Extractos de los discursos de los Mártires de Chicago
ante el Tribunal de Acusación en 1886
Augusto Spies:
“Al dirigirme a este tribunal lo hago como representante de una clase enfrente de los de otra clase enemiga, y empezaré con las mismas palabras que un personaje veneciano pronunció hace cinco siglos ante el Consejo de los Diez en ocasión semejante:
Mi defensa es vuestra acusación; mis pretendidos crímenes son vuestra historia. Se me acusa de complicidad en un asesinato y se me condena, a pesar de no presentar el Ministerio Público prueba alguna…”
“…si no existe un hecho que pruebe mi participación o mi responsabilidad en el asunto de la bomba, el veredicto y su ejecución no son más que un crimen maquiavélicamente combinado y fríamente ejecutado, como tantos otros que registra la historia de las persecuciones políticas y religiosas.”
“¿Qué hemos dicho en nuestros discursos y en nuestros escritos? Hemos explicado al pueblo sus condiciones y relaciones sociales; le hemos hecho ver los fenómenos sociales y las circunstancias y leyes bajo las cuales se desenvuelven; por medio de la investigación científica hemos probado hasta la saciedad que el sistema del salario es la causa de todas las inequidades tan monstruosas que claman al cielo.”
“Este veredicto lanzado contra nosotros es el anatema de las clases ricas sobre sus expoliadas víctimas, el inmenso ejército de los asalariados. Pero si creéis que ahorcándonos podéis contener el movimiento obrero, ese movimiento constante en que se agitan millones de hombres que viven en la miseria, los esclavos del salario; si esperáis salvación y lo creéis, ¡ahorcadnos...! Aquí os halláis sobre un volcán, y allá y acullá y debajo y al lado y en todas partes fermenta la Revolución.
Miguel Schwab:
“... Habláis de una gigantesca conspiración. Un movimiento no es una conspiración, y nosotros todo lo hemos hecho a la luz del día. No hay secreto alguno en nuestra propaganda.”
Oscar Neebe:
“Tuve también en cierta ocasión el honor de dirigir una manifestación popular, y nunca he visto un número tan grande de hombres en correcta formación y con el más absoluto orden. Aquella manifestación imponente recorrió las calles de la ciudad en son de protesta contra las injusticias sociales. Si esto es un crimen, entonces reconozco que soy un delincuente.”
“Al volver a mi casa, me dijo mi esposa que habían venido veinticinco policías y que al registrar la casa habían hallado un revólver. Yo no creo que sólo los anarquistas y socialistas tengan armas en sus casas. Hallaron también una bandera roja, de un pie cuadrado, con la que jugaba frecuentemente mi hijo. Se registraron del mismo modo centenares de casas, de las que desaparecieron bastantes relojes y no poco dinero. ¿Sabéis quiénes eran los ladrones? Vos lo sabéis, Capitán Schaack. Vuestra compañía es una de las peores de la ciudad. Yo os lo digo frente a frente y muy alto, Capitán Schaack, sois vos uno de ellos. Sois un anarquista a la manera que vosotros lo entendéis. Todos, en este sentido, sois anarquistas.”
Adolfo Fischer:
“Yo no he cometido en mi vida ningún crimen. Pero aquí hay un individuo que está en camino de llegar a ser un criminal y un asesino, y ese individuo es Mr. Grinnell, que ha comprado testigos falsos a fin de poder sentenciarnos a muerte. Yo lo denuncio aquí públicamente.”
Luis Lingg:
“Me concedéis, después de condenarme a muerte la libertad de pronunciar un último discurso.
Acepto vuestra concesión, pero solamente para demostrar las injusticias, las calumnias y los atropellos de que se me ha hecho víctima.”
“Me acusáis de despreciar la ley y el orden. ¿Y qué significan la ley y el orden? Sus representantes son los policías, y entre éstos hay muchos ladrones.”
“Se me acusa del delito de conspiración. ¿Y cómo se prueba la acusación? Pues declarando sencillamente que la Asociación Internacional de Trabajadores tiene por objeto conspirar contra la ley y el orden. Yo pertenezco a esa Asociación, y de esto se me acusa probablemente. ¡Magnífico! ¡Nada hay difícil para el genio de un fiscal!”
“Os reís probablemente, porque estáis pensando: Ya no arrojarás más bombas. Pues permitidme que os asegure que muero feliz, porque estoy seguro de que los centenares de obreros a quienes he hablado recordarán mis palabras, y cuando hayamos sido ahorcados ellos harán estallar la bomba. En esta esperanza os digo: Os desprecio; desprecio vuestro orden, vuestras leyes, vuestra fuerza, vuestra autoridad. ¡AHORCADME!”
Jorge Engel:
“Es la primera vez que comparezco ante un tribunal americano, y en él se me acusa de asesino.
¿Y por qué razón estoy aquí? ¿Por qué razón se me acusa de asesino? Por la misma que tuve que abandonar Alemania, por la pobreza, por la miseria de la clase trabajadora. Aquí también, en esta libre República, en el país más rico del mundo, hay muchos obreros que no tienen lugar en el banquete de la vida y que como parias sociales arrastran una vida miserable.”
“Entré en la Asociación Internacional de los Trabajadores. Los miembros de esta Asociación están convencidos de que sólo por la fuerza podrán emanciparse los trabajadores, de acuerdo con lo que la historia enseña. En ella podemos aprender que la fuerza libertó a los primeros colonizadores de este país, que sólo por la fuerza fue abolida la esclavitud, y así como fue ahorcado el primero que en este país agitó la opinión contra la esclavitud, vamos a ser ahorcados nosotros.”
