coloniaje, y a la conformación de nuevos bloques y alianzas interimperialistas. Estados Unidos –junto con su aliado estratégico, el imperialismo británico- que debe resolver en el próximo año la crisis de su estado mayor, se apresta, como hemos dicho, a acelerar la restauración capitalista en Cuba y redoblar el dominio sobre su patio trasero. Mientras intenta hacerles pagar la crisis a sus competidores imperialistas, el imperialismo angloyanqui sostiene su ofensiva en sus zonas de infleuncia, como en Irak y Medio oriente; amplía su dispositivo militar a Polonia y la República Checa para insertar una cuña entre el imperialismo alemán y sus socios de la burguesía rusa; y para pisar fuerte en el mercado del Pacífico, viene de realizar un acuerdo con Corea del Norte, a través de su agente, la burguesía proyanqui de Corea del Sur, para que sus transnacionales puedan esclavizar a los trabajadores norcoreanos peor que en China, ya brutalmente sometidos por la bota de la dictadura burguesa restauracionista en que ha devenido el viejo régimen opresor de la antigua burocracia stalinista. Esto es lo que prepara el estado mayor de los Republicratas.
Frente a ello, Japón intenta “pisar” China, mientras Alemania y Francia se asocian con distintas burguesías nativas para disputar por las zonas de influencia con el imperialismo yanqui.
Por su parte, el imperialismo español, asociado al capital financiero norteamericano en el management de sus inversiones en América Latina, es la cara “iberoamericana” del Citibank, la Banca Morgan y demás bancos y corporaciones yanquis a las que está asociado. Mientras tanto, con el otro ojo, mira atentamente a la “Casa Europea”, y mantiene también una alianza con Francia y Alemania, las potencias imperialistas que, junto a Japón, disputan abiertamente con el imperialismo angloyanqui. Esta tensión torna ya y tornará aún más inestable el régimen de dominio del imperialismo español.
Italia, por su parte, llega al inicio de esta nueva crisis de la economía imperialista mundial con la más baja productividad del trabajo de todas las potencias europeas (comparable sólo a la de Portugal), y sin haber podido quedarse con casi nada de las zonas de influencia de América Latina, Asia y los ex estados obreros donde el capitalismo fue restaurado. En estas condiciones, sólo puede aspirar a mejorar su ubicación asociándose al bloque angloyanqui, cuestión que le impide al imperialismo italiano tallar en la escena mundial con una política independiente. Estas contradicciones son las que explican, en última instancia, las tensiones y crisis que atraviesa el régimen imperialista italiano y el gobierno de Prodi.
3. El “ensayo general revolucionario” del mundo semicolonial que marcó el primer lustro del siglo XXI –y del cual la clase obrera y los explotados del Cono Sur latinoamericano fueron, sin duda, la vanguardia del combate, con las revoluciones ecuatoriana, argentina y boliviana- fue desincronizado del combate del proletariado de los países imperialistas y estrangulado por las direcciones traidoras.
Hoy, al inicio de la crisis, la burguesía ha lanzado un virulento ataque contra las masas del mundo para descargar sobre sus hombros los costos de la misma. En particular, la crisis significa que las burguesías imperialistas ya están pasando al ataque contra sus propias clases obreras, no solamente para arrojar sobre sus espaldas los costos de la crisis, sino porque necesitan imperiosamente derrotarlas y someterlas, para así tener las manos libres para ir a nuevas aventuras guerreristas y a superiores choques y disputas con las demás potencias por las zonas de influencia.
Así, al calor de la crisis, comienzan a abrirse las condiciones para que vuelva a irrumpir en la escena mundial y en luchas revolucionarias, el proletariado de los países imperialistas que tiene la llave para el triunfo y la liberación de los pueblos oprimidos del mundo.
En Europa, la clase obrera francesa, alemana e inglesa tensan sus fuerzas y dan sus primeros combates contra el feroz ataque de la burguesía, con la huelga de los transportes y los servicios del 18 de octubre en Francia; con la gran huelga de Correos en Inglaterra, con la huelga del transporte en Alemania. La clase obrera inglesa, después de la durísima derrota sufrida a manos de la Thatcher que aplastó la gran huelga minera de 1984/85; después de que su magnífico intento de irrumpir en lucha de masas contra la guerra y la ocupación de Irak fuera controlada y estrangulada por la política de colaboración de clases del Foro Social Mundial, hoy comienza a tensar sus músculos con huelgas como la de correos, mostrando su enorme disposición a entrar en el camino de la lucha, junto a sus hermanos de clase de la vieja Europa continental.
En Italia, frente a al escandaloso aumento de los precios de la pasta y los alimentos, bulle de odio el proletariado profundo, y comienza a emerger la bronca contra la burocracia sindical oficialista de la CGIL que apoya al gobierno imperialista de Prodi y Refundación Comunista (RC).
En el Estado Español, resurge entre la clase obrera y los explotados el sentimiento de lucha contra la monarquía y por la República, y contra la opresión de los pueblos vascos, catalán y demás nacionalidades oprimidas por el estado imperialista españolista.
4. El proletariado europeo ha comenzado a entrar en grandes luchas en defensa de sus conquistas, enfrentando el feroz ataque lanzado por las burguesías imperialistas. Tiene en sus manos la posibilidad de tomar hoy la posta de la heroica lucha que sus hermanos de clase del mundo semicolonial protagonizaron en el primer lustro del siglo XXI. Bajo las condiciones de la crisis y del virulento ataque burgués, la lucha económica de la clase obrera europea por el pan, el salario y en defensa de sus conquistas atacadas, devendrá rápidamente en lucha política contra los regímenes y gobiernos imperialistas.
Para ello, se pone a la orden del día la necesidad de la unidad de las filas de la clase obrera de las potencias europeas, en primer lugar, con las decenas de millones de obreros inmigrantes que constituyen cerca del 30% de la clase obrera europea, abandonados a su suerte por las aristocracias y burocracias obreras, y tratados como parias y superexplotados por los regímenes imperialistas. Y en segundo lugar, pero no menos importante, es necesario que levante como parte de su combate la lucha por la independencia de Irlanda del Norte y por el derecho de autodeterminación nacional del pueblo vasco y demás nacionalidades oprimidas en el continente europeo.
Y sobre todo, es decisivo que la clase obrera de las potencias imperialistas europeas vuelva decisivamente sus ojos al este, a Georgia donde los obreros y explotados pugnan por irrumpir en luchas revolucionarias, a Rumania, Polonia, Bosnia, Eslovaquia y demás naciones del antiguo Glacis devenidas en verdaderas maquiladoras de los monopolios imperialistas; al Kosovo transformado en protectorado de los asesinos imperialistas; las naciones de la ex URSS recolonizadas, a la Rusia cuyo proletariado está sometido bajo el régimen bonapartista semi-fascista y asesino de Putin; a la Chechenia masacrada y aplastada por la bota de su ejército blanco contrarrevolucionario.
El proletariado de las potencias imperialistas no puede, no ha podido y no podrá enfrentar eficazmente el ataque de sus propias burguesías, defender sus conquistas atacadas y retomar decisivamente el camino de la revolución, sin inscribir en sus banderas de combate la lucha por la restauración de la dictadura del proletariado bajo formas revolucionarias en esos estados. Sin ello, jamás habrá liberación de la esclavitud asalariada para el proletariado norteamericano, japonés y de las potencias europeas. Sin ello, jamás habrá para la clase obrera europea la única solución a sus penurias, los Estados Unidos Socialistas de Europa, desde Portugal y las islas británicas, hasta las estepas rusas.
5. En los Estados Unidos, el proletariado está pasando ya la peor situación desde los años ’30, con pérdida de conquistas, flexibilización, rebajas salariales, superexplotación, a lo que se agrega ahora la pérdida de viviendas de los trabajadores por no poder pagar las hipotecas. La situación de los trabajadores inmigrantes ya está empeorando, cuando por la crisis de la construcción cientos de miles están siendo despedidos y serán deportados. Bajo estas condiciones, y traicionado a cada paso por la burocracia sindical de la AFL-CIO y demas burocracias colaboracionistas, el proletariado norteamericano no puede y no podrá pelear con luchas económicas: sólo podrá luchar por sus demandas, aún por las más elementales, retomando el camino de la lucha política de masas contra la guerra del cual fue desviado por el accionar del Foro Social Mundial que lo llevó a subordinarse a los carniceros imperialistas del Partido Demócrata.
Cada vez más, la vanguardia obrera norteamericana va comprobando en carne propia que con la monstruosa burocracia sindical de la AFL-CIO –un verdadero “comando en jefe” de la aristocracia obrera mundial- ya no se puede luchar ni, menos que menos, vencer.
Pero bajo las condiciones de la crisis y del brutal ataque que ha descargado la burguesía yanqui, muy posiblemente, antes de que veamos a la clase obrera norteamericana poner en pie una nueva central sindical verdaderamente independiente de la burguesía, la veremos entrar en durísimas huelgas y en ellas, poner en pie sus piquetes, unir sus filas con comités de fábricas, constituir comités contra la guerra, es decir, organismos de autodeterminación y democracia directa para entrar de lleno a la lucha política de masas y acaudillar el combate del proletariado mundial.
6. Pero las burguesías imperialistas deben atacar no únicamente a los sectores más explotados de sus clases obreras, sino también a la propia aristocracia obrera, es decir, a la base social de las burocracias sindicales y los partidos socialtraidores, y junto a las clases medias, base social fundamental de los regímenes y gobiernos imperialistas. Se cumple así a rajatabla la ley tan brillantemente definida por la III Internacional y por Trotsky, que dice que nada de lo que haga la aristocracia obrera para sostener sus privilegios en desmedro de la amplia mayoría superexplotada del proletariado, la salvará, a fin de cuentas, del ataque de la burguesía a la que sirve.
7. El inicio de la crisis significa que, en el próximo período, ya Rusia y China no podrán mantener su status actual de países dependientes. Para salir de esta nueva crisis, el imperialismo necesita no sólo recolonizar el mundo semicolonial, rediseñanado inclusive las fronteras, sino dominar plenamente a China y Rusia imponiéndoles un status de colonias, semicolonias o protectorados, para tener total control de sus recursos naturales, de su mano de obra barata, disciplinando para ello a las nuevas burguesías con veleidades como la de Putin y compañía. Nada de esto será pacífico. Si vimos semejantes guerras para ocupar países como Afganistán e Irak, guerras superiores, golpes contrarrevolucionarios contra las masas, nuevas masacres, serán necesarios para transformar en colonias sojuzgadas a Rusia y a China.
8. Al calor de la crisis, se pone al rojo vivo la cuestión cubana. El imperialismo yanqui necesita consumar la restauración capitalista, cuestión que sería una terrible derrota para la clase obrera latinoamericana y norteamericana, lo que le permitiría redoblar el control sobre su patio trasero, América Latina, y sobre el propio proletariado de los Estados Unidos. Consecuentemente, la burocracia castrista restauracionista ha acelerado y profundizado a pasos acelerados el proceso de restauración, preparándose para reciclarse a sí misma en burguesía (ver recuadro). Se pone a la orden del día, entonces, el programa del trotskismo, el único que puede salvar al estado obrero cubano, llevado a una brutal descomposición por la política de la burocracia, de la restauración capitalista: el programa de la lucha por la revolución obrera y socialista en América Latina, Estados Unidos y el mundo, y por la revolución política en Cuba como un eslabón inseparable de la misma, para derrocar a la burocracia restauracionista, e imponer la verdadera democracia obrera, la de los consejos armados de obreros, campesinos y soldados rojos, para que Cuba pueda ser, efectivamente, un bastión de la lucha por la revolución mundial.
9. La tendencia es a nuevos golpes del crac y la crisis, puesto que la burguesía imperialista mundial, como hemos planteado, decidió evitar la recesión sosteniendo cada una a su propio capital financiero mediante la intervención de los bancos centrales inyectando dinero fresco, cuestión que en absoluto resuelve la crisis, sino que únicamente la patea para adelante, tratando de evitar un recesión o un proceso de estanflación a costa de hacérselas pagar a las masas.
Precisamente entonces porque el ciclo de crecimiento se mantiene, es que las burguesías nativas de los países semicoloniales salen a disputar entre ellas, cada una asociándose a tal o cual monopolio o potencia imperialista, con el objetivo de lograr una ubicación en ese ciclo corto de expansión y quedarse con una tajada de los suculentos negocios, con lo cual han estallado los acuerdos de libre comercio regionales, como sucedió con el Mercosur en América Latina, etc.
La subordinación de la clase obrera a sus propias burguesías nacionales la lleva a la peor de las tragedias, puesto que la suerte de los trabajadores queda así atada a la suerte de sus verdugos. Ahí está, como testimonio incontestable, la tragedia de las masas palestinas, no sólo sometidas al apartheid y a la ocupación de su nación, sino también hoy divididas y arrastradas a una guerra civil fratricida por dos fracciones de la burguesía palestina como son Hamas y Al Fatah, mientras Estados Unidos y su gendarme, el estado sionista de Israel, se frotan las manos.
Ahí está Hizbollah, representante de la burguesía del Bazar que, después de expropiar la victoria de las masas palestinas y de los explotados del sur del Líbano que hicieron huir derrotado al ejército genocida sionista, pactó con el gobierno cipayo de Siniora al que sostiene, permitió el ingreso de tropas imperialistas de la ONU al sur del Líbano, se llena los bolsillos con los negocios de la reconstrucción del Líbano, y permite que el cobarde y proyanqui ejército libanés de Siniora entre a sangre y fuego a los campamentos palestinos y masacre a ese pueblo.
Ahí está la burguesía iraní, sosteniendo al gobierno del protectorado en Irak, y atacando ferozmente a su propia clase obrera. Ahí está la burguesía venezolana y Chávez, que mientras se pasea por América Latina mostrando libros de Trotsky –por recomendación de la impostora Celia Hart Santamaría-, pone los miles de millones de petrodólares a jugar en la bolsa de Wall Street, hambrea a los trabajadores y los reprime sin contemplaciones si se les ocurre salir a luchar.
Queda por demás claro que hace ya tiempo que se acabó la época en que la burguesía nacional podía aún jugar un rol progresivo en la historia. Más allá de regatear con el amo imperialista por su tajada de los negocios, jamás la burguesía nacional puede llevar hasta el final la lucha contra el imperialismo, al que está indisolublemente ligada por miles de lazos económicos y por el interés común como clase propietaria.
Contra todos los “teóricos” y académicos pagos del imperialismo que pronosticaban el “fin de la clase obrera”, los primeros años del siglo XXI no han hecho más que mostrar que en el mundo semicolonial –como en Egipto, en Irán, en Pakistán, en las naciones de América Latina, en Asia- se fortalece y toma centralidad un potente y combativo proletariado. Sólo el proletariado - y no las cobardes burguesías nativas-, en estrecha unidad con la clase obrera de los países imperialistas, podrá llevar hasta el final y hacer triunfar, mediante la revolución obrera y socialista victoriosa, la lucha de los pueblos semicoloniales y coloniales por su liberación nacional.
10. En los nuevos y convulsivos enfrentamientos entre las clases que se preparan y preanuncian bajo las condiciones actuales, frente popular y fascismo –como dos agentes distintos de la burguesía y el imperialismo contra las masas-, estarán a la orden del día. La crisis recién ha comenzado, y ya los estamos viendo actuar, aquí y allá en el planeta: por un lado al frente popular –engañando a las masas, paralizando sus fuerzas, anulando su voluntad de combate-, y por el otro, ya vemos golpear al fascismo. Bolivia, donde el gobierno de colaboración de clases de Morales, sostenido por la burguesía mundial, la burocracia castrista y todas las direcciones traidoras pactó con la Rosca en la Asamblea Constituyente y expropió la revolución obrera y campesina, y ahora las bandas fascistas de la burguesía de la Media Luna levantan cabeza, es un ejemplo de ello.
11. Bajo las condiciones de la crisis y del descalabro del equilibrio económico, político y militar, salen con crudeza a la luz todos los límites de los ya degradados regímenes democrático-burgueses, y se desarrolla la tendencia a la bonapartización de los regímenes y gobiernos burgueses.
Los golpes de la crisis, los choques y disputas interimperialistas, las oscilaciones y regateos de las burguesías nativas, la necesidad de la burguesía de pasar al ataque contra los explotados, las crecientes penurias de las masas, empujan así la tendencia a putschs bonapartistas –como vemos en Pakistán o Birmania-, a intentos bonapartistas que no logran asentarse -como sucede en Georgia- y al intento de los regímenes y gobiernos a blindarse, utilizando como excusa el supuesto “terrorismo”, como acabamos de ver en Nueva Zelanda donde comenzó la persecución a los activistas anti-guerra bajo la “ley contra el terrorismo”; como en el Estado Español donde viene de ser encarcelada toda la dirección de Batasuna; como en Inglaterra donde con la excusa de supuestos “atentados” que se preparan se han llenado las ciudades de cámaras de vigilancia, entre otros ejemplos.
Lo mismo sucede, inclusive, con el régimen bonapartista sui géneris de Chávez en Venezuela. La nueva reforma de la Constitución que está en curso es un claro ejemplo de ello: no solo establece la reelección indefinida de Chávez, no sólo deja intacta la gran propiedad imperialista y burguesa, no sólo impone una farsa de “democracia directa” constituyendo supuestos organismos decorativos “de control” de las masas, sino que establece de hecho milicias chavistas parapoliciales, entre otras medidas de control contra las masas. No podía ser de otra manera: en momentos en que el barril de petróleo araña los 100 dólares en el mercado mundial, el gobierno de Chávez, como todo bonapartismo sui géneris, para regatear su tajada con el imperialismo, necesita utilizar como chantaje para ello a las masas. Pero para hacerlo sin riesgos de que éstas lo desborden e irrumpan en una verdadera lucha antiimperialista, necesita controlarlas más que nunca en forma férrea. Esa es la esencia de la nueva reforma constitucional venezolana.
Por ello, dar el más mínimo apoyo a la misma y al gobierno burgués de Chávez –como hacen los renegados del trotskismo- significa renunciar a luchar por su derrocamiento, es decir, renunciar a la lucha por la revolución obrera y socialista y la dictadura del proletariado.
12. Si para poder salir del crac de 1987, el imperialismo necesitó consumar la restauración capitalista en los estados obreros a partir de 1989 –cuestión que significó, entre otras, terribles guerras como las dos guerras de los Balcanes, las dos guerras de masacre de la burguesía rusa contra el pueblo checheno, la guerra entre Armenia y Azerbaiján, para mencionar tan sólo algunas-; si para salir de la crisis 1997-2001 necesitó destruir a bombazos y ocupar Afganistán e Irak, frente a la nueva crisis que ha comenzado, la guerra volverá a ser, sin lugar a dudas, un factor actuante de primer orden para la definición de los acontecimientos internacionales.
Si no lo impide la revolución proletaria, estarán por delante nuevas guerras de coloniaje, la partición de China y de Rusia, etc. Pero todo ello está aún por verse: es y será la clase obrera mundial la que tenga la última palabra en los acontecimientos por venir.
El inicio de la crisis, el proletariado mundial y el agudizamiento de la crisis de dirección revolucionaria
-XXXV-
La resolución de la crisis que ha comenzado no depende sólo de las perversas leyes del sistema capitalista que empujan a la destrucción de la civilización humana: la intervención de la clase obrera mundial y la revolución proletaria –que será engendrada por estas nuevas condiciones-, también dirán la última palabra de la resolución misma.
El momento actual, con las condiciones antes enumeradas, es el momento preciso en que el proletariado debería pasar al ataque, como está intentando hacerlo con la oleada de huelgas de la clase obrera alemana y francesa que tienden a transformarse en luchas políticas, y con las revueltas y rebeliones por el pan como en Georgia, Birmania y Pakistán. Es que, como dijimos, el inicio de la crisis tomó a la burguesía por sorpresa y desprevenida. Es el momento en que la clase enemiga está desconcertada y sin saber con claridad adónde llevar el barco del sistema capitalista imperialista mundial cuyo casco se ha rajado luego de chocar con las rocas submarinas de la crisis económica mundial. Es el momento en que el estado mayor imperialista está debilitado por el empantamiento de las tropas yanquis en Irak y la crisis del gobierno de Bush. ¡Qué mejor momento para una ofensiva centralizada y sincronizada del proletariado de los países imperialistas, de las masas de Irak y Medio Oriente, de la combativa clase obrera de América Latina, de los obreros y los explotados de Asia y de todo el mundo, contra el frente burgués imperialista que intenta descargar la crisis sobre sus hombros!
Y sin embargo, por el momento, la clase obrera mundial no ha podido dar una respuesta decisiva ante la crisis que ha comenzado. No porque falten fuerzas o voluntad de combate, sino porque lo impiden las direcciones traidoras de todo pelaje agrupadas en el Foro Social Mundial, representantes de la aristocracia obrera y las burocracias sindicales de todo el mundo, pagadas por la burguesía con algunas migajas de las superganancias extraídas a costa de la brutal explotación de la clase obrera mundial.
-XXXVI-
El obstáculo central para que el proletariado la resuelva a su favor e impida así que sus costos y todas las consecuentes calamidades recaigan sobre los explotados, para que éste se abra camino a la revolución obrera y socialista, sigue siendo el carácter contrarrevolucionario de las direcciones que tiene a su frente –los restos de la socialdemocracia putrefacta y del stalinismo reciclado, el castrismo, las burocracias sindicales de todo pelaje, y ahora también, los renegados del trotskismo que se han pasado definitivamente al campo de la reforma y se han integrado al Foro Social Mundial- es decir, la crisis de su dirección revolucionaria.
Se demuestran así nuevamente, la total vigencia de las premisas fundamentales del Programa de Transición adoptado por la IV Internacional en su Congreso de fundación en 1938: “La situación política mundial en su conjunto se caracteriza principalmente por la crisis histórica de la dirección del proletariado.
“El requisito económico previo para la revolución proletaria ha alcanzado ya, en términos generales, el más alto grado de madurez que pueda lograrse bajo el capitalismo. Las fuerzas productivas de la humanidad se estancan. Los nuevos inventos y mejoras técnicas ya no consiguen elevar el nivel de la riqueza material. Las crisis coyunturales, en las condiciones de la crisis social del sistema capitalista en su conjunto, infligen a las masas privaciones y sufrimientos cada vez mayores. El desempleo creciente, a su vez, profundiza las crisis financieras del Estado y socava los inestables sistemas monetarios. Los regímenes democráticos, igual que los fascistas, van dando tumbos de bancarrota en bancarrota (...)”
“(....) Las relaciones internacionales no presentan mejor aspecto. Bajo la tensión creciente de la desintegración capitalista, los antagonismos imperialistas entran en una vía muerta a cuyo final los choques separados y las convulsiones sangrientas localizadas (...) se fundirán en una conflagración a escala mundial (...)”
“... Los parloteos en el sentido de que las condiciones históricas no han ‘madurado’ todavía para el socialismo son producto de la ignorancia o del engaño consciente. Los requisitos previos objetivos para la revolución proletaria no sólo han ‘madurado’; empiezan a pudrirse un poco. Sin una revolución socialista, y además en el período histórico inmediato, toda la civilización humana está amenazada por una catástrofe. Todo depende ahora del proletariado, es decir, de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria” (negritas nuestras).
Se reducen al máximo los márgenes de conciliación del reformismo, y comienzan a recrearse las condiciones materiales para que resurja el bolchevismo conquistando un nuevo Zimmerwald y Kienthal del siglo XXI
-XXXVII-
Pero al calor de las condiciones objetivas del capitalismo en descomposición que afloran una vez más abiertamente, como el pus de una herida infectada, al calor de la nueva crisis que ha comenzado, al calor de los ataques de la burguesía contra las masas, de las nuevas guerras que se preparan, de las nuevas respuestas revolucionarias de los explotados que ya comenzaron y comenzarán, se segará más y más el pasto bajo los pies de las direcciones traidoras y reformistas. Es que, bajo las actuales condiciones, se reducen dramáticamente los márgenes de conciliación del reformismo. Lejos de una época de reformas, el imperialismo y las burguesías nativas comienzan una ofensiva de contra-reformas: de esta manera, el reformismo ya ni siquiera contará con miserables limosnas con las que engañar a las masas presentándolas como “conquistas”.
Estas condiciones depararán, por ello mismo, nuevas crisis y estallidos a las corrientes que, engañando a los trabajadores, falsifican el socialismo revolucionario y el legado histórico de los fundadores de la IV Internacional en 1938, y crearán nuevos desafíos para los trotskistas internacionalistas.
Como decía Trotsky, se necesitan épocas excepcionales en la historia para que los revolucionarios salgamos del aislamiento y para los reformistas comiencen a hacer el papel de peces sacados fuera del agua. Esas condiciones excepcionales para resolver la crisis de dirección revolucionaria del proletariado, son las que están comenzando a desarrollarse al calor de la nueva crisis de la economía mundial capitalista imperialista que ha comenzado. Por ello, tal como expresamos en el Manifiesto de la Fracción Leninista Trotskista que publicamos en estas mismas páginas, la tarea del momento, impostergable, de los trotskistas internacionalistas, es un combate sin cuartel para separar a la vanguardia del proletariado mundial de ese rejunte de stalinistas y renegados del trotskismo que componen el “ala izquierda” del Foro Social Mundial, que se apresta hoy como un nuevo dique de contención contra las masas. Y con ella, se pone a la orden del día la lucha por una Conferencia Internacional de los trotskistas principistas y las organizaciones obreras revolucionarias, un nuevo Zimmerwald y Kienthal del siglo XXI, en el camino de devolverle al proletariado su dirección histórica: el partido mundial de la revolución socialista, bajo las banderas del Congreso de fundación de la IV Internacional en 1938.
Noviembre de 2007
Carlos Munzer