“... Yo no combato individualmente a los capitalistas; combato el sistema que da el privilegio. Mi más ardiente deseo es que los trabajadores sepan quiénes son sus enemigos y quiénes son sus amigos. Todo lo demás lo desprecio: desprecio el poder de un gobierno inicuo, sus policías y sus espías.”
Samuel Fielden:
“No hay ningún criminalista que niegue que todo crimen en su origen es el producto de la miseria. Pues bien; se me acusa de excitar las pasiones, se me acusa de incendiario porque he afirmado que la sociedad actual degrada al hombre hasta reducirlo a la categoría de animal.”
“Si, pues, nada se puede conseguir por medio de la legislación y centenares de hombres reciben un sueldo anual por hacer las leyes, es lógico y natural que la gran mayoría, que no recibe ningún favor de la ley, prescinda de ella, así como ésta prescinde de dicha mayoría.”
Albert R. Parsons:
“Ellos de una parte y nosotros de otra. Vosotros os levantáis en medio representando la justicia.
¿Y qué justicia es la vuestra que lleva a la horca a hombres que no se les ha probado ningún delito...?
Este proceso se ha iniciado y se ha seguido contra nosotros; inspirado por los capitalistas, por los que creen que el pueblo no tiene más que un derecho y un deber, el de la obediencia.”
“El capital es el privilegio de unos cuantos y no puede existir sin una mayoría cuyo modo de vida consiste en vender su trabajo a los capitalistas. El sistema capitalista está amparado por la ley, y de hecho la ley y el capital son una misma cosa.”
“Sobre vuestro veredicto quedará el del pueblo americano y el del mundo entero para demostraros vuestra injusticia y las injusticias sociales que nos llevan al cadalso; quedará el veredicto popular para decir que la guerra social no ha terminado por tan poca cosa.”
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1° de mayo de 1886
Breve reseña histórica
El primero de mayo de 1886 la Federation of Organized Trade and Labour Union (Federación de Organizaciones de Sindicatos de Trabajo) proclamó la huelga general para imponer la reducción de la jornada laboral a 8 horas (por aquel entonces de 12 o 14 horas). En Chicago, la huelga paró casi completamente la ciudad. Allí Albert Parsons, líder de la organización laboral “Caballeros del Trabajo de Chicago”, dirigió una manifestación de 80 mil trabajadores a través de las calles. En los siguientes días se unieron a esta demanda 350.000 trabajadores de toda la Unión Americana, que iniciaron una huelga nacional que afectó más de mil fábricas. Miles de trabajadores y desocupados salieron a la calle en diversas ciudades de EE.UU., como Nueva York, Detroit e incluso Cincinnati. La unión de los trabajadores causó mucha alarma entre los industriales y en la prensa, pues vieron en las manifestaciones el inicio de una “revolución”.
El 3 de mayo August Spies, director de un periódico obrero, habló ante 6 mil trabajadores. El grupo de huelguistas se dirigió después a una fábrica cercana, la planta McCormick, a manifestarse. Pronto llegaron las fuerzas del "orden” cargando contra los manifestantes, reprimiendo brutalmente a trabajadores, mujeres, niños y ancianos, con un saldo de varios muertos y heridos.
Se convocó a una reunión masiva en la noche del 4 de mayo de 1886 en el mercado de la ciudad (Haymarket), con el propósito de protestar por la brutal acción policíaca del día anterior. Spies, Parsons y Samuel Fielden fueron los oradores en Haymarket, ante una reunión de 2.500 trabajadores. Cuando la manifestación estaba terminando y empezaba a llover, llegaron al lugar cerca de 200 policías. Mientras la policía pedía que se dispersara la reunión, alguien lanzó una bomba que estalló y mató a un policía. Se armó el alboroto y en la confusión la policía comenzó a disparar, causando la muerte de siete policías y cuatro trabajadores, además de muchos heridos. Nunca se supo quién lanzó la bomba, pero este incidente se tomó como pretexto para perseguir a anarquistas y organizaciones laborales a lo largo del país. La policía saqueó hogares de trabajadores y arrestó a muchos de ellos.
El 21 de junio de 1886, ocho dirigentes de los trabajadores (Parsons, Spies, Fielden, Schwab, Fischer, Lingg, Engle y Nebee) fueron acusados de conspiración y asesinato por la explosión de la bomba que mató al policía. El juicio, que condenó a siete de ellos a morir ahorcados y a uno a 15 años de cárcel, estuvo plagado de mentiras e incluso el fiscal llegó a pedir al jurado: “Castigue a estos hombres, haga un ejemplo de ellos, cuélguelos y salve nuestras instituciones”. El 11 de noviembre de 1886 fueron ahorcados Parsons, Spies, Fischer y Engel.
Louise Lingg se suicidó en prisión y Fielden, Nebee y Schwab lograron conmutar la pena de muerte por cadena perpetua. Más de 200.000 personas asistieron a la procesión funeraria de los líderes muertos.
El caso de Haymarket provocó un escándalo internacional. El gobernador Oglesby recibió cientos de miles de cartas pidiéndole clemencia para los condenados, pero todo fue inútil: los condenados fueron ejecutados. La verdadera causa de su muerte no fue la explosión de la bomba, sino su capacidad para organizar a la clase obrera en demanda de mejoras laborales, con lo cual amenazaban los intereses de la burguesía y el gobierno.
En 1889, durante el Primer Congreso de la Segunda Internacional Socialista, celebrado en París, se decidió que, en adelante, en cada 1º de mayo se le rendiría honor y homenaje a los Mártires de Chicago con una jornada de lucha internacional de la clase obrera mundial.
